Una mujer, una traición, un matrimonio sin amor.
¿Realmente valdrá la pena?....
Espero que esta carta te encuentre bien, aunque mi corazón late con dolor al pensar que ya no estaré aquí para verte sonreír. Si la estás leyendo, es porque mi tiempo se ha agotado y mi cuerpo ya no puede luchar más.
Quiero que sepas que te perdono. Te perdono por todo el dolor que me causaste, por todas las noches que pasé llorando por ti, por todas las mañanas que desperté con la esperanza de que regresaras a mí.
Te perdono por no estar allí para mí cuando lo necesité, por no escuchar mis súplicas, por no sentir mi dolor. Te perdono por dejar que el tiempo y la distancia nos separaran.
Aunque decidí rendirme y dejar de luchar por nosotros, nunca dejé de amarte. Siempre te amé, y siempre te amaré. Recuerdo cada momento que pasamos juntos, cada beso, cada abrazo, cada mirada...
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Capitulo 24
Sergio se sentó en el sofá de la sala de Paola, mirándola con determinación.
—Paola, ya te dije que es mi vida, así que dime si puedes obtener su contacto —dijo, refiriéndose a Elena.
Paola suspiró y se cruzó de brazos.
—Por Dios, Sergio, primero arregla tu vida y luego vas a molestarla —dijo, sacudiendo la cabeza—. Además, dices que desde esa vez en Londres ya no la volviste a ver. ¿Qué esperas encontrar después de tanto tiempo?
Sergio se levantó y comenzó a caminar por la habitación.
—Desde ese día supe que tenía que buscarla —dijo, con convicción—. Y sobre arreglar mi vida, ella está bien.
Paola se rió.
—No es normal que sigas casado con Carola y que Sergio Jr como Carlota crea que Felipe es tu hijo —dijo, mirándolo con incredulidad—. Ni tampoco es normal que mantengas al amante de tu esposa solo por apariencia.
Sergio se detuvo y se giró hacia Paola.
—Eso no es asunto tuyo —dijo, con una mirada fría—. Lo que importa es que encontraré a Elena y haré lo que sea necesario para estar con ella, sobre lo otro sabes que no puedo hacer nada más.
Al menos que me divorcie de Carola pero hacerlo sería ponerme una soga al cuello, sabes que una imagen limpia es lo que pide Red Bull
Paola se levantó y se acercó a Sergio.
—Sergio, eres un hombre casado con hijos que te necesita —dijo, con preocupación—. ¿Qué pasará con ellos si sigues persiguiendo a Elena?
Sergio se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo—. Pero sé que debo encontrarla.
Paola suspiró y se dirigió a su escritorio.
—Está bien —dijo—. Te daré su contacto. Pero piensa en lo que estás haciendo, Sergio. Piensa en las consecuencias.
Sergio marcó el número de teléfono de Elena, esperando con ansiedad que respondiera. Después de varios timbres, escuchó su voz al otro lado de la línea.
—¿Sí? —dijo Elena, con una voz un poco desconocida.
—Elena... —dijo Sergio, intentando sonar lo más natural posible—. ¿Dónde estás?
Hubo un momento de silencio antes de que Elena respondiera.
—Estoy en San Gimignano —dijo, con una voz un poco confundida—. ¿Quién es?
Sergio sonrió, sabiendo que Elena no lo había reconocido.
—Soy... un amigo —dijo, intentando no revelar su identidad—. ¿Estás bien?
De repente, Elena reaccionó.
—¡Sergio! —exclamó, con una voz llena de sorpresa, emoción y melancolía—. ¿Eres tú?
Sergio se rió.
—Sí, soy yo —dijo—. Estoy en México ahora, pero iré a buscarla en unos días.
Elena se sorprendió.
—¿México? —repitió—. ¿Cómo vas a venir aquí?
—No te preocupes —dijo Sergio—. Me las arreglaré. Estaré allí pronto.
Elena se quedó en silencio por un momento.
—Sergio, no sé si es una buena idea —dijo finalmente—. Han pasado 16 meses desde que nos vimos por última vez...
Sergio interrumpió.
—No importa —dijo—. Tengo que verte. Tengo que hablar contigo.
Elena suspiró.
—Está bien —dijo—. Pero ten cuidado.
Sergio sonrió.
—Lo tendré —dijo—. Hasta pronto, Elena.
Colgó el teléfono y se quedó mirando el horizonte, pensando en el reencuentro que estaba por venir.
Elena caminaba por el mercado de San Gimignano, acompañada de Luca, el nieto de su vecina. Luca era un niño, joven de 18 años, con una sonrisa brillante y ojos curiosos. Elena había tomado un cariño especial por él y su familia, que luchaban para hacer frente a sus dificultades económicas.
Mientras elegían frutas y verduras, Elena recibió una llamada en su teléfono. Miró la pantalla y se sorprendió al ver el nombre de Sergio.
—Luca, un momento —dijo, apartándose un poco.
—¿Sí? —respondió, intentando mantener la calma.
—Elena, he llegado —dijo Sergio, con una voz cálida y familiar.
Elena se sintió un golpe en el estómago. No esperaba que llegara tan pronto.
—¿Qué? —tartamudeó—. Creí que ibas a llegar mañana.
—Cambió mi vuelo —dijo Sergio—. Estoy en el pueblo. ¿Puedo verte?
Elena se sintió atrapada. Había planeado escapar del pueblo y de Sergio antes de que llegara, pero ahora era demasiado tarde.
—Eh... sí —dijo, intentando ganar tiempo—. Estoy en el mercado. ¿Dónde estás?
—En la plaza del Duomo —respondió Sergio—. Te veré pronto.
Elena colgó el teléfono y se quedó mirando a Luca, que la miraba con curiosidad.
—¿Qué pasa, Elena? —preguntó.
Elena sonrió débilmente.
—Nada, cariño —dijo—. Solo una sorpresa desagradable.
Luca se acercó a ella y le tomó la mano.
—No te preocupes, Elena —dijo—. Estoy aquí para ti.
Elena se sintió conmovida por la inocencia y la bondad de Luca. Sabía que tenía que protegerse a sí misma y a Michel de la situación que se avecinaba. Pero ¿cómo?
Sergio caminaba por las calles empedradas de San Gimignano, mirando su teléfono con frustración. Se había perdido. No sabía cómo llegar a la plaza del Duomo desde donde estaba.
Sacó el teléfono y marcó el número de Elena.
—¿Sí? —respondió Elena, con una voz distraída.
—Elena, me perdí —dijo Sergio—. ¿Puedes venir a buscarme?
Elena suspiró interiormente. No tenía ganas de ir a buscarlo.
—Estoy ocupada ahora —dijo—. ¿No puedes encontrar el camino solo?
Sergio se rió.
—No, no puedo —dijo—. Por favor, Elena. Estoy empezando a desesperarme.
Elena miró a Luca, que la miraba con ojos curiosos.
—Está bien —dijo—. Pero dame un momento.
Colgó el teléfono y se dirigió a Luca.
—Vamos, Luca —dijo—. Te acompañaré a casa con tus comestibles.
Luca sonrió y tomó la mano de Elena.
—Gracias, Elena —dijo.
Después de dejar a Luca en casa, Elena se sentó en el jardín con la abuela de Luca, charlando sobre la vida en el pueblo.
—¿Cómo está su hijo? —preguntó Elena.
La abuela de Luca sonrió.
—Está bien, gracias —dijo—. Trabaja mucho, pero está feliz.
Elena asintió, escuchando atentamente.
De repente, su teléfono sonó de nuevo.
—¿Sí? —respondió.
—Elena, ¿dónde estás? —dijo Sergio, con una voz impaciente.
Elena suspiró.
—Estoy en casa de la señora Rossi —dijo—. ¿Dónde estás tú?
Sergio le dio las direcciones y Elena se levantó.
—Tengo que ir —dijo a la abuela de Luca—. Sergio se perdió.
La abuela de Luca se rió.
—Pobre hombre —dijo—. Ve a ayudarlo.
Elena sonrió y se dirigió hacia la puerta.
—Voy —dijo.
Salió del jardín y se dirigió hacia el lugar donde Sergio la esperaba. No sabía qué esperar, pero estaba decidida a enfrentar la situación con calma.