NovelToon NovelToon
LA NOCHE DE LAS BRUJAS

LA NOCHE DE LAS BRUJAS

Status: Terminada
Genre:Mundo de fantasía / Fantasía épica / Dragones / Brujas / Completas
Popularitas:926
Nilai: 5
nombre de autor: Cattleya_Ari

En el imperio de Valtheria, la magia era un privilegio reservado a los hombres y una sentencia de muerte para las mujeres. Cathanna D’Allessandre, hija de una de las familias más poderosas del imperio, había crecido bajo el yugo de una sociedad que exigía de ella sumisión, silencio y perfección absoluta. Pero su destino quedó sellado mucho antes de su primer llanto: la sangre de las brujas corría por sus venas, y su sola existencia era la llave que abriría la puerta al regreso de un poder oscuro al que el imperio siempre había temido.


⚔️Primer libro de la saga Coven ⚔️

NovelToon tiene autorización de Cattleya_Ari para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO 018

055 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra

Día del Olvido, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

Unos minutos habían pasado desde mi pedida cuando comencé a sentirme mal, como si el aire de pronto solo se negara a entrar en mis pulmones, y en segundos la vista se me volvió extremadamente borrosa. Con una excusa tonta, me escabullí hacia el baño, sin esperar respuestas de nadie. Al ingresar, cerré la puerta con seguro y apoyé las manos en uno de los muchos lavabos, respirando con dificultad.

Sentí mis venas arder con fuerza, debilitándome más de lo que ya estaba en ese momento. Me llevé la mano al pecho, intentando ahuyentar esa sensación de asfixia.

Levanté la vista al espejo y el corazón casi se me sale corriendo del pecho. Mis ojos estaban de un color rojo. No uno cualquiera, sino ese mismo tono que cargaban mi hermano y mi abuelo. Parpadeé desesperada, una, dos, tres veces, hasta que por fin volvieron a su gris habitual. Sin embargo, lo peor era sin duda mi cabello, que también había cambiado a un rojo extremadamente líquido.

Di unos pasos atrás con las piernas temblando. Estaba más que aterrada. Nunca me había visto así. Sí, antes había manifestado fuego —aunque fuera una hija nacida del aire—, pero jamás de esa manera tan intensa. Tragué duro varias veces antes de sentir una punzada dolorosa en mi cabeza que me hizo soltar un gemido ahogado.

Me aferré de nuevo al lavabo, evitando terminar en el suelo, posiblemente inconsciente. Cuando me sentí moderadamente bien, abrí rápido el grifo, y metí mis manos bajo el agua; aquel contacto las envolvió en un humo rojizo que me dejó pasmada. Mi boca se abrió levemente mientras sacaba mis manos con cuidado del agua.

Solté una risa incrédula.

Todo lo que estaba pasando en mi vida me resultaba tan estúpido y difícil de comprender. Primero lo que escuché en esa habitación sobre que yo, Cathanna D’Allessandre, hacía parte de una ridícula maldición de la que nunca me contaron, aun sabiendo que era mi derecho saberlo desde el principio; después lo que sucedió con mi abuelo; y ahora el fuego que se hizo presente de una manera extraña.

Salí del baño rápido, con la mente girando de un lado al otro. Mis ojos recorrieron el pasillo hasta que se clavaron en mi hermano Calen, que se encontraba de pie en un rincón, vestido con ese uniforme militar que tanto odiaba nuestra madre porque, según ella, le restaba mucha elegancia en reuniones como estas. Pero como siempre, a Calen eso le daba igual. Me causaba risa como ignoraba a nuestra madre.

—Sinceramente no pensé que vendrías a esta reunión —dije, deteniendo mis pasos frente a él—. ¿No se supone que deberías estar en la academia, entrenando para ser un gran artillero, Calen?

—Recibí una carta un tanto... amenazadora por parte de tu madre —respondió, alejándose de la pared—. Escribió tantas cosas que ya no recuerdo cuál fue la peor de todas ellas. Creo que esa mujer debería organizar sus ideas. —Dejó escapar una carcajada—. ¿Cómo estás con esta no tan pequeña fiesta de compromiso, Cathanna?

Sonreí, encogiéndome de hombros.

—Siempre supe que este momento llegaría tarde o temprano, pero... siento que no estoy lista para una responsabilidad tan grande como lo es un matrimonio. —Mis labios se abultaron, secuestrando el aire en mis mejillas—. No quiero casarme, menos con ese hombre. No puedo negar que es demasiado apuesto, pero hay algo en él que no me termina de convencer. Presiento muchas cosas qué deseo evitar.

—Entonces no lo hagas, hermana —dijo, con una calma casi insultante, como si estuviera ignorando años de historia con una sola frase—. Nadie puede obligarte a hacer algo que no quieres. Solo tienes que decir que no. Ve con nuestros padres y diles que no te vas a casar con ese hombre. Así de fácil. Es mucho menos doloroso que arrastrar las cadenas de un “sí” que no te pertenece.

Solté una risa sarcástica, pasando una mano por mi frente.

—Tú no logras entender lo que sucede —murmuré, bajando la mirada al suelo—. No es algo simple, Calen. Lo dices como si bastara solo con abrir la boca para que todo cambiara mágicamente. Pero no lo es. Al menos no para mí. —Levanté la cabeza, clavando la vista en su rostro—. Es demasiado irónico, ¿sabes? Nacimos del mismo vientre, tenemos los mismos padres… y, aun así, la vida nos arrastró por caminos completamente distintos. Tú tienes libertad. Puedes romper reglas, desobedecer, decir que no… y lo peor que te puede pasar es un par de reproches que te resbalan como si no importaran.

Hice una pausa, sintiendo ese maldito ardor en la nariz que llegaba cuando las lágrimas estaban por salir. Respiré hondo, desviando la mirada a donde se encontraban mis padres hablando con la familia de Orpheus, posiblemente de lo bien que me comportaría con su hijo cuando ya estuviéramos unidos en el “sagrado” matrimonio.

—Pero yo no tengo ese lujo —dije, mirándolo nuevamente—. Porque esas palabras que para ti no significan nada, para mí son cadenas que, por más que trate de quitarme, simplemente se aferran a mi cuerpo. —Respiré de nuevo, ahogando las lágrimas en mis ojos—. No puedes simplemente decirme que diga que no, cuando nadie nunca me escucha. ¿Sabes cuantas veces en mi vida he dicho esa palabra? —Apreté los labios con fuerza—. Tantas que ya no recuerdo. Pregúntales cuántas veces respetaron mi “no”. Y luego dime otra vez que es “fácil”.

Calen se quedó en silencio, tal vez porque no sabía qué decir... o porque en el fondo sabía que yo tenía razón. Desde que nació, la sociedad le había dado muchísimos privilegios que a mí jamás me concederían solo por el simple hecho de haber nacido siendo una mujer y no un varón. Nadie se atrevía a imponerle un destino y, si alguien lo intentaba, él podía darse el lujo de ignorarlo, como siempre lo hacía. Yo no. Yo nunca tuve esa maldita ventaja.

—Lo ves, Calen —susurré, con amargura, ignorando aquel dolor en el pecho que me estaba robando las respiraciones—. Ni siquiera puedes negarlo porque sabes que es la única verdad que existe para nosotros. Nunca te habías planteado esto hasta ahora, ¿Verdad?

—No es justo —admitió Calen, pasando una mano por su cabeza—. Pero tampoco sé cómo cambiarlo. Hago lo que puedo para protegerte, Cathanna, pero no puedo cambiar la sociedad.

—¿De qué me sirve tu falsa protección en este momento, cuando me están haciendo mucho daño? —Arrastré la mano por mi rostro, quitando la lágrima que se escapó—. Nunca has cuestionado este sistema porque jamás te ha aplastado a ti. Nunca te has planteado qué tan mala es esta sociedad con tu propia hermana, porque no es algo que afecte a tu vida, como a la mía. No sabes nada de mí, Calen.

—Pero, Cathanna, ¿qué puedo hacer para cambiar esto? ¿Qué puedo hacer para salvar a mi hermana?

—No necesito tu salvación, Calen —dije, entre dientes, algo enojada—. No necesito ningún dios salvador que esté siempre para mí, cuidándome. —Negué con la cabeza—. Necesito que tú me veas, que los demás me vean. Que me vean de verdad. Que me vean como una persona independiente y no como alguien que necesita de otros para vivir. Puedo valerme por mí misma. Puedo salvarme a mí misma. Eso quiero que vean. No soy solo una mujer debilucha. Soy una persona que merece el respeto que te tienen a ti solo por ser hombre.

Ambos quedamos envueltos en un silencio tan incómodo que ni siquiera las voces que parloteaban alto de fondo lograban atravesarlo. Calen parecía demasiado confundido. Y yo solo estaba cansada. No enojada, mucho menos triste o rota, solo cansada.

—Cathanna…

Lo interrumpí, abrazándolo con fuerza. Sabía que él no tenía la culpa de los privilegios que le tocaron desde su nacimiento. Sabía que él no había creado el sistema que me oprimía, ni las reglas que me asfixiaban día tras día. Sabía que mi hermano no era el enemigo del que debía cuidarme, y no debía ser tratado como tal solo por errores que cometía, igual que todas las personas. Porque a pesar de las diferencias, del enojo que podría surgir entre nosotros, seguíamos siendo hermanos, y por el momento, eso era más que suficiente.

—No estoy aquí para quejarme de la injusticia de la vida contigo, Calen. —Sonreí, separándome de sus brazos. Le arreglé el cuello de la camisa, bajo su mirada—. ¿Te parece si tomamos algo? —Tomé dos copas de alcohol de la bandeja que un sirviente llevaba.

—¿Desde cuándo bebes este tipo de tragos?

—Siempre hay una primera vez para todo.

—Puede que tengas razón. —Pasó un brazo por mi hombro, apretándome con suavidad—. Sé que no te lo digo a menudo, pero te quiero mucho, Cathanna.

—¿Por qué andas tan cariñoso? —Curvé una ceja, divertida.

Calen sonrió, bajando la mirada hacia su copa.

—Solo quería que no lo olvidaras.

—No lo haré. Yo también te quiero, Calen.

Habían pasado apenas unos minutos cuando una risa suave inundó el salón, dejándonos a todos congelados de golpe. Sonaba como el canto de los pájaros en primavera, tan ligera y dulce. De pronto, un olor extraño, a frutas tropicales demasiado maduras, se me metió directo por la nariz, lo que se sintió como recibir una cachetada. El estómago se me revolvió de inmediato y las ganas de vomitar subieron por mi garganta.

—¿Qué clase de broma de mal gusto es esta? —pregunté, llevando una mano a mi nariz—. Muchas cosas juntas. Qué desagrado.

Noté a Calen entrecerrar los ojos, desconcertado. Se apartó de mí y avanzó hacia nuestros padres, que también miraban alrededor, igual de confundidos. Entonces, la risa volvió a escucharse, más fuerte, junto a otras carcajadas, que parecían estar burlándose de nosotros, como si fuéramos el espectáculo divertido de la noche.

Volvió hacia mi rápido y, sin decir una sola palabra, me tomó del brazo y echó a correr, arrastrándome con él hacia las escaleras. Subimos a toda prisa, como si un animal salvaje nos persiguiera, hasta salir al pasillo, donde los cuadros colgados en las paredes parecían seguirnos con la mirada.

—¿¡Qué está sucediendo, Calen!?

Calen no me respondió. Solo siguió corriendo conmigo, hasta detenerse frente a un cuadro en particular, de una mujer de cuerpo robusto, con las manos rojas, acariciando a un gato muerto. Presionó con los dedos los ojos de la mujer, y el cuadro se deslizó hacia un lado, revelando unas escaleras de piedra que descendían hacia la negritud.

—¡Me estás lastimando! —dije, tratando de zafarme de su agarre—. ¡Dime que está sucediendo!

—Tienes que salir de aquí ya mismo —me reveló, caminando apresuradamente por el estrecho pasillo al que habíamos llegado después de bajar las escaleras—. Te encontraron esas malditas cosas.

—¿De qué hablas? —inquirí, sintiendo un extraño presentimiento en mi pecho—. ¿Quién me encontró?

Ambos nos detuvimos en seco frente a frente. Lo vi debatirse consigo mismo, como si las palabras se le hubieran quedado atoradas en la garganta. No entendía nada de lo que estaba pasando y esa maldita contención suya solo me calentaba aún más la sangre.

—¿Quién me encontró? —insistí.

—Las brujas, Cathanna —susurró, evitando mis ojos—. Ellas te encontraron. Por eso tienes que salir de aquí... —Alzó la mirada a mi rostro—. Tienes que irte rápido del castillo.

El mundo se detuvo a mi alrededor.

—¿Por qué las brujas me buscarían? —tartamudeé.

—Porque tú eres el camino a su líder. —Lo vi tragar duro, como si estuviera nervioso—. Nuestros padres te ocultaron muchas cosas porque sabían que posiblemente lo verías como algo imposible de creer. —Soltó una risa temblorosa, pasando una mano por la cabeza—. Incluso a mí me pareció una estupidez cuando lo supe. —Puso una mano en mi hombro—. Escúchame muy bien lo que diré, porque no hay tiempo para repeticiones: las mujeres de nuestra familia materna están malditas.

—¿A qué te refieres con “malditas”? —farfullé, quitando su mano de mi hombro de forma brusca—. ¿Estás bromeando, acaso?

—Hace muchos años hubo una bruja que lanzó una maldición hacia las mujeres de su estirpe, ligándolas así a años de sufrimiento —dijo, viendo sobre mi hombro al pasillo sombrío—. Esa maldición hablaba sobre...

—Una que la traería nuevamente a la vida —continué, parpadeando de manera lenta—. Yo… yo he estado soñando con una mujer desde hace muchos años. —Tragué duro, desviando la mirada—. Pensé que todo era un producto de mi imaginación... Pero no entiendo que tiene que ver todo esto de esa maldición conmigo.

—Dioses, Cathanna —dijo, pasando ambas manos por su cabeza, notablemente frustrado—. ¿No lo comprendes, acaso? La última de las descendientes de Verlah, por alguna maldita razón eres tú. Por eso las brujas te quieren viva. Porque solo a través de ti ella puede volver a caminar entre nosotros. ¿Ahora entiendes por qué no pueden encontrarte esas brujas? ¡Eres la estabilidad del imperio!

Mis ojos se abrieron tanto que dolieron. Entonces, de lo que mi abuela, mi madre y ese hombre desconocido hablaban en esa habitación con mucho misterio, se trataba de esa maldición. Empecé a respirar de forma errática. No podía ser cierto. Debía tratarse de una broma. Pero los ojos de Calen me decían que era verdad.

—¿Qué carajos? —Retrocedí unos pasos, bastante asustada. Junté las cejas, intentando mantener una expresión de calma, pero mi rostro me traicionó de inmediato—. ¿Cómo se supone que haré eso? Eso es una locura sin ningún sentido. No es momento para hacer este tipo de bromas. Debemos volver arriba. Por si no recuerdas, tengo que estar al lado de mi bendito prometido. —Le mostré el anillo.

—¿Por qué eres tan terca, carajo?

—¡Porque estás loco!

Calen me tomó del brazo y me arrastró sin tener ningún cuidado. Creo que al tonto de mi hermano se le olvidó que debía tratarme con delicadeza, porque, que yo recuerde; yo no era un trapo desechable. Cuando estaba por protestar, doblamos el pasillo a la izquierda, y al fondo apareció una vieja puerta de madera. Calen la empujó con el hombro y nos encontramos con una habitación polvorienta, de olor horrible, apenas iluminada por unos faroles en las paredes. Me llevé la mano a la nariz para taparla, asqueada.

La puerta se cerró mientras yo recorría el lugar con la mirada, aun con la mano en la nariz. Clavé mis ojos en mi hermano, con la intención de hostigarlo con preguntas, pero en ese instante una figura apareció en el centro de la habitación, haciéndome retroceder de golpe, con el corazón agitado. Ese olor lo reconocí al instante: era el imbécil del cazador que me había secuestrado de los guardias. Bueno, en realidad… también debía admitir que me había salvado de las brujas.

Entrecerré apenas los ojos, sin quitarle la mirada de encima. Se pasó una mano por ese cabello blanco, pero no era un blanco común. No, era un blanco imposible, como si hubiera sido tejido con la luz de la luna llena. Sus ojos azules terriblemente eléctricos, ese cabello ondulado y algo largo, su piel pálida… todo en él gritaba que no era humano como yo. Debía ser uno de esos Trushyanos, seres nacidos de la misma tormenta. Podría decirse que era una variante de humanos. Se decía que eran seres hermosos, pero nunca imaginé que tanto.

—¿Qué hace este hombre aquí? —pregunté.

—Te llevará a un lugar seguro —respondió Calen, con la espalda pegada a la puerta, como si quisiera impedir que alguien entrara—. Donde las brujas no puedan encontrarte.

—¿Sigues bromeando conmigo, Calen? —Me crucé de brazos, soltando un bufido, al tiempo que alejaba mis ojos de ese hombre—. No pienso moverme del castillo. Nadie me asegura que no sea una maldita broma tuya. No es momento para eso, lo sabes muy bien. Además, ¿por qué tiene que ser justo ese hombre? —Lo señalé con un dedo—. El mismo al que llevo sintiendo detrás de mí durante semanas, pegado como un maldito perro. ¿Acaso conspiran todos juntos?

—¡Ya detente, Cathanna, por los dioses! —estalló Calen, sujetándome de los hombros con la poca suavidad que poseía—. Tienes que salir de aquí ya mismo. En minutos, las brujas estarán encima de nosotros como una maldita plaga. —Apuntó la puerta—. No es ninguna broma. No tengo motivos para hacer una mierda como esa en este momento. Tienes que creer en lo que te digo. ¡Dioses santos, mujer!

Apreté los puños hasta que mis uñas se clavaron con fuerza en las palmas de mis manos, pero ni siquiera sentí dolor como lo esperaba. Era como si todo mi cuerpo se hubiera adormecido por la furia que comenzaba a crecer en mi interior. Cuanto más lo asimilaba, más traicionada me sentía. Tantos años y nadie se había tomado el tiempo de decirme lo que sucedía con mi linaje; que era parte de una maldición que me había estado acechando desde antes de que supiera hablar. ¿Por qué me habían dejado crecer en la ignorancia, en lugar de decirme que era la descendiente de algo más grande que yo?

—¿Estás bien? —Calen se atrevió a preguntar tras unos instantes donde el silencio reinó en la habitación—. Cathanna...

—Estoy más que bien. Siempre lo estoy —dije con sarcasmo, sonriendo mientras jugaba con mi collar, como si eso pudiera liberarme de la ansiedad que me estaba robando el aliento—. No es como que me hayan ocultado tantas cosas por toda mi vida y ahora solo me digan que soy la descendiente de una demente bruja que quiere volver a la vida. ¿Por qué carajos no estaría bien? ¡Dioses!

—Mmm, tienes un sarcasmo muy filoso —dijo el cazador, acercándose a mí con pasos firmes, con esos aires de militar que me hacían estremecer, porque sentía que me estaba amenazando—. Como dijo tu hermano: en cualquier momento, las brujas podrían llegar y créeme que, aunque quisiera, no puedo contra todas ellas. Tenemos que salir ya de aquí, si quieres conservar tu valiosa vida.

—¿Ir contigo? —Le dediqué una sonrisa falsa, dejando que mis hombros se relajaran—. ¡Pero claro que sí! Porque nada me inspira más confianza que un completo desconocido con ínfulas de héroe redentor. Qué reconfortante. —Mi boca se apretó en una línea tensa mientras las comisuras parecían querer ceder hacia abajo—. Hazme un gran favor, cazador: resérvate el numerito y desaparece de mi vista. No necesito un guardián… y mucho menos uno con delirios de salvador.

Él entrecerró los párpados.

—Soy Zareth, comandante de los cazadores. No soy un héroe redentor, mucho menos un guardia salvador —señaló, acercándose a mí, obligándome a mirar sus ojos de cerca—. No tenemos tiempo para tus berrinches de niñita caprichosa. —Su voz salió brusca, y yo curvé una ceja, cruzándome de brazos—. Nos vamos ya mismo. Así que deja de hacerte la terca y danos tu ayuda. Nos serviría demasiado, princesa.

Chasqueé la lengua, mirándolo con desagrado ante ese nombre.

—No estoy siendo terc... —Las palabras murieron en mi boca cuando la puerta se abrió de forma brusca, revelando a una mujer hermosa, de ojos rojos, que me hicieron retroceder por instinto.

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play