Liz, una joven de 22 años, quedó embarazada muy pronto y fue expulsada de su casa por sus padres, viéndose obligada a vivir con el padre de su hijo en la comunidad de La Chapa.
Tras el nacimiento de su hijo, empezó a sufrir todo tipo de abusos y humillaciones por parte de su marido.
Hasta que, inesperadamente, será salvada por quien menos imagina y vivirá una historia de amor llena de pasión, altibajos y mucha emoción.
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Capítulo 8
LIZ
Salí del puesto acompañada del Cobra, o mejor dicho, Gael, me senté a su lado en el coche. Un coche de lujo precioso, nunca había estado ni cerca de uno así. A pesar de lo que pasó, me siento agradecida, agradecida por ser salvada, por la valentía de mi hijo.
Me quedé observando mientras conducía en silencio. Tiene el rostro serio, el semblante cerrado, pero no transmite maldad, sino firmeza, confianza.
También observé lo guapo que es, pelo castaño claro, ojos verde claro, cuerpo fuerte lleno de tatuajes. Se giró hacia mí y nuestros ojos se cruzaron. Bajé la cabeza avergonzada.
—¿Adónde vamos?
—A casa de mis padres, tu hijo está allí. Vas a pasar el día con ellos mientras yo resuelvo unas cosas. Mi madre también va a salir con vosotros para comprar ropa para los dos.
—Gael... ¿Por qué estás haciendo esto?
—Sinceramente, ni yo lo sé... Solo sé que tengo que hacerlo.
Llegamos a la puerta de una casa en lo alto del cerro, había dos guardias de seguridad en la puerta. Bajé del coche y fui siguiendo a Gael. Pasamos por el portón y entramos en la casa que era grande, bonita, con varios muebles elegantes que hasta entonces solo había visto en telenovelas.
Pasamos por la puerta y fuimos hacia el fondo de la casa que tenía un jardín y una piscina, al otro lado estaba una señora muy elegante de pelo rubio a la altura del hombro, con joyas y un sombrero sosteniendo una taza de café sentada en una silla. En las piscinas estaba un señor con el rostro muy agradable, también era fuerte a su lado, mi hijo todo feliz con un bañador naranja y sonreía mientras el señor lo lanzaba al agua.
Sonreí observando la escena, me quedé medio paralizada, nunca había visto a mi hijo con una sonrisa tan grande en el rostro.
Contorneamos la piscina hasta llegar a la señora. Cuando nos vio ya abrió una sonrisa agradable y se puso de pie.
Gael le dio un beso en su rostro.
—Madre, ella es Liz, madre de Dedé.
—Mucho gusto, señora, y disculpe por el trabajo.
Estiré la mano para saludar, pero fui sorprendida por un abrazo. Un abrazo de madre.
—No fue ningún trabajo, querida, su hijo es un niño maravilloso. Puedes llamarme Helena.
—Bien que Gael me dijo que usted es linda.
Me puse roja de vergüenza y pude ver la mirada de Gael fulminando a su madre.
—¡MAMÁ, MAMÁ, MAMITA! Dedé me vio salir de la piscina y vino hacia mí todo mojado abrazándome.
—Mamá, estás linda, mamá, ¿no te moriste, mamá? Él ya no te va a pegar, ¿verdad, mamá?
Hablaba todo al mismo tiempo.
—Mi amor, tú eres mi héroe. Dije abrazando y oliendo su cuellito mojado.
—Mamá, el tío Gael te cargó en brazos, quería ser fuerte así, mamá.
—Lo vas a ser, mi amor.
—Mucho gusto, Liz, el señor vino hacia mí extendiéndome la mano. Soy João y realmente mi hijo no mintió.
De nuevo avergonzada.
Helena me sacó de esta situación.
—Liz, voy a buscar mi bolso y vamos al centro comercial, a comprar todo lo que tú y Dedé necesitan.
—Gracias, no es necesario, voy a conseguir un empleo y...
—Es necesario, sí, no seas orgullosa, acepta, solo queremos ayudarte, querida.
Estuve de acuerdo y algunos minutos después estaban saliendo con chofer y seguridad para el centro comercial.
En el camino fui contando toda mi desgracia a Helena y escuchó todo con atención.
—Vas a empezar tu vida de nuevo al lado de tu hijo, y quién sabe, conocer el amor de verdad.
Di una sonrisa débil.
—Hasta tengo miedo, pretendo ahora priorizar a mi hijo y reconstruir mi vida.
—¿Y tus padres?
—Desde el día que conté de mi embarazo nunca más quisieron saber de mí. Los busqué una vez pidiendo ayuda pero mi madre no quiso escucharme... así que mi única familia es mi hijo.
—Lo siento mucho, Liz, estoy segura de que aún serás muy feliz.
Llegamos al centro comercial y Helena no escatimó recursos, compró ropas, zapatos, lencería, productos de higiene, todo, guardarropa completo para mí y para mi hijo.
—Casi no cupo en el coche.
—Doña Helena, no necesita tanto, la señora gastó mucho. Hablé sin gracia.
—Menudeces, mi querida, gracias a Dios mi marido además de maravilloso es rico, así como mi hijo. Entonces puedo darme el lujo de mimar a mi nietecito, ¿verdad, Dedé?
—¿Nietecito? Cuestioné riendo.
—¿No estás sabiendo? Ahora él es mi nieto y nieto de João, dijo riendo abrazando a Dedé.
—Está bien. Sonreí.
—Vamos a casa, mi hijo ya debe haber llegado.
Seguimos camino de vuelta al cerro.