Fui la mujer perfecta
En la oscuridad descubrí el placer, descubrí que mis piernas no eran para cerrar, que mi lengua podía acariciar y herir con el mismo arte.
Aprendí a gemir con rabia y a dominar con las caderas.
Ahora regreso. Con vestidos de seda y piel perfumada, con un cuerpo que aprendí a usar como un arma.
Él cree que vuelvo para cumplir aquella promesa. Cree que aún soy suya.
La mujer perfecta ha muerto. Lo que queda… es una diosa del placer y la venganza.
No viene a buscar amor. Viene a cobrar.
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La cara del hombre
El monitor parpadeaba. Manu miraba la imagen con los ojos entrecerrados, el ceño fruncido. Allí estaba: la cara del tipo que se había llevado a Angeline del pasillo del club.
—¿Y este quién carajo es? —preguntó, señalando la pantalla.
Del otro lado de la videollamada, un tipo con acento del norte suspiró.
—No tenemos nombre confirmado, pero por los rasgos y los movimientos... es probable que sea el mismo que salió del país esa misma noche, en un jet privado.
—¿A dónde viajó?
—No podemos rastrear eso aún. Lo único claro es que no la violó él.
—¿Y cómo carajo lo sabés?
—El informe forense y las cámaras. Él la saca del lugar… pero luego cambia de vehículo y desaparece. Lo más probable es que la haya entregado a alguien más. La zona donde fue encontrada queda a más de cien kilómetros de donde se lo vio por última vez.
—Entonces era solo un hijo de puta intermediario.
—Exacto. Pero ya estamos rastreando las placas del segundo auto.
Manu colgó.
La rabia le hervía en el pecho.
—Hijo de remil puta… —murmuró—. No vas a quedar libre. Te lo juro por Angeline.
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La casa estaba en silencio cuando los padres de Víctor llegaron.
Una visita formal, cargada de culpa, de palabras que sabían a poco.
—No hay consuelo suficiente para lo que ha pasado —dijo la madre, con lágrimas contenidas.
—Esto no debió pasar —agregó el padre, con voz grave—. No podemos hacer más que estar aquí y… y acompañar.
La madre de Angeline los recibió con la dignidad de una mujer rota, pero firme.
—Agradecemos su visita. No buscamos culpables aquí… solo justicia. Y sanar, si es que eso es posible.
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Esa tarde, Víctor apareció con una carta entre las manos.
Pálido. Cansado. Casi irreconocible.
—¿Puedo verla? —preguntó, mirando al padre de Angeline—. Solo… cinco minutos. Si no quiere hablar conmigo, al menos… que reciba esto. Una carta.
El hombre lo observó en silencio. Dudó.
En ese instante, una voz bajó desde la escalera.
—No hace falta.
Angeline estaba de pie, con el rostro pálido y el cuerpo envuelto en un suéter grueso. Su mirada era suave, pero lejana.
—Víctor… no te culpo.
Pero la boda se cancela.
No dijo más. Solo giró sobre sus pasos y subió de nuevo.
Víctor quiso seguirla, movido por impulso.
—¡Angeline, por favor…!
Pero el padre se interpuso.
Levantó una mano, con firmeza.
—No.
Víctor bajó la cabeza.
Sus padres lo tomaron del brazo, sin palabras.
Y se lo llevaron.
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Desde la ventana del segundo piso, Angeline los vio irse.
Sola, con los ojos llenos de un dolor tranquilo, se abrazó las rodillas.
Manu entró en ese momento. No dijo nada.
Se sentó a su lado, en el suelo.
Angeline murmuró:
—No quiero lastimarlo. Pero tampoco puedo seguir fingiendo. Todo lo que era… ya no soy.
Manu le pasó el brazo por los hombros.
—No hace falta que seas la que eras.
Tenés derecho a empezar de cero. Y yo me quedo hasta que encuentres tu forma.
Angeline apoyó la cabeza en su hombro.
El sol comenzaba a caer.
Y aunque el mundo seguía doliendo, por un momento, solo por uno… no dolía tanto.
