En esta historia, se encontrarán con Ángel, una niña que fue abandonada al nacer y creció en una abadía, donde un grupo de religiosas le ofreció amor y cuidado. Sin embargo, a medida que Ángel va creciendo, comienza a sentir un vacío en su interior: el anhelo de tener un padre, como los demás niños que la rodean. A pesar de su deseo, no se atreve a manifestar sus sentimientos por miedo a lastimar a quienes la han criado, y su vida tomará un giro inesperado una noche fatídica.
Una enigmática mujer aparece y le revela a Ángel un oscuro secreto: es una heredera y debe buscar venganza por la muerte de su madre. Así inicia su transformación en la Duquesa Sin Corazón, una niña destinada a cumplir con un legado de venganza que no es suyo. ¿Qué elecciones hará Ángel en su camino? ¿Podrá encontrar su verdadera identidad en medio de la oscuridad que la rodea?
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CAPÍTULO 22. LA PROMETIDA DEL PRÍNCIPE
CAPÍTULO 22. LA PROMETIDA DEL PRÍNCIPE
Narrado por Ángel de Manchester
Después de mi conversación con Clara, mi mañana fue más tranquila, los sirvientes de la mansión, me miraban diferente, me imagino que se adaptan rápido a mi presencia, pero entonces una carta me llego, era de la reina, me invitaba a un baile en el palacio real, desconozco sus razones, pero en el poco tiempo que llevo de conocerla he podido percibir su astucia, algo hay de tras de este repentino baile, ya lo descubriere, pero creo que será bueno si de una vez conozco a mi futuro marido y dejo una par de cosas claras con él.
La noche brillaba con oro y secretos.
Las antorchas parpadeaban en la fachada del gran palacio como luciérnagas en movimiento, mientras las carrozas llegaban una tras otra, llenas de lo mejor y lo peor de la nobleza del reino. Las altas puertas de mármol se abrían con solemnidad, proclamando con voz las identidades, títulos y linajes de cada nuevo asistente. Todos estaban allí con un propósito: observar, susurrar, mostrarse, evaluar.
Yo… estaba presente para señalar el comienzo.
Durante semanas, mi vida fue solo un rumor. Una sombra que transitaba entre salones, una joven con cabello rojo y ojos míticos que vivía aislada en la mansión Manchester. Algunos sabían que una heredera había vuelto. Pocos creían que fuera auténtica. Nadie conocía la verdad.
Hasta que la reina habló en medio del baile.
La sala del trono estaba llena de gente. Las paredes estaban vestidas con terciopelo rojo, los candelabros iluminaban el aire con destellos y la música apenas podía ser escuchada entre los murmullos de los cientos de invitados. Yo esperaba en una antesala cercana, junto a Adelaida. La reina me miró y, como en tantas ocasiones, me ofreció una sonrisa suave, maternal y, sin embargo, firme.
—¿Estás preparada? —inquirió.
Asentí. Mis manos estaban firmes. Me había preparado para este instante. Había llorado lo que necesitaba llorar mucho antes de ponerme la elegante seda negra que caía de mis hombros.
Ella avanzó hacia el centro del salón. El silencio se hizo presente, envolviendo a todos.
—Damas y caballeros del Reino —proclamó con voz clara y fuerte—. Esta noche, la corona se enorgullece de presentar a mi sobrina legítima, heredera del título de Duquesa de Manchester, hija de la inolvidable Ángela y última descendiente de la Casa Valencia… Ángel de Manchester.
El aire se llenó de murmullos atónitos, gritos de sorpresa y miradas desconfiadas. Caminé hacia adelante con paso lento, la cabeza erguida, sin mostrar una sonrisa. No necesitaba aparentar dulzura. La sangre hablaba por mí. Y mi sola presencia, con el reflejo de mi madre en mi expresión, produjo el efecto esperado.
Me observaban atentamente… pero la reina no había terminado.
—Y, además —prosiguió—, tengo el placer de anunciar que, con el consentimiento de ambas familias, Ángel ha sido comprometida en matrimonio con el segundo príncipe del reino, Su Alteza Édouard de Arquemont.
El escándalo fue inmediato. Algunos nobles quedaron paralizados. Las madres que habían ofrecido a sus hijas se murmuraron llenas de rabia. El príncipe más temido del reino, destinado a una desconocida. A una bastarda traída de la nada.
Seguí avanzando, impasible, hasta llegar junto a Adelaida. Ella tomó mi mano con ternura, y juntas enfrentamos al salón como una unión sólida. La música comenzó de nuevo de manera pausada, pero la tensión era palpable en cada rincón.
Entre la gente, lo vi.
Édouard. Estaba de pie, con el uniforme negro del ejército, las medallas adornando su pecho como promesas incumplidas. Su cabello oscuro estaba perfectamente arreglado, y su expresión… impasible. No aplaudía. No sonreía. Sin embargo, sus ojos grises no se apartaron de mí.
Había una lucha silenciosa en su mirada. Evaluación. Respeto. Curiosidad. Y, tal vez, un destello de interés.
Más tarde, cuando el baile había comenzado y los miembros de la corte se lanzaban como moscas hacia el néctar del poder, se acercó a mí.
No solicitó permiso. No se inclinó de manera exagerada.
—Duquesa —dijo de manera sencilla.
—Alteza —contesté, sin hacer una reverencia. Mantuve la vista fija, sin parpadear.
Él me observó lentamente, como un cazador que examina a su presa. La tensión que había entre nosotros no era de enamoramiento. Era política. Estrategia pura. Cada palabra, cada movimiento que siguiera podría marcar el inicio de un conflicto o de una alianza.
—No sabía que me prometían con una mujer capaz de encender una sala sin pronunciar palabras —murmuró.
—No sabía que me prometían a un príncipe que luce más como un general que como un heredero.
—¿Te incomoda?
—Me alivia. Al menos no tratarás de conquistarme con versos.
Édouard soltó una breve risa, aunque sin alegría, pero honesta.
—No tengo tiempo para juegos triviales.
—Yo tampoco para promesas vacías.
—Entonces estamos en la misma página.
Nos sostuvimos la mirada. Nadie más importaba.
—¿Nos sentamos? —sugirió él.
—No. Prefiero caminar. Así puedo observar quién me teme y quién me detesta.
Édouard asintió.
—Una mujer pragmática. Me agradas.
—Aún no he decidido si tú me agradas —le respondí, sin dulzura.
—Entonces… me esforzaré por no caer bien. Así será justo.
Caminamos juntos alrededor del salón, en silencio, observando. Yo buscaba señales. Gestos. Aliados. Enemigos. Y él… a mí.
Así comenzó, no un romance de cuento de hadas, sino una unión forjada en la dificultad y la lucha. Una alianza entre el fuego y el acero.
Y aunque esa noche no se selló con besos ni danzas, todos captaron el mismo mensaje:
La duquesa sin corazón se había apoderado del salón. Y el príncipe de acero no tenía planes de someterla… sino de caminar a su lado.
AQUI LES DEJO A LOS PROTAGONISTAS.