Dayana, una loba nómada, se ve involucrada con un Alfa peligroso. Sin embargo un pequeño bribón hace temblar a la manadas del mundo. Daya desconcertada quiere huir, pero termina en... situaciones interesantes...
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Cap. 19 ¿Qué quieres?
La puerta del despacho de Lycas se abrió con un golpe seco que delataba la furia contenida de quien entraba. Selene irrumpió, pero se detuvo justo dentro del umbral, recordando a tiempo el humor volcánico de su hermano. Hizo varios pucheros, cruzando los brazos con indignación.
Lycas ni siquiera alzó la vista de los documentos que revisaba.
—¿Qué quieres? —preguntó, su voz era un cuchillo afilado por el fastidio.
Selene, animada por su propio enojo, se acercó y se sentó frente al escritorio con determinación.
—¿Cómo es posible que hayas castigado así, tan ferozmente, a Ariadna, y, sin embargo, a esa Omega solo la pusiste a hacer trabajo duro? —estalló, su tono era un reproche agudo.
—¡No te parece que estás siendo demasiado parcial! ¡Incluso la pobre Delta Serafina casi muere en ese combate! ¡Mientras tanto, esa Omega no tiene prácticamente nada! ¡Creo que debería ser un castigo más duro, así como el que le diste a mi hermana! ¡No puedo creer que seas tan parcial!
Lycas continuó leyendo sus papeles, como si las palabras de su hermana fueran el zumbido de una mosca molesta. El desprecio en su silencio era más elocuente que cualquier grito.
Finalmente, después de un minuto que se le hizo eterno a Selene, alzó la vista. No fue un movimiento rápido. Fue lento, deliberado. Y sus ojos… sus ojos no eran humanos. Eran los de un lobo alfa al borde del abismo.
—¿Oh? —preguntó, su voz peligrosamente suave.
—¿Entonces quieres ver llagas en su piel? ¿Quieres ver sangre?
Selene se congeló. Todo su valor artificial se esfumó al instante. El color desapareció de su rostro. Tragó en seco, con un sonido audible de pánico. Se puso de pie de un salto, retrocediendo discretamente hacia la puerta.
—N-no… solo quería decirte que… creo que no eres justo —balbuceó, ya sin ninguna convicción.
Lycas no respondió. Solo la miró. Fue suficiente. Selene giró sobre sus talones y salió corriendo de la oficina como si llevara al diablo en los talones.
Cuando la puerta se cerró, Lycas emitió una risa fría, un sonido raro y siniestro que resonó en la habitación vacía. Sí, había estado yendo a ver cómo le iba a Dayana. La había observado barrer el patio central con una expresión que podría derretir hierro, haciendo pucheros a cada rato, majaderamente adorable en su indignación absoluta. Cada queja silenciosa, cada mirada de fastidio que lanzaba a la escoba, lo entretenía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Pero las palabras de Selene, aunque estúpidas, habían plantado una semilla retorcida en su mente. “Quieren que tenga marcas, ¿eh?”, pensó, un plan formándose en su cabeza con una precisión cruel. “Se las daré.”
Se levantó de su sillón, una idea perfecta y humillante tomando forma. El último castigo de Dayana. No sería público. No sería sangriento. Sería íntimo, personal y profundamente vergonzoso para una loba de su orgullo.
Unas buenas nalgadas.
La imagen se materializó en su mente: ella sobre sus rodillas, forcejeando, esa actitud arrogante quebrando bajo una vergüenza primal y corporal. Esas nalgas perfectas y redondas enrojeciéndose bajo su mano, doliéndole por lo menos tres horas, sin importar lo fuerte que fuera su maldita capacidad de curación. Sería un recordatorio físico, punzante y constante, de quién mandaba. Un castigo que no quebrantaría su cuerpo, sino su orgullo.
Estaba decidido. Y esta noche, después de que terminara su “trabajo duro”, la Omega Dayana aprendería una nueva lección sobre las consecuencias de desafiar a su Alfa.
*_*
La luz del atardecer teñía el despacho de Lycas de tonos anaranjados y largas sombras. Octavia se sentó con elegancia frente a su hijo, alisando los pliegues impecables de su falda con una calma que era, en sí misma, una interrogación.
—Bien —comenzó, su voz serena pero cargada de intención
—Ahora quiero que me expliques lo que está pasando con Dayana.
Lycas levantó una ceja, reclinándose en su sillón. La miró con una expresión que dejaba claro que conocía el verdadero propósito de su visita.
—No sé. Tú dime qué es lo que pasa con ella. Parece que ya lo sabes —respondió, su tono era llano, desafiante.
Octavia no se inmutó. Asintió lentamente, una sonrisa astuta y graciosa jugueteando en sus labios.
—Mira, la primera cosa que quiero decirte es que no me desagrada. Pero también me inquieta. —Hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado.
—Es hermosísima, no te lo voy a negar. Nunca había visto una Omega tan… devastadoramente hermosa como esa. Su simple presencia altera el aire.
Se puso de pie, comenzando a pasearse lentamente frente al escritorio, su mirada perdida en algún punto del pasado o de leyendas antiguas.
—Pero también tengo un gran problema, Lycas. Esa loba no es común. Algo pasa con ella. Parece una Omega y huele como una Omega, aparte de que es una nómada y no se rinde a las normas de la manada… —Se detuvo y lo miró fijamente.
—Pero muy aparte de eso, Lycas, ella parece ser una Omega que es… más que una Omega. He oído historias. Leyendas. Sobre omegas que no son lo que parecen. Que simplemente tienen otro tipo de fluctuación interna. No es magia… simplemente vienen como con un exceso de poder lobuno, un depósito de esencia pura que se manifiesta de formas… inusuales —su voz se volvió grave.
—Solo quiero que tengas cuidado. No vayas a comprometer nada que tenga que ver con la manada por… por una fascinación.
Lycas la miró fijamente, absorbiendo cada palabra. Luego, se irguió en su asiento. Su voz, cuando habló, fue clara, fuerte y llena de una convicción absoluta que hizo que hasta Octavia parpadeara.
—Madre, escúchame. Te voy a dejar en claro una cosa: Dayana es mi pareja predestinada. Así lo decidió la Diosa Luna el día del Eclipse. Por algo la trajo a mí. Y ahora, con este niño de por medio, tiene más sentido aún —declaró, cada palabra, una losa de granito.
—No la voy a apartar solo por suposiciones. Tiene que haber algo definitivo para que yo la saque de la manada. Mientras tanto, va a seguir siendo la madre de Óscar. Y la Luna de esta manada.
Hizo una pausa, midiendo la reacción de su madre, que permanecía impasible pero profundamente atenta.
—Vamos a esperar un plazo de seis meses. Entonces, si en estos seis meses nada interfiere, será el momento para que yo la declare oficialmente la Luna de la manada. Espero que aceptes mi decisión.
pienso que de poder rechazarlo lo puede hacer ,pero temo por la vida de su loba Akira y por la misma Dayanna porque tal vez no resista al rechazo pero siento que si ella es una loba de rango superior puede resistir cualquier cosa de parte de Lycas....