NovelToon NovelToon
Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:435
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8

A la mañana siguiente, él se despertó primero que ella. En un movimiento insensato, no se controló y descubrió su cuerpo de las sábanas. Sus ojos recorrieron desde sus hombros hasta sus piernas, tal cual un pirata celebra cuando encuentra su tesoro.

Los rayos de la aurora la acariciaron y sintió celos de ellos. Una piel suave, aterciopelada. Delineada por algunas manchitas del sol. No se atrevió a tocarla. Se veía muy feliz dormida. No era tan malo como para estropear el sueño dónde seguro estaba él.

Sintió la vibración de su celular en la mesita. Un mensaje.

Se puso de pie y caminó a la ventana. Desbloqueó el celular y, al mismo tiempo de colocar su huella digital, una llamada entró y contestó por error. Torció la nariz cuando vio quién era y escuchó el mal genio de su hablar.

— ¿Carl, crees que soy idiota? ¿Con qué puta estás? ¡Llevas tres días sin venir a verme!

— Bárbara, cálmate. —le dijo en tonos serios y echó un vistazo a Abby, seguía dormida— Estoy resolviendo mis asuntos. Iré cuando pueda.

— Eres un imbécil. ¡Ven a mi casa hoy mismo o verás quien te va a dar el delicioso en la cárcel!

— Mira...

Vio que Abby se removió y se fue para la cocina, cerrando la puerta corrediza.

— No sigas molestando ni haciendo amenazas. No estás en posición de hacerlo.

— Tú me necesitas.

Vio su reflejo en el cristal del microondas.

— Perras como tú hay en todos lados. Te comportas. Estoy trabajando.

— Carl... —su tono de voz cambió a uno sedado, como si nada pasara— ...Solo ven y dame lo mío.

Y la llamada se cortó. Al volver, no la vio, solo escuchó el grifo del baño abrirse. ¿Habrá escuchado algo? No lo creía. Recordando la primera vez que estuvieron, ella hizo lo mismo. Corrió al baño como si estuviera huyendo de un crimen.

Se extrañó. ¿Qué ocultaba que él no había visto? Justo esa noche le permitió bajar y hacerla irse con su propia lengua. Lo pensó bien, le dio vueltas al puzzle hasta que concluyó que podía ser una reacción de vergüenza luego de lo que le pasó con su hermano. Le gustaba hacerlo con la luz apagada, eso sí.

La esperó mientras tomaba agua, apoyado en la meseta marmoleada. Ella no le contaría nada aun si se lo preguntaba solo para confirmar.

Abby salió en ropa interior, cubriendo sus pechos con sus cabellos. ¿Pensaría que con eso lo evitaría?

Él se acercó, ansioso y diligente. La nalgueó y tomó por sorpresa cuando ella se agachó a recoger su vestido. Gimoteó, cosa que a él lo provocó más, la levantó y pegó contra su pecho, besando su cuello.

Podía parecer violento halarla por los cabellos y hacer fuerza en su vientre, pero a ella le gustaba. Lo disfrutaba ya que en vez de alejarse, colaboraba a la cercanía de sus partes. Hacerla sentir deseada era su punto fuerte.

— No vas a trabajar hoy.

Mordió su oreja y ella volteó, risueña. Logró mantener el equilibrio, apoyada en los hombros de Carl.

— Claro que sí iré.

Su respuesta fue recibida con un apretón de nalgas, haciéndola saltar de talones en su lugar.

— Mmm no.

— Debo trabajar.

— No. —negó con la cabeza y la llevó a la calma. Se estaba poniendo erecto— No lo necesitas si estás conmigo.

Ella se vio en el espejo del techo. El color de sus pieles hacía buen contraste.

— No eres muy amigo de mi jefe, que digamos.

Él la tomó por las mejillas con una sola mano, rozando sus labios al hablar.

— Vuelves a decir que es TÚ jefe y te azoto.

A ella le divirtió y esquivó su cuerpo, dejándolo caer en la cama. Logró llegar a su vestido y su bolsa. Tenía el uniforme del día anterior. No era bien visto, pero si lo perfumeaba nadie se daría cuenta.

— ¿Crees que vives en una película?

— ¿Por qué? —se apoyó en sus antebrazos. Ella estaba de espaldas a él.

— Robas y ganas dinero para vivir dos meses fácil.

— Arriesgo mi vida en cada robo "fácil" que dices.

— Fue un-...

Ella le ojeó y él aprovechó para mover su cintura y hacer bailar su miembro en círculos. Para ella fue una obra de teatro, algo bien planificado y mantenido. Sus pupilas dieron vueltas con él, dejando sequía en sus labios.

Pestañeó, cerrando el telón y miró al baño. El suelo, cualquier cosa tenía que ser más interesante que lo que acababa de ver.

— Una... —relamió sus labios, intentando recordar lo que estaba diciendo—. Fue una expresión. No quise decir que fuera así de grande.. ¡fácil! Que fuera tan fácil. —cerró sus ojos con fuerza, no quería sonreír y darle el gusto de ponerla colorada—. Yo sí debo trabajar para sustentarme.

Él se mantuvo en su posición. Estaba logrando su propósito.

— ¿Tienes hijos?

Ella recogió su bolsa, mirando solo los ojos de él. "Sus ojos, Abby, enfócate en sus ojos", se repitió.

— No.

— ¿Marido?

— No. —se cruzó de brazos— ¿Debo hacerte las mismas preguntas?

— No tengo ninguno de los dos.

— Que bien. Detesto las amantes y más convertirme en una.

— ¿Entonces por qué no te dejas llevar si ninguno de los dos tenemos compromisos?

Ella no respondió. Se fue directo al baño en tanto mordía su labio inferior. Era cierto, ninguno de los dos tenía impedimentos para estar juntos de... esa forma que le resultaba extraña, pero le gustaba.

Además, si lo miraba estaba segura de que sus ojos bajarían a sus caderas y aquel fenómeno que le hizo de la noche la octava maravilla del mundo. Estaba exhausta, no daría más por unas horas.

Él quiso alcanzarla, pero se encontró con una puerta cerrada desde dentro.

— ¡Ooh, vamos!

Las risas cantarinas de ella destacaron sobre el chorro de agua de la bañera.

— No esta vez, chico listo.

— Te salvas que aquí no hay dos puertas.

La diversión le hizo menear la cabeza de un lado a otro. Le encantaba el suspenso que le mantenía la castaña.

...***...

Al salir del baño, se lo encontró tirado en la cama. Veía su celular con aburrimiento, videos en instagram de noticias del mundo y ciberataques.

La vio de soslayo, sin despegar el dedo de la pantalla para deslizar otro reel.

— Lo de no ir a trabajar era en serio.

— No lo creo.

Se soltó los cabellos del pellizco en el centro de su cabeza y una melena ondulada y brillosa captó la atención del mulato acostado en la cama.

Cayeron sobre su espalda y hombros como plumas sopladas por vientos de primavera. Supo que el olor a vainilla era de sus hebras. Ella no lo notó, no quería verle a los ojos o la idea de tener una relación seria se le cruzaría por la mente. Una vez más, no quería ilusionarse si ya él había sido claro con ella.

Quiso abrir la puerta, sin despedirse o decir más palabras; pero el cierre se lo impidió. No le quedó de otra que mirarlo. Seguía sin ropa.

— ¿Puedes abrirla, por favor?

Él dirigió sus ojos a la pantalla en un gesto desinteresado.

— ¿Qué gano con eso?

Ella se le acercó, tirando su celular a un lado. Él se quedó con la mano en posición y la miró, ¿lo estaba desafiando?

— Abre la puerta, Carl. —cogió su bolso con ambas manos, no parecía tenerle miedo—. Por favor.

Sus ojos lo tenían tan a su poder que no se pudo negar y se levantó. Abrió, pero se interpuso en el camino.

— ¿Carl?

Le levantó las cejas a modo de señal. Tenía que irse o llegaría tarde y Loera no aceptaba empleados incompetentes. Él, por otro lado, estiró sus brazos hasta caer en los hombros de ella y bajarla a la altura de su entrepierna. Ella se arrodilló sin pensarlo, si tan siquiera chistar.

— Primero esto.

— ¿Es en serio?

Su mirada de incredulidad le causó gracia al moreno, quién llevó sus brazos en jarra y aparentó hacerse el interesante.

— Es mi condición.

...***...

En la tarde, luego de despedir a su hermano en el aeropuerto. Sentir alivio al verlos fuera de las garras de Loera fue poco para el cargamento que tiraron de sus hombros. Con ellos seguros en su Estado, podía derrotar a Loera.

Volvió a su suite principal. La noche estaba cayendo y el horario laboral de Abby estaba a punto de culminar.

La llamada de Bárbara se mostró en pantalla y colgó. No tenía ánimos para sobrellevarla. En su lugar, marcó el número de Abby. No se contuvo. A los tres tonos contestó.

— ¿Sí?

— ¿Nos vemos hoy?

Ella se cuestionó como consiguió su número, pero no le dio tanta importancia luego de ver a su subjefe pasar cerca. Si la pillaban con el celular en manos no la dejarían trabajar en la noche y ganar dinero extra.

— No. —contestó y bajó la cabeza, escondiendo su celular entre la mejilla y su hombro— Estoy ocupada hasta bien tarde.

— ¿En qué? —se sentó en la cama, viendo la hora.

— En mis cosas, Carl. Nos vemos luego.

— Adiós, chic-...

Ella colgó. ¿Lo había dejado con la palabra en la boca? Ya se las cobraría.

De todos modos, si no se verían, planeaba aceptar la propuesta de Sweet y robar en un banco cerca de la casa de Bárbara. Pensándolo bien, calmarla le ayudaría a que no levanten cargos o abran una investigación. Ella tenía sus influencias.

...***...

— Has flaqueado, CJ.

— El estrés de tus gritos.

La sequedad en sus palabras le cortaron el rollo a ella. Ni la neblina de aquel pueblo en medio del campo la había golpeado tan fuerte.

— CJ, más te vale tratarme con respeto.

— No tengo porqué respetar a las perras.

Ella miró el auto a sus espaldas. Alcanzó a ver unos billetes bajo el brillo de la luna. Con suerte, esa noche se vistió de escote provocativo y licras cortas, ajustadas a sus curvas. A él le gustaba ver cuerpo, no se le podría negar; o al menos eso pensó ella.

— ¿Dices que soy una perra? —se le tiró encima, rodeandolo con sus brazos. Él retrocedió, mas no logró escaparse— ¿Por qué no me haces tu perra? Llévame, Carl...

Buscó sus labios, pero él apartó su rostro. El olor a sudor jamás se le hizo tan detestable como esa noche. Pilló a un hombre de barriga ancha, camisa de cuadros y botas vaqueras; escondido tras las paredes contaminadas de polilla.

Él sería su escape.

— Este es tu lugar.

Moderó su voz. Ella miró a los lados y no tanteó en meterle mano a sus pantalones. Él se sobresaltó y dio un paso atrás.

— No, Bárbara. Tengo otras cosas que hacer.

— ¿Ya no me quieres, bombón?

Él no contestó. Se llevó las manos a los bolsillos, caminando a la puerta del piloto.

— ¿Quién es la puta? —le siguió y golpeó sus hombros sin inmutarlo.

— No hay nadie más. Estoy cansado y tus peleas todo el tiempo quitan los deseos.

Las carcajadas de ella le subieron dos niveles de estrés.

— La reconciliación es la mejor parte, bebé.

Lo abrazó por detrás, jugando con sus pectorales. Ese gesto le trajo a Abby a la mente. Cuando terminaron su última ronda, ella se dedicó a jugar con su cuerpo como peluche para dormir.

Bárbara lo volteó y fue a besar cuándo él la apartó. Ella no se lo tomó de la mejor forma y lo empujó, haciéndolo perder el equilibrio y caer contra el auto.

— ¡Idiota! —bramó sin importar despertar a sus pocos vecinos—. ¡Eres un puto desgraciado, Carl!

Se alejó en pavoneo, furiosa, pero sin perder el movimiento depravado de sus caderas. Tenía que tentarlo de alguna forma. Tener su billete la sacaría de ese pueblo asqueroso.

— ¡Ah! —dio una vuelta en su eje, dejando una de sus manos en sus caderas y la otra para señalarlo—. ¡Si quieres volver a verme y mi ayuda, tendrás que esforzarte más!

— ¡Mientras tanto no me llames al no ser que te estés muriendo! —respondió él, subiéndose al auto.

— ¡Imbécil!

Ella entró a la casa y él se acercó al hombre escondido en la oscuridad. Lo llamó con las manos y él se acercó a su ventanilla. Le dejó caer varios fajos de billetes en su camisa sucia y lo miró a los ojos.

— Entretenla por un tiempo. ¿Quieres?

— Señor... esto es mucho dinero. —lo agarró sin dudar, quitándose el sombrero de paja— Gracias. No lo molestará más.

Carl se colocó las gafas, confiado en que no le fallaría esa ficha.

De regreso a la ciudad, un bloque de limosinas le llamó la atención. Apagó las luces y desaceleró, viendo con unos binoculares viejos las entradas de Loera.

Se aparcó dejando cierta distancia de la reunión en medio del desierto. Arrugó el pasamontañas en su bolsillo trasero. Colocó el silenciador a su arma y, con ella por delante, flexionado de rodillas, se desplazó como culebra entre los arbustos.

Quizás esa era la oportunidad de acabar con el hombre que le quitó todo.

Los hombres que vigilaban de espaldas, hablaban en otro idioma. No entendió nada de lo que dijeron hasta que otro se acercó.

— Oigan, ¿aquí hay flores de desierto? —preguntó.

— No. —contestó uno con acento raro— Insectos bravos, sí.

Carl perdió el equilibrio y pisó en falso. Tronó una ramita y ellos se alertaron. CJ se rodó sigilosamente hacia los lados. Se metió entre arbustos con espinas y no tuvo otra opción que apretar sus dientes y tragarse el dolor de todas las que se clavaron en su espalda y brazos.

Mordió su lengua en rabia, reteniendo la respiración.

— Que raro... —escuchó decir, sin poder verlos entre la oscuridad—. Creí haber escuchado algo.

— Vamos. No nos alejemos mucho.

Y caminaron más cerca de las limosinas, dando un recorrido por el otro lado.

CJ se levantó con el dolor trasformado en furia corriendo por sus venas. Les apuntó sin pensarlo y cada uno cayó con un tiro en el medio de la cabeza.

Ninguno de los viejos cuchicheando con sus tabacos notó la caída de los tres. Los arrastró hasta dejarlos cubiertos por arbustos.

Todavía estaba lejos de la reunión, no podía escuchar; pero sí atinarle a las gomas traseras de cada limosina.

Los guardias que estaban cerca notaron el aire escapándose y los tomó por la cuerda floja. Con un tiro en el hombro y otro en el pecho, los hizo caer a cada uno.

Aprovechó el estado de alerta y salió disparando a los jefes principales. Lastima que los ladrones se cubren entre sí y uno de sus viejos lamebotas se le atravesó y se llevó el tiro de Loera. Este salió corriendo, subieron a la limosina ponchada y la esforzaron a tope hasta salir a la carretera e ir rompiendo la llanta.

Carl corrió detrás de él y el otro que logró escaparse, pero se cambiaron de auto con la velocidad precisa como para hacerle perder el blanco.

Uno de sus hombres apareció, no supo de donde salió, pero se los llevó en un auto que pasaría desapercibido de lujos y vanidades.

Les disparó un localizador, no muy seguro de haberlo pinchado bien. Corrió a su auto con la esperanza de alcanzarlos si pisaba a tope. Cruzó el puente, se adentró a la avenida principal. Ningún auto se le parecía a lo lejos. Asumió que tomaron el atajo del pueblo.

Tenía calles sin salida, pero tomaría el riesgo con las luces apagadas y la confianza de que su GPS se activaría antes de perder la distancia establecida.

La pantalla del celular se encendió, agarrando cobertura y marcando dónde estaba el auto. Pocos minutos le bastaron para encontrar el auto aparcado fuera de una casa de fachada pobre y una banderita de China.

Saltó los muros, cayendo en otros arbustos. Al menos, estos eran de flores sin espinas.

Se asomó entre la oscuridad. La ventana de la cocina le dejó ver a una mujer y dos niños. El niño mayor cargó al pequeño y lo hizo volar en sus brazos. Le recordó a su hermano Brian. Él solía hacer eso con él. Uno de sus pocos recuerdos, de los que mantenía intactos todos los días de su jodida vida.

Entonces, el chino gordo entró al juego y se arrodilló al lado de ellos. Carl bajó los hombros, suspirando. Aun dolían las espinas, pero no los atacaría en ese momento. No con unos niños enfrente por más que deseaba ver correr sangre en sus manos.

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play