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Welcome To The Imgard

Welcome To The Imgard

Status: En proceso
Genre:Romance / Venganza / Intrigante / Época / Traiciones y engaños / Sherlock
Popularitas:475
Nilai: 5
nombre de autor: Nijuri02

En el elegante y exclusivo Imperial Garden (Imgard), un enclave de lujo en el Londres de 1920, la vida de las doce familias más ricas de la ciudad transcurre entre jardines impecables y mansiones deslumbrantes. Pero la perfección es solo una fachada.

Cuando un asesinato repentino sacude la tranquilidad de este paraíso privado, Hemmet, un joven detective de 25 años, regresa al lugar que dejó atrás, escondido tras una identidad falsa.
Con su agudeza para leer el lenguaje corporal y una intuición inquebrantable, Hemmet se sumerge en el hermético círculo social de Imgard. Mientras investiga, la elegancia y los secretos del barrio lo obligan a enfrentarse a su propio pasado.

En Imgard, nada es lo que parece. Y cada elegante sonrisa esconde un misterio.

NovelToon tiene autorización de Nijuri02 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo Ocho: Depresión.

"El miedo a la muerte se desvanece al enfrentarla. El verdadero terror está en la vida; es un enigma mucho más cruel."

Atte: Papá.

Quizás Hemmet sabía que mentía. Quizás la advertencia de Vanessa era solo una coartada, o sus palabras buscaban desesperar al detective, mostrando sus debilidades. Quizás, lo que alcanzó a vislumbrar esa noche bajo el maquillaje de la tierna y dulce joven, era algo más que una simple máscara.

Hemmet abrió la puerta de un golpe seco, irrumpiendo en la sala. Allí encontró a Sebastian y a Mireia, tranquilos, leyendo. La escena lo confundió de inmediato. Le dolía la cabeza, le daba vueltas el estómago, sentía náuseas; era la sensación que lo invadía cuando se equivocaba de forma tan rotunda, o cuando alguien, simplemente, jugaba con él, con su orgullo.

—¿Qué sucede, Johan? —preguntó Mireia, poniéndose de pie con un libro blanco en su mano.

El detective no contestó. Sus ojos recorrieron cada rincón de la habitación con intensidad. Sebastian, imperturbable, estaba sentado en un sofá blanco con líneas doradas. A Hemmet le causaba náuseas que toda la casa estuviera decorada con los mismos colores repetitivos.

—Está agitado, detective —señaló Sebastian, agitando una copa de vino, se mostraba indiferente.

—Ella… me dijo que…

—¿Quién? ¿Vanessa? —preguntó Mireia, su mirada era de preocupación, pero Hemmet también percibió una pizca de lástima en sus ojos, una lástima por él.

Aún parado en el umbral, con la puerta entreabierta en su mano e inclinado hacia adelante, Hemmet comenzó a urgar en su mente, en sus recuerdos, como si buscara una aguja en un pajar.

Su mirada mostraba un vacío oscuro y casi tenebroso, la señal de que estaba forzando los límites de su intelecto.

—Me estás asustando —dijo Mireia, acercándose a él con cautela.

Hemmet susurraba unas palabras incomprensibles, sus labios moviéndose sin sonido. En ese instante, las palabras de su padre pasaron por su cabeza: «Mantén las emociones apagadas».

Cerró los ojos con fuerza, como si se sobreexigiera, luchando contra la tormenta interna que lo azotaba.

Mireia se agachó y puso sus manos suavemente en su rostro, un gesto de consuelo. Como si fuera un niño, se acercó a él, a solo diez centímetros de distancia entre sus ojos. Hemmet los abrió, y su mirada se encontró con la de ella, anclándose.

—Depresión —susurró Johan, la palabra apenas audible. Se volteó hacia Sebastian, apartó cuidadosamente a Mireia con un movimiento sutil y caminó con paso apurado hacia el joven.

—Tu hermana. Ella… sufre de depresión.

—Puede ser, hace unas semanas está extraña. Bueno, siempre fue rara —el joven tomó un sorbo de vino, con una indiferencia que a Johan no le pasó desapercibida.

—¡Mireia, tenemos que apurarnos! —exclamó Hemmet, su voz ahora cargada de una urgencia fría y controlada.

—¿Eh? ¿Qué sucede? —el corazón de la joven estaba por estallar ante el repentino cambio de ritmo.

Ambos corrieron por los pasillos. Mireia, aunque confundida, seguía a Hemmet con instinto. Él, por su parte, sentía la vergüenza quemándole la piel. ¿Cómo no me di cuenta antes? Soy un estúpido, pensó, la autocrítica más brutal que se permitía.

Llegaron a la habitación de Vanessa. Abrieron la puerta con un puertazo y allí estaba la chica.

Su vestido blanco y dorado, junto con su cabello rubio suelto, se sacudía al unísono con el viento frío de aquella noche que entraba por el balcón. La luna llena, al frente de ella, dejaba un paisaje hermoso pero con intenciones terribles.

Ambos se dieron cuenta al instante.

Vanessa estaba al borde de aquel balcón, lista, dispuesta, y convencida de que era su única salida. Las lágrimas en sus ojos brillaban por la luz de la luna, como diminutos cristales.

—Vanessa. ¿Qué estás…? —Mireia no podía hablar, sentía que sus cuerdas vocales habían desaparecido.

Quiso caminar y acercarse a su amiga, pero Hemmet la tomó de la cintura con firmeza, negándole el paso. Ella, sorprendentemente, comprendió: era demasiado peligroso en ese momento.

—Escucha —el detective susurró a Mireia con voz tensa, sin apartar la vista de Vanessa. —Intenta convencerla, yo debo irme.

La chica aceptó sin comprender del todo, pero estaba acostumbrada a los misterios del detective, a sus decisiones rápidas. Sabía que, por alguna razón, no debía conocer los detalles de lo que él haría.

—¡Vanessa, ven aquí por favor! —exclamó Mireia, su voz quebrada por el miedo y sus ojos vidriosos.

—¡Tú sabes que lo amaba! ¡Sabes mejor que nadie que siempre quise estar con él! —La voz de Vanessa, cargada de un dolor antiguo, asustaba a Mireia desde el umbral.

—Hay otras formas…

—¡¿Cuál?! —interrumpió Vanessa, su voz un grito desesperado.

—¡No queda nada para mí! ¡Yo solo quería estar con él, vivir con él, tener hijos con él! ¿Por qué debía estar fingiendo toda mi vida que soy feliz? ¡Tú me deberías entender!

—La muerte nunca es una opción —Mireia comenzó a caminar lentamente, un paso incierto tras otro. Ya no lloraba, pero cada palabra que salía de su boca estaba acompañada de una carga emocional potente. Su corazón quería salir de su pecho, su cabeza quería estallar, su cuerpo quería correr y abrazar a su amiga.

—Yo siempre te quise —continuó Mireia, tendiéndole la mano, aunque estaba a varios metros de ella. Quería demostrarle el camino de vuelta, la esperanza. —Lo siento por dejarte sola cuando lo necesitabas. Debía estar contigo, debía consolarte, debía acompañarte. Por favor, no me hagas esto, no te hagas esto. Aún queda mucho por vivir. Juntas.

Las lágrimas de Vanessa caían en cascada por su rostro. Todo el maquillaje que antes tenía se había mezclado, formando una mezcla oscura en sus ojos y mejillas, un rastro patético de su dolor.

—¿Prometes que Johan… podrá con esto?

—Te aseguro —respondió Mireia, con una mirada intensa y profunda. —que el detective nos ayudará.

Vanessa observó por última vez a Mireia. Sus ojos, llenos de un dolor antiguo y una decisión terrible, se conectaron. Luego, con un último aliento, se dio la vuelta para subir de nuevo por el barandal del balcón. Sus pies pisaban de puntas aquel pequeño espacio que tenía entre las rejas y los casi veinte metros de caída al patio delantero de la mansión.

"Así es, ven conmigo. Lo logré, Johan, yo…" pensaba Mireia con una sonrisa que apenas comenzaba a formarse en sus labios. para luego, ser interrumpido.

Un resbalón.

Rápido.

Tosco.

Vanessa, cayó del balcón.

—¡VANESSA!

La silueta de Vanessa había desaparecido para Mireia. Corrió hacia adelante en vano, el grito ahogado en su garganta. Un accidente, un imprevisto brutal que la dejó sin aliento.

Ella descendía con las manos hacia adelante. Podía ver las gotas de sus propias lágrimas flotando sobre ella, como si el tiempo se hubiera congelado en una cámara lenta agónica. Cerró sus ojos. Sonrió, en una paz extraña y resignada. Vio su vida pasar delante de ella. Allí, vio a Mireia de niña junto a ella. Se vio de la mano con aquel muchacho de cabello oscuro, alto y de gran sonrisa.

«Al final... Podré verte otra vez», fueron las palabras que pronunció en un suspiro, como una oración.

Y el ruido de aquella caída hizo eco. Un eco ensordecedor que resonó en toda la mansión.

Sentía paz. Tranquilidad. Como si todo su cuerpo hubiera sido masajeado por manos expertas, una liberación de todo el dolor acumulado. Abrió sus ojos, sintiendo que ya se había encontrado con la muerte, con su destino, con lo que ella había elegido.

Allí estaba él. Sosteniéndola en sus fuertes brazos. Mirándola desesperadamente, pero sentía felicidad también. Felicidad porque la vida le había dado una segunda oportunidad.

—Parece que deben reparar ese balcón —dijo Hemmet con una sonrisa ladeada, su voz calmada a pesar de la tensión.

—¿Señor Fareyn? —preguntó Vanessa, la voz apenas un hilo.

—Me alegra haber llegado a tiempo.

Un momento de silencio entre ambos, roto solo por el susurro del viento y los sollozos temblorosos de Vanessa. Ella rompió en llanto nuevamente, esta vez lágrimas de puro alivio y liberación. Al final, el miedo a la muerte es algo de lo que nadie puede escapar, ni siquiera cuando se le busca.

—Desde que la vi —Johan Hemmet comenzó a hablar, su tono grave pero firme, su mirada fija en ella. —Sentía que había algo detrás de ti. Algo que ni Mireia me había contado. Así que solo le haré una pregunta. ¿El hombre al que amaste, cómo se llamaba?

Vanessa secó sus lágrimas infinitas una vez más con un gesto tembloroso. Miró a los ojos a su salvador, lista para dar aquel nombre que había guardado con tanto dolor, el nombre que lo explicaría todo...

—Brandon Bullock.

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Thaurusi
buen ritmo. siento que ba a pasar algo grande. quiero masss
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