Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
NovelToon tiene autorización de Orne Murino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 19: Sombra y Fuego
El Maserati atravesó la reja de la mansión y se detuvo con suavidad frente a la entrada principal. Dakota bajó primero, sus botas resonando sobre el pavimento como una declaración de guerra. Aún sentía el eco de la reunión, las miradas de los hombres de Brendan intentando medirla, subestimarla… y cómo había logrado cerrarles la boca uno por uno.
—¿Estás orgulloso de mí, Thompson? —preguntó mientras él cerraba la puerta del auto.
Brendan se acercó, apoyando una mano en su cintura.
—No suelo estar orgulloso de nadie, Adams. Pero lo que hiciste hoy… —la miró con esos ojos verdes cargados de fuego— fue brillante.
Dakota sonrió, disfrutando del reconocimiento.
—Te dije que no soy una muñeca de porcelana.
—Definitivamente no lo sos —dijo él, y su voz grave la recorrió como un roce físico—. Y eso me vuelve loco.
Dentro de la mansión, Brendan abrió una botella de vino tinto mientras ella se acomodaba en el sofá, cruzando las piernas con una naturalidad que lo desconcentraba. La luz cálida del salón realzaba cada tatuaje de su piel, cada gesto rebelde que lo enloquecía.
—Brindemos —dijo él, entregándole una copa—. Por tu primera victoria en mi mundo.
Dakota chocó su copa con la de él, manteniendo el contacto visual.
—¿Y por qué más?
Brendan se inclinó hacia ella, tan cerca que su respiración se mezcló con la de ella.
—Por el hecho de que me estás sacando del maldito control que creía tener.
Sus palabras la hicieron sonreír con malicia.
—¿Eso es algo malo, jefe?
—Es… peligroso —respondió él, dejando la copa sobre la mesa.
El silencio se volvió eléctrico. Brendan la observaba como si fuera un desafío que deseaba ganar y temía perder al mismo tiempo. Dakota, con esa mirada celeste y desinhibida, se inclinó hacia él, dejando que la tensión se estirara hasta el límite.
—Entonces aprendé a jugar conmigo, Thompson —susurró ella, apenas rozando sus labios con los suyos.
Fue la chispa que encendió todo. Brendan la tomó por la nuca y la besó con una intensidad salvaje, como si quisiera devorarla. Ella respondió con la misma pasión, tirando de su camisa, sintiendo sus músculos tensarse bajo sus manos.
La copa de vino se volcó, olvidada, mientras él la recostaba en el sofá, atrapándola entre su cuerpo y el cuero suave del asiento. Sus labios recorrieron su cuello, bajando lentamente mientras ella soltaba un jadeo ahogado.
—Decime que me querés —murmuró él contra su piel.
—No pienso darte esa satisfacción… —replicó ella, provocándolo.
Brendan sonrió con los labios rozando su clavícula.
—Entonces voy a tener que arrancártelo.
El deseo crecía como una tormenta, pero justo cuando parecía que todo iba a estallar otra vez, Brendan se detuvo. La miró a los ojos, respirando agitado, como si estuviera a punto de perder el control por completo.
—Si seguimos, no voy a poder parar —advirtió.
—¿Y quién te dijo que quiero que pares? —respondió ella con una sonrisa peligrosa.
Brendan se levantó, apartándose con esfuerzo, y pasó una mano por su cabello oscuro.
—No… todavía no. No quiero que esto sea algo que perdamos en medio del fuego.
Dakota lo miró, sorprendida por su autocontrol, pero algo dentro de ella se encendió aún más.
—Algún día, Thompson, vas a dejar de resistirte.
Él la miró como si esas palabras fueran una promesa que lo atormentaba y lo atraía al mismo tiempo.
En otra parte de la ciudad…
Las luces de un almacén abandonado parpadeaban en medio de la noche de Berlín. Un hombre delgado, con el rostro cubierto por una cicatriz en la mandíbula, observaba una caja llena de armas y documentos. A su lado, otro hombre hablaba por teléfono.
—Brendan Thompson está distraído —dijo el hombre del teléfono, con voz baja y cortante—. Tiene una mujer que le está robando la cabeza. Es el momento perfecto.
—¿Querés que movamos el cargamento esta noche? —preguntó el otro.
—No. Vamos a esperar el próximo envío. Quiero que sienta que el golpe viene de adentro.
El hombre de la cicatriz sonrió, una mueca fría y sin humor.
—El rey de Berlín está perdiendo su corona, ¿eh?
De vuelta en la mansión, Dakota miraba por el ventanal, con una copa de vino en la mano. Brendan se encontraba junto a ella, su presencia como una sombra poderosa a su lado.
—¿Qué pensás? —preguntó él, observándola de perfil.
—Que tu mundo está lleno de enemigos esperando el momento justo —dijo ella, sin mirarlo—. Pero no pienso dejar que te derriben.
Brendan frunció el ceño.
—¿Desde cuándo te importa mi corona, Adams?
Ella lo miró por fin, con esos ojos que parecían atravesarlo.
—Desde que descubrí que detrás de todo ese poder, también hay un hombre capaz de sentir.
Brendan la besó otra vez, más suave esta vez, como si la necesitara para no caer en la oscuridad.