En las tierras frías del Reino de Belfast, un niño fue arrancado de los brazos del amor y lanzado al abismo del desprecio. Victor, de apenas ocho años, sobrevive bajo el techo de sus propios enemigos, el Rey y la Reina que arrasaron su pasado. Lo llaman débil, lo humillan, lo marcan con su odio… sin imaginar lo que realmente duerme en su interior.
Esta no es la historia de un héroe elegido. Es la travesía de un alma quebrada que se arrastra por los escombros del trauma, el dolor y la soledad. Cada mirada de desprecio, cada palabra cruel, cada herida invisible es una chispa que alimenta una tormenta silente. Y cuando el momento llegue… ni el trono ni la sangre real podrán detener lo que ha nacido del silencio.
Un cuento oscuro donde no hay luz sin sombras, ni infancia sin cicatrices. Un viaje que transforma al niño temeroso en la incógnita más temida por todos.
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Capítulo 6 – Donde el veneno no duerme
El aire del castillo estaba más espeso que nunca.
Después del “espectáculo” público, Carlos no dormía tranquilo. Y eso, todos lo sabían.
Los guardias eran más bruscos. Las órdenes, más contradictorias. Los pasillos, más vigilados. Algo se había quebrado, aunque nadie se atrevía a decirlo en voz alta.
Carlos lo sentía.
Vanessa lo intuía.
Y Lilith… simplemente lo disfrutaba.
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—Hay algo en ese niño —gruñó Carlos en el consejo privado.
Su puño cayó contra la mesa con un golpe seco. Varios pergaminos cayeron al suelo, pero nadie se atrevió a recogerlos.
—Nos desafía con la mirada. No habla, no grita, no llora… Pero lo siente. Lo guarda todo. Como un perro que espera morderte cuando duermas.
—¿Y por qué no lo matas de una vez? —preguntó Vanessa, con voz impasible, acariciando el borde de su copa de vino.
Carlos no respondió. Algo dentro de él le decía que matarlo no era tan simple.
Fue entonces cuando ella entró.
Lady Mavara.
La mujer más temida del reino. Alta, delgada, piel blanca como el mármol, ojos sin emoción. Sus manos estaban cubiertas con guantes negros que jamás se quitaba.
—Tal vez no debas matarlo —dijo, como si hablara del clima—. Tal vez debas quebrarlo desde dentro.
Carlos levantó la mirada.
—¿Cómo?
—Permíteme observarlo. Solo eso. No lo tocaré… todavía.
Vanessa sonrió con interés. Lilith aplaudió suavemente, divertida por la idea.
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Esa noche, Víctor fue trasladado a una nueva celda.
Más grande. Más limpia. Pero con paredes cubiertas de espejos rotos y símbolos que no conocía. No había cama. Solo una silla. Y una mesa.
Y en la esquina más oscura… ella.
—Hola, Víctor —dijo Lady Mavara, como si hablara a un viejo amigo—. Quiero jugar un juego contigo.
Él no respondió.
—Se llama “lo que nunca fuiste”. Yo te contaré cosas. Historias. Imágenes. Y tú me dirás si alguna vez fuiste eso… o si solo eres una ilusión.
Víctor permaneció en silencio.
Ella continuó.
—¿Alguna vez fuiste amado? ¿Alguna vez tuviste una familia? ¿Crees que tus padres te querían? Porque, si lo hicieran, ¿por qué murieron tan fácilmente?
Un latido. Otro.
—¿Y si yo te dijera que tú los mataste?
Víctor apretó los puños.
—¿Y si ellos supieron siempre lo que tú eras… y por eso los mandaron matar?
Silencio.
Mavara sonrió.
—Ah, ahí está. El temblor. La duda. Eso es lo que buscaba.
Y se levantó.
—Volveré mañana. Cada día, una nueva historia. Hasta que no sepas quién eres.
La puerta se cerró con un golpe seco.
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Durante los siguientes días, el juego continuó. A veces eran preguntas. A veces eran gritos en la noche. A veces, simples silencios eternos donde Mavara lo observaba sin hablar.
Pero Víctor resistía.
Porque cada palabra que escuchaba era un recordatorio:
Carlos tiene miedo. Vanessa tiene miedo.
Y ahora, habían traído a una bruja para quebrarlo. Eso significaba que estaba ganando, aunque doliera. Aunque sangrara por dentro.
Cada noche, al regresar a su celda original, encontraba pequeños rastros:
—Un trozo de pan envuelto en tela limpia.
—Una pluma. Un hilo. Un papel con símbolos que él comenzaba a entender.
Eran no estaba solo.
La red crecía.
Y mientras Mavara trataba de destruirlo… otros comenzaban a esperarlo.
No como un niño.
Sino como un fuego.
Uno que aún no ardía del todo.
Pero cuando lo hiciera… consumiría el reino desde adentro.
Capítulo 6 – Donde el veneno no duerme (Parte 2)
La habitación de los espejos no tenía tiempo.
No sabía si habían pasado días o semanas. Mavara nunca decía la hora. No traía comida. No traía agua. Solo palabras.
—Tu madre suplicó. —Una vez dijo, sentada frente a él, sus ojos como agujeros negros—. No por su vida. Por la tuya. “Llévenme, pero dejen al niño”. Eso dijo. Y Carlos rió. ¿Quieres saber por qué?
Víctor no respondía.
Mavara se inclinó hacia él.
—Porque nadie salva a lo que teme. Y tu madre te temía, Víctor.
A veces hablaba durante horas. Otras veces, solo lo observaba. Víctor llegó a odiar su perfume, el sonido de sus pasos, el leve crujir del cuero de sus guantes.
Pero jamás le dio una palabra.
Ni un gesto.
Ni una lágrima.
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Mientras tanto, en el salón real, Carlos comenzaba a impacientarse.
—¿Y bien? —preguntó, bebiendo vino con rabia—. ¿Lo estás rompiendo o no?
Mavara sonrió con tranquilidad.
—No se trata de romperlo, mi rey. Se trata de… vaciarlo. Dejar que el vacío crezca dentro hasta que ya no quede nada de él. Ni voluntad. Ni identidad. Ni odio. Solo obediencia.
Vanessa bebía en silencio. Pero sus ojos observaban a Mavara con sospecha. No le gustaba compartir el poder. Y Mavara era el tipo de mujer que podía destruir a un rey con una sola palabra… o una mentira.
Lilith, en cambio, estaba encantada.
—¿Puedo ir a verlo? —preguntó, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Carlos la miró.
—¿Para qué?
—Para jugar, claro. Me aburro.
Vanessa sonrió por primera vez en días.
—Déjala. Tal vez consiga lo que ni tú ni Mavara pueden.
Carlos aceptó.
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Víctor estaba sentado en la esquina cuando Lilith entró.
Vestida con un vestido blanco como el hueso, llevaba un muñeco en la mano. Sus ojos brillaban con una alegría enfermiza.
—Hola, monstruo.
Víctor la miró sin emoción.
—¿Sabes qué hice hoy? —preguntó ella, sentándose en el suelo—. Le arranqué las alas a una mariposa. Y luego la lancé al fuego. Voló como si aún tuviera esperanza. ¿No es gracioso?
Silencio.
—¿Por qué no hablas? ¿Acaso se te comieron la lengua los fantasmas de tus padres?
Se acercó más. Mucho más. Hasta que sus labios casi rozaban la oreja de Víctor.
—Yo estuve allí, ¿sabes? Cuando murieron. Vi cómo gritaban. Cómo sangraban. Yo tenía cinco años. Fue… mi primer recuerdo feliz.
Víctor tembló. Apenas un poco. Pero Lilith lo notó.
—Oh… estás vivo ahí dentro. Qué interesante. Quizá no seas tan aburrido después de todo.
Se levantó. Lo miró de arriba abajo.
—Nos volveremos a ver, monstruo.
Y se fue, dejando tras de sí una risa que helaba la sangre.
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Esa noche, Víctor no durmió.
Las palabras de Mavara, la crueldad de Lilith, la desconfianza de Carlos y Vanessa… Todo pesaba como una piedra invisible sobre su espalda.
Pero en la oscuridad de su celda, encontró algo nuevo.
Una piedra suelta bajo el catre.
La retiró, y dentro… un pequeño papel doblado.
Solo tenía tres palabras:
“No estás solo.”
Víctor lo sostuvo en la mano como si fuera fuego.
El castillo lo odiaba.
Pero no todo el castillo estaba ciego.
Había grietas. Grietas por donde podía filtrarse el silencio, el rencor, el fuego.
Y cuando llegara el momento…
Las paredes mismas serían testigos de la caída de sus verdugos.
Capítulo 6 – Donde el veneno no duerme (Parte 3)
Las paredes del castillo no eran de piedra.
Eran de oídos.
Eran de secretos.
Y ahora, todas esas paredes murmuraban el mismo nombre: Víctor.
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Mavara no descansaba. Regresaba cada día, cada noche, como una sombra que nunca se retiraba. Y sus palabras eran cada vez más venenosas, cada vez más personales.
—¿Te has mirado bien, Víctor? —susurró, mientras sostenía un espejo astillado frente a él—. Esa cara… no es tuya. Es una copia rota de alguien que ya no existe.
Víctor no respondía. Pero sus ojos, aunque fijos, comenzaban a vibrar con una nueva intensidad.
—La esperanza es una mentira —continuó ella—. El amor es una cadena. ¿Quieres saber qué te queda? El vacío. Abrázalo, y vivirás.
Lo dejó solo, como siempre, con los ecos de su voz pegados al techo como telarañas.
Pero esa vez, no se quebró.
Porque debajo de la cama de piedra, ahora escondía algo más que palabras.
Esa noche, entre las sombras, apareció Eran. Su presencia era silenciosa, como humo.
—Solo tengo un momento —murmuró—. Carlos no duerme. Sospecha de todos. Pero no puede matarme… aún.
Víctor lo miró. Y esta vez, habló.
Una sola palabra.
—¿Por qué?
Eran sonrió. Una sonrisa cansada, rota, pero sincera.
—Porque yo también perdí todo. Y tú… tú eres lo único que aún no ha sido devorado por este castillo.
Le dejó un pequeño trozo de hilo y una aguja oculta dentro de pan viejo.
—No para escapar. No todavía. Pero la costura, como la venganza, empieza punto por punto.
Y se desvaneció.
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Al día siguiente, Víctor fue obligado a participar en una nueva ceremonia pública. Esta vez, una supuesta “prueba de pureza”.
El salón del trono fue transformado en un escenario de teatro grotesco. Había incienso, cánticos, un círculo de nobles alrededor. Todos miraban.
Lilith estaba en el centro, sentada en un trono pequeño, vestido blanco y flores marchitas en el cabello.
—Vamos a jugar a la verdad —dijo con voz cantarina—. Si mientes… arderás.
Víctor fue arrastrado frente a todos.
Carlos, desde lo alto, dio la orden:
—Pregunten lo que quieran.
Uno por uno, nobles y soldados lanzaron preguntas.
—¿Eres un asesino?
—¿Odias a tu rey?
—¿Planeas escapar?
Víctor solo bajaba la mirada.
Lilith reía. Cada vez que no respondía, tiraban una piedra cerca de sus pies. Una vez, incluso lo empaparon con agua helada.
Pero él no gritó. No se defendió.
Solo miró a Lilith.
Y esa vez… ella desvió la mirada.
Apenas por un segundo.
Pero lo suficiente para que todos los demonios internos de Víctor encontraran un respiro. Una grieta. Una señal de que, incluso la más sádica, podía sentir incomodidad ante el fuego que crecía en sus ojos.
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De regreso a su celda, con las ropas mojadas y los pies heridos, Víctor sintió algo bajo su almohada de piedra.
Un pétalo seco.
Y una nota diminuta, escrita con letras torcidas:
“Te están observando. No caigas. No cedas. Ellos caerán primero.”
Por primera vez en mucho tiempo, sonrió.
No fue una sonrisa feliz.
Fue una mueca de guerra.
Una promesa silenciosa.
Porque lo habían humillado, quebrado, golpeado y expuesto. Pero no habían matado lo que crecía dentro de él:
El silencio antes de la tormenta.
Y cuando esta llegue… no quedará piedra sobre piedra.