Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Un Anillo y Muchas Condiciones
Capítulo 3
Elena miraba el anillo de compromiso sobre la mesa como si fuera un objeto maldito. Brillaba bajo las luces del despacho del abogado, un recordatorio tangible del caos en el que estaba a punto de sumergirse.
“Es un simple trámite,” dijo Gabriel con su tono habitual de indiferencia. “Solo necesitas llevarlo puesto cuando sea necesario. Nadie espera que sea real.”
“¿Real?” Elena se cruzó de brazos. “Esto ya es lo menos real que he hecho en mi vida. Si no fuera porque necesito mi restaurante, no estaría aquí.”
Gabriel levantó la vista de su teléfono, molesto. “Créeme, Torres, tampoco estoy emocionado con esto. Pero si vamos a hacerlo, será bajo ciertas reglas.”
Elena arqueó una ceja, burlona. “¿Reglas? ¿Qué más quieres imponer, oh gran Moretti?”
“Primero,” comenzó Gabriel, ignorando su tono sarcástico, “nuestra vida personal seguirá siendo privada. No quiero que esto afecte mi reputación o la de mi empresa. Segundo, asistirás a los eventos necesarios para aparentar que somos una pareja real. Y tercero, no interfieras en mi trabajo ni en mi rutina.”
“Wow,” respondió Elena, sarcástica. “Qué romántico. ¿Quieres que firme también un contrato para asegurarme de no respirar demasiado cerca de ti?”
“No estaría mal,” replicó él con frialdad.
Elena bufó y tomó el anillo, deslizándolo en su dedo. “De acuerdo, jefe. Ahora dime, ¿qué pasa si rompo alguna de tus reglas?”
“No querrás averiguarlo,” dijo Gabriel con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
El abogado intervino para calmar las tensiones. “Bien, señores, ya tenemos un plan básico. La ceremonia será sencilla, sin prensa, y se realizará este fin de semana. A partir de ahí, deberán actuar como un matrimonio convencional.”
“Convencional,” repitió Elena, mirando a Gabriel con una mezcla de incredulidad y desafío. “Nada en esto tiene sentido.”
“Lo único que importa,” respondió Gabriel, levantándose, “es que funcione.”
Mientras salían del despacho, el silencio entre ellos era tenso. Elena observó a Gabriel caminar con su típica postura rígida, como si todo en su vida estuviera perfectamente calculado. Por un momento, sintió lástima por él.
“¿Siempre vives así?” preguntó de repente.
Gabriel se detuvo y la miró, confundido. “¿Así cómo?”
“Como si todo fuera un negocio,” respondió ella, encogiéndose de hombros. “Debe ser agotador.”
Gabriel no respondió. En su mente, la pregunta quedó flotando como un eco.
Elena bajó por el ascensor en silencio, mientras Gabriel revisaba su teléfono con la misma expresión fría de siempre. La pequeña caja del anillo en su bolso le pesaba más de lo que esperaba.
“Entonces,” dijo Elena finalmente, rompiendo el silencio, “¿hay algún manual para ser la ‘esposa perfecta’ de un CEO o tengo que improvisar?”
Gabriel no levantó la vista de su pantalla. “Usa el sentido común. Sé discreta, puntual y no hagas nada que llame demasiado la atención.”
“Claro, porque pasaré desapercibida al lado del hombre más controlado de Manhattan,” replicó ella, con una sonrisa irónica.
Gabriel guardó su teléfono y la miró. “Solo sigue las reglas y todo saldrá bien.”
Elena soltó una risa breve. “¿Sabes qué es lo peor de todo esto? Que ni siquiera me sorprende que seas tan... robótico.”
“Y a mí no me sorprende que te tomes todo a la ligera,” contestó él.
El ascensor se detuvo en el vestíbulo y ambos salieron, manteniendo una distancia prudente. Gabriel estaba acostumbrado a controlar cada detalle de su vida, pero Elena era impredecible, y eso lo ponía nervioso.
“Nos vemos el sábado,” dijo él, deteniéndose frente a la puerta principal.
Elena se giró para mirarlo, su mirada desafiante. “Ah, claro, la gran boda. No olvides invitar a todos los paparazzi para que quede bien claro cuánto nos ‘amamos’.”
Gabriel frunció el ceño. “Será discreto, como acordamos. No necesitamos un espectáculo.”
“¿No te parece que toda esta situación ya es un espectáculo?” preguntó ella, antes de girarse y marcharse sin esperar respuesta.
Esa noche, mientras Elena terminaba de limpiar su pequeño restaurante, no podía dejar de pensar en lo absurdo de todo. Su vida había cambiado en cuestión de días, y ahora estaba comprometida con un hombre que apenas conocía, pero cuya arrogancia conocía de sobra.
“¿De verdad voy a hacer esto?” murmuró para sí misma, mirando el anillo que había colocado sobre la barra.
Aunque no soportaba a Gabriel, algo en sus palabras resonaba con ella: había demasiado en juego. Su restaurante era todo lo que tenía, y no estaba dispuesta a perderlo.
En el otro extremo de la ciudad, Gabriel estaba en su oficina, mirando la agenda de eventos que su asistente le había preparado. Tenía todo planeado, como siempre, pero por primera vez en años, sentía que algo escapaba a su control.
¿Por qué no podía dejar de pensar en esa mirada desafiante de Elena?
La boda está a la vuelta de la esquina, y ni Gabriel ni Elena están listos para lo que viene.