Es la historia de una mujer que se niega a dejar a su pareja luego de descubrir sus mentiras, organiza la forma de conocer a su rival buscando respuesta....
NovelToon tiene autorización de CINTHIA VANESSA BARROS para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO 23
NOSTALGIA.
Mientras Donna disfrutaba de su paseo, Fernanda también se sentía contenta en la finca. Su abuela la llevó a un cuarto que la dejó impresionada. La habitación tenía amplias ventanas por donde entraba la luz dorada de la tarde, cortinas de encaje que se movían suave con el viento y una cama adornada con un dosel en delicados tonos pastel. Sin embargo, lo que más la emocionó fue la exhibición de muñecas organizadas en un estante y una mesa repleta de lápices de colores y papeles para dibujar.
Diana, a pesar de estar lejos, siempre había estado pendiente de su hija y de su nieta. Conocía perfectamente lo que les gustaba, aunque nunca lo admitiría frente a Donna, su orgullo se lo impediría. Miró con ternura cómo los ojos de la pequeña brillaban de felicidad mientras exploraba su nuevo entorno.
—Te agrada, cariño? —preguntó suavemente, inclinándose para acariciar su cabello.
Fernanda se acercó con entusiasmo y abrazó a una de las muñecas más grandes.
—¡Sí, abuela! ¡Es preciosa!
Diana emocionada con satisfacción y tomó la mano de la niña.
—Acompáñame, tengo otra sorpresa para ti.
La llevó a la cocina, un amplio lugar con paredes de piedra y vigas de madera, donde el aroma a pan recién horneado y chocolate caliente llenaba el aire. En la mesa de roble, una merienda ya estaba lista: pequeños bocados, frutas frescas y un gran trozo de pastel de chocolate cubierto de crema. Fernanda se sintió emocionada y, sin pensarlo dos veces, empezó a disfrutar de cada bocado mientras hacía gestos de satisfacción.
-¡Mmm! ¡Está delicioso, abuela! —gritó con la boca llena.
Diana sonriendo con ternura, disfrutando del momento. Sentía una inmensa alegría al poder consentir a su nieta, viendo cómo se reía y se sentía a gusto en la finca.
Cuando Donna regresó de su paseo, el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de cálidos colores. Desde lejos, vio a su madre ya su hija jugando en el jardín, sentadas bajo la sombra de un sauce, con una pequeña mesa de té delante de ellas. Fernanda reía dulce mientras servía "té" en tazas de porcelana a su abuela y a sus muñecas. Diana también sonreía, olvidando su habitual expresión seria y entregándose a la alegría infantil de ese momento.
La escena conmovió a Donna. Era una imagen que nunca había imaginado ver. Su madre, la mujer de carácter fuerte y serio, disfrutando de un juego con su nieta como si nada más importara.
—Creo que es momento de un baño —dijo al fin, acercándose y notando que Fernanda tenía las manos y la ropa cubiertas de arena.
La niña levantó la mirada con una expresión suplicante.
—Mi abuela me estará acompañando —afirmó con firmeza, empleando su mirada más tierna.
Donna levantó una ceja, pero antes de que pudiera comentar algo, Diana se interpuso con un gesto orgulloso.
—Desde luego que lo haré. Al final, soy la que tiene la responsabilidad de que esté así —contestó de forma natural, antes de ponerse de pie y sacudir su vestido de manera elegante.
Donna esbozó una sonrisa resignada, que rápidamente se desvaneció cuando su madre añadió con seriedad:
—Espérame en mi oficina cuando termine. Necesitamos charlar.
La gravedad de su tono dejó claro que era una orden. Donna sintió un ligero nudo en su estómago. No había considerado que su madre deseara hablar con ella tan pronto, pero ya no había manera de evitarlo. Asintió en silencio y observó cómo Diana tomaba la mano de Fernanda para llevarla hacia la casa.
Con un suspiro, se dirigió a su habitación. Todavía vestía la ropa de montar, con marcas de tierra en las botas y el cabello algo alborotado. Se tomó su tiempo en la ducha, permitiendo que el agua tibia alivie sus músculos. Era consciente de que esa charla no sería sencilla. Su madre tenía un talento especial para hacerla sentir como una niña nuevamente, señalando sus errores sin necesidad de levantar la voz.
Cuando estuvo preparado, bajó hacia la oficina. El lugar seguía igual que lo recordaba: estantes de madera llenos de libros, el gran escritorio de caoba ordenado y el aroma a cuero y papel en el aire. Se sentó en uno de los sillones cerca de la ventana y aguardó. Sabía que convencer a su hija de salir de la bañera no sería fácil, así que sonrió al imaginar a su madre lidiando con la terquedad de Fernanda, quien al parecer había heredado su fuerte carácter.
Pero al oír los pasos de Diana acercándose por el pasillo, su sonrisa se esfumó. Reconocía que lo que se venía era una conversación que había estado evitando durante años.