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Dueños Del Juego

Dueños Del Juego

Status: En proceso
Popularitas:665
Nilai: 5
nombre de autor: Joe Paz

En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.

NovelToon tiene autorización de Joe Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 9: Cambios en el Aire

El ambiente en Vittoria empezaba a transformarse. No de manera inmediata, ni con un giro milagroso, pero sí con pequeños signos que indicaban que algo estaba cambiando.

El equipo femenino, después de semanas de entrenamientos más exigentes y decisiones drásticas, mostraba una leve mejoría. Tras haber sido sometidas a una práctica brutal por Bellucci y luego enfrentar la presión de Claire Dubois, las jugadoras comenzaron a responder. Ya no bajaban los brazos tras el primer gol en contra, la intensidad había aumentado y, aunque todavía estaban lejos de un nivel competitivo óptimo, lograron un empate en su último encuentro.

Para Claire, ese punto no era solo un resultado. Era la prueba de que todavía había algo por rescatar.

Mientras tanto, en el primer equipo masculino, los cambios también eran evidentes.

El Debut de los Canteranos

El estadio de Vittoria tenía una energía diferente esa noche. No se trataba de un partido clave en la Serie B ni de una final, pero en las gradas había expectativa. El equipo titular estaba en el campo, pero las miradas también estaban sobre los tres jugadores que aguardaban en el banquillo: Samuel Núñez, Thiago Duarte y Elliot Harris.

Los tres canteranos habían recibido la oportunidad más rápido de lo esperado. Con la suspensión de Niccolò Riva y Sergio Conti, el cuerpo técnico no tuvo otra opción que confiar en ellos. Bellucci no les dio discursos motivacionales. No era su estilo.

—Si están aquí es porque quiero verlos jugar. No quiero a nadie escondiéndose en la cancha.

Cuando Samuel Núñez ingresó en el segundo tiempo, la dinámica del mediocampo cambió. No tenía la experiencia de los veteranos, pero sus pases eran limpios y precisos. Thiago Duarte, con su velocidad, generó espacios en la banda, aunque tomó un par de decisiones apresuradas. Elliot Harris mostró su físico en el área, aunque se le notaba la ansiedad del debut.

El partido terminó en empate, pero lo que quedó fue la sensación de que los jóvenes habían llegado para competir.

Sin embargo, la llegada de los canteranos no solo trajo cosas positivas. La inexperiencia en ciertos momentos quedó en evidencia: pérdidas innecesarias, errores de marca y falta de temple en jugadas clave. Pero a cambio, aportaron lo que el equipo necesitaba desesperadamente: hambre de triunfo.

Los entrenamientos se volvieron más intensos. Los titulares, que hasta entonces se habían sentido cómodos en sus posiciones, ahora sentían la presión. Los jóvenes no estaban allí para rellenar espacios, sino para ganarse un puesto. Y eso cambió la dinámica dentro del grupo.

Luca y Adriano observaban todo desde la oficina.

—Esto es lo que necesitábamos —comentó Adriano, cruzado de brazos—. Competencia interna.

Luca asintió.

—Si queremos llegar lejos en la Copa, necesitamos a todos al máximo nivel.

Porque, mientras la Serie B seguía su curso, Vittoria se preparaba para uno de los partidos más importantes de la temporada: los cuartos de final de la Copa.

Camino a la Copa: Cuartos de Final

El vestuario tenía un silencio tenso. A diferencia de la liga, donde había margen de error, en la Copa cada partido era una final. No había segundas oportunidades.

Bellucci lo dejó claro antes del encuentro:

—No me importa cómo lo hagan, pero ganen.

El rival era complicado. Un equipo sólido, con experiencia en la categoría y acostumbrado a este tipo de partidos. Vittoria, en cambio, estaba en plena reconstrucción. Pero si algo tenía este equipo era ganas de demostrar que podían competir.

Luca observaba desde el palco, con los brazos cruzados. Sabía que este partido significaba mucho más que un pase a semifinales. Era la prueba de que Vittoria estaba listo para pelear.

El árbitro hizo sonar su silbato.

Los cuartos de final habían comenzado.

Cuartos de Final: Todo o Nada

El estadio vibraba con una energía diferente. Vittoria estaba a un paso de las semifinales de la Copa, pero no sería fácil. Enfrente tenían a Brescia Calcio, un equipo fuerte de la Serie B, con historia y experiencia en este tipo de instancias. Mientras Vittoria todavía buscaba consolidarse como un proyecto serio, Brescia tenía jugadores con rodaje en la Serie A y un entrenador que sabía cómo jugar partidos decisivos.

Desde el palco, Luca y Adriano observaban con atención. Bellucci, de pie en la línea de banda, se mantenía firme, sin moverse demasiado, con los brazos cruzados y la mirada fija en el campo.

El árbitro dio el pitazo inicial.

Primer Tiempo: Un Golpe Temprano

Brescia no tardó en demostrar por qué era uno de los equipos más sólidos de la categoría. Desde el primer minuto, impusieron su ritmo con una presión alta e intensa. No dejaban respirar a Vittoria.

A los 12 minutos, el plan de Bellucci se derrumbó momentáneamente. Una pérdida de balón en el mediocampo dejó mal parada a la defensa, y un pase filtrado dejó mano a mano al delantero rival, que definió con frialdad al segundo palo.

0-1 para Brescia.

Adriano golpeó la mesa del palco con el puño.

—Diablos. Nos ganaron la espalda demasiado fácil.

Luca no dijo nada. Solo apretó los labios, observando cómo el equipo intentaba reaccionar.

Pero la respuesta no llegó de inmediato. Vittoria se notaba nervioso, impreciso con el balón. Samuel Núñez intentaba dar orden en el mediocampo, pero Brescia tenía más experiencia y le cerraban los espacios. Thiago Duarte buscaba desequilibrar por la banda, pero la defensa rival lo contenía bien. Elliot Harris luchaba en el área, pero no recibía balones claros.

Brescia controlaba el partido sin demasiado esfuerzo.

Cuando el árbitro pitó el final del primer tiempo, Bellucci caminó al vestuario con el rostro inmutable. Pero Luca y Adriano sabían que el equipo estaba a punto de escuchar una de sus charlas más duras.

El ambiente en el vestuario era tenso. Los jugadores bebían agua en silencio, algunos con la mirada baja, otros evitando cruzar miradas con el entrenador.

Bellucci esperó unos segundos antes de hablar. Luego, su voz resonó como un látigo en la sala.

—¿Para esto trabajamos? ¿Para venir a hacer el ridículo en cuartos de final?

Nadie respondió.

—Están jugando como si esto fuera un amistoso de pretemporada. No hay intensidad, no hay agresividad, ¡no hay nada! ¿Qué carajo les pasa?

Elliot Harris levantó la cabeza e intentó hablar.

—Ellos son más fuertes, nos están presionando arriba…

—¡No me interesa lo que hacen ellos! —cortó Bellucci—. ¡Me interesa lo que hacemos nosotros, y lo que estamos haciendo es una basura!

Nadie respiraba.

Bellucci miró a cada uno de sus jugadores antes de continuar.

—Si van a perder, háganlo con dignidad. Si Brescia es mejor, que nos ganen en el campo, pero no porque nosotros nos rendimos. Ahora salgan y jueguen como si esto fuera lo último que harán en sus carreras.

El pitido del árbitro sonó en los pasillos. Era momento de volver al campo.

Segundo Tiempo: Vittoria Responde

Desde el primer minuto del complemento, Vittoria mostró otra actitud. Salieron a presionar más arriba, a pelear cada balón dividido como si su vida dependiera de ello.

A los 58 minutos, Thiago Duarte recibió un pase en la banda derecha y, en un movimiento rápido, dejó atrás a su marcador con un regate explosivo. Mandó un centro raso al área, y ahí apareció Elliot Harris, que con un giro rápido remató de primera.

Gol de Vittoria. 1-1.

El estadio explotó.

Desde el palco, Adriano se levantó de su asiento y golpeó el vidrio con fuerza.

—¡Así se hace, carajo!

Luca solo sonrió levemente. Sabía que el partido aún no estaba resuelto.

Brescia sintió el golpe y empezó a retroceder. El dominio ya no era absoluto. Vittoria ahora tenía la pelota y buscaba la remontada. Núñez comenzó a encontrar espacios, moviendo los hilos en el mediocampo.

A los 74 minutos, Vittoria estuvo cerca del segundo gol. Un remate desde fuera del área pasó rozando el poste.

El partido entró en su fase final con los dos equipos dejándolo todo en la cancha.

Minuto 90: Todo o Nada

Cuando el reloj marcó el minuto 90, el árbitro levantó la mano y añadió tres minutos de descuento.

Bellucci no hizo cambios. Quería que los que estaban en el campo resolvieran el partido.

Y entonces, en el 92’, ocurrió lo inesperado.

Samuel Núñez robó un balón en la mitad del campo y, sin pensarlo dos veces, metió un pase en profundidad para Thiago Duarte. El brasileño controló en velocidad, entró al área y, en vez de rematar, hizo un pase atrás para Harris.

El delantero inglés no lo dudó. Le pegó con todo.

Gol de Vittoria. 2-1.

El estadio explotó.

Luca y Adriano se pusieron de pie al mismo tiempo.

—¡Vamos, carajo! —gritó Adriano, golpeando la mesa.

Bellucci, en la banda, apenas levantó un puño en señal de aprobación. Para él, ganar no era una sorpresa. Era lo que se suponía que debían hacer.

El árbitro pitó el final del partido.

Vittoria, contra todo pronóstico, estaba en semifinales de la Copa.

El pitazo final desató la locura en el estadio. Los jugadores de Vittoria corrieron al centro del campo, abrazándose, gritando, algunos cayendo de rodillas por la intensidad del partido. Desde la grada, la afición estalló en cánticos y vítores, celebrando la remontada épica que los colocaba en las semifinales de la Copa.

En el vestuario, el ambiente era una mezcla de euforia y agotamiento. Bellucci entró después de haber atendido a la prensa, con su rostro serio de siempre.

—Felicidades —dijo, con su tono seco habitual—. Ahora olvídense de esto. En tres días volvemos a jugar.

Hubo algunas risas, pero nadie dudaba que hablaba en serio.

Samuel Núñez, Thiago Duarte y Elliot Harris fueron los más felicitados por sus compañeros. El español, con la camiseta empapada en sudor, sonrió al recibir una palmada en la espalda de uno de los veteranos.

—Bienvenido al fútbol real —le dijo con una sonrisa.

Mientras los jugadores disfrutaban del momento, Luca observaba todo desde el túnel. No solía bajar al vestuario después de los partidos, pero esta vez se permitió disfrutar un poco. No tanto por la victoria en sí, sino por lo que significaba: Vittoria estaba aprendiendo a competir.

Sin embargo, su noche no terminaba ahí.

Al día siguiente, Luca se encontró en una lujosa sala de reuniones en Milán, rodeado de otros directivos y presidentes de clubes de la Serie B y de la Liga en general. Era una junta importante, en la que se discutían temas clave sobre el futuro de la competición, derechos televisivos y cambios en las regulaciones económicas.

Algunos de los hombres en la sala dirigían clubes con más historia, otros eran nuevos en el negocio, pero todos entendían algo: el fútbol no solo se jugaba en la cancha, también en las oficinas.

Luca mantenía una postura relajada pero atenta, escuchando a un directivo de la liga hablar sobre las posibilidades de reestructuración para el siguiente año. Sabía que este tipo de reuniones eran esenciales para el futuro de Vittoria.

Pero entonces, su teléfono vibró.

Al principio, lo ignoró. No era común que alguien lo interrumpiera en un evento de esta magnitud.

Unos segundos después, volvió a vibrar. Era su padre.

Eso lo hizo fruncir el ceño. Enzo Moretti rara vez lo llamaba directamente, y menos dos veces seguidas.

Luca se disculpó con los presentes y salió discretamente de la sala, alejándose hasta un pasillo vacío antes de contestar.

—¿Papá?

La voz al otro lado de la línea era baja, pero tensa.

—Tienes que venir a la mansión. Ahora.

Luca sintió cómo algo se le encogía en el estómago.

—¿Qué está pasando?

Hubo un silencio breve, luego la voz de su padre volvió a sonar, firme y sin rodeos.

—Los Romano han entrado en guerra con los Cilicianos.

Luca sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Una de las cinco grandes familias estaba en guerra con otra.

Y eso significaba problemas.

—Estoy en Milán —dijo en voz baja, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie lo escuchaba—. ¿Qué tan grave es?

—Lo suficiente para que estés aquí en menos de una hora —respondió Enzo.

Luca no necesitó más detalles.

Colgó la llamada y respiró hondo. Miró hacia la sala de reuniones, donde los demás presidentes seguían discutiendo sobre fútbol, completamente ajenos a la tormenta que se estaba gestando en el mundo real.

Se ajustó la chaqueta y caminó con paso rápido hacia la salida.

No solo el fútbol se jugaba fuera de la cancha. Ahora, la familia estaba en crisis. Y Luca no podía quedarse al margen.

Tormenta Familiar

El jet privado de Luca aterrizó en la pista de la mansión Moretti en menos de una hora. Apenas descendió, un auto negro lo llevó directamente a la casa. No necesitó preguntar nada; el silencio del chofer y la mirada tensa de los guardias le decían todo lo que necesitaba saber. Esto era grave.

Cuando entró en la sala principal, todos estaban ahí.

Marco, Alessandro, Valentina, Adriano. Sus hermanos. Sentados, de pie, algunos con el teléfono en la mano, otros con los ojos fijos en la mesa de caoba donde descansaban varios documentos. Eran reuniones que Luca recordaba de su infancia, encuentros de guerra, de estrategia.

Y en el centro de todo, sentado en su sillón de siempre, con una copa de whisky en la mano y la mirada inquebrantable, Enzo Moretti.

Luca avanzó sin titubeos y se quitó la chaqueta, dejándola sobre el respaldo de un sillón.

—Dime qué está pasando.

Su padre bebió un sorbo de whisky antes de hablar. Su voz fue calma, pero el peso de sus palabras era mortal.

—Los Romanos han entrado en guerra con los Cilicianos. No una pelea de territorio ni un ajuste de cuentas menor. Guerra. Total.

Luca sintió cómo la sangre se le helaba.

—¿Cuántos muertos? —preguntó en voz baja.

Marco, el hermano más pragmático, dejó su teléfono en la mesa.

—En las últimas 48 horas, tres ejecutados en Nápoles, dos en Milán y uno en Turín. Los Cilicianos atacaron primero. Los Romanos respondieron.

—Anoche mataron a uno de los hijos de Dante Romano —agregó Valentina, con una expresión fría—. Lo acribillaron en su propio auto.

Luca cerró los ojos por un segundo. No había vuelta atrás.

—¿Y qué carajo tiene que ver esto con nosotros?

Fue Alessandro quien habló esta vez.

—Dante Romano ha pedido nuestro apoyo. Nos quieren de su lado. Dinero. Contactos. Protección.

Luca sintió que la rabia le subía por la garganta.

—No. No otra vez.

Su padre lo miró con una media sonrisa.

—No es tan simple, hijo.

—Sí lo es —Luca golpeó la mesa—. Llevamos años alejándonos de esto. Vittoria está creciendo, nuestros negocios están limpios. No podemos meternos en una guerra entre familias como si siguiéramos en los años 90.

Adriano resopló y se apoyó en la pared.

—Ojalá fuera tan fácil. Si nos quedamos al margen, seremos un blanco fácil.

—¿Y si nos metemos? —Luca se giró hacia él—. ¿Te crees intocable? ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que nos caiga encima la policía, la fiscalía, o peor aún, que terminemos en una lista de muertos?

—Nadie está diciendo que queramos esto —intervino Valentina—, pero estamos en medio de la tormenta. Si nos mostramos débiles, estamos jodidos.

Hubo un silencio pesado.

Fue entonces cuando Enzo Moretti se levantó con calma, caminó hasta la mesa y apoyó la copa de whisky con un sonido seco contra la madera.

—Ya tomé mi decisión. Vamos con los Romanos.

Luca sintió que el mundo se le cerraba.

—No —negó de inmediato—. No podemos hacer esto.

—Podemos y lo haremos —afirmó Enzo, mirándolo fijamente—. No somos neutrales en esta guerra. Siempre hemos sido una de las cinco grandes familias, y ellos nos necesitan.

Luca miró a sus hermanos, esperando apoyo.

Marco bajó la mirada. Alessandro no parecía sorprendido. Adriano mantenía la boca cerrada.

El único que rompió el silencio fue Marco.

—Si ya tomaste la decisión, padre, al menos hagámoslo con inteligencia. No podemos lanzarnos a esta guerra como idiotas. Debemos jugar el papel de diplomáticos.

Luca giró la cabeza hacia él con furia.

—¿"Diplomáticos"? ¿En una guerra donde están matando a hijos y hermanos?

—Sí —afirmó Marco—. Si vamos a apoyar a los Romanos, no podemos hacerlo como carne de cañón. Seamos los que conectan, los que negocian, los que mueven las piezas en la sombra.

Hubo otro silencio.

Enzo asintió lentamente.

—Tienes razón. Si entramos, lo hacemos con inteligencia.

Luca sintió el sabor amargo de la derrota. Sabía que, aunque intentara resistirse, la decisión ya estaba tomada.

—Esto es un error —susurró—. Un jodido error.

Pero nadie respondió. Porque, al final del día, la familia Moretti estaba de regreso en el juego.

Luca salió de la mansión Moretti con la sangre hirviendo. Su propio padre, el hombre que siempre había controlado cada pieza del tablero con frialdad y estrategia, acababa de meterlos en una guerra que no les pertenecía.

Al pisar el jardín frontal, los vio. Tres autos negros. Hombres armados.

—¿Y esto? —preguntó con el ceño fruncido.

Uno de los escoltas, un hombre de rostro impasible con un auricular en la oreja respondió sin titubeos.

—Órdenes del señor Moretti. A partir de ahora, usted no se mueve sin protección.

Luca resopló, abriendo la puerta de su auto con brusquedad.

—No los necesito.

El hombre no se inmutó.

—No es opcional, señor.

Luca los miró con rabia, pero sabía que era inútil discutir. La decisión ya estaba tomada. Así era la familia. No se debatía. Se obedecía.

Se resignó y subió a su auto. Al instante, dos de los vehículos de escolta lo flanquearon, listos para seguirlo.

Luca tomó su teléfono y deslizó la pantalla, buscando un número que no marcaba desde hacía mucho tiempo.

Gianluca Romano.

Su primo. Su amigo de juventud. El hijo menor de Dante Romano.

Habían crecido juntos, compartieron veranos en las casas de la familia, se emborracharon en las noches de universidad, celebraron ascensos y cerraron tratos en los años dorados. Pero esta vez era diferente.

Esta vez, era guerra.

Marcó el número y esperó.

Uno, dos, tres tonos.

Finalmente, la voz de Gianluca sonó al otro lado de la línea.

—No jodas, Luca. Pensé que nos habías olvidado.

Luca apoyó el codo en la ventanilla mientras su auto avanzaba por la carretera oscura.

—Dime que no eres tan idiota como para creer que esto se va a resolver con balas.

Hubo un silencio.

—No se trata de lo que yo crea —respondió Gianluca finalmente—. Esto ya no tiene vuelta atrás. Los Cilicianos mataron a mi hermano.

Luca cerró los ojos un momento.

—Lo sé. Y lo siento. Pero dime, ¿qué esperas ahora? ¿Que exterminemos a todos los Cilicianos hasta que no quede nadie?

—Si es necesario, sí —respondió Gianluca, su tono más frío de lo que Luca recordaba.

Ese no era el mismo hombre con el que había compartido noches de universidad y negocios sucios en los años dorados.

—Mira, mi familia se ha unido a los Romanos, pero yo quiero entender qué carajo está pasando —continuó Luca—. ¿Cómo llegaron a esto?

Gianluca bufó.

—Sabes cómo funciona esto. Los Cilicianos no respetaron las reglas. Cruzaron la línea. Ahora no hay más negociación. Solo sangre.

Luca sintió un escalofrío.

—Y dime, ¿cuántos más tienen que morir antes de que creas que se ha hecho justicia?

Hubo una pausa.

—Eso lo decidirá mi padre. Y ahora también el tuyo.

La línea quedó en silencio por un instante.

Luca entendió todo en ese momento.

Esto ya no era un simple ajuste de cuentas. No era una guerra de territorio. Era algo personal.

Dante Romano no quería solo ganar. Quería arrasar.

Y ahora, los Moretti estaban atrapados en medio de esa locura.

Luca llegó a su departamento y cerró la puerta con fuerza. Estaba furioso.

Todo lo que había construido con Vittoria, con su club, con sus negocios limpios… todo ahora corría peligro por una maldita guerra que no tenía nada que ver con él.

Arrojó las llaves sobre la mesa y se quitó la chaqueta, respirando hondo para controlar la rabia. No iba a quedarse quieto.

Tomó su teléfono y comenzó a moverse. Si su padre había decidido que los Moretti apoyarían a los Romanos, entonces él se aseguraría de que su club estuviera lejos de tod ese caos

Marcó el número de Silvia.

Tardó unos segundos en responder.

—¿Presidente? ¿Sabe qué hora es?

Luca ignoró la pregunta.

—Necesito que te encargues de reforzar la seguridad del club. No quiero que nadie entre ni salga sin ser verificado. No importa si son jugadores, cuerpo técnico o empleados administrativos. Todos pasan por control.

Silvia guardó silencio un momento.

—¿Hay alguna razón en especial para esto?

Luca apretó la mandíbula.

—Solo hazlo.

Silvia, aunque no entendía del todo, no discutió.

—Está bien. Hablaré con el equipo de seguridad. Pero, presidente… ¿esto tiene algo que ver con su familia?

Luca cerró los ojos por un segundo.

—Solo quiero que Vittoria esté fuera de todo esto.

Silvia suspiró al otro lado de la línea.

—De acuerdo. Me encargaré de que nadie no autorizado se acerque al club.

—Gracias, Silvia.

Colgó la llamada y apoyó la frente en la pared.

No iba a permitir que la guerra de los Romanos y los Cilicianos manchara lo que había construido.

Pero sabía que mantenerse al margen no sería fácil.

Al día siguiente, Luca llegó temprano al club. Y lo primero que sintió fue el peso de la paranoia.

Autos negros en la entrada. Guardias en cada acceso. Cámaras revisando cada rincón. Vittoria nunca había parecido un club de fútbol tanto como una fortaleza.

Silvia había cumplido su trabajo a la perfección.

Cuando Luca bajó de su auto, notó cómo algunos empleados lo miraban con extrañeza. Era evidente que algo había cambiado, y no de manera sutil.

—Buenos días, presidente —saludó Silvia, acercándose con su tableta en la mano—. La seguridad está reforzada como pidió. Solo personal autorizado entra y sale.

Luca asintió.

—Bien. ¿Alguien ha preguntado algo?

Silvia bajó la voz.

—Los jugadores y el cuerpo técnico lo notaron, claro. No es normal ver hombres armados vigilando las instalaciones de un club de fútbol.

Luca se pasó una mano por la barbilla.

No podía permitir que esto levantara sospechas.

Cuando entró a su oficina, encontró a Marco y Adriano esperándolo.

Marco revisaba su teléfono, probablemente manejando el daño colateral mediático. Adriano, con los brazos cruzados, miraba por la ventana, donde algunos jugadores ya estaban en el campo de entrenamiento.

—¿Esto no es demasiado? —preguntó Adriano sin girarse.

Marco no levantó la vista de su móvil.

—La alternativa es peor. Prefieres esto o que un Ciliciano entre aquí con un arma buscando hacer un ajuste de cuentas.

Luca cerró la puerta y los miró.

—Tenemos que cambiar la narrativa antes de que empiecen los rumores.

Marco asintió.

—Ya lo había pensado. Diremos que, después del escándalo de Riva y Conti, hemos reforzado la seguridad para mantener la disciplina en el equipo. No queremos más problemas con la prensa ni con los patrocinadores.

—Eso suena razonable —admitió Adriano—. Que parezca un tema de imagen y no una maldita guerra entre familias.

Luca miró a Silvia.

—Avisa a la prensa. El club está reforzando su seguridad para evitar nuevos escándalos y proteger la reputación del equipo. Nada más.

Silvia asintió sin hacer preguntas.

Cuando ella salió, Adriano dejó escapar una carcajada seca.

—Hermano, si crees que podemos mantener el fútbol y la familia Moretti separados, eres más ingenuo de lo que pensaba.

Luca lo fulminó con la mirada.

—Veremos quién tiene razón.

Marco exhaló, sin apartar la vista de su móvil.

—Mientras tanto, tratemos de mantener este circo funcionando.

Luca se quedó en silencio un momento.

Sabía que esto era solo un parche.

La guerra de los Romanos y los Cilicianos seguía cobrándose vidas. Y tarde o temprano, esa guerra tocaría la puerta de Vittoria.

Esa misma mañana, mientras la seguridad en Vittoria comenzaba a parecer menos extrema y la historia oficial sobre los refuerzos preventivos tomaba fuerza en la prensa, el equipo femenino tenía un partido clave: su debut en la Copa.

Juventus Femenino.

Un rival que no solo era superior en plantilla, sino que jugaba con otra mentalidad. Competían para ganar. Vittoria, en cambio, aún parecía un equipo en construcción.

El partido fue un desastre.

Desde el inicio, las jugadoras de Juventus impusieron su ritmo, su dominio, su jerarquía. Vittoria no tuvo respuestas. El mediocampo era un caos, la defensa se desmoronaba y en ataque no lograban conectar ni una sola jugada clara.

Al final del partido, el marcador hablaba por sí solo.

Juventus 4 - 0 Vittoria.

Otra derrota. Otra demostración de que las cosas no funcionaban.

Adriano Moretti observó todo desde el palco privado del club, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Ya no era solo una mala racha. Esto era una humillación.

Cuando terminó el partido, no perdió tiempo. Bajó de inmediato al vestuario y encontró a Claire Dubois, la entrenadora, apoyada contra una pared, mirando el suelo con frustración.

Las jugadoras, exhaustas, ni siquiera hablaban. Algunas tenían los ojos vidriosos, otras se cambiaban en silencio. La derrota pesaba.

Adriano entró sin anunciarse y cerró la puerta con fuerza.

—Todo el mundo fuera.

Las jugadoras levantaron la cabeza con sorpresa.

—Ahora.

Las chicas no tardaron en salir, dejando a Claire sola con Adriano.

Ella lo miró, cansada, con el rostro endurecido.

—Adriano…

—No —la cortó de inmediato—. No quiero excusas, Claire. Ya he escuchado suficiente.

Ella respiró hondo y se cruzó de brazos.

—¿Y qué esperabas? Nos enfrentamos a la Juventus. No somos un equipo consolidado, no tenemos presupuesto ni estructura como ellas.

Adriano dio un paso adelante.

—No esperábamos que ganaras, Claire. Pero sí esperábamos que al menos compitieran. Que mostraran algo. Y lo que vi hoy fue un equipo muerto en la cancha.

Claire sintió la presión en el pecho, pero no bajó la mirada.

—Las jugadoras están aprendiendo. No se puede construir un equipo de la nada en meses.

Adriano se pasó una mano por el rostro, exasperado.

—Llevamos cinco derrotas seguidas en liga. Hoy quedamos fuera de la Copa sin siquiera dar pelea. Claire, ¿en qué momento se supone que veremos resultados?

Ella abrió la boca para responder, pero no tenía una respuesta real.

Adriano la miró fijamente.

—Esto se acabó.

Claire sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Me estás despidiendo?

Adriano asintió sin titubear.

—Sí. No podemos seguir esperando un milagro. Vittoria necesita una entrenadora que haga competir a este equipo. Y tú no eres esa persona.

Claire sintió el golpe en el estómago. Sabía que las cosas iban mal, pero no esperaba que Adriano tomara la decisión tan rápido.

—Dame hasta final de temporada —intentó negociar—. Déjame trabajar con ellas un poco más.

Adriano negó con la cabeza.

—No. No hay más tiempo.

Claire apretó los puños.

—Esto no es justo.

—El fútbol nunca es justo.

Ella tragó saliva y dio un paso hacia la puerta. Se detuvo un segundo, como si fuera a decir algo más, pero no lo hizo.

Tomó aire, abrió la puerta y salió.

Adriano se quedó en el vestuario vacío, mirando el lugar donde, hace unos minutos, había un equipo entero destrozado por la derrota.

Sacó su teléfono y marcó un número.

—Silvia, haz oficial el despido de Claire Dubois. Y quiero una lista de entrenadores disponibles para mañana.

Colgó sin esperar respuesta.

Vittoria no tenía tiempo para esperar milagros.

Adriano se sentó en la silla frente a Luca y pasó las páginas de la carpeta con calma. A diferencia de su hermano, él no parecía preocupado por las repercusiones del despido de Claire Dubois.

—Aquí están las opciones que Silvia recopiló —dijo, deteniéndose en algunos nombres—. Hay algunas candidatas interesantes, pero no podemos traer a cualquiera.

Luca apoyó los codos sobre el escritorio y entrelazó los dedos.

—Antes de elegir, dime algo. ¿Realmente crees que el problema era solo la entrenadora?

Adriano levantó la vista con una media sonrisa.

—No. Pero alguien tenía que pagar los platos rotos.

Luca chasqueó la lengua.

—Sabes que ese equipo no está bien estructurado. El presupuesto es bajo, no tenemos estrellas, la liga femenina en Italia aún está en desarrollo. Ni siquiera Claire era el mayor problema.

Adriano asintió lentamente.

—Estoy de acuerdo. Pero lo que sí era problema era su falta de liderazgo. Puedes tener un equipo sin estrellas, pero necesitas una entrenadora con mentalidad de guerra. Claire nunca tuvo eso.

Luca suspiró y le indicó con un gesto que le pasara la carpeta. La abrió y comenzó a leer los perfiles.

1. Teresa Álvarez (España):Exjugadora profesional\, con experiencia en la Primera División femenina de España. Su estilo de juego se basaba en la presión alta y la disciplina táctica.

2. Carolina Mendes (Brasil):Exseleccionada nacional\, conocida por su enfoque ofensivo y su carácter fuerte. Entrenó equipos juveniles en Brasil y tenía un enfoque más agresivo en la preparación física.

3. Rebecca Turner (Inglaterra):Trabajó en el desarrollo de jugadoras en la WSL inglesa. Tenía una mentalidad muy estructurada y era meticulosa con los detalles tácticos.

Luca cerró la carpeta y se apoyó en el respaldo de su silla.

—Las tres tienen experiencia. La pregunta es, ¿cuál es la mejor opción para Vittoria?

Adriano se encogió de hombros.

—Si quieres algo inmediato, Carolina Mendes. Es dura, es exigente y no va a tener miedo de limpiar el vestuario si es necesario. Pero si buscas estabilidad, entonces Rebecca Turner. La inglesa sabe cómo desarrollar un equipo desde cero.

Luca tamborileó los dedos en la mesa.

—No tenemos tiempo para proyectos a largo plazo. El equipo necesita una identidad ahora.

Adriano sonrió.

—Entonces es Mendes.

Luca tomó un respiro y asintió.

—Bien. Hablemos con ella. Pero hay algo que quiero dejar claro.

Adriano arqueó una ceja.

—No podemos seguir parchando problemas en el equipo femenino. Si queremos que Vittoria tenga un proyecto sólido, necesitamos darle respaldo real. No solo una entrenadora nueva, sino un mejor cuerpo técnico, un plan de desarrollo para las jugadoras.

Adriano se cruzó de brazos.

—Eso significa más dinero.

Luca lo miró con seriedad.

—Sí. Y lo voy a conseguir.

Adriano lo observó por un momento y luego asintió.

—Bien. Pero primero, traigamos a Mendes. Si alguien puede hacer que esas jugadoras se dejen de excusas y empiecen a ganar, es ella.

Luca tomó el teléfono y marcó.

—Silvia, contacta a Carolina Mendes. Dile que queremos reunirnos con ella lo antes posible.

Colgó y miró a su hermano.

—Si esta tampoco funciona, Adriano…

—No va a fallar —lo interrumpió—. Porque no se lo vamos a permitir.

Poco después de la conversación sobre la nueva entrenadora, Luca recibió un mensaje de Marco.

Marco Moretti:Necesito tu firma en la indemnización de Claire. No quiero que esto se convierta en un problema legal. Pásate por mi oficina cuando puedas.

Luca suspiró y se frotó la cara. Otro trámite más en un día que ya era un desastre.

Mientras se dirigía a la oficina de Marco, Adriano tenía otro plan.

El equipo femenino todavía estaba en el vestuario, algunas jugadoras aún en sus asientos, otras cambiándose en silencio. El ambiente era pesado.

Nadie esperaba que despidieran a Claire Dubois tan rápido, y aunque muchas sabían que las cosas no iban bien, el anuncio les había caído como un golpe.

Cuando Adriano Moretti cruzó la puerta con paso firme, el silencio se volvió aún más denso.

Nadie se atrevió a hablar.

Adriano miró a todas con expresión severa y cerró la puerta detrás de él.

—Escuchen bien, porque solo lo voy a decir una vez.

Se paseó por el vestuario con las manos en los bolsillos, observando los rostros tensos de las jugadoras.

—Dubois ya no está aquí porque este equipo ha sido una jodida vergüenza.

Varias jugadoras bajaron la mirada. Otras apretaron la mandíbula, ofendidas por su brutalidad.

—Cinco derrotas seguidas en liga. Eliminadas de la Copa sin siquiera competir. Cero identidad, cero actitud.

Se detuvo en el centro del vestuario y dejó que sus palabras calaran.

—¿Creen que esto es un castigo para ustedes? No. Esto es una oportunidad. La última.

Se giró y señaló hacia la salida.

—Si alguna no tiene el carácter para estar en este club, puede salir por esa puerta ahora mismo. Nadie las va a detener.

El silencio fue absoluto. Nadie se movió.

—Bien. Entonces prepárense, porque la nueva entrenadora no va a venir a consolarlas. Va a venir a arrancarles las excusas de raíz y a hacerlas competir de verdad.

Adriano caminó hacia la puerta, pero antes de salir, dejó un último aviso.

—Quien no esté lista para lo que viene, mejor que empiece a buscar otro club. Porque en Vittoria se juega para ganar, no para participar.

Y con eso, salió del vestuario, dejando atrás un equipo que no sabía si temblar de miedo o encenderse con rabia.

Pero una cosa era segura: las cosas iban a cambiar.

Mientras Luca, Marco y Adriano trabajaban en distintas partes de Italia, asegurando acuerdos comerciales y manejando la estabilidad de Vittoria, la guerra entre los Romanos y los Cilicianos se intensificó.

Las calles de Nápoles, Roma y Milán se convirtieron en territorios de caza. Fueron dos semanas de fuego, emboscadas y represalias.

Los Romano, con la brutalidad que los caracterizaba, hicieron retroceder a los Cilicianos a base de sangre. Los negocios de los Cilicianos comenzaron a caer uno tras otro. Sedes incendiadas. Contactos desaparecidos. Traiciones internas.

La guerra no iba a durar mucho más. No porque los Romano no quisieran seguir, sino porque los Cilicianos ya no podían pelear.

Fue entonces cuando Enzo Moretti intervino.

Luca se enteró de todo en cuanto su padre lo llamó.

—Se acabó —dijo Enzo con su voz serena, como si estuviera informando sobre el clima y no sobre una guerra criminal.

Luca, que estaba en Milán en una reunión con inversores, apretó el teléfono con fuerza.

—¿Qué hiciste?

—Lo que era necesario. Los Romano ganaron, pero alguien tenía que asegurarse de que los Cilicianos no volvieran con más problemas. Los hice firmar un tratado.

Luca sintió que algo se le revolvía en el estómago.

—¿Y crees que cumplirán?

Su padre soltó una leve carcajada.

—No tienen opción. Han perdido demasiado.

El tratado establecía que los Cilicianos debían ceder negocios, rutas y territorios claves a los Romano. A cambio, se les permitía seguir existiendo, pero bajo reglas claras. Sin represalias, sin más sangre.

Para los Romano, esto era una victoria absoluta.

Para Luca, era otra confirmación de que su familia jamás podría alejarse de la violencia.

Cerró los ojos y exhaló.

—¿Y nosotros?

—Nosotros nos mantenemos en nuestra posición. No hemos perdido nada, pero tampoco hemos ganado más de lo necesario. Jugamos bien esta vez.

Luca tragó saliva. No le gustaba esto. Nunca le había gustado.

Pero la realidad era clara: la guerra había terminado.

Por ahora.

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Joe
Animo, no olviden leer mis nuevas obras!!
☯THAILY YANIRETH✿
Tu forma de escribir me ha cautivado, tu historia es muy intrigante, ¡sigue adelante! 💪
Joe: Muchas gracias!!
total 1 replies
Leon
Quiero saber más, ¡actualiza pronto! ❤️
Joe: Por supuesto
total 1 replies
Texhnolyze
😂 ¡Me hizo reír tanto! Tus personajes son tan divertidos y realistas.
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