El Misterioso Alfa

El camino a Colmillo Lunar se extendía entre bosques densos y montañas cubiertas de neblina. Viajaban en una caravana de dos vehículos oscuros, preparados para todo tipo de terreno. Eirik conducía en silencio, atento a cada cruce, cada señal del bosque. Kael iba a su lado, revisando mapas y coordenadas. Detrás, en el segundo carro, Aelis viajaba junto a su madre y Nina. El aire estaba cargado de expectativa.

Al llegar al territorio de Colmillo Lunar, los árboles parecían inclinarse como si reconocieran a los recién llegados. Un grupo de guerreros los esperaba en la entrada, todos vestidos de negro y plata, con símbolos antiguos tatuados en la piel. Al frente de ellos, un hombre destacaba sin necesidad de hablar.

Lucan, el Alfa.

Alto, de porte elegante y mirada intensa. Vestía ropa moderna, impecable, como si acabara de salir de una pasarela, pero había algo salvaje en sus movimientos. Se acercó a Aelis apenas descendió del vehículo, sin ocultar su interés.

—Así que tú eres la loba que despertó al Velo —dijo, sin apartar los ojos de ella—. Fascinante.

Aelis sostuvo su mirada sin titubear.

—¿Y tú eres el alfa que custodia el Corazón?

—El mismo. Bienvenida a mi casa —respondió Lucan, y con un gesto elegante, les indicó el camino.

La mansión era imponente. De diseño moderno, con ventanales enormes que dejaban entrar la luz del bosque y mármol negro que brillaba bajo sus pies. El interior combinaba lujo y poder: esculturas, artefactos antiguos, y el símbolo de la manada grabado en cada rincón. Pero lo que más destacaba era el salón principal, donde un cristal protegía una piedra oscura que latía lentamente como un corazón dormido.

—El Corazón del Velo —explicó Lucan—. Lleva generaciones aquí, esperando a quien pueda activarlo. Nadie lo ha logrado… aún.

Aelis sintió un hormigueo en las palmas. Algo en la piedra le respondía, como un eco. Pero no se acercó. Aún no.

Más tarde, mientras recorrían los jardines de la mansión, un estallido sacudió la tranquilidad. Guerreros entraron corriendo, alertando a todos.

—¡Alfa, vienen desde el límite sur! ¡Son los del clan oscuro!

Eirik se adelantó al instante, dando órdenes. Aelis, guiada por una fuerza instintiva, corrió tras los guerreros. En el límite del claro, una figura encapuchada los esperaba. Sus ojos rojos brillaban entre las sombras. Alzó una mano y una onda de energía oscura se lanzó directo hacia Aelis y los suyos.

Fue entonces cuando su cuerpo reaccionó.

Aelis alzó las manos, y un rayo de luz azul salió disparado de sus palmas. La energía golpeó de frente a la sombra y deshizo el ataque en pleno aire. El impacto iluminó el bosque, dejando a todos en silencio.

Lucan, que había llegado justo a tiempo para ver el final, la observó como si estuviera viendo un milagro.

—Impresionante… —murmuró con una sonrisa apenas visible.

Eirik se acercó a Aelis, pero sin apresurarse, sin ansiedad. Solo la miró, con el respeto que ella merecía.

—¿Estás bien?

Aelis asintió, las manos aún temblándole por la descarga. Sabía que algo dentro de ella había cambiado. La energía que había liberado… no fue un accidente.

Más tarde, en el salón principal, Lucan organizó una pequeña cena en honor a los visitantes. La mesa larga estaba adornada con candelabros de hierro y platos que parecían de otro siglo. Aelis, sentada al lado de Nina, notó que los ojos de Lucan la seguían cada vez que hablaba, que se movía, que respiraba.

—Eres diferente a lo que imaginé —dijo él en algún momento, inclinándose ligeramente hacia ella—. Más poderosa. Más… peligrosa.

Aelis no respondió. Solo sonrió, dejando que el silencio hablara por ella.

Eirik lo notó, claro. Pero no dijo nada. Solo se mantuvo a su lado como lo hacía siempre: firme, constante, protector. No por celos, sino por convicción. Porque sabía que ella era su igual. Y que lo que los unía iba más allá de las miradas ajenas.

Esa noche, mientras la luna roja se alzaba sobre las montañas, el Corazón del Velo palpitó con más fuerza.

Y todos lo sintieron.