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"¿Qué pasa cuando la fachada de galán encantador se transforma en un infierno de maltrato y abuso? Karina Sotomayor, una joven hermosa y fuerte, creció en un hogar tóxico donde el machismo y el maltrato doméstico eran la norma. Su padre, un hombre controlador y abusivo, le exige que se case con Juan Diego Morales, un hombre adinerado y atractivo que parece ser el príncipe encantador perfecto. Pero detrás de su fachada de galán, Juan Diego es un lobo vestido de oveja que hará de la vida de Karina un verdadero infierno.
Después de años de maltrato y sufrimiento, Karina encuentra la oportunidad de escapar y huir de su pasado. Con la ayuda de un desconocido que se convierte en su ángel guardián y salvavidas, Karina comienza un nuevo capítulo en su vida. Acompáñame en este viaje de dolor, resiliencia y nuevas oportunidades donde nuestra protagonista renacerá como el ave fénix.
¿Será capaz Karina de superar su pasado y encontrar el amor y la felicidad que merece?...
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Massimo Ferratii...
Joel, como muestra de arrepentimiento por todos los años en los que había ignorado el sufrimiento silencioso de su madre, le propuso que se fuera a vivir con él. Lo hizo con la voz entrecortada y los ojos llenos de culpa, deseando enmendar al menos una parte del dolor causado.
—Mamá, por favor, vente a vivir conmigo. Te cuidaré, no dejaré que te falte nada —suplicó mientras le tomaba la mano con ternura.
Amanda lo miró fijamente, con los ojos vidriosos. Su expresión era suave, pero su decisión firme.
—No, hijo. Agradezco tu ofrecimiento, pero ya no tengo fuerzas para adaptarme a otra casa, a otra rutina. No quiero vivir con personas en quienes no puedo confiar... —dijo con un suspiro profundo, dejando en claro que se refería tanto a Joel como a Orlando.
Hizo una pausa, sus dedos débiles acariciaron la sábana blanca que cubría sus piernas inmóviles.
—No soy una anciana aún, y créeme que jamás imaginé terminar en estas condiciones, pero no volveré a caminar, Joel. Y eso cambia todo. No quiero convertirme en una carga, ni para ti ni para tu hermano, y mucho menos para Karina. Ella ya tiene demasiado con lo que está viviendo.
Joel tragó saliva con dificultad. Le dolía escucharla hablar así, pero más le dolía saber que lo merecía. Amanda no lo insultaba ni le alzaba la voz. Pero su tristeza, su desconfianza y su rechazo lo herían como latigazos silenciosos.
Ni siquiera Karina logró convencerla. La pelinegra, notablemente afectada, se aferraba a la mano de su madre mientras intentaba razonar con ella.
—Mami, no tienes por qué ir a un hogar. Yo me encargaré de ti, buscaré la manera de cuidarte. No quiero que te sientas sola ni abandonada —le decía entre lágrimas, la voz le temblaba.
Amanda la miró con una dulzura infinita, acariciando su mejilla con la mano temblorosa.
—Mi amor, tú ya llevas un peso enorme sobre tus hombros. Eres fuerte, pero no quiero que mi situación sea otro motivo de angustia. No me rendí por mí, me rendí por ti... para que sigas luchando por tu libertad y por ese bebé que crece dentro de ti. No puedes hacerlo si estás encadenada también a mis cuidados.
—No digas eso —sollozó Karina—. Tú eres mi mamá. Me importas más que nada.
—Lo sé, princesa... y por eso precisamente debo irme a un lugar donde reciban personas como yo. Donde me ayuden y no me convierta en una carga para ti. Tú debes seguir adelante. Y prométeme algo: cuando llegue el momento, te irás lejos, muy lejos con tu hijo. No cometas los mismos errores que yo.
Karina apretó los labios con fuerza, sintiendo que el alma se le partía en dos. No quería separarse de su madre, no quería dejarla sola... pero entendía que, una vez más, Amanda estaba eligiendo protegerla a su manera. Como toda madre hace, quizás la misma Amanda quería corregir sus propios errores...
Un mes después...
La mansión Morales resplandecía con una elegancia deslumbrante. Candelabros de cristal colgaban del techo, los jardines estaban adornados con luces cálidas, y los meseros circulaban con bandejas repletas de finos aperitivos y copas de champagne. Los invitados, una selecta élite de empresarios, políticos y figuras del espectáculo, llegaban con trajes de etiqueta y vestidos de diseñador. La celebración por el reconocimiento de Juan Diego como el empresario más destacado del año era un evento de gran renombre, y él se aseguraría de que todo fuera impecable.
Karina, como anfitriona, lucía un vestido largo de seda color esmeralda, ceñido en la cintura y diseñado para resaltar su avanzado embarazo de siete meses. El vestido, recatado y finos adornos, hacía que su vientre prominente se viera con gracia y elegancia. Le aportaba una belleza serena y madura, irradiando una fuerza maternal que no pasaba desapercibida. Su largo cabello negro estaba peinado en ondas suaves, recogido parcialmente con delicados pasadores de plata, y sus ojos delineados con sutileza brillaban bajo la luz de los candelabros. Karina estaba más hermosa que nunca, incluso con la melancolía que le nublaba la mirada.
Juan Diego, impecable en un traje negro de corte italiano con camisa blanca y corbata de seda azul marino, caminaba a su lado con aire triunfante. Su sonrisa de satisfacción era tan pulida como su imagen pública. Mostraba a Karina como el trofeo perfecto: la esposa leal, elegante, embarazada de su heredero, y con una belleza natural que eclipsaba a muchas de las invitadas.
—Mi reina, necesito que todo salga impecable esta noche. Encárgate de cuidar cada detalle de la celebración. En una hora traerán tu vestido —le dijo esa mañana con tono firme.
—Claro, quieres que esté todo bajo control... como siempre —respondió Karina con ironía.
—Por supuesto. Soy el rey del control, y si tú sabes lo que te conviene, harás que todo salga perfecto y no me desafiarás. Ya lo sabes, reinita, por las buenas puedo ser un gran esposo. Pero si desobedeces una sola de mis reglas, atente a las consecuencias.
—Estoy harta de tus malditas reglas. No te imaginas cuánto te odio —espetó ella, conteniendo la rabia.
Juan Diego se acercó con paso lento pero firme, y al terminar de abotonar su saco, la tomó del mentón con fuerza, haciéndole doler la mandíbula.
—Podrás odiarme todo lo que quieras, pero eso no cambiará que eres mi propiedad. Estás en mis manos. Por favor, reinita, compórtate. No querrás que la inútil lisiada de tu madre pague las consecuencias de tu mal comportamiento.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Stefany se preparaba junto a su primo para asistir a la fiesta.
—Acompáñame, por favor. No seas aburrido —insistió ella con tono de súplica.
—Stefany, no entiendo por qué insistes en ir a un evento que no te gusta —respondió él, escéptico.
—Es por compromiso, primito. Debo congraciarme con mi arrogante jefe. Exigió que todos estuviéramos presentes. Quiere presumir su premio y, por supuesto, a su bella esposa, la pelinegra de ojos retadores. ¡Porfa, vamos, vamos! No tendré pareja para el baile.
—Ah, está bien. Vamos. Eso sí, no se te ocurra presentarme a tus aburridas amigas o a esas niñas mimadas hijas de papi que están buscando un buen partido, o las interesadas que están al acecho esperando a su próxima víctima.
—Está bien, primo. Prometido. Pero mis amigas no son aburridas. El aburrido eres tú, que no las miras.
—No me gustan. Siento que son frívolas —se defendió él, encogiéndose de hombros.
La música suave de jazz flotaba en el aire, mezclándose con el tintinear de copas de cristal y el murmullo elegante de los invitados. La mansión de Juan Diego Morales resplandecía bajo una decoración lujosa: cortinas de terciopelo, candelabros de cristal y arreglos florales blancos con detalles dorados. Era una noche hecha para impresionar.
Juan Diego saludaba a los asistentes con una sonrisa de superioridad dibujada en el rostro, sujetando a Karina por la cintura como si fuera un trofeo, una muestra clara de posesión. Ella, en cambio, mantenía la mirada altiva, sus ojos oscuros vigilando a cada persona que se acercaba, sin perder jamás su elegancia. A pesar del vestido de seda azul medianoche que delineaba sus curvas y resaltaba su vientre de seis meses, su rostro no irradiaba felicidad, sino una mezcla de tristeza contenida y furia dormida.
Entre los invitados llegó Fernando Sotomayor, el padre de Karina, quien se mantuvo a distancia de la pareja. Evitaba el contacto visual con su hija, temeroso de su mirada acusadora y de las palabras cargadas de odio que ella le dirigía cada vez que se veían. Desde lo ocurrido con Amanda, Karina lo culpaba sin rodeos por la discapacidad de su madre, y nunca perdía la oportunidad de recordárselo.
—Algún día pagarás por lo que hiciste —le había dicho la última vez, con los ojos llenos de lágrimas contenidas y rabia—. Juro que no me detendré hasta verte caer.
Fernando, en silencio, tragaba su culpa como un veneno que lo corroía por dentro.
La llegada de Stefany Ferratii interrumpió las tensiones invisibles en el salón. Lucía espléndida con un vestido rojo vino ceñido al cuerpo, elegante pero atrevido, que combinaba con su personalidad desafiante. Junto a ella, caminaba un hombre que destacaba incluso entre la multitud de empresarios y celebridades presentes. Alto, de porte regio, cabello oscuro peinado con precisión y unos ojos verdes esmeralda que irradiaban seguridad y poder: su primo, Massimo Ferratii.
—Primo, tendremos que ser hipócritas esta noche. Iré a saludar a mi insoportable jefe para que vea que sí vine a su celebración —murmuró Stefany con ironía, ajustándose la pequeña cartera a juego con sus zapatos.
—Sabes perfectamente que odio la hipocresía, pero tú eres mi prima favorita… así que te acompañaré —replicó Massimo con una sonrisa ladeada.
—Soy tu favorita porque soy la única prima que tienes, no tienes alternativa —dijo ella con un guiño divertido.
Se acercaron a la pareja anfitriona. Stefany, con su habitual seguridad, se adelantó y extendió la mano.
—Buenas noches, señor Morales. Felicitaciones por su galardón —dijo con una sonrisa fingida—. Sin duda, un reconocimiento bien merecido.
—Gracias, Ferratii —respondió Juan Diego, devolviéndole la sonrisa con igual falsedad—. Es un logro más que merecido, y tú lo sabes.
“Maldito arrogante”, pensó Stefany, aunque no dijo nada.
Mientras tanto, los ojos de Massimo recorrieron con disimulo a la hermosa pelinegra al lado del magnate. Era ella. La joven que había visto en Dubái. Y aunque ahora estaba visiblemente embarazada, se veía incluso más hermosa. Su vientre redondeado resaltaba con delicadeza bajo la tela azul, dándole un aire majestuoso, casi sagrado.
Por unos breves segundos, sus miradas se cruzaron. Los ojos azules profundos de Karina se encontraron con los verdes e intensos del italiano. Ella quiso sonreír, pero se contuvo. Sabía que cada uno de sus gestos estaba bajo vigilancia. No quería provocar a la bestia que dormía a su lado, el mismo que la mantenía controlada bajo una jaula de terciopelo.
Juan Diego, astuto como un lobo, no dejó pasar aquel intercambio de miradas. Su sonrisa no se desvaneció, pero sus ojos ardieron con furia contenida. El instinto posesivo se encendió de inmediato. Ya encontraría la manera de alejar a ese italiano atrevido. Ahora no era el momento, pero lo haría pagar por atreverse a admirar lo que él consideraba suyo.
—Stefany, ¿no me vas a presentar al hombre que has traído sin invitación a mi celebración? —dijo Juan Diego, con tono suave pero cargado de reproche apenas disfrazado.
—Por supuesto, señor Morales —replicó Stefany con una sonrisa controlada—. Él es mi primo, Massimo Ferratii. Me tomé el atrevimiento de traerlo. No solo porque es familia, sino porque también es un empresario exitoso. Es el CEO y dueño de la aerolínea más grande de Italia.
Juan Diego forzó una sonrisa diplomática. Estiró la mano hacia Massimo, quien correspondió con firmeza.
—Vaya... esto sí que no lo esperaba. Un placer, Ferratii.
“Me encantaría partirle la cara ahora mismo”, pensó mientras apretaba la mandíbula. Aún recordaba demasiado bien aquel breve pero intenso encuentro en Dubái entre Karina y este hombre.
Massimo sostuvo el apretón sin titubear, su mirada sin miedo ni sumisión.
—El gusto es mío, señor Morales. Una celebración espléndida, sin duda. Y su esposa… se ve radiante esta noche.
Juan Diego tensó la mandíbula por un segundo, apenas perceptible para los demás. Karina, por su parte, se limitó a bajar la vista con sutileza...