En el reino de Altravia, Selene, una princesa atrapada entre el deber y su corazón, se ve obligada a buscar esposo para salvar su linaje. Sin embargo, lo que comienza como un juego de alianzas políticas se complica cuando se enamora de Ascensio, un joven cazador con un secreto oscuro e inconfesable: cada noche de luna llena, una maldición lo transforma en un hombre lobo.
Mientras Selene lucha por descubrir la verdad detrás de los rostros sonrientes de sus pretendientes, Ascensio se enfrenta a su propia naturaleza monstruosa, intentando proteger a la mujer que ama. Pero en las sombras del bosque, fuerzas más oscuras conspiran para desatar una tragedia que podría cambiarlo todo.
Un romance prohibido, intrigas cortesanas y un misterio sobrenatural se entrelazan en esta historia de amor, ambición y redención, donde la luna ilumina tanto los secretos como las verdades más ocultas.
¿Lograrán Selene y Ascensio superar las barreras que los separan, o sucumbirán al peso de sus destinos cruzados?
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Capitulo 23: ¿Susurros o Gritos?
El tiempo había pasado desde los eventos en el bosque, aunque nadie sabía cuánto exactamente. En el mundo roto que habitaban, el concepto de días o noches había perdido su significado. El Valle de los Gritos, un lugar envuelto en leyendas de dolor y promesas rotas, se había convertido en el destino inevitable.
Ascensio había desaparecido. Sin rumbo, sin propósito, había vagado entre ruinas olvidadas y caminos desolados, cada paso cargado de culpa. Los ecos de Selene, su risa, su voz, aún lo atormentaban. Pero en su pecho también crecía algo más, una llama tenue, una promesa hecha que no podía abandonar del todo. El Valle era su único horizonte.
Mael, por otro lado, se había consolidado, los había moldeado a su imagen, guerreros sin piedad que obedecían su orden sin cuestionamientos. Pero incluso entre su creciente poder, un vacío lo consumía. Cada noche, el rostro de Selene aparecía en sus sueños, recordándole su fracaso. Y en cada despertar, su odio hacia Ascensio ardía con más intensidad.
La niebla era densa, casi líquida. Las montañas que lo rodeaban parecían encerrar a quienes se atrevían a entrar, como si el mundo mismo tratara de mantener a raya el horror que residía en su interior. Las leyendas decían que aquellos que llegaban escuchaban los gritos de los condenados, algunos incluso afirmaban que las voces eran de sus propios muertos.
Ascensio habia llegado primero a la entrada del Valle. Estaba solo, su figura marcada por cicatrices tanto físicas como emocionales. Con cada paso que daba, sentía que el aire se volvía más pesado, como si una mano invisible intentara detenerlo.
Desde el otro extremo, Mael y su ejército también habían llegado. Los soldados formaban filas perfectas, sus armaduras reflejando la tenue luz de las antorchas. Pero algo en el ambiente los inquietaba. Incluso los más fieros entre ellos sentían que la tierra bajo sus pies vibraba con una frecuencia desconocida, como si el Valle los rechazara.
Cuando Mael vio a Ascensio a lo lejos, algo dentro de él se rompió. Apretó los dientes, levantó su mano, y su ejército se detuvo en seco.
—¡Ascensio! —rugió, su voz resonando como un trueno entre las montañas.
Ascensio se detuvo, levantando lentamente la mirada. Su expresión era distinta a la última vez que Mael lo había visto. Había dolor, sí, pero también había una determinación inquebrantable.
—No vine a pelear contigo, Mael —dijo Ascensio, su voz grave pero serena—. Vine a encontrarla.
—Yo vine con el mismo motivo imbecil —respondió Mael, dando un paso adelante, alejándose de sus hombres—. ¡Tú la perdiste! ¡Tú la mataste!
—Si... y por eso estoy aquí.
El silencio que siguió fue aplastante. Por un momento, la ira de ambos se hacia más fuerte.
—Si realmente quieres encontrarla —dijo, sacando una espada—, tendrás que pasar por encima de mí.
Antes de que pudieran enfrentarse, un sonido gutural resonó desde el interior del Valle. Era un grito profundo, como si mil voces hablaran al unísono. La niebla se agitó, y figuras comenzaron a formarse en ella. No eran humanas, ni tampoco sombras; eran algo intermedio, espectros de dolor.
De entre las figuras emergió Cintia. Su rostro era inhumano ahora, su cuerpo una amalgama de carne y oscuridad.
—Bienvenidos, mis amores —dijo con una sonrisa torcida—. El Valle los esperaba.
Mael y Ascensio, por primera vez en años, intercambiaron una mirada de comprensión. El Valle de los Gritos no solo era un destino. Era un lugar terrorifico.
Y en ese momento, los roles de enemigo y aliado comenzaron a desdibujarse.