Isabella, una chica que creció entre la pobreza después de perder a su mamá una noche, viviendo entre las sirvientas conoce a Alessandro un hombre poderoso y peligroso que le enseñará el arte del amor.
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niñez
No logro recordar con claridad cuánto tiempo estuve inmóvil en esa posición; era como si mi cuerpo hubiera dejado de responderme por completo. Mientras la oscuridad me envolvía, entre las sombras vislumbré la presencia de otra mujer, una figura que apareció en el instante en que perdí el conocimiento.
Cuando finalmente desperté, una sensación de pesadez abrumadora invadió mi cuerpo; sentía un dolor punzante en la cabeza y me costaba distinguir con claridad a la persona que tenía frente a mí.
—Inés, no puedo garantizarte nada en este momento. Tiene hipotermia. Si logra sobrepasar esta noche, entonces podremos hablar de su recuperación de la niña, Pero una cosa si te dijo está niña tiene demasiados golpes en el cuerpo algunos ya sanaron y otros siguen abiertos.!_ dijo un doctor a Inés.
Su mamá murió ayer y ahora yo soy todo lo que tiene.!_ dijo Inés, mientras el cansancio me volvía a vencer.
Después de varios días, los médicos informaron que, de manera milagrosa, me había recuperado de la neumonía. Durante ese tiempo, opté por dejar de hablar; el profundo dolor que sentía por la pérdida de mi madre había apagado en mí el deseo de comunicarme. Inés, quien cuidaba de mí, era el ama de llaves de la familia Montero, una de las familias más adineradas del pueblo. Ella había solicitado a sus patrones que me permitieran quedarme en la casa, alegando que era su nieta. Sin embargo, la realidad es que ella solo era una amiga cercana de mi madre.
Al igual que muchos niños hijos de campesinos, asistía a una pequeña escuela dos veces a la semana, donde tuve la oportunidad de aprender a sumar y a escribir. Mi madre, desde muy temprana edad, ya me había enseñado a leer, lo que me dio una ventaja en mis estudios.
Con el tiempo, desarrollé un profundo cariño por Inés, a quien solía llamar abuelita Inés. Ella se convirtió en una figura cercana y querida para mí.
La casa era realmente hermosa con el tiempo le ayudé a Inés en los quehaceres de la casa muy temprano ordeñaba las vacas le daba de comer a los pollos y a los puercos, Sin embargo, había una regla que me impedía acercarme a la hija de los patrones. La observaba desde lejos, a través de una ventana, mientras ella corría por el jardín, con su cabello rubio rizado y rodeada de juguetes, disfrutando de una felicidad que yo solo podía observar.
No puedo negarlo, al observar a aquella niña rubia, la hija de los dueños de la casa, mientras su madre la peinaba con tanto cariño, una profunda tristeza se apoderaba de mi alma. Sin embargo, no todo en mi vida era desalentador. Tenía a mi mejor amiga, Sonia, quien era hija de una de las empleadas del hogar y con quien compartí mi infancia. Crecimos juntas, inseparables, como dos hermanas. La madre de Sonia, y mi abuela Inés nos habían confeccionado un par de muñecas de trapo. Pasábamos horas entretenidas jugando con ellas, creando historias y aventuras en nuestro pequeño mundo. Esa complicidad y alegría compartida eran un consuelo en medio de mis melancolías.
Hasta una mañana, poco después de haber celebrado mi cumpleaños número diez, salí corriendo de casa. En mi prisa, sin querer, chocé con la hija de los patrones, lo que provocó que ambas cayeramos al suelo de manera accidentada.
Cuando el impacto se produjo, yo me levanté rápidamente y me ofrecí a ayudarla a erguirse.
—¡Guácala! No me toques, hueles a comida, igual que las sirvientas! —exclamó ella con desdén. Era evidente que yo era más pequeña que ella, así que, sintiéndome intimidada, le pedí disculpas.
—Lo siento, no te vi —dije, nerviosa, mientras ella se sacudía la ropa tratando de quitarse el polvo.
En ese momento, Inés, que estaba a nuestro alrededor, miró a Renata, la rubia, y preguntó:
—¿Qué pasó? —su voz denotaba curiosidad y sorpresa.
¡Tu nieta está corriendo por la casa como si fuera un animal y ha arruinado mi vestido! exclamó Renata, visiblemente molesta.
Senti cómo mi corazón latía con fuerza al ver que la madre de la niña se acercaba. Inés, con un gesto de protección, me hizo un movimiento para que me situara detrás de ella, como si quisiese interponerme entre el conflicto y la inquietante escena que se desarrollaba ante nuestros ojos.
Mama, está me ensució.!_ dijo Renata.
Señora le pido disculpas no volverá a pasar.!_ dijo Inés.
Ines sabes muy bien que Isabella, no puede andar corriendo por toda la casa.!_ dijo la madre de ella.
Si señora, Isabella ve ala cocina a ayudar.!_ dijo Inés.
Yo me sentí realmente mal por hacer que regañaran a Inés por mi culpa.
Cuando entré en la cocina, comencé a oler mi ropa con el fin de tratar de comprender por qué Renata me estaba diciendo eso. Quería averiguar si había alguna razón específica para su comentario, así que me concentré en analizar el aroma de mis prendas.
Ahora tú que haces.!_ dijo la madre de sonia mirando con risa.
La señorita Renata comenta que mi ropa tiene un olor a comida, algo que parece ser común entre todos los empleados. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo con eso, ya que mi ropa en realidad no tiene ese olor; para mí, huele a jabón y a la loción que mi abuela Inés me aplica. Esta declaración me dejó confundida y sorprendidoa. ¿Cómo podía pensar eso?
por otro lado Isabella tienes que ser más fuerte deja de lamentarte de que el este con otra y no te mire a ti que si lo hace pero se hace el pendejo por Dios date tu lugar y que seas la esposa no necesariamente debes estar encerrada comí dices tú te gustaba atender a las personas busca empleo en el hospital no necesariamente debes estar en casa
por que si caía ahorita ante el ya te jodiste
ALEZZANDRO.....🤭