Cicatriz De Lobo
El viento rugía entre los árboles de los Altos Bosques. Ascensio, con las manos cubiertas de sangre y su pecho alzándose con dificultad, se encontraba solo bajo la luz pálida de la luna llena. Su cuerpo ardía, la piel se estiraba y su visión oscilaba entre la oscuridad y destellos plateados. No era un hombre, pero tampoco era completamente una bestia. No entendía lo que le ocurría, solo sabía que no podía volver al castillo esa noche.
Horas antes, el sol iluminaba las torres del Reino de Altravia, donde resonaban los ecos de una noticia que agitaba a todos, la princesa Selene había anunciado un baile real. Su intención, aunque disfrazada de un gesto de apertura hacia su pueblo, era encontrar un esposo. Pero Selene no se engañaba, su padre, el rey Aldemar, había dejado claro que el destino del reino dependía de su elección.
Ascensio había conocido a Selene hacía meses, cuando ella se aventuró a pasear por el mercado disfrazada de campesina. Él, un joven cazador que comerciaba pieles y especias, no había reconocido su linaje al principio. Selene había visto algo en él, una honestidad cruda que no encontraba en la corte. Desde entonces, los encuentros furtivos entre ambos habían crecido en frecuencia e intensidad, pero el secreto de su identidad real había permanecido oculto hasta ahora.
Esa noche, mientras el baile comenzaba, Ascensio permanecía en las sombras del bosque, incapaz de regresar. El accidente que lo había cambiado ocurrió hacía solo días. Un lobo extraño, más grande y oscuro que cualquiera que hubiera visto, lo atacó durante una cacería. La herida que dejó parecía inofensiva, pero desde entonces algo dentro de él comenzó a cambiar.
En el castillo, Selene se encontraba atrapada en un círculo de cortesanos, todos ansiosos por ganar su favor. Entre ellos, destacaban dos pretendientes: Lord Ceren, un noble calculador conocido por su riqueza, y el General Rother, quien veía en el matrimonio con la princesa una oportunidad para consolidar su influencia militar. Ambos tenían motivos que iban más allá del amor.
Selene, sin embargo, apenas les prestaba atención. Su mente estaba en Ascensio, en su sonrisa tímida y la forma en que su voz se suavizaba cuando hablaba de sus sueños de una vida sencilla. Había enviado un mensaje pidiéndole que asistiera al baile, pero él no había respondido.
En las profundidades del bosque, Ascensio luchaba por contenerse. La luna llena lo llamaba, su cuerpo respondía de maneras que no podía controlar. Sus manos se transformaron en garras y su espalda se arqueó con un crujido que resonó en el silencio de la noche. En su mente, una única preocupación dominaba ¿qué pasaría si Selene descubría la verdad?
De regreso al castillo, la tensión en el salón de baile crecía. Selene finalmente pidió un respiro y se retiró al balcón. Observó el bosque distante, su corazón pesado. Justo en ese momento, una sombra se movió entre los árboles.
Ascensio, ahora en su forma lupina, observaba desde lejos. Sus sentidos estaban amplificados, podía escuchar el murmullo del baile y oler los perfumes mezclados con el aroma de la noche. Contra su voluntad, sus patas lo guiaron hacia el castillo. Aunque temía lo que podría suceder, la idea de estar cerca de Selene era irresistible.
La princesa, al percatarse de una figura emergiendo de la oscuridad, pensó que era uno de los guardias. Sin embargo, cuando los ojos dorados de Ascensio reflejaron la luz de las antorchas, un escalofrío recorrió su cuerpo.
—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz firme pero teñida de nerviosismo.
Ascensio, aún luchando por controlar su transformación, retrocedió entre las sombras. Quería hablar, explicarle, pero las palabras se le escapaban. En su lugar, emitió un sonido bajo y gutural que dejó a Selene más confundida que asustada.
De repente, el sonido de pasos interrumpió el momento. Era Lord Ceren, quien había seguido a Selene bajo la pretensión de protegerla. Al ver la figura entre las sombras, Ceren desenfundó su espada.
—¡Atrás, criatura! —gritó, avanzando con cautela.
Ascensio, atrapado entre el impulso de huir y el deseo de proteger a Selene, emitió un gruñido que hizo eco en las paredes del castillo. Selene, dándose cuenta de que algo estaba fuera de lugar, intercedió.
—¡Espera! —dijo, poniéndose entre Ceren y la criatura.
La luna llena iluminó brevemente el rostro parcialmente transformado de Ascensio, lo suficiente para que Selene reconociera sus ojos. Su mundo tambaleó, pero no retrocedió.
—Ascensio… ¿eres tú? —susurró.
El hombre lobo dio un paso atrás, abrumado por la vergüenza y el miedo. Antes de que pudiera responder, un rugido resonó desde los bosques, y varias figuras comenzaron a moverse en la oscuridad. No estaba solo en su maldición, y la noche apenas comenzaba.
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