Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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18. Chicos en debate
El aula magna estaba más llena que nunca. No era habitual que un debate práctico generara tanta expectativa, pero el rumor de que Sotelo y Terranova se enfrentarían había corrido como fuego por el campus.
- “Silencio, por favor”, pidió la profesora, levantando la voz sobre el bullicio. “Recuerden que esto es una evaluación, no un ring”.
Valeria se sentó al centro, con una pila de hojas que fingía revisar. Oficialmente era la moderadora “elegida al azar”. Nadie lo creyó.
Desde su sitio los veía bien. Gael, estaba impecable en su traje oscuro, proyectaba una seguridad casi ensayada; Iker, con la camisa arremangada y el gesto sereno, tenía esa calma que comparte paz en medio del caos.
- “El tema es la responsabilidad civil en entornos digitales”, anunció Valeria, procurando que la voz no le temblara. “Gael, empiezas tú”.
Gael se levantó con paso seguro y sonrisa de escenario.
- “Gracias, Torres”, dijo Gael, girando hacia el público. “En un mundo donde un tuit puede arruinar una carrera en segundos, deberíamos preguntarnos si la ley avanza tan rápido como los dedos”.
Unas risas leves. Gael sabía cómo ganarse a la gente.
- “La exposición pública es un arma de doble filo”, continuó Gael. “La libertad de expresión es un derecho, sí, pero cuando se usa para dañar la reputación ajena, nace la responsabilidad civil. No podemos escondernos tras el anonimato para destruir vidas. Publicar no es inocente. Cada “compartir” puede ser un acto de difusión ilícita si genera daño real”.
Iker lo escuchaba con atención, el mentón apoyado en una mano. Cuando le tocó hablar, su tono bajó la energía de la sala, pero la llenó de otra cosa, calma.
- “Interesante punto”, dijo Iker. Pero más que castigar los excesos, deberíamos educar sobre ellos. La ley llega cuando todo está roto; la ética, si la cultivamos, evita que se rompa. No se trata solo de sancionar, sino de prevenir con alfabetización digital, pensamiento crítico, responsabilidad compartida”.
Varias cabezas asintieron. Valeria apenas seguía el ritmo; estaba demasiado pendiente de cómo se miraban. Dos estilos. Dos ritmos. Dos formas de provocar respeto.
- “Perfecto en teoría, Terranova”, replicó Gael, “pero ¿cómo educas a un influencer con millones de seguidores que difunde mentiras? Las disculpas no curan la difamación. Necesitamos consecuencias. El daño a la reputación es un daño moral, y el derecho civil lo reconoce, incluso sin intención dolosa. Publicar implica asumir riesgos”.
- “Las consecuencias son necesarias” concedió Iker, “pero no deben ser castigo por orgullo. La reparación civil busca equilibrio, no venganza. Si cada error en internet terminara en una demanda, las redes serían tribunales y nadie se atrevería a hablar. La frontera está en el dolo, no en el desacuerdo”.
Se inclinó ligeramente hacia el público.
- “El derecho no puede convertirse en mordaza. Si penalizamos la opinión, matamos el diálogo. Y sin diálogo, no hay sociedad digital posible”, dijo Iker.
Un murmullo recorrió la sala. La profesora, al fondo, sonreía satisfecha, ambos habían logrado sostener sus puntos con argumentos válidos.
Gael cruzó los brazos, con esa elegancia desafiante que le salía natural.
- “Entonces, ¿crees que la buena intención basta para evitar el daño?”, preguntó Gael.
- “No, Sotelo”, respondió Iker, sin parpadear. “Pero al menos no lo agrava. La buena fe sigue siendo un principio rector del derecho civil, incluso en línea. No se puede legislar la empatía, pero sí fomentar la prudencia”.
El “uuuh” del público estalló.
Valeria intervino antes de que el ambiente se incendiara.
- “Chicos, recordemos que esto es un debate académico, no un duelo al amanecer”, expresó Valeria.
Gael soltó una sonrisa.
- “Iba a proponer guantes, pero el reglamento lo prohíbe”, comentó Gael.
Hubo risas. Incluso Iker bajó la mirada, reprimiendo la suya.
El debate retomó cauce, hablaron del derecho al olvido, de la responsabilidad de las plataformas que no moderan contenido, de los límites entre opinión y daño moral. Gael citó el caso “Google Spain vs. AEPD”, Iker habló de la jurisprudencia sobre memes y la autoría difusa. Valeria equilibró el intercambio con preguntas cada vez más filosas.
- “¿Y si la desinformación proviene de una inteligencia artificial?”, preguntó Valeria.
Gael respondió con tecnicismos, la trazabilidad de los algoritmos, la corresponsabilidad de los desarrolladores, la urgencia de normar la autoría automatizada.
Iker replicó con una reflexión más humana.
- “La tecnología no tiene culpa, solo refleja nuestras decisiones. No basta con regular sistemas; hay que regular conciencias. El verdadero daño digital nace del descuido humano”, expresó Iker.
Cuando llegó el cierre, el público estaba absorto. Los dos se miraron, ya sin rivalidad, solo respeto.
- “Buen argumento”, dijo Iker, tendiéndole la mano.
- “Igualmente”, respondió Gael, estrechándola con su sonrisa ladeada.
- “Eso sería todo. Gracias a ambos por su participación”, anunció Valeria, con un hilo de voz.
Los aplausos llenaron el aula.
- “¡Empate técnico y alto voltaje emocional!”, gritó Lucía desde el fondo.
Gael rió; Iker negó divertido. Valeria los miró, con el corazón latiéndole más rápido de lo necesario. Por un instante, los tres parecieron respirar el mismo aire. Luego, la realidad volvió a ponerlos en sus lugares.