Un soldado de un antiguo reino fue sometido a un experimento para transformarlo en un arma de destrucción masiva mediante alteración genética. Algo salió mal y despertó mil años después, en un mundo mágico lleno de bestias de fantasía. Desorientado, encuentra las ruinas de su reino y un nuevo campo de batalla entre civilizaciones desconocidas. Con habilidades sobrehumanas, debe descubrir su propósito en este nuevo y peligroso mundo.
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Capítulo 23: El Enigma del Centro del Bosque
A medida que Zen se adentraba más en el corazón del bosque, notaba que las avispas se volvían más numerosas y, para su sorpresa, no mostraban señales de agresión hacia él. Estas criaturas, a pesar de su tamaño y aspecto intimidante, parecían indiferentes a su presencia, limitándose a observarlo con una curiosidad distante.
El entorno a su alrededor se volvía cada vez más extraño. Las plantas y los árboles estaban saturados de maná, y Zen notaba que la vegetación era más densa y vibrante a medida que avanzaba. Las raíces que había visto antes se extendían por el suelo, creando una red subterránea que parecía absorber la energía de todo lo que tocaban.
Finalmente, después de horas de avance, Zen llegó al centro del bosque y se detuvo ante una visión que lo dejó boquiabierto. Frente a él se erguía un gigantesco árbol, sus ramas se extendían hacia el cielo como si quisieran tocar las nubes. Lo que lo hacía aún más impresionante era el enorme panal que lo recubría por completo. El panal era una estructura colosal, de un tamaño tan grande que parecía cubrir el árbol en su totalidad, envolviéndolo en una capa dorada y resplandeciente.
Zen observó cómo las avispas zumbaban alrededor del panal, entrando y saliendo de pequeños orificios con una precisión que le recordaba a las maquinarias que había visto en su tiempo en Mecaget. Pero lo que más lo sorprendió fueron las avispas humanoides que se movían alrededor del árbol y el panal. Eran criaturas imponentes, de alrededor de tres metros de altura. Algunas eran delgadas y ágiles, mientras que otras eran robustas y musculosas, sus cuerpos parecían estar diseñados para el combate.
Las avispas humanoides tenían rasgos que combinaban lo insectoide con lo humano, sus rostros estaban cubiertos de una especie de caparazón que solo dejaba al descubierto unos ojos brillantes y penetrantes. Sus cuerpos estaban cubiertos de placas de exoesqueleto que parecían ofrecerles una protección formidable. Zen observó cómo algunas de ellas llevaban lanzas y otros tipos de armas primitivas, lo que sugería que no solo eran guardianas, sino también guerreras entrenadas.
Decidido a desentrañar el misterio de este lugar, Zen se adentró en el gigantesco panal. Al entrar, se dio cuenta de que el interior era mucho más grande de lo que había imaginado. El panal no solo se extendía hacia arriba, sino que también parecía descender por debajo del suelo. Las paredes del panal estaban cubiertas de celdas hexagonales que emitían un suave resplandor dorado, y el aire estaba lleno del zumbido constante de las avispas en actividad.
A medida que avanzaba, Zen notaba cómo cada vez aparecían más y más avispas. Algunas simplemente zumbaban a su alrededor, observándolo con curiosidad, mientras que otras parecían seguirlo a una distancia segura, como si estuvieran asegurándose de que no representaba una amenaza. Zen estaba sorprendido por la magnitud de esta estructura y la organización que mostraban las avispas. Esto no es solo un panal. Es una fortaleza, pensó mientras continuaba su camino.
De repente, una de las avispas humanoides se acercó a él. Era más alta y delgada que las demás, con un aire de autoridad que la distinguía claramente. La avispa se detuvo frente a Zen y lo miró directamente a los ojos, su mirada era intensa y penetrante. Zen se preparó para un posible ataque, pero en lugar de eso, la avispa comenzó a hacer una serie de gestos y sonidos que, sorprendentemente, Zen entendió como una forma de comunicación.
La avispa no hablaba, pero en lugar de eso le entregó un pedazo de pergamino con inscripciones en el idioma de Mecaget. Zen lo tomó con cuidado y comenzó a leer. Las palabras escritas eran claras y directas: “Soy un experimento, al igual que tú. Los científicos de Mecaget me crearon para conquistar y dominar estos reinos. Únete a nosotros y juntos controlaremos este mundo.”
Zen se sorprendió al leer esto. ¿Cómo sabe que soy un soldado mejorado? se preguntó mientras levantaba la vista para mirar a la avispa. La criatura lo miraba con una mezcla de desafío y expectación, como si esperara una respuesta inmediata. Zen, aún con el pergamino en la mano, negó con la cabeza. No estaba interesado en conquistar ni dominar, su objetivo era entender qué había sucedido y encontrar su lugar en este nuevo mundo.
—No estoy interesado en tus planes de conquista,—respondió Zen con firmeza. —Mi objetivo es diferente al tuyo. Estoy aquí para encontrar respuestas, no para someter a otros.
La avispa humanoide lo miró con una expresión de desdén y rabia. De repente, se levantó, desplegando sus alas con un zumbido ensordecedor. Con una mirada furiosa, le escribió rápidamente en otro pergamino: “No tienes derecho a negarte. Si no te unes a nosotros, te mataré aquí y ahora, y luego usaré tus restos para fortalecerme.”
La amenaza hizo que la sangre de Zen hirviera. Estaba claro que esta criatura no comprendía la gravedad de la situación ni lo que significaba enfrentarse a él. Con un movimiento rápido, Zen lanzó un golpe devastador que golpeó a la avispa con tal fuerza que la destruyó al instante. El cuerpo de la criatura se desplomó al suelo, inerte y sin vida, mostrando que no era rival para la fuerza de Zen.
Sin embargo, el golpe no pasó desapercibido. Desde las sombras emergió una figura imponente y aterradora: una avispa aún más grande y formidable, que se reveló como la verdadera líder de este lugar. Era la avispa reina, el verdadero soldado mejorado. Esta criatura había estado observando todo desde el principio, utilizando a la otra avispa como marioneta para sus propios fines.
La avispa reina, con una voz profunda y resonante que vibraba en el aire, emitió un grito de batalla que resonó en todo el panal. Inmediatamente, las demás avispas se movilizaron y comenzaron a rodear a Zen, sus ojos brillaban con una furia contenida. La reina extendió sus alas y, con un gesto de autoridad, indicó el ataque.
Zen se preparó para el enfrentamiento, sus músculos estaban tensos y listos para la batalla. Sabía que estaba en desventaja numérica, pero confiaba en su fuerza y habilidades. Mientras las avispas se lanzaban hacia él, Zen comprendió que esta no sería una batalla fácil, pero estaba decidido a luchar con todo lo que tenía.