Me Enamoré, Del Despiadado CEO

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Perdón por esto. El Capítulo veintitrés no había salido y si el veinticuatro. Ahora voy a publicar de nuevo los dos. Y en poco se borrará el que está mal. No depende de mí sino de la app. Disculpen las molestias.

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Capítulo veintitrés

Emilia despertó y vio a Marco acostado junto a ella. Al parecer, la había estado cuidando toda la noche. Eso hizo sentir feliz a la joven, con esperanzas. Ella no pudo evitar la tentación de acariciar el rostro de su esposo, al principio lo hizo con temor a que él despertara; aunque poco a poco fue recuperando la confianza y rozó sus labios con uno de sus dedos. Esos que una vez le dieron su primer beso, que dijeron su nombre con cariño, incluso que hicieron cosquillear todo su cuerpo.

¿Cuándo sería capaz de volver a sentir a Marco besar sus labios, acariciar su cuerpo y suspirar por ella?

—¿Disfrutas molestar a un hombre dormido? —preguntó sosteniendo la mano de Emilia y abriendo los ojos.

—Disculpa —dijo ella y apartó la vista.

—¿Por qué no me miras a los ojos? —preguntó Marco mientras admiraba el encantador rostro sonrojado de su esposa.

—¿No te molesta? —preguntó Emilia con un hilo de voz.

—Emi, déjame hacerte una pregunta —Marco parecía haberse tornado más serio—. ¿Por qué me amas?

¿Desde cuándo se había vuelto Emi?

—Cuando era más joven conocí una versión de ti que me hizo sentir que podía ser fuerte. Tú me ayudaste y caí perdidamente enamorada de ti —dijo ella feliz de recordarlo.

—¿Cuándo nos conocimos? No recuerdo algunas cosas de mi pasado debido a un problema que tuve —explicó Marco.

—Yo no lo recuerdo bien —mintió Emilia. Si le decía que era la chica del bosque, ¿Él le creería?

—Es una lástima, me gustaría saber para así poder recordar —dijo Marco mientras hacia su cabello para atrás—. Emi, no sé si pueda amarte. ¿Aceptarías que fuéramos amigos?

—¿Amigos? —preguntó ella confundida.

—Sí, pareces una buena chica. Tu familia no te ha tratado bien. Por lo que, si te quedas a mi lado, no deberás soportar eso. Incluso te ayudaré con lo que necesites, pero no puedo ofrecerte más que mi amistad. Ya que hay una persona muy especial para mí que me está esperando —¿Quién era esa persona? ¿Margarita?

—Entonces puedo seguir siendo tu esposa, pero ¿solo seremos amigos? —preguntó ella incómoda.

—Sí, cumpliremos con la cláusula que puso mi padre. Él me pidió que me casara contigo, si permanecemos juntos un año y luego nos divorciamos podré casarme con la mujer que amo —Marco estaba siendo muy sincero con Emilia. Denis le había pedido que lo intentara, pero esto era lo único que podía ofrecerle.

—Si solo somos amigos, quiere decir que no tendremos intimidad de pareja —Emilia estaba pensando en voz alta.

—Lo mejor sería no hacer nada —Marco quería; sin embargo, si lo hacía de nuevo no podría contenerse. Y Margarita sufriría mucho más.

—Está bien —Emilia tenía un plan. Después de cómo Marco se había comportado con Damián, él no estaba exento de sentir celos y lo podría a prueba.

—Iré a pedir que te preparen el desayuno —dijo Marco, pero Emilia tomó su mano.

—Espera —dijo ella y él volvió a la cama—. Si solo seremos amigos podré tener la libertad de poder salir con alguien, ¿verdad?

—¿Salir con alguien? —preguntó Marco confundido.

—Sí, tú dijiste que tienes a alguien especial en tu corazón y que no importa lo que haga nunca me amarás. ¿No merezco encontrar a alguien así yo también? —preguntó Emilia y los puños de Marco se tensaron.

—Claro —dijo y salió molesto del cuarto de Emilia. ¿Cómo era posible que ella le dijera que lo amaba y, aun así, quisiera estar con alguien más?

Emilia suspiró y se dio vuelta en la cama. No quería eso, no deseaba dejar ir ese sentimiento que había atesorado por tantos años. Pero tal vez Marco si sentía algo por ella, y si era así trataría de que se diera cuenta de ello.

Más tarde llegó su suegro en compañía de Franco Ducto, el diseñador. Al enterarse de que Emilia estaba en cama, ambos fueron a verla. Al entrar en su cuarto, Franco notó todos los vestidos y trajes que él mismo había diseñado para la madre de Marco. Sonrió al ver cómo Emilia los tenía por toda la habitación, que, aunque era enorme, quedaba pequeña ante semejante muestra de moda.

—Siento que estoy en un museo de mí mismo —dijo este sonriendo.

—Señor Echeverría, no sabía que vendría acompañado —Emilia, que llevaba el pie vendado, trató de ponerse levantarse, pero su suegro no le permitió moverse.

—Tranquila, querida, nosotros somos los que estamos fuera de lugar —dijo el hombre y la saludó con un beso en la mejilla—. Mi hijo tendría que estar cuidando de ti. ¿Dónde se supone que está?

—Sabes cómo es ese chiquillo, seguramente esté trabajando —dijo Franco y se acercó para saludar a Emilia.

—Señor Ducto, es un placer conocerlo —Emilia sonrió y este le dio un beso en cada mejilla.

—Preciosa, me encantó lo que hiciste con ese vestido —dijo señalando uno de los maniquís que Emilia tenía en el cuarto—. Tienes talento. Tu suegro me dijo que te gusta hacer estas cosas. ¿Te interesaría hacer unos bocetos para mí?

—¿Usted lo dice en serio? —preguntó Emilia sorprendida.

—Por supuesto, si Mario piensa que tienes talento, confiaré en él. Además, puedo verlo en estas prendas —dijo y le pasó un maletín—. Tienes todo lo que requieres, y le dejaré mi número a tu mayordomo. Llámame si necesitas algo.

El hombre estaba por marcharse cuando Emilia le pidió que esperara.

—Cuál es el tema que debo usar para inspirarme —preguntó la muchacha y este sonrió.

—Divorciada poderosa —dijo este y abrió la puerta del dormitorio de Emilia.

La joven mujer no podía salir de su asombro. Nunca había imaginado que eso fuera posible. Estar en la misma habitación con el hombre más talentoso de la moda. Y mucho menos que este le pidiera a ella hacer diseños. ¿Qué estaba pasando en este mundo para que ella mereciera tal honor? Emilia no caía en la cuenta de lo bello que era eso para ella y comenzó a diseñar. Todas las ideas que había tenido guardadas en su cabeza ahora sobre el papel.

Cerca de las siete tuvo ganas de ir al baño, por lo que tomó las muletas y empezó a tratar de caminar, pero era muy doloroso utilizarlas. No entendía cómo la gente lo mostraba tan sencillo.

Autora: Osaku