A veces, el amor llega justo cuando uno ha dejado de esperarlo.
Después de una historia marcada por el engaño y la humillación, Ángela ha aprendido a sobrevivir entre silencios y rutinas. En el elegante hotel donde trabaja, todo parece tener un orden perfecto… hasta que conoce a David Silva, un futbolista reconocido que esconde tras su sonrisa el vacío de una vida que perdió sentido.
Ella busca olvidar.
Él intenta no rendirse.
Y en medio del ruido del mundo, descubren un espacio solo suyo, donde el tiempo se detiene y los corazones se atreven a sentir otra vez.
Pero no todos los amores son bienvenidos.
Entre la diferencia de edades, los juicios y los secretos, su historia se convierte en un susurro prohibido que amenaza con romperles el alma.
Porque hay amores que nacen donde no deberían…
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!!no aguantaba más!!
La noche transcurrió rápido.
Ángela seguía en su turno, cumpliendo con sus labores en el hotel bajo el silencio típico de las madrugadas. Mientras tanto, David descansaba en casa, preparándose mentalmente para el largo día que le esperaba: el inicio de una nueva temporada.
A la mañana siguiente, cuando el reloj marcaba las seis, Ángela estaba a punto de entregar su turno cuando el administrador del hotel se acercó con una sonrisa cordial.
—“Señorita Ángela, necesito pedirle un favor. Hoy deberá llegar una hora antes, por favor. El equipo Fuerza Azul vuelve a concentrarse aquí.”
Ella asintió, acostumbrada a esos cambios repentinos.
Pero él, bajando la voz, añadió:
—“El señor David me comentó de su amistad. Solo le pido discreción, por favor. No quiero que los demás empleados empiecen con rumores… eso no estaría bien.”
Por un momento, Ángela se quedó en silencio. Luego respondió con serenidad:
—“Descuide, no habrá ningún problema.”
Ya rumbo a casa, su celular sonó. Era David.
—“Hola hermosa, ¿cómo estás? ¿Ya acabaste el turno?”
—“Hola, David. Sí, ya voy camino a casa. ¿Tú cómo vas?”
—“Bien, hermosa. Voy rumbo al entrenamiento.”
—“Me alegra, David. Espero que te vaya muy bien hoy.”
—“Vale, amor, gracias. Descansa, nos vemos en la noche en el hotel.”
Ángela se quedó callada unos segundos. No esperaba ese “amor” tan natural, tan de él.
—“Bueno… te cuidas, por favor. Chao.”
Y cortó la llamada con una sonrisa tímida que se le escapó sin querer.
El día para David fue largo. Entrenamientos intensos, charlas técnicas, reuniones con el cuerpo técnico y la prensa. Hablaban de tácticas, de objetivos, de cómo arrancar con fuerza la nueva temporada. Aunque concentrado, su mente volaba en momentos hacia ella, imaginando el reencuentro que les esperaba esa noche.
Mientras tanto, Ángela llegó a casa, preparó algo ligero para comer, ayudó a sus hijos a alistarse para el colegio y se acostó a dormir un rato. Cuando abrió los ojos, el reloj marcaba las cinco de la tarde. Se levantó, se alistó con cuidado, se arregló el cabello y se puso el uniforme impecable. Tenía el rostro sereno, pero su corazón la delataba. Había ilusión en sus ojos.
A las seis en punto marcó su ingreso al hotel. Todo era un alboroto: habían avisado que el bus del Fuerza Azul llegaría en media hora.
—“¡Todo debe estar perfecto! Habitaciones impecables, refrigerios listos, protocolo de bienvenida preparado.”
El administrador se acercó a ella.
—“Ángela, te presento a Luisa y Valentina, las nuevas camareras. Estarán contigo esta semana mientras las capacitas.”
—“Bienvenidas,” dijo Ángela amablemente.
Pero en su mente solo pensaba: “Con ellas aquí… será más difícil cruzarme con David.”
Las guió con profesionalismo, dándoles instrucciones claras.
Las jóvenes, emocionadas, preguntaron con curiosidad:
—“¿Es cierto que tendremos contacto con los jugadores?”
—“Sí,” respondió Ángela con una sonrisa. “Pero tranquilas, hagan bien su trabajo y sean ustedes mismas.”
Los minutos pasaron, y el canto de la barra se empezó a escuchar a lo lejos. El ruido del bus, los flashes, la algarabía… el equipo había llegado.
El celular de Ángela vibró:
“Ya voy a llegar, ¿dónde estás?” escribió David.
Ella, sin responder, guardó el teléfono y se apresuró a la entrada junto a los demás empleados.
El bus se detuvo frente al hotel. Los jugadores bajaron entre vítores, saludando y agradeciendo. Algunos reconocieron a Ángela y la saludaron con respeto. Ella, siempre formal, correspondía sonriendo.
Entonces lo vio.
David bajó último. Cruzaron miradas por un instante. Su saludo fue medido, casi profesional, pero sus ojos hablaron más que cualquier palabra.
—“Buenas noches, señorita,” dijo él, con esa seriedad fingida que apenas ocultaba la chispa.
—“Buenas noches, señor David,” respondió ella, sin apartar la mirada.
Pasó una hora. Los empleados terminaron de asignar las habitaciones y el ajetreo disminuyó. Su celular volvió a vibrar.
“Quiero verte. Dame diez minutos. No te demoro.”
Ángela suspiró y escribió:
“No creo, tengo en capacitación a dos chicas. Es imposible ir a tu habitación sin excusa.”
David respondió casi al instante:
“Escápate un rato, por favor.”
“Ahora es imposible. Más tarde te escribo, ¿te parece?”
“Perfecto. Te espero.”
Más tarde, mientras guiaba a las chicas reponiendo toallas y revisando pasillos, Ángela recibió una instrucción del servicio interno: debía llevar unas botellas de agua y toallas secas a la habitación del capitán.
Al leer el número de habitación, su corazón dio un salto. Era la de David.
Llegaron. Tocó la puerta.
—“Siga, por favor,” se oyó la voz grave desde adentro.
Ángela abrió.
David, recién salido del baño, apenas alcanzó a sonreír antes de notar a las dos jóvenes detrás de ella.
—“Señor David,” dijo Ángela con formalidad, “ellas son las nuevas empleadas. Traen lo solicitado.”
—“Perfecto, adelante,” respondió él.
Sus miradas se cruzaron. Había deseo contenido. Las chicas, nerviosas y un poco coquetas, dejaron las cosas y salieron con sonrisas disimuladas.
Antes de que Ángela pudiera salir, David dijo:
—“Señorita Ángela, ¿puede quedarse un momento? Necesito consultarle algo.”
Ella asintió, y cuando las jóvenes se alejaron, él cerró la puerta. Sin darle tiempo a hablar, la sujetó con firmeza y la besó.
Un beso cargado de deseo, urgente, lleno de lo que ambos habían reprimido por días.
Ángela quedó inmóvil un segundo, y él murmuró contra sus labios:
—“Perdóname… tenía que hacerlo, ya no aguantaba las ganas.”
Ella sonrió, respirando agitada.
—“David… hay que ser cuidadosos, por favor.”
Él, con una sonrisa pícara, le dio un beso rápido más.
—“No me regañes, está bien.”
Rieron suavemente. Ángela se acomodó el uniforme, recuperando la compostura, y salió al pasillo intentando ocultar la emoción que aún le temblaba en las manos.
Siguió su turno.
David, en cambio, se dejó caer sobre la cama con una sonrisa satisfecha.
Por fin la había visto.
Su apoyo me motiva muchísimo a seguir escribiendo y avanzando con esta historia. ¡Gracias de corazón por acompañarme en este camino! ✨