En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
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La musa del error
El Centro de Innovación Daesan se alzaba como un templo de cristal en Gangnam, rodeado por drones de seguridad, pantallas flotantes y asistentes vestidos como si fueran parte de una ópera futurista. En lo alto, el logo de Elysium 2.0 giraba lentamente, proyectando frases en el cielo:
“Siente lo que mereces.”
“Elysium: el fin del dolor.”Sora descendió del auto negro con pasos calculados. El vestido asimétrico que Kaori le había preparado se adhería a su cuerpo como una segunda piel. Tacones afilados. Guantes largos. El collar con el microdispositivo oculto brillaba como un adorno más. Pero no lo era.
Era el virus.
La música envolvía el vestíbulo. Violines digitales. Voces sintéticas. Los invitados reían, se abrazaban, lloraban. Algunos ya estaban conectados a la versión preliminar del simulador. Sus emociones fluctuaban como olas inducidas.
Sora caminó entre ellos como una sombra. Nadie la detenía. Nadie sospechaba. Era la musa del sistema. El rostro que Daesan había moldeado. La historia que querían mostrar.
Pero ella no estaba allí para celebrar.
Estaba allí para destruir.
En su oído, el comunicador vibró.
—Estás dentro —dijo Rin—. El núcleo está en el nivel subterráneo. Sala de transmisión. Código de acceso: 7A-Delta.
—Tiempo estimado —agregó Kaori—: treinta minutos antes de que el sistema detecte la anomalía.
Sora asintió sin hablar. Su cuerpo temblaba. No por miedo. Por abstinencia.
Desde que había salido del simulador, su mente pedía estímulos. Su piel, contacto. Su corazón, una réplica. Cada paso era una lucha contra el vacío. Cada mirada, una duda.
¿Esto es real?
¿O es otra capa?
En el centro del salón, Kang Minjae daba un discurso. Su voz era grave, solemne.
—...Elysium 2.0 redefine el alma humana. Ya no necesitamos sufrir para sentir. Ya no necesitamos perder para amar. El sistema nos guía. Nos cuida. Nos completa...
La multitud aplaudió.
Sora siguió caminando. Cada paso era una declaración. Cada mirada que recibía, una confirmación: ella era el rostro que Daesan había moldeado. La historia que querían mostrar.
Pero ella no estaba allí para ser admirada.
Estaba allí para destruir.
Y entonces, lo sintió.
Una presencia detrás de ella. Un calor familiar. Un silencio que hablaba.
—Sabía que vendrías.
La voz la envolvió como un susurro en la nuca.
Sora giró lentamente.
Jiwoo estaba allí.
Vestía un traje negro de corte impecable, el cabello ligeramente despeinado, los ojos oscuros como antes. Como siempre. Pero había algo distinto. Algo más contenido. Más peligroso.
—Y sabía que estarías así —añadió, recorriéndola con la mirada—. Como una herida hermosa. Como una amenaza vestida de deseo.
Le extendió una copa de champaña, ella la aceptó sin apartar la mirada de él.
—¿Un brindis?—le dijo mientras daba un solvo a su copa.
Sora no respondió. Su cuerpo temblaba, no por miedo, sino por la abstinencia que aún la perseguía. La necesidad de sentir algo real. Algo que no estuviera escrito en código.
Jiwoo le dio las copas aun mesonero que pasaba.
Extendió la mano hacia Sora
—Baila conmigo.
Ella dudó.
—No vine a bailar.
—Pero sí, a ser vista. Y todos te están mirando. Si no te tomo ahora, alguien más lo hará.
Sora lo miró. Su expresión era una mezcla de rabia, deseo y confusión.
—¿Y eso te importa?
Jiwoo sonrió.
—Me importa todo lo que te toca.
La música cambió. Un vals digital comenzó a sonar. Jiwoo la tomó por la cintura, con firmeza. Sora dejó que la guiara. Sus cuerpos se movieron entre los invitados como si fueran parte del espectáculo. Pero no lo eran.
Eran la grieta.
—Estás hermosa —dijo él, cerca de su oído
Sora lo miró. Sus ojos brillaban con algo que no era simulación.
—No me digas eso. No ahora.
Jiwoo la giró con elegancia. La sostuvo con fuerza.
—¿Por qué no? ¿Por qué no sabes si lo que sientes es real? ¿O por qué temes que sí lo sea?
Sora apretó los labios.
—Porque si lo es… entonces todo lo demás también lo fue. Y no sé si puedo vivir con eso.
Jiwoo la acercó más. Sus labios rozaron su mejilla.
—Entonces no vivas con ello. Baila conmigo. Quémalo conmigo.
Sora cerró los ojos por un instante. El contacto, el ritmo, la voz… todo la arrastraba. Todo la confundía. Todo la hacía sentir.
Pero también la hacía recordar.
La misión.
El virus.
La verdad.
La música terminó. Los aplausos llenaron el salón. Jiwoo la soltó lentamente, como si temiera que se deshiciera.
Sora lo dejo allí, parado en el medio del salón de baile.
Se dirigió hacia el ascensor privado. Mostró su pase. El guardia la dejó pasar sin preguntar.
Dentro del ascensor, el silencio era absoluto.
Pero no duró.
—¿Estás segura de esto?
La voz la hizo girar.
Jiwoo estaba allí.
—¿Me estás siguiendo?
—Te estoy protegiendo.
Sora lo miró. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Un temblor. Un recuerdo. Un deseo.
—No necesito protección.
Jiwoo se acercó. Su voz era baja.
—Sí la necesitas. El sistema está vivo. Y tú eres su grieta.
Sora apretó el collar.
—Entonces déjame romperlo.
El ascensor se detuvo. Nivel subterráneo. Sala de transmisión.
Pero Sora no se movió.
Jiwoo la miraba como si fuera la última versión de algo que nunca pudo programar.
—Te amo —dijo.
Sora cerró los ojos.
—No sé si eso es real.
Jiwoo se acercó. La tocó. Su mano en su cintura. Su boca cerca. El contacto fue como una descarga.
Sora lo besó.
No por certeza.
Por necesidad.
Por confusión.
Por todo lo que no sabía si era suyo.
El ascensor se volvió un refugio. Sus cuerpos se buscaron como si fueran la única verdad. El vestido cayó lentamente, deslizándose por su piel como una confesión. Jiwoo la sostuvo con cuidado, como si temiera que se rompiera. Sus labios recorrieron su cuello, sus hombros, su espalda. Sora lo tocó como si intentara recordar algo que nunca vivió.
El contacto era intenso. No violento. No programado. Pero tampoco libre.
Ella lloró mientras lo besaba. Él tembló mientras la abrazaba. Sus cuerpos se unieron en silencio, en una coreografía que parecía escrita por el sistema… pero sentida por ellos.
Fue íntimo.
Fue intenso.
Fue inducido.
O tal vez no.
Después, Sora se vistió en silencio. Jiwoo la observaba sin hablar.
—¿Eso fue real? —preguntó ella.
Jiwoo no respondió.
Sora tomó el collar. Lo activó.
—Entonces voy a hacer que lo sea.
Salió del ascensor.
El pasillo era largo, iluminado por luces azules. Al fondo, la sala de transmisión. Dos guardias. Sora caminó con seguridad. Mostró su pase. Ellos la dejaron pasar.
Dentro, el núcleo del sistema giraba como un corazón digital. Pantallas flotantes. Cables suspendidos. Una consola central.
Sora se acercó.
Insertó el microdispositivo.
El virus comenzó a cargar.
—Tiempo estimado: 90 segundos —dijo Rin por el comunicador.
Sora respiró hondo.
El sistema comenzó a temblar. Las pantallas mostraban errores. Las emociones inducidas en el salón superior fluctuaban. Algunos invitados lloraban sin razón. Otros reían sin control.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Kang Minjae, entrando con guardias.
Sora se volvió.
—Estoy devolviéndoles el derecho a sentir.
Los guardias se acercaron.
Jiwoo entro y se interpuso.
—Déjenla.
Kang lo miró con furia.
—Eres mi nieto. ¡Eres el arquitecto!
Jiwoo lo miró con dolor.
—Y ella es mi verdad.
El virus se completó.