Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
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Capítulo 21
Día de Carl.
Al salir de la suite en la mañana, llegó al elevador con su típico baile de satisfacción. Iba feliz, complacido. Su cuerpo se sentía diferente, como si tuviera exceso de serotonina cuya causa tiene un nombre de cuatro letras: Abby.
Una llamada de Sweet se agrandó en la pantalla. Él colgó. A veces, era muy insistente.
Se colocó los lentes oscuros y recibió la luz del día de vuelta en su semblante serio y mirada calculadora. Le dio desfile a las chicas en la recepción y las pocas que habían en el estacionamiento, incrementando su ego.
Se subió al ferrari, viendo a los lados antes de incorporarse a la avenida. Le encantaba ser el centro de atención, le terminaba de llenar el día de alegría.
Abby. Abby. Abby. El rostro de ella, su cuerpo, sus acciones, sus recuerdos iban pertinentes en su mente. Uno tras otro, se repetían para pasar el tiempo sin darse cuenta. Incluso cuando llegó a la casa del muelle, casi formando parte del desierto; a pesar de que el enojo de César fue su recibimiento.
— Hermano, relájate. —fueron las únicas palabras de Carl mientras entraba y distinguía a su hermana en la cocina.
La casa no era tan grande, solo tenía el espacio suficiente para ser un bucle de guerra. El centro de sus planes, de sus riquezas. Enterrado bajo la madera del suelo estaban más de la mitad de diamantes que guardaban para casos de emergencia.
Las computadoras de Zero, en más de la mitad de su sala de estar, estaban todas apagadas. Las ventanas cerradas con cortinas oscuras. Luces LED por todo el techo y las esquinas del lugar. Volvía a lo que el llamaba: el trono de CJ.
— Si ya terminaste tu aventura con esa chica, necesitamos que te enfoques en esto.
César cerró la puerta con presión y Carl lo fulminó, saludando de beso en la mejilla a Kindl. Solo estaban ellos y Sweet, sentado en los muebles, de pierna cruzada. Y el de tatuajes volvió a hablar.
— Loera nos está pisando los talones y no dudo que esté planeando algo para invadir San Fierro.
— No lo hará. —afirmó Carl, sentándose en uno de los muebles individuales frente a Sweet— Le va bien lavando dinero en el casino.
Miró a Kindl, ella se sentó en el pasamanos del mueble grande, junto a su hermano. Su marido volvió a hablar.
— Miren, estaba pensando en qué podríamos atacarlo. Entrar al casino, llegar a él y pegarle un tiro en la frente. Listo. —se sentó en otro mueble individual, quedando entre los hermanos Johnson— Es fácil. Sencillo.
— No seas idiota. —habló Sweet con aires despectivos— ¿En serio crees que te dejará acercarte a él de nuevo? ¿Qué no tiene un batallón protegiéndolo?
— ¿Y qué hacemos, Sweet? —se inclinó hacia delante, con sus codos en sus rodillas y sus manos unidas, controlando la fuerza e ira que corrían por sus venas— ¿Seguimos sin hacer nada dejando que nos quite todo nuestro dinero? Soy idiota y tú también. Y Carl igual. —lo miró— No hemos hecho absolutamente nada.
— Tío, cálmate. —el moreno ladeó su cabeza, enfocándose en el tema de conversación.
— ¿No es mejor que dejen todo esto de venganza... revancha, o lo que sea, atrás? —dijo la mulata y Sweet fijó su mirada en Carl.
Una mirada de dudas sobre lo que decía César.
— Tiene razón. —apoyó a la chica.
César le clavó la mirada a Kindl, quien la bateó a un lado y pasó de su cólera.
— Que se quede con Las Venturas. —repitió— Hagan un trato sin sangre de por medio, él se queda aquí con la condición de no invadir ni San Fierro ni Los Santos.
— Sí, CJ. —Sweet le siguió— Tenemos ya lo que nos garantiza toda nuestra vida y la de nuestros tataranietos.
— No digan estupideces. —César se puso de pie, ceñudo y con los puños hechos en furia. Comenzó a hablar caminando por toda la sala— En este mundo la palabra tiene fecha de vencimiento. CJ, mira esto.
Sacó su celular, mostrando unas tablas de estadísticas a Carl y su mandíbula se desencajó ligeramente, deslumbrado con la cifra final y el símbolo de dólar.
— ¿Ves eso, CJ? Tendríamos el doble, EL TRIPLE —reforzó su voz— Si recuperamos los casinos.
— CJ. —la voz de Sweet no lo convenció esta vez.
— Tienes razón. —el moreno miró al blanco de tatuajes por todo su brazo derecho, parándose a su lado—. Todo lo que soporté, lo que tuve que hacer, los muertos que cargo... no lo hice para salir con las manos vacías.
— Cesár, por favor, amor... —Kindl caminó hasta él, buscando en sus ojos la manera correcta de convencerlo de lo contrario.
Pero el susodicho estaba cerrado en banda.
— Tenemos que hacerlo. Además, nada nos garantiza que él no intentará quitarnos las ciudades.
— ¡Claro que no! —dijo Carl con euforia, mirando a César a los ojos con una mano en su hombro— Quiero tener Las Venturas bajo mi poder y lo lograré. —decretó, mirandolos a todos a los ojos— Cuando sea el momento justo iremos y lo atraparemos. Voy a bañarme con su sangre en el jacuzzi del mejor hotel cinco estrellas y lloraré su muerte con clinex de imitación de billete.
— ¡ESO! —le siguió César llevando un puño a su pecho como juramento— ¡VENCEREMOS A LOERA!
— ¡LO HAREMOS!
Sweet se puso en pie, ayudándose a sí mismo con sus manos en sus rodillas como columnas. La actitud de los otros dos le parecía de payasos.
— Yo no formaré parte de esto. —se rehusó con las manos al descubierto.
— Sweet.
— No, Carl. Estoy feliz con mi vida como está ahora.
— No seas conformista, cuñado. —rebatió César, con los hombros gachos, exhausto de escucharlo siempre rendirse a la primera complicación.
— Si con eso mantengo mis manos limpias de sangre, estoy orgulloso de ser conformiste —los miró a los dos como jefe mayor de la manada—. En tanto, hay otros asuntos que resolver. La fábrica abandonada busca financiadores para sus minas.
— ¿Financiadores? —Carl hizo expresión de anticipar a dónde se dirigía el asunto—¿De verdad hay oro en esas cavernas?
— Sí, lo que es muy peligroso y nadie quiere arriesgarse a no encontrar nada.
A CJ le gustaban los retos y ser el diferente, el que lo logró cuando todos los demás se rindieron. Era su oportunidad de demostrarlo.
— Puede interesarme. —aseveró— Vamos a verla.
— Hago unas llamadas y arreglo cita.
Sweet se fue a la cocina, tecleando en su celular.
Los demás, con las aguas pacíficas, estuvieron charlando de otras cosas. Entre ellas, las condiciones en que estaba el barrio Grove y las guerras de banda, en Los Santos. Las ballas, quienes les encantaban vestir de violeta, seguían enfrentando a los Grove; pero Kindl le dejó saber a Carl que Smoke los tenía bajo control. Al menos, para algo le servía el gordo fanfarrón.
— Vamos después de almuerzo. —dijo Sweet, bajando el escalón que dividía la cocina de la sala de estar.
— ¿Eso quiere decir que nos quedamos hasta tarde?
Kindl miró a César, quién acodado en sus rodillas, se dedicaba a terminar de arrancar los callos y piel seca de la palma de sus manos.
— ¿Por qué te preocupa? —le contestó con suavidad en su voz.
— No hay comida en la despensa para almorzar. Ni agua fría.
Todos miraron a Carl. Unos con las cejas más levantadas que otros.
— ¿Qué? Yo no vivo aquí. —cruzó su pierna derecha por encima de la izquierda, dejando caer su espalda en el mueble individual cerca de la ventana— Y tomo agua del grifo.
— Pedimos comida a domicilio. —dijo César, encogiéndose de hombros. Volvió a sacarse los callos.
Kindl lo dejó pasar, dando fe. Le molestaba que se hiciera eso en sus manos, pero tantas veces se lo había repetido que perdió las ganas de seguir cuidándolo si a él le daba igual.
***
En los negocios de las minas, les ofrecieron unas copas para hablar calmados. César y Sweet aceptaron sin pretestos. Carl fue el único que se abstuvo a beber un solo vaso y a tragos tan lentos y separados entre sí que le duró horas en sus manos.
Después de todo, gracias a mantenerse tan cuerdo pudo imponer sus condiciones; cosa que los otros por poco pasaron por alto.
Se resistieron, aunque eran una empresa pequeña, sabían bien que su trato y las personas que les ofrecían ser sus financiadores eran grandes de la mafia. Era el Magnate quien estaba sentado frente a ellos y, tanta popularidad se había ganado en la boca de todos, era gracias a ser solitario. A ser él solo quién resolvía y acababa con todo obstáculo en su camino.
Cerraron trato, sin hacer mucha espera luego de recorrer cada cueva y los utensilios de trabajos viejos y desgastados de los que una vez invirtieron algo en aquellas tierras. Carl no tenía miedo a fracasar, sabía que algo bueno sacaría de ahí.
Pactaron que su abogado, Zero, se encargaría de mandarle los papeles legales para que los firmaran y empezar el proyecto a mediados de abril; si nada fallaba.
— También quiero un inventario con todo lo que necesitamos para empezar. —aclaró el moreno de lentes oscuros, parado frente a la fábrica abandonada— Lo revisaré personalmente.
El de casco amarillo asintió cual costumbre japonesa tenía inculcada en sus facciones faciales.
— Sí, señor. Sin falta mañana lo tendrá en su correo.
— No. —Carl lo miró— Sweet vendrá a por ellos. Tienen su número, ¿cierto?
— Sí.
Los cuatro hombres estuvieron de acuerdo y se marcharon a casa. Esta vez, con calma en los parámetros de velocidad. Sweet iba tan ebrio que decir que hicieron cinco paradas en el camino es poco.
Al llegar a la casa del muelle, kindl abrió la puerta, dejando que el sol de las horas vespertinas radiaran en el pañuelo de textura de cadenas doradas en su cabeza.
Carl se bajó y fue a por su hermano, tirándose uno de sus brazos a los hombros.
— Amigo, no debí tomar tanto.
— ¿Ahora lo piensas?
César les pasó por al lado con la cabeza casi tocando el suelo y las piernas en el aire, chocó con la pared de fachada de madera que lucía quebrantable con un toque de nudillos; pero más fuerte que el hierro.
— ¿Dónde estuvieron?
Kindl vio a César sentado, adolorido y se apoyó en el marco de la puerta con una mano en sus caderas bajo la falda de mezclilla negra.
— Sabes que no se niegan a un trago ni aunque estén a punto de morirse.
— Yo sí.... —Sweet miró al frente, viendo a su hermana multiplicada por tres— Yo sí.
Ella se apartó, dejando que Carl lo arrastrase hasta el sofá donde cayó chorreado y a medio párpado. Parecía querer vomitar, otra vez.
Kindl no hizo más que mirar con desprecio a César, vigilándolo. Carl salió en su busca, haciendo más fuerzas con el musculoso.
— Kindl, ¿te vas a quedar ahí parada sin ayudar? —dijo cuando ella se despistó viendo el mar a unos metros de ellos y la puerta se cerró antes que Carl pudiera llegar.
Ella se despertó de sus pensamientos y abrió, dejándoles el paso libre hasta uno de los muebles individuales.
— Nena, ven... —la llamó Cesar, cayendo al suelo cuando intentó pararse.
Carl lo sujetó antes que se golpeara la cabeza.
— Si tuviste las bolas para emborracharte de nuevo, tenlas para caminar solito a la habitación y bañarte. —le gritó, de brazos cruzados frente a él.
— Bebé, no seas mala.
— Rompiste tu promesa, idiota. —le dijo y lo ignoró, yéndose a la cocina.
Carl, extrañamente, sintió feo por él. ¿Estaba siendo sensible? "Organízate, CJ", se dijo a sí mismo y ayudó al blanco a ponerse en pie. Antes de volver a dejarlo ahí, mirando con mala cara al techo, lo llevó hasta la única habitación de la casa.
— ¿Y ahora como dormiremos? —regresó la mulata, viendo a Sweet sujetándose el abdomen, pero roncando.
Carl dejó a Cesar tirado en la cama y salió a la sala de estar, se detuvo a verla, rascándose las cejas.
— Eh... puedes dormir con César en la cama e inflamos un colchón para Sweet.
— Con ese maldito no duermo hoy. —se paró frente a Sweet, preguntándose si era su costumbre y qué pensaba María al respecto— Llevémoslo a la cama.
Carl aceptó sin pretextos. Y los dejaron roncando como vacas en la oscuridad. Cerró la puerta con precaución, al contrario de los zapateos toscos de Kindl. Se fueron a la cocina y él cogió un vaso de cristal de la vitrina a unos centímetros por encima del fregadero. Abrió el grifo, rellenándolo.
— ¿Todo bien contigo y César?
— Estoy cansada de él. —confesó ella, apoyando su trasero en el borde de la meseta, de brazos cruzados bajo sus pechos y encima de su estómago descubierto por el top verde— El alcohol lo está consumiendo. No es el mismo.
Carl solo la miró, no tenía necesidad de preguntarle si se había propasado con ella. Kindl sabía bien cómo defenderse.
— Pero tenle más paciencia... —sugirió.
— ¿Paciencia? —ella no lo asimiló de la mejor forma y su voz fue una evidencia— ¿Y él qué ha hecho por mi?
— No sé de los asuntos de ustedes y tampoco me quiero meter entre marido y mujer —dijo, bebiendo un trago—. Esos muertos no son míos. Solo te digo que si no quieres estar más con él, termínalo ya.
— No es tan fácil.
— O no quieres.
Ella se quedó viendo a la nada, con sus labios apretados en desagrado.
— En el fondo lo quiero, por todo el tiempo que hemos estado juntos.
— Entonces no lo maldigas más.
Ella lo vio de reojo.
— Ahora te hablo como amigo de César. —y se ganó toda la atención de la mulata— El día que él no esté, te vas a arrepentir de haberle deseado el mal.
— ¿Qué quieres decir con eso? ¿Te dijo algo?
— Hablo metafóricamente. Conoces la historia de nuestra tía Gloria.
Tomó agua mientras la escuchaba a ella recordar en voz alta.
— Sí... vivía quejándose de su marido y cuando el pobre hombre murió, fue que ella recapacitó.
Él solo vio la tranquilidad de sus palabras al contar la historia y no al captar el mensaje en su vida propia.
— ¿Qué hacen aquí? —César salió y Kindl lo miró con el ceño levantado, juzgando hasta el último gesto indefenso de él.
— ¿No estabas dormido?
— Tengo sed, ¿me dejas tomar agua o quieres pegarme un tiro y matarme de una buena vez?
— Pues no sería mala idea. —ella se apartó cuándo él llegó a su lado y abrió el refrigerador— Tienes que coger del grifo, imbécil.
Carl fue a calmarles los ánimos, pero su celular sonó en su bolsillo y la dejó por unos momentos. Confió en que no se matarían por unos minutos sin la presencia de un tercero. Ella le restó importancia, supo entender su mirada de cautela y él salió a las afueras.
Vio la hora antes de coger la llamada, había perdido la noción del tiempo por completo.
— ¿Carl? ¿Estás bien?
— Disculpa, hermosa. Me entretuve tomando con los chicos... —miró a sus lados, comprobando que la vista que sentía en sus hombros era la de un gato amarillento que pasaba cerca— En cinco minutos salgo para allá.
Y colgó. Al entrar a la casa de nuevo, César tenía su índice entre su rostro y el de Kindl. Parecían estar discutiendo a mandíbulas tensadad y sienes contraídas. Ella le bajó el dedo, casi haciéndolo perder el equilibrio hacia delante.
— Hazlo y verás.
Fue lo único que escuchó Carl antes de llegar a ellos y que se quedaran callados, desafiándose con la mirada.
— ¿Todo bien?
El matrimonio asintió, dandose la espalda entre ellos. César lo vio, olvidándose de la sed que sentía y dejando el vaso como uno de los trastes sucios.
— ¿Es la chica del casino Los Cuatro Dragones?
— Sí. —Carl no entendió el motivo de su pregunta.
Por otra parte, el rostro de César cambió a uno de haber visto la luz al final del túnel y un futuro lleno de paz en su alma.
— Bro, esto es lo que necesitábamos. —aplaudió— Tenemos a la chica ahí. La podemos usar para sacarle información a Loera.
El moreno no lo pensó para negarse de inmediato.
— No.
— ¿Por qué no? Es perfecta.
— Dije que no. —lo miró a los ojos— A ella no la toca nadie. —vio a Kindl, dejándole un medio abrazo— Cuando lleguen a San Fierro mañana, me avisas.
— Ten cuidado en la calle, CJ.
Le correspondió y lo acompañó hasta la puerta, ambos hermanos sin prestarle atención al genio de César, quien los analizaba de pies a cabeza.
Al subirse al auto, eran casi las diez y aceleró a tope, dejando una nube de polvo en el patio delantero de la casa.
A pesar de aprovechar la autopista para él solo, se tardó una hora en llegar al hotel. Le lanzó las llaves al chico de traje rojo desde lo lejos y caminó a zancadas largas hasta el elevador. No le gustaba la idea de haberla hecho esperar.
Presionó el botón de uno de los últimos pisos antes que la mujer que se dedicaba a ello.
— Señor.
— Tengo manos. —contestó él, viendo como las puertas grisáceas se cerraban— No necesito que nadie haga las cosas por mi.
Ella se calló, respetando la primera regla de su trabajo: no contradecir a los clientes. Al llegar, encontró a los de seguridad sentados en la escalera, casi al final del pasillo. Ellos lo vieron y se pararon en firme.
Siguió a la puerta de su suite, la primera de las dos únicas de ese piso. Se encontró con una puerta cerrada con llave, sacó las suyas y entró.
Ella estaba dormida en la cama, como si hubiera caído desde la postura sentada. Tacones plateados y vestido rojo de falda poco voluminosa que resaltó sus caderas como las montañas de una isla.
Vio el camino de velas y pétalos rojos, la mesa preparada, el aroma a su comida favorita que llegaba hasta él. Sus ojos sonrieron. Cerró la puerta con sigilo y se arrodilló frente a ella. Su celular se encendió al sentir el táctil cerca, cuando palpó sus mejillas. Una foto de ellos dos salió en la pantalla, estaba bloqueada, pero dejaba ver la galería.
¿Cómo oscurecer el alma del ángel frente a sus ojos para acabar con un vil narco, nada comparable con los que había derrotado en su pasado? No. Eso no lo permitiría. Ese ángel ya tenía muchas grietas en sus alas.
Un suspiro ahogador la hizo regresar al mundo de los vivos. Soñolienta, con sus párpados a medio ojo y mojando sus labios secos con su lengua; habló.
— Llegaste...
— ¿Lo dudabas? –le acarició los cabellos y ella se sentó de a poco, mirando a sus lados. Todo estaba como lo había dejado.
— ¿Qué es esto? —preguntó él.
Ella se frotó los ojos y lo miró, a pesar de que tenía sus pupilas dilatadas al cien, no creyó que le gustó. Todo lo contrario, se sintió patética al tener que decirlo.
— Una sorpresa... —vio la hora—, pero es tarde para comer.
— ¿Hiciste la comida? —se mantuvo agachado, verla desde ese ángulo le daba un toque adorable a su rostro redondo— ¿Alguna ocasión en especial?
La vergüenza trepó por las mejillas de la castaña, pero se llenó de valor y lo miró a los ojos en repudio.
— Hoy hace dos meses que estamos juntos y.... quise celebrarlo.
Carl disimuló bien estar calculando disparateado en su mente. ¿Tanto tiempo? Para él hacían solo semanas de conocerla. Ella sintió el olor fuerte del alcohol y frunció el ceño, en mal aspecto.
— Pero fue mala idea... en fin. —se paró, llendo al baño a lavarse la cara.
Él gozó de lo bien que se ajustaba el vestido a su cuerpo. Miró la habitación por tercera vez, sin poder ocultar la contentura en sus labios.
Pasó una mano por su barbilla y se rascó la nuca. No sabía bien como reaccionar. Una parte de él decía que la dejara seguir alicaída para no ilusionarla, pero la otra parte fue más fuerte y lo llevó a entrar al baño a paso lento. Se quedó en la puerta.
Ella se estaba mirando en el espejo, con las pestañas mojadas y, al verlo detrás, bajó la mirada y empezó a lavar sus manos, luego limpiar las lágrimas en sus ojos. Lágrimas que por suerte para ella, él no notó.
— ¿Comiste algo? —habló, ignorando seguir con el tema.
Él se acercó por detrás, besando sus hombros.
— No... —apartó sus cabellos y sus besos llegaron a su cuello.
Ella se apartó, sintiéndose mal con ella misma. Estaba perdiendo la dignidad por alguien que quizás no lo merecía, le decía la voz en su cabeza.
— Oye, lo siento. —artículo él, alcanzándola fuera del baño— Se me pasó la hora.
— No te preocupes.
Recogió sus cabellos con su pellizco favorito y empezó a recoger todo lo de la mesa, con las copas entre sus dedos. Se fue directo a la cocina.
Él la alcanzó y se apoyó en la isla, con sus brazos como barra para impedirle seguir cuando se volteó y chocó con su presencia.
No sabía bien qué decirle, tampoco sabía cómo manejar lo que sentía; pero algo era seguro y es que no le gustaba sentir que estaba mal. Que ella se sentía desdichada y tan nerviosa, de mala forma, a su lado. Sobre todo si dentro de las cazuelas estaba su plato favorito y ella se tomó el tiempo para preparárselo. Nadie, a parte de su madre, había tenido ese detalle con él.
— ¿Cómo lo supiste?
Ella evitó su mirada, de brazos cruzados y labios apretados.
— Mi comida favorita.
— Me lo dijiste hace unos días. —dijo sin esperar más nada de su parte— Presté atención, nada más.
Se encogió de hombros y él la siguió mirando, maravillado con cada parte de su rostro. Hasta los hoyitos que se formaban en sus mejillas cuando unía sus labios a la fuerza.
— Hermosa, mírame.
Ella no hizo caso, él buscó su vista. Ella movió la cabeza a todos lados, inclusive al techo; pero de los ojos imponentes de él no se escaparía.
— Vamos a comer. —volvió a hablar, una vez la pilló y ella no pudo huir de sus ojos— Calantamos la comida y comemos juntos.
— No sirve de nada ahora.
— Sí. —contradijo— Solo tienes que dejarte llevar. Yo me encargo de todo de ahora en adelante.
Ella lo rechazó deslucida.
— ¿Está bien? —reiteró, bajando su cabeza a la altura de ella— ¿Sí?
La besó, ella no le siguió para darse otro, aunque sus labios se engancharon bien a los de él por reducidos instantes.
— ¿Sí o no?
Volvió a besarla, esta vez le correspondió; aunque de mala gana. No se detuvo y continuó con otros más, intensificando conforme ella iba cediendo hasta entregarse por completo. La tomó por la cintura y ella lo hizo girar, quedando él apoyado de nalgas en la isla.
Abby descruzó sus brazos, con su cuello estirado para alcanzarlo. Un vaivén de deseo mutuo que ninguno de los dos podía tener cara para negarlo. Subió sus manos a sus pectorales, colgada del cuello de su camisa.
Casi escuchó en sus oídos "Gangsta" de Kehlani y se ideó la escena perfecta de lo que sería su novela en libros. Esa en la que ellos dos eran los protagonistas envueltos en jadeos hilarantes, halones de cabello, mordidas exquisitas y una guerra de controles imparable.
— Tengo hambre... —confesó ella cuando él bajó de sus labios a su cuello, tirando su cabeza hacia atrás.
— Yo también... —la miró, recuperando el aire en su pecho— ¿Quieres chocolate?
Ella sonrió con suavidad en su rostro, en su tacto, en los sentidos que le quedaban cuerdos.
— Como postre, sí.
— Hecho está. —dictaminó él, dejando un beso más y apartándose para acercarse al otro extremo de la cocina, donde las ollas.
Abby lo miró con diversión, apoyando sus manos por detrás de sus caderas, en el borde de la isla, mientras él figuraba qué hacer o por dónde empezar.
Ella quiso ayudarlo al verlo pasar tanto trabajo, pero él declinó.
— Nada de eso. —la detuvo— Dije que yo me encargaba y así va a ser.
Ella levantó las manos, echándose hacia atrás. Del celular de él sonaron dos campanas en su bolsillo trasero y él se aseguró que ella siguiera a su lado.
— ¿Puedes sacármelo? —dijo, sirviendo en dos platos para calentar en el microondas, fue su solución más sensata.
Ella lo hizo y, sin perder objetivo, se desvío de ruta a su partr delantera, palpando por encima de los pantalones apretados el bulto que la esperaba a la medianoche.
— No intentes desconcentrarme. —alegó él.
Ella apartó sus manos con lentitud, juguetona y se le paró al lado, ofreciéndole el celular.
— Lee quién es, por favor. —dijo, sintiéndose presionado con su mirada candente. Ella buscaba otras cosas en él, ya lo estaba notando— Tengo las manos ocupadas.
Ella se detuvo de plano, dejando de escuchar en su mente la canción del reel que se repetía una y otra vez.
— ¿Quieres que lo vea yo?
— ¿Qué tiene?
— Que... —miro el dispositivo en sus manos y lo revisó de vuelta, confirmando su postura— ...es tu celular.
Él la vio, extrañado.
— Tampoco es que me escriba con mil mujeres para ocultarlo.
Ella se rió, sintiendo lo raro de la situación en sus dedos. Juraba que la canción volvió a reproducirse en su novela. Esa dónde dice "I'm fucked up, I'm black and blue. I'm built for it, all the abuse. I got secrets that nobody, nobody, nobody knows".
Percibió que era por bloqueo facial y posicionó la cámara frente a su rostro. Él miró de soslayo y la pantalla se desbloqueó en automático.
El mensaje se abrió directo y su expresión cambió a total desconcierto.