DESNUDA EN TU PIEL

El motor rugió suavemente, y pronto estaban en camino atravesando las calles de la ciudad. Aurora mantenía las manos en el regazo, apretándolas de vez en cuándo mientras observaba el paisaje urbano pasar; edificios de vidrio, cafeterías llenas de gente, el bulliseo de la vida cotidiana, que parecía tan lejano de la tormenta que sentía dentro. Intentó distraerse contando los semáforos, pero su mente seguía volviendo a la mansión conti, a las palabras cortantes de su padre por teléfono, a la sonrisa venenosa de Valeria, al control gélido de Claudia ¿Qué querían de ella ahora? ¿Y por qué la mención de su madre siempre lograba desarmarla?.

Alessandro no hablaba y ella lo agradecía, su presencia era sólida, confiable, pero no era Salvatore... no había esa chispa de intensidad, ese magnetismo que la hacía sentir protegida, y descolocada al mismo tiempo. Se preguntó ¿dónde estaría ahora? ¿qué asuntos de la empresa lo habían alejado? ¿realmente la alcanzaría en casa de su padre como había prometido?La idea de verlo aparecer con su porte autoritario, y su mirada penetrante le dio un pequeño alivio; aunque no estaba segura de querer depender tanto de esa sensación. El auto dobló una esquina y la mansión conti apareció al final de la calle, imponente y fría con sus muros de piedra y sus rejas negras. El jardín perfectamente cuidado, y las ventanas altas parecían observarla como si la casa misma supiera que ella estaba llegando ; pronto el auto se estacionó frente a la entrada principal y Alessandro apagó el motor y salió para abrirle la puerta.

Aurora respiro hondo, alistándose el vestido una vez más antes de bajar del auto. Sus tacones tocaron el pavimento, y levantó la vista hacia la puerta principal donde la esperaba un encuentro que lo sabía, no sería fácil. Alessandro se quedó a su lado, silencioso pero atento, listo para seguirla o quedarse atrás según lo que ella necesitara. Con un último vistazo Aurora enderezó los hombros, y dio el primer paso hacia la mansión.

Aurora cruzó el umbral de la puerta principal, con Alessandro a unos pocos pasos detrás, apenas entró fue recibida por un coro de sonrisas que parecían ensayadas. Ricardo, con una camisa impecable y un aire de patriarca benevolente, se acercó a ella con los brazos abiertos, como si no hubiera tenido una conversación cortante con ella por teléfono la noche anterior. Claudia, con un vestido elegante y el cabello perfectamente recogido, le dedicó una sonrisa tan amplia que casi parecía genuina. Aurora parpadeo, desconcertada, sintiendo un cosquilleo de desconfianza subirle a la nuca ¿Qué está pasando aquí? pensó, mientras sus ojos recorrían los rostros de su padre y madrastra.

—¡Aurora, querida!— dijo Claudia, con voz melosa, casi empalagosa, mientras se acercaba para darle un abrazo breve pero teatral—Qué alegría verte. Pasa, pasa, estás en tu casa.

Ricardo asintió, con una sonrisa contenida Pero igualmente calculadora. —Hija, qué bueno que viniste— dijo, con un tono cálido, aunque sus ojos se deslizaron rápidamente detrás de ella buscando algo o a alguien más— ¿Y el señor romano? — preguntó, con un dejo de expectativa que no pasó de desapercibido.

—No pudo venir— respondió, tratando de mantener la voz neutra— Tuvo que atender unos asuntos en la empresa.

La sonrisa de Ricardo titubeó por un instante, y la de Claudia se desvaneció un poco, como si la respuesta la hubiera decepcionado. Intercambiaron una mirada rápida, casi imperceptible, antes de que Claudia recuperara su fachada alegre. Pero entonces,ambos notaron a Alessandro, que permanecía de pie cerca de la puerta, con los brazos cruzados y una expresión seria que parecía tallada en piedra. Sus ojos oscuros escanearon la habitación, deteniéndose brevemente en cada uno de ellos como si evaluara cada movimiento.

—¿Y...él quién es?— preguntó Claudia, con curiosidad señalando a Alessandro con un movimiento sutil de cabeza.

Aurora giró para mirar a Alessandro, luego volvió la vista hacia su padre. —Es Alessandro —dijo, con un toque de seriedad —La mano derecha de Salvatore.

Ricardo alzó una ceja, evaluando al hombre con una mezcla de cautela y desdén disimulado. Claudia, por su parte, mantuvo su sonrisa,aunque sus ojos se entre cerraron ligeramente. Aurora sintió que el ambiente se volvía más denso como si la presencia de Alessandro hubiera arrojado una sombra sobre sus planes. Decidió cortar por lo sano, mirando directamente a su padre.

—Y bien, ¿ Cuál es el asunto importante del que tenías que hablarme?— preguntó, con voz firme.

Claudia se apresuró a intervenir antes de que Ricardo pudiera responder su sonrisa se amplió aún más como si quisiera llenar el espacio con su entusiasmo fingido— ¡Oh, querida! No hay prisa, dejemos eso para después— dijo, tomando suavemente Aurora de la mano y guiándola hacia el comedor— Primero vamos a comer. He preparado un almuerzo especial para ti. No querrás hablar de cosas serias con el estómago vacío, ¿verdad?

Aurora frunció el ceño, extrañada por la amabilidad repentina de Claudia. Pero aún así, dejó que la guiara aunque la sensación de su mano en la suya le resultaba incómoda, casi invasiva, ¿Por qué están actuando así?—pensó, mientras caminaban por el pasillo hacia el comedor. Esto no es propio de ellos, la amabilidad exagerada de Claudia, y la actitud conciliadora de Ricardo le parecían una máscara. Y aunque una parte de ella quería creer que quizás, solo quizás, estaban siendo sinceros, la desconfianza seguía creciendo en su pecho.

Al entrar al comedor, Aurora vio a Valeria ya sentada a la mesa, con una copa de vino tinto en la mano y una expresión de fastidio que no se molestó en disimular. Su vestido ajustado y su maquillaje impecable le daban un aire de superioridad, como si el simple acto de estar allí fuera una molestia. Cuando sus ojos se encontraron con los de Aurora, puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro teatral.

— Hasta que por fin te dignas en llegar. Me moría de hambre—dijo, con molestia.

 Ricardo, que hasta el momento estaba detrás de ellas frunció el ceño — Valeria no le hables así a tu hermana— dijo, con voz sureme pero con un matiz de advertencia que no sonaba del todo convincente.

Valeria no respondió, solo puso los ojos en blanco otra vez y dio un sorbo de su vino, claramente poco interesada en fingir amabilidad. Aurora la observó, sintiendo una mezcla de incomodidad y confusión.

“¿Qué les pasa a todos? —pensó , sentándose en la silla que Claudia le señaló con un gesto exageradamente cortés — Primero papá con su llamada misteriosa, ahora Claudia actuando como si fuéramos las mejores amigas y Valeria... bueno siendo Valeria, pero más odiosa que de costumbre”

La hipocresía en el aire era casi palpable, y Aurora no pudo evitar preguntarse qué estaba tramando esta familia. Alessandro entro al comedor detrás de ellos, y Claudia lo miró de reojo, y su sonrisa titubeó por un segundo antes de volverse hacia Aurora.

 —¿Y él?— preguntó, señalándolo con un movimiento discreto de la barbilla, como si intentara mantener las cosas ligeras

— Pues verán, él no puede irse— respondió Aurora, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos— Salvatore insistió en que se quedara conmigo todo el tiempo. Así que, como ven estará aquí.

Claudia intercambió una mirada rápida con Ricardo, un Destello de incomodidad pasó entre ellos antes de que ella recuperara su sonrisa fingida. —Oh, por supuesto, qué considerado de su parte— dijo, con un tono que sonó más tenso de lo que pretendía. Luego se giró hacia Alessandro añadiendo con amabilidad exagerada—¿Desea que le preparemos un lugar en la mesa, señor...?

—No es necesario— respondió él, con voz seca, y tan cortante como una navaja. No se movió de su sitio, y su presencia parecía un recordatorio constante de que no estaba allí para socializar.

Claudia asintió, y volvió a sentarse ajustándose el vestido con un movimiento nervioso. Ricardo, tomó su lugar en la cabecera de la mesa mientras Valeria tamborileada los dedos en su copa, claramente aburrida. Aurora sentada frente a un plato de ensalada y un filete que olía delicioso, no podía quitarse de encima la sensación de que estaba entrando en una especie de trampa. Aún así, tomó el tenedor y pinchó una hoja de lechuga mientras sus ojos analizaban a cada uno de los presentes.