Es la historia de una mujer que se niega a dejar a su pareja luego de descubrir sus mentiras, organiza la forma de conocer a su rival buscando respuesta....
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CAPITULO 21
PERDIENDO EL AUTOCONTROL.
Para Donna, los días transcurrían de forma lenta y pesada. La angustia se instalaba en su pecho como una sombra inquebrantable. Billy había roto su promesa. No había señales de él, ni llamadas ni mensajes, y la duda la consumía. ¿Estaba con su esposa? ¿Había optado por desaparecer sin una palabra? Las interrogantes la atormentaban, impidiéndole descansar y afectando su estado anímico.
Aquellos que la rodeaban empezaron a percibir el cambio en ella. Sus sonrisas escaseaban, el mal humor se volvía más común y buscaba evitar cualquier contacto social. Se sintió como si estuviera atrapada en una montaña rusa emocional fuera de su control. Su única fuente de tranquilidad era su hija. Cada abrazo con ella traía un momento de calma, aunque fuera efímera. Para despejar su mente, tomó la decisión de llevarla al parque. Necesitaba escapar de su hogar antes de que su propia mente la llevara al borde de la locura.
Finalmente, llegó el día de su cita con Frida. La falta de noticias de Billy aumentaba su inquietud. Tras finalizar su jornada laboral, manejó hacia la clínica psiquiátrica, sintiendo una opresión en el pecho que dificultaba su respiración. Al llegar, se registró en la recepción y, como ya había estado allí antes, se dirigió sin vacilar a la sala de espera. Su sudoroso agarre denotaba el nerviosismo que la invadía, y su cuerpo temblaba descontroladamente. Se abrazó a sí misma, tratando de calmar los nervios que la atormentaban.
Al entrar, Frida la observó y notó de inmediato su estado de agitación.
— ¿Te sientes bien, Donna? —preguntó con un tono tranquilo, mirándola con atención.
—Sí —respondió de forma apresurada.
Frida frunció el ceño; no le creyó ni un instante.
— ¿Estás segura? —indagó.
Donna tragó saliva, desvió la mirada hacia sus manos temblorosas y soltó un suspiro de frustración.
—Estoy… nervioso, eso es todo —confesó en un susurro.
—Lo noto. No entiendo porque, no es la primera vez que vienes, así que quiero ayudarte a relajarte un poco antes de comenzar nuestra conversación —Frida señaló el diván—. Acuéstate, cierra los ojos y respira profundamente. Visualiza un lugar seguro, donde te sientas protegida. Puede ser un jardín lleno de flores o una playa tranquila… elige el sitio que más te traiga paz.
Donna hizo caso, intentando enfocar su mente. La imagen del viejo roble apareció en su pensamiento, el lugar donde había quemado la carta destinada a su padre meses atrás. Recordaba vívidamente aquella noche: la brisa suave, el aroma de la madera, el calor de las llamas devorando sus escritos. En ese instante había experimentado alivio, una sensación de liberación que ahora deseaba con desesperación. Inhaló profundamente y poco a poco su cuerpo comenzó a relajarse.
Frida aguardó a que la calma fuera evidente antes de seguir.
—Ahora que sientes más tranquilidad, cuéntame… ¿qué es lo que te atormenta? —su tono era suave, pero firme—. No abras los ojos todavía, solo respira y habla cuando te sientas lista.
Donna tardo un instante en contestar. Su voz sonó temblorosa, llena de emociones reprimidas.
—Es… mi marido —susurró, evitando mencionar su nombre—. Han transcurrido tres semanas y no tengo noticias de él. Mis mensajes quedan sin respuesta. Prometió que me llamaría, pero no lo ha hecho. No sé qué pensar… ni qué sentir…
Frida ascendió, mostrando comprensión.
— ¿Te gustaría compartir algo sobre tu relación con él, o prefieres que hablemos de otro asunto?
Donna cerró los ojos con fuerza, como si buscara evadir la realidad.
—No… puedo hablar de él —murmuró, sintiendo en el fondo que lo necesitaba—. Lo conocí hace cinco años… una tarde, al salir del trabajo. Estaba siendo asaltado y, sin pensarlo, intervine. Desde ese momento, comenzamos a hablar. Él vivía en otra ciudad, pero eso no era un obstáculo. Fue... amor a primera vista. De ese tipo que te provoca mariposas solo con recordarlo.
Su voz se quebró, pero siguió hablando.
—Con el tiempo, comenzamos a salir. Después de más de un año juntos, me compro una casa. No quería aceptarla, siempre he sido independiente y tengo mis propias cosas, pero él insistió en que era para que viviéramos juntos. Finalmente, me mudé con él, aunque a menudo me encontraba sola porque viajaba mucho. Soporté dos años de su ausencia sin quejarme, siempre recibiéndolo con una sonrisa a su regreso. Nunca le reclamé nada, solo disfrutaba de los momentos que compartíamos… Pero todo cambió cuando quedó embarazada.
Frida no pasó por alto el pequeño sollozo que emergió de la garganta de Donna, quien la miraba con paciencia.
—Mi madre me rechazó —prosiguió Donna con la voz entrecortada—. No reconoció que su única hija viviera en pecado y, mucho menos, que tuviera un hijo sin casarse. Se marchó de la ciudad y me dejó sola. Pero él... él decidió quedarse a mi lado. Sus viajes disminuyeron, estuvo presente en cada revisión prenatal, y cuando nació nuestra hija, él estuvo ahí. Fue… perfecto. Durante más de un año, todo fue maravilloso… hasta que volvió a viajar. Así fue nuevamente, otros dos años de ausencia, pero ahora no solo me afectaban a mí, sino también a nuestra hija. Y yo… yo decidí actuar. Sin que él lo supiera, me trasladé a esta ciudad donde tiene la cede de su empresa y su apartamento, pensando que eso nos permitiría pasar más tiempo juntos. Pero… nada cambió. Sigue viajando igual. Sigue dejándome sola.
El silencio en la habitación se volvió pesado. Frida respiró hondo y preguntó suavemente:—¿Aún lo amas, Donna?
—Como el primer día —respondió ella con determinación.
—Entonces, ¿por qué no le expresas todo esto? ¿Por qué no compartes tus temores y lo que sientes cuando está ausente?
Donna dejó escapar una risa amarga.
—Lo he hecho —contestó con tristeza—. Muchas veces. Y cada vez es lo mismo: cambia por unos meses, pasa más tiempo en casa… y luego todo vuelve a la normalidad.
Frida la observó por un momento antes de plantearle una pregunta difícil.
—¿Has considerado dejarlo?
El cuerpo de Donna se tensó al instante. Abrio los ojos y la encaró, como si contabilizar esa posibilidad fuera inconcebible.
-No. Nunca se me ha pasado por la cabeza… y pase lo que pase, eso no sucederá.
Frida tardó un momento en contestar. Sus ojos mostraban comprensión, pero también inquietud.
— ¿Estás segura? —preguntó con dulzura—. Porque esta relación te está afectando negativamente. Y pienso que es hora de que reconsideres varias cosas.
Donna sintió que el aire le faltaba. Se abrazó a sí misma, sin saber qué responder. Frida no la presionó, pero le dejó una tarea.
—Para la próxima sesión, quiero que escribas en una hoja lo bueno y lo malo. Lo que disfrutas y lo que te lastima. Sin filtros, sin miedos. Solo sé honesta contigo misma.
Donna asintio débilmente.
—Está bien… lo haré.
—Bien. Ya que te ves más tranquila, terminamos por hoy. Pediré que la próxima sesión sea en ocho días. Quiero hacer un seguimiento de tu estado de ánimo.
—Gracias, doctora —susurró antes de levantarse.