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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:2.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capítulo 7: La voz detrás del poder

La puerta del cuarto se cerró de golpe detrás de él. Dylan se dejó caer en la cama sin siquiera quitarse los tenis. Tenía los músculos tensos, las manos adoloridas de apretar el volante y la garganta seca. Todo lo que había hecho en la carretera había sido para nada.

Se cubrió la cara con las manos y soltó un bufido, un sonido áspero, de pura frustración.

—Jódete, Nathan… —murmuró para sí mismo.

El silencio del cuarto lo hizo sentirse más atrapado que nunca. Dio vueltas sobre la cama hasta que recordó lo único que aún tenía: el celular. Lo sacó del bolsillo y lo sostuvo un segundo, dudando si encenderlo o no.

Cuando la pantalla se iluminó, la avalancha de notificaciones lo golpeó de frente. Mensajes viejos, memes, insultos, y notificaciones del grupo de siempre. Casi le dio risa.

Respiró hondo y escribió un simple:

Dylan:

> ¿Me extrañaron?

La respuesta no tardó ni un minuto.

Luca:

> ¡Miren quién revive! 👻

Pensé que estabas enterrado en algún descampado.

Eidan:

> Dylan, no es gracioso. ¿Dónde carajos estabas?

Valeria:

> ¡¿ME EXTRAÑARON?! 😡

Dylan, llevas semanas desaparecido. ¿Tienes idea de lo que nos hiciste pasar?

Dylan rodó los ojos y sonrió apenas.

Dylan:

> Estoy vivo, ¿no?

Luca:

> Sí, pero seguro estabas en la cárcel. O secuestrado por una sugar mommy.

Valeria:

> ¡Luca, no seas idiota!

Eidan:

> Dylan, habla en serio. ¿Qué pasó?

Dylan se dejó caer de espaldas, con el celular sobre la cara.

Dylan:

> Nada. Solo necesitaba un descanso.

Valeria:

> Un descanso no es dejar el teléfono apagado tres semanas.

La próxima, te busco yo misma.

Luca:

> Por favor, grábalo cuando lo hagas.

Eidan:

> Dylan… en serio. No vuelvas a hacer esto.

Dylan se mordió el labio, sintiendo la mezcla de rabia y alivio.

Dylan:

> Tranquilos.

El chat quedó en silencio unos segundos, hasta que apareció el último mensaje.

Eidan:

> Entonces vuelve pronto.

Dylan apagó la pantalla.

Dylan había desaparecido en el pasillo, encerrándose en su cuarto. Nathan lo dejó ir. No era necesario vigilarlo de cerca; no después de la carrera de esa mañana. A esas alturas, Dylan ya sabía lo inútil que era resistirse.

Nathan encendió un cigarro y lo fumó en silencio, sentado en el sillón del salón como si estuviera en su propio club privado. Apenas dio la primera calada, su teléfono vibró.

—¿Qué? —respondió seco, sin mirar la pantalla.

—Tienes que venir —la voz de Alex sonaba seria, más de lo normal—. La socia de Milán llegó antes de lo previsto. Dice que no piensa esperar otra hora más.

Nathan arqueó una ceja, con una sonrisa cansada.

—¿No se enteró de que estaba ocupado cazando a un gatito rebelde?

—Ya deja de hacer chistes —replicó Alex, pero con un tono cómplice, casi divertido—. Estoy tapando huecos aquí, pero no aguanto mucho. O vienes tú, o me van a arrancar la cabeza.

Nathan soltó el cigarro en el cenicero.

—¿En dónde?

—En la sala de juntas, piso 24. Y te recomiendo que no aparezcas con cara de loco, porque esta mujer no traga excusas.

Nathan echó otra bocanada de humo.

—¿No dijimos que ibas a manejar eso tú?

—Sí, pero una cosa es manejar y otra es aguantar la cara de esa mujer mirándome como si fuera un becario. Esto es de cerrar en persona, Nathan.

Nathan soltó una risa baja.

—Siempre tan dramático.

—Y tú siempre tan... —Alex suspiró—. En serio, Liu, dejaste la reunión a medias por lo de Dylan. Lo entiendo, pero ahora no puedes dejar que estos tiburones huelan sangre.

Nathan apagó el cigarro contra el cenicero, se levantó y tomó su chaqueta.

—Está bien. Voy para allá.

—¡Aleluya! —ironizó Alex antes de colgar.

El camino hasta la oficina fue rápido. Nathan llegó a la torre de Liu Motors con la misma presencia impecable de siempre. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Alex ya lo esperaba afuera, trajeado y con la corbata medio torcida.

—Por fin —dijo Alex, aliviado, entregándole una carpeta—. Pensé que ibas a hacerme sufrir un rato más.

Nathan lo miró de arriba abajo, arqueando una ceja.

—Esa corbata está pidiendo auxilio.

—Jódete —respondió Alex, acomodándosela de mala gana—. Vámonos, que nos están esperando.

Las puertas del ascensor se abrieron en el piso 24. La sala de juntas estaba en silencio, a excepción del golpeteo de unos tacones contra el mármol.

La socia de Milán, Giulia Moretti, esperaba de pie frente a la mesa alargada, con los brazos cruzados y un gesto impaciente. Mujer de unos cuarenta, elegante, con un traje beige impecable y el tipo de mirada que podía incomodar a cualquiera que no supiera mantenerse en pie.

—Al fin —soltó en italiano con un tono ácido—. Pensé que el gran Nathan Liu había olvidado lo que significa puntualidad.

Nathan entró como si nada, abrochándose la chaqueta con calma.

—Yo nunca olvido nada. Solo elijo qué me importa más.

Alex, sentado en una esquina con papeles en la mano, disimuló una sonrisa. Conocía demasiado bien ese tono.

Giulia lo miró con frialdad.

—Estoy aquí porque el consorcio de Milán no está dispuesto a esperar más retrasos en las entregas. Ya hubo una pérdida de tres millones el trimestre pasado.

Nathan tomó asiento en la cabecera, como si la sala le perteneciera por completo.

—Tres millones se recuperan en una semana si se sabe jugar. Lo que no se recupera es la confianza.

Ella lo observó, buscando un titubeo que no encontró.

—Entonces dime cómo piensas solucionarlo.

Nathan deslizó la mirada hacia Alex, que de inmediato proyectó en la pantalla una serie de gráficas y documentos.

—La producción se moverá desde Monterrey. Ganaremos tres semanas y reduciremos costos en transporte. Tú no pierdes un euro más.

Giulia lo escuchó en silencio, tamborileando los dedos contra la mesa. Al final, asintió apenas.

—No esperaba menos de ti. Pero recuerda algo, Nathan: la paciencia de Europa no es infinita.

Nathan sonrió, ladeando la cabeza.

—La paciencia tampoco es uno de mis fuertes. Por suerte, la diferencia es que yo no negocio para perder.

La mujer sostuvo su mirada unos segundos más, hasta que Alex rompió la tensión, carraspeando y cerrando la presentación.

—Entonces… ¿firmamos o seguimos perdiendo tiempo?

Giulia dejó escapar una risa seca y recogió sus papeles.

—Firmamos.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Alex soltó el aire que había estado conteniendo.

—Joder, hermano, un día vas a provocar que alguien te quiera matar.

Nathan, sin apartar la vista del ventanal, encendió otro cigarro.

—Si llega ese día… espero que al menos sepan disparar bien.

La enorme residencia de los Lara, en las afueras de Madrid, parecía un campo minado desde el amanecer.

El señor Lara caminaba de un lado a otro por el salón con el rostro rojo de rabia. Los criados preferían desaparecer cada vez que escuchaban su voz.

—¡Es que no me entra en la cabeza! —bramó, golpeando la mesa con el puño—. ¡Ese mocoso desaparece semanas y ni una maldita llamada! ¿Qué clase de hijo hace eso?

Doña Elena, recostada en el sillón, hojeaba una revista con calma irritante.

—Manuel, ya. Vas a asustar hasta a los vecinos.

—¡No me vengas con calmantes, Elena! —rugió él, volviendo a girar por la sala—. ¡Andrik nunca me dio estas vergüenzas!

—Claro, porque a Andrik lo tienes puesto en un pedestal —replicó ella sin levantar la vista—. Pero no olvides que tienes dos hijos, no uno.

La puerta se abrió en ese instante. Andrik apareció impecable, con traje y corbata, y un aire seguro que contrastaba con los gritos de su padre. Dejó las llaves sobre la mesa con un “clic” seco.

—¿Otra vez con el drama? —preguntó, sirviéndose un whisky con total tranquilidad—. De verdad, papá, deberías considerar un curso de manejo de ira.

Su padre lo fulminó con la mirada.

—Tu hermano sigue sin aparecer. ¿Sabes dónde está?

Andrik alzó las cejas, sonriendo de lado.

—Si lo supiera, no te estaría escuchando.

—¡Andrik! —el viejo casi escupió el nombre.

—¿Qué? —replicó con tono despreocupado—. Dylan no va a aparecer porque le grites más fuerte. ¿No lo entiendes todavía?

El señor Lara bufó, enrojecido.

—¡Ese maldito crío va a arruinar este apellido!

Andrik dio un sorbo al whisky, con calma.

—No lo va a arruinar, papá. Solo está intentando sobrevivir a tu manera de ser.

El silencio cayó como un golpe seco. Doña Elena dejó la revista sobre la mesa, mirando a su marido con frialdad.

—Yo lo único que espero es que vuelva vivo. Eso es todo.

El viejo se dejó caer en un sillón, respirando fuerte, incapaz de responder.

Andrik, mientras tanto, subió las escaleras con el vaso en la mano. Al llegar a su cuarto, desbloqueó el móvil y miró la última conversación con Dylan. Mensajes sin contestar. Una llamada perdida de semanas atrás.

Sus labios se apretaron en una línea fina.

—¿Dónde carajos te metiste, enano? —murmuró, solo para sí.

1
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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