Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
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Capitulo XXIII Noticia inesperada
Punto de vista de Marcelo
El doctor entró nuevamente a la habitación, llevando un carrito de esos que hacían ecografías. Quería saber cuál era la condición y estado de salud del bebé.
En la habitación solo estábamos Diana, Leonardo y yo. La excusa oficial era que queríamos guardar en secreto cualquier cosa que pudiera salir en la pantalla.
Ayudé a Diana a levantar su camisa. Leonardo aplicó un gel que hizo a Diana quejarse por el frío. Sonreí al ver su expresión de niña malcriada.
Leonardo colocó un pequeño aparato sobre el vientre de mi esposa y empezó a deslizarlo, viendo fijamente la pantalla.
—Es un feto de aproximadamente un mes. Tiene un buen peso y tamaño para el tiempo de gestación. No presenta pérdida del líquido amniótico. Hasta aquí, todo está normal. Ahora escuchemos su corazón.
Leonardo encendió algo en el monitor y este empezó a reproducir los latidos de mi hijo. Era la primera vez que me sentía tan emocionado en la vida, y Diana ni se diga: ella soltó lágrimas de felicidad.
Sin embargo, nuestra felicidad fue empañada por una mirada de advertencia de Leonardo. Sus ojos se ensancharon y su expresión no era la misma de hace unos segundos.
—¿Qué pasa, Leonardo? ¿Todo bien con mi hijo? —preguntó Diana, visiblemente preocupada.
—¿Escuchan ese otro sonido? —preguntó, obligándonos a hacer silencio.
—Sí, ¿es normal? —pregunté, ansioso.
—Es perfectamente normal cuando son dos fetos viviendo simultáneamente en el mismo saco gestacional. Felicitaciones, tendrán gemelos o gemelas.
Quedé en shock ante la noticia de que sería padre dos veces al mismo tiempo. Era increíble que Diana me daría la dicha de tener dos hijos míos. No pude contener la emoción, así que la besé con ternura en los labios.
—¡Gracias, amor mío! —dije, sosteniendo nuestras miradas.
—Aún no lo puedo creer —dijo ella con la emoción contenida—. ¡Tendré dos hijos!
Una vez terminó el estudio, la abracé fuertemente a mi pecho. La felicidad que estaba teniendo no la había sentido nunca. Estaba formando una familia, mi propia familia, y eso era algo que no podía ser descrito.
—Ahora debes cuidarte mucho más. Los embarazos múltiples son muy complicados si no se lleva un régimen estricto en la rutina diaria. Por los momentos, te colocaré unos suplementos vitamínicos y una cita con una nutricionista amiga mía. Una vez más, felicitaciones.
Leonardo salió de la habitación, dejándonos solos. Diana fue dada de alta unas horas más tarde, cuando su cuadro de deshidratación fue controlado. A la salida de la clínica, un grupo de periodistas nos estaba esperando, ansiosos por saber si había pasado algo malo con nuestro bebé.
—Señor Villavicencio, ¿cómo se encuentra su familia? ¿Pasó algo con el embarazo?
No pude evitar gritarle al mundo la felicidad que sentía, así que por primera vez di una declaración fuera de un ambiente controlado.
—Mi familia está perfectamente bien. El día de hoy nos dieron la maravillosa noticia de que tendremos dos bebés.
Después de dar la única declaración, subí al auto junto a Diana, que se había adelantado. El carro avanzó, dejando a los periodistas con una primicia que no imaginaron iban a tener ese día.
Llegando a la mansión, llevé a Diana a nuestra habitación. La cuidaba como mi mayor tesoro y, de ahora en adelante, todos en la casa estaban a su disposición. Ella no podía mover un solo músculo, porque hasta para limpiarse la nariz le colocaría una persona que lo hiciera por ella.
—Estás exagerando, solo estoy embarazada, no enferma —reprochó, haciendo pucheros.
—Hasta que no esté controlada la anemia y la falta de peso, no te dejaré hacer nada. Ahora lo más importante es que tú y los gemelos estén bien.
Mi parte posesiva volvió a surgir y esta vez no había opción a discutir. Ellos eran mi prioridad y por encima de quien sea los iba a proteger.
—Ahora descansa mientras te preparan un almuerzo nutritivo. Tengo que volver a la oficina y, si necesitas algo, puedes llamarme. Estaré al pendiente del teléfono.
Salí de la mansión con pena en el corazón por tener que dejar a mi esposa sola, pero el deber me llamaba y ahora menos que nunca podía dejar de trabajar. A mis hijos y a mi mujer no podía faltarles nada.
Una vez en la oficina, Irene, la amiga de Diana, me abordó.
—Disculpe, señor Villavicencio, quería preguntarle si es posible que pueda visitar a Diana... perdón, a la señora Villavicencio.
—Por supuesto, creo que su visita le haría bien. Ahora, tampoco creo que le guste mucho que la llames señora Villavicencio. Por lo que sé, ustedes se conocen de toda la vida —Había mandado a investigar a Irene y estaba limpia, por eso le permití que fuera a visitar a mi esposa.
—Muchas gracias, señor. Solo es por respeto a usted, y sí, tenemos años conociéndonos.
—Bueno, solo dime el día que vas a ir para anunciarte con las personas de seguridad de la casa.
—Si es posible, hoy mismo después del trabajo.
—Me parece perfecto, puedes ir. Te doy el resto del día libre.
La emoción en la cara de Irene era genuina. Saber que iría a ver a Diana la llenó de ilusión.
—Gracias, jefe, muchas gracias.
Irene salió corriendo por sus cosas, mientras yo la anuncié con las personas de seguridad para que supieran que le podían dar acceso. También llamé a Diana para que supiera que su amiga iba en camino. En fin, después de hacer varias llamadas, me concentré en el trabajo que tenía pendiente, aunque las notificaciones felicitándome no se hicieron esperar. El mundo ya sabía que los Villavicencio tendrían gemelos.