Sabía que acercarme a Leonel era un error.
Encantador y carismático, pero también arrogante e irreverente. Un boxeador con una carrera prometedora, pero con una reputación aún más peligrosa. Sus ataques de ira son legendarios, sus excesos, incontrolables. No debería quererlo. No debería desearlo. Porque bajo su sonrisa de ángel se esconde un demonio capaz de destrozar a cualquiera en cuestión de minutos. Y sé que, si me quedo a su lado, terminaré rota.
Pero también sé que no puedo –no quiero– alejarme de él.
Leonel va a destruirme… Y, aun así, estoy dispuesta a arder en su infierno.
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Capítulo 21 | Lucia
Una parte de mí quiere llamarlo. Otra ni siquiera puede procesar qué es lo que pasó. Quiero confiar en él. Quiero creer en él, y una parte muy grande de mí lo hace; pero otra, la que está envuelta en un halo de inseguridades, complejos y celos, no.
He escrito alrededor de treinta mensajes de texto en la última hora, y ninguno ha sido enviado porque no sé qué es lo que debo decir. Quiero disculparme, quiero una explicación contundente, quiero una disculpa de su parte y quiero preguntar cómo está.
Cleo no ha preguntado nada. Se ha limitado a recostarse a mi lado y abrazarme mientras permito que las lágrimas calientes inunden mi rostro. No hay sollozos o ruidos lastimosos… sólo lágrimas.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que llegué, pero Cleo no se ha apartado ni un momento. Cuando las lágrimas cesan, aparta el cabello de mi rostro, y en lugar de preguntar qué ha pasado dice—: Te ves como mierda.
Una risa brota de mi garganta. Se siente extraño reír cuando tienes un puño invisible apretándote el corazón. —Gracias —digo y mi voz suena ronca y espesa.
— ¿Sabes de qué tengo ganas?
— ¿De ver a Colton?
Sus ojos ruedan al cielo y dice—: Además de eso… ¿sabes qué quiero?
— ¿Qué?
—Un tarro de nieve de vainilla y un paquete de galletas con chispas de chocolate —dice y me sonríe con amabilidad.
Hago una mueca de desagrado, arrugando la nariz. —Me viene más la nieve de chocolate y las galletas oreo —admito.
—Chocolate y oreos suena a mucha diabetes.
—Vainilla y chispas de chocolate, también.
Rueda los ojos una vez más y dice—: Tú ganas; ya vuelvo, ¿de acuerdo?, llámame si cambias de opinión —se levanta y mi ceño se frunce—. Iré a buscar tu helado y tus galletas. ¿Voy por pizza también?
Una punzada recorre mi pecho y me siento más que afortunada por tener a una chica como Cleo como mi amiga. —Eres la mejor —digo, sintiendo mis ojos llenándose de lágrimas.
—Lo sé, cariño —me guiña un ojo—. Si te llama, no le respondas. Que se esfuerce por tenerte de regreso —sonríe.
Bajo la mirada, apretando los ojos con fuerza. —N-No creo que vaya a llamar nunca —mi voz suena inestable.
—Si no llama, es un imbécil, ¿de acuerdo? —Escucho cómo abre la puerta—. No hagas nada estúpido, como llamarle, o cortarte las venas, o tirarte del último piso. Detestaría tener que recoger tus sesos esparcidos en la acera.
Una risita brota de mi garganta y niego con la cabeza. —Idiota —murmuro en broma.
—Te amo, también, Lucia —me guiña un ojo y desaparece por la puerta.
La habitación se sume en un silencio sepulcral y miro mi teléfono. He perdido la cuenta de cuántas veces lo he revisado el día de hoy.
No sé qué es lo que espero al mirar la pantalla, pero sigo haciéndolo cada pocos minutos. Una parte de mí espera que sea él quien dé el primer paso, pero sé que no será así. Leonel es tan orgulloso como yo, y uno de los dos tiene que ceder. En éste momento, no quiero ser yo quien ceda…
Me encamino hasta la ducha y abro el grifo, esperando que el agua caliente elimine por completo la sensación helada dentro de mi pecho. Cuando salgo y me visto, reviso el teléfono una vez más, sin encontrar ningún mensaje. Mucho menos una llamada.
Tomo una respiración profunda y busco el número de Leonel en mis contactos antes de presionar el botón de llamada. Mi corazón late con fuerza contra mis costillas cuando me llevo el teléfono a la oreja; no estoy segura de saber qué es lo que quiero decirle. Un hueco se instala en la boca de mi estómago y trago la bilis que amenaza por salir de mi garganta. Mi mano tiembla sosteniendo el teléfono y espero.
La decepción me alcanza cuando la llamada se desvía al buzón de voz. Ha apagado el teléfono.
“Ha apagado el teléfono para no tener que hablar contigo” dice una voz dentro de mi cabeza y un nudo se instala en mi garganta cuando cuelgo.
Cleo aparece media hora más tarde y deja el motín sobre mi cama. —Se supone que debemos dejar el helado para el final, pero si no lo comemos ahora, se deshará —dice y se detiene al mirarme—. ¿Qué está mal? —su ceño se frunce.
Hago una mueca y desvío la mirada, intentando ocultar las lágrimas que están agolpándose en mis ojos. —A-Apagó el teléfono.
—Oh, Lucia —escucho la dulzura en su voz. Me obligo a respirar profundamente para no echarme a llorar una vez más—. Debes darle tiempo. Tiene que calmarse para que puedan hablar como la gente. No sé qué es lo que pasó, pero sé que van a superarlo. Leonel está loco por ti. Todo el mundo lo sabe.
Sus palabras me golpean como un látigo. Yo no lo sabía. No lo sabía hasta que Leonel me lo gritó a la cara. —Ni siquiera sé cómo sentirme —mi voz suena inestable y débil—. Una parte de mi quiere creer en él y la otra… La insegura y celosa, quiere alejarse. No sé qué hacer. No sé qué es lo correcto. No sé cuál es la verdad…
—Lucia, nunca vas a saber cuál es la verdad —dice—. A veces, lo único que tenemos son las palabras del otro, y eso tiene que bastar. La confianza debe ser suficiente, y si estás dudando de él, es porque algo están haciendo mal. No están fomentando la confianza.
—N-No puedo darle lo que esa chica le ofrecía —digo en un susurro tembloroso. El ceño de Cleo se frunce.
— ¿No han tenido sexo? —yo niego con la cabeza enérgicamente—. Asumí que lo hacían las veces que te quedabas en su casa —dice y una risa nerviosa me asalta.
—N-Nunca he estado con nadie —susurro, avergonzada de mi misma.
La boca de Cleo cae abierta. —Oh, Dios mío —dice—. ¿De verdad nunca…?
— No —siento el rubor instalarse en mis mejillas mientras desvío la mirada—. Es por eso que… —el dolor en mi pecho me hace difícil respirar—. Es por eso que me aterra la idea de pensar que quizás… —trago el nudo que está formándose en mi garganta—, se canse de esperarme y busque a alguien que le dé eso que yo no le doy.
—Eres una idiota —espeta Cleo y la miro, aturdida, dolida y asombrada—. ¿Qué prueba mayor quieres para darte cuenta de que Leonel te quiere lo suficiente como para no engañarte?, ¡la fama de mujeriego lo precede, pero está esperándote a ti!, ¡has estado con él tres meses sin ofrecerle sexo, y ha estado bien con eso!, ¿eso no es suficiente prueba? —Mi ceño se frunce y las lágrimas me nublan la vista—. Leonel era el tipo de chico que buscaba sexo en donde fuera. Si no lo obtenía, se iba y ya. Contigo no se ha ido. Ha esperado por ti. Ha tenido suficiente con lo que le ofreces, ¿no crees que se merece el beneficio de la duda?
Lágrimas pesadas y calientes ruedan por mis mejillas y las limpio con mis dedos temblorosos.
—N-nunca voy a poder darle eso —sollozo—. N-Ni siquiera puedo dejar que me vea desnuda, yo…
No puedo continuar. No puedo dejar de sollozar. No puedo dejar de odiar a mi papá por lo que me hizo, y no puedo evitar odiar un poco a mi mamá, por no haberlo echado a tiempo.
—Oh Dios mío —la voz de Cleo está teñida con horror—. Lucia… ¿te violaron?
— ¡Dios, no! —exclamo, horrorizada con la idea. Sé que, para muchas personas, mis cicatrices no son nada, pero para mí son una vida de burlas, una vida de complejos, inseguridades y recuerdos tortuosos.
Sin decir una palabra, me pongo de pie y me saco la blusa, dándome la vuelta para que pueda vermi espalda. Cuando escucho su jadeo horrorizado, los sollozos se vuelven incontrolables. Todo mi cuerpo tiembla y no puedo dejar de llorar. Sé como lucen. Sé que son espantosas. Sé que nunca voy a tener el valor de mostrárselas a alguien como Leonel.
Él ha visto decenas de cuerpos desnudos. Hermosos cuerpos desnudos. ¿Cómo reaccionaría al ver mis cicatrices?... No quiero que me tenga miedo. No quiero que sienta asco o repulsión por mí.
— ¿Qué pasó? —el susurro de Cleo es cauteloso y suave.
Tomo una inspiración profunda y se lo cuento. Le cuento la historia completa, no la historia resumida que le conté a Leonel—: Mi papá le pegaba a mi mamá. Nunca me hizo nada hasta que cumplí diez años y quise defender a mi mamá —me trago un sollozo—. Era mi cumpleaños y tuvieron una estúpida discusión por la comida; él la empujó y yo lo empujé a él. Tomó la parrilla y la puso sobre mi espalda. Mi mamá intentó defenderme, pero él la golpeó en la cara con la parrilla y me tiró del cabello hasta inmovilizarme contra la mesa —los recuerdos hacen que me estremezca por completo—. Él dijo: “voy a darte una lección, tú, pequeña idiota” —escupo laspalabras con odio e intento mantener mi histeria a un nivel mínimo—. Entonces, me sostuvo contra la mesa unos minutos y volvió a presionar la parrilla en mi espalda. Estaba caliente —trago la bilis que está subiendo por mi garganta y me obligo a continuar—: me di cuenta de lo que estaba haciendo…, estaba calentando la parrilla para quemarme; lo hizo varias veces. No recuerdo cuántas…, él solo calentaba la parrilla y me quemaba con ella, la presionaba contra mi espalda, arrancando capas y capas de piel y tejido…
—Oh, Dios mío… —la voz de Cleo suena temblorosa y débil.
—Si mi mamá no hubiese recuperado el conocimiento, me habría matado —apenas puedo respirar. Apenas puedo hablar. Las lágrimas no me permiten ver nada y el dolor de los recuerdos vuelve a mí como un golpe en el estómago.
De pronto, soy capaz de escuchar, dentro de mi cabeza, los gritos de una niña. Mis gritos…, los gruñidos de mi papá, el temblor de mi cuerpo, mis súplicas, el dolor en mi espalda…
Me giro para encarar a Cleo y veo las lágrimas corriendo por sus mejillas. Ella se levanta para abrazarme pero me retiro. —No —pido en un sollozo ahogado—. Por favor, no.
No quiero que me abrace. Si me abraza, voy a desmoronarme. Si me abraza, voy a volver a ese lugar oscuro del que he estado huyendo toda mi vida.
Su teléfono suena y pega un salto de la impresión. Mira la pantalla y hace una mueca. —Es Colton. Ya vengo, ¿está bien?, no tardaré ni un minuto.
Me siento en la cama y retiro las cosas, poniéndolas sobre el escritorio. Deshago la cama y me meto en ella, cubriéndome hasta la cabeza. Lo único que quiero es que el día termine. Lo único que quiero es desaparecer…
~*~
Paso el fin de semana encerrada en la habitación. Cleo intenta sacarme de la cama en algún momento del sábado, pero me reúso a dejar la comodidad de la cueva que me he creado entre las sábanas.
Leonel no ha llamado, o escrito y no le culpo. Estoy comenzando a darme cuenta de que realmente no va a buscarme y que si quiero que esto se solucione, tendré que tragarme el orgullo y buscarlo yo.
En algún momento del domingo intento llamarle, pero su teléfono sigue apagado. Mi ánimo decae ante la idea de que ni siquiera quiere hablar conmigo. No he vuelto a llorar desde el viernes por la noche, pero no me he permitido pensar demasiado en lo que pasó.
El lunes por la mañana me obligo a salir de la cama y me meto en la regadera.
Me toma alrededor de diez minutos estar lista para ir a clases, porque ni siquiera me he molestado en mirarme al espejo. No soy buena manejando rupturas amorosas. No soy el tipo de chica que sale de compras, coquetea con otro chico y olvida en un par de semanas.
Ni siquiera sé cómo voy a enfrentarme al mundo real.
La bilis sube por mi garganta cuando recuerdo la cantidad de rumores que hubo cuando Leonel y yo empezamos; ni siquiera quiero imaginar qué es lo que escucharé por todo el campus ahora que hemos terminado.
—No dejes que nadie te haga bajar la cabeza, ¿de acuerdo? —dice Cleo, mientras caminamos rumbo al edificio principal.
Yo asiento, incapaz de confiar en mi voz.
Cleo me acompaña hasta mi salón de clases a pesar de que nadie parece saber que Leonel y yo ya no estamos juntos. Sé que no debo ilusionarme demasiado. Van a darse cuenta tarde o temprano.
Las clases pasan con regularidad, pero no puedo apartar mi cabeza de él. No sé si voy a tener el valor de abordarlo. Ni siquiera sé si va a querer hablar conmigo.
La hora del almuerzo llega y me precipito a guardar mis cosas y salir del aula. La realidad me golpea con fuerza cuando me percato de las miradas fijas en mí. Soy consciente de los cuchicheos que suenan a mí alrededor, pero me obligo a levantar el mentón y caminar erguida hasta la cafetería.
Una mano se enreda en mi muñeca, y el rostro preocupado de Cleo se detiene a pocos centímetros del mío. —Nos vamos de aquí. Ahora. —sisea y abro la boca para replicar, pero tira de mí, dirigiéndonos de regreso a la puerta.
—Sabía que era cuestión de tiempo —canturrea una voz a mis espaldas y me detengo en seco. Todos los vellos de mi nuca se erizan mientras me giro sobre mis talones.
La pelirroja que me habló sobre la chica en el camerino de Leonel está ahí, cruzada de brazos, sonriéndome con suficiencia. —Todo el mundo sabía que Leonel jamás iba a sentar cabeza contigo —se burla—. Eres tan sosa.
— Cállate —sisea Cleo a mi lado, pero el daño está hecho. Soy sosa. Soy insignificante. Soy una más en la lista de conquistas de Leonel Alvarez.
— Ow, ¿también necesitas que te defiendan?, con razón te cambiaron por alguien más. Eres tan insignificante, que ni siquiera eres capaz de defenderte por ti misma —sonríe.
— ¿Terminaste? —digo, intentando sonar tranquila y serena. No debo dejar que note cuánto me Lucia golpeado sus palabras.
Una risa burlona brota de su garganta. —Espero que lo hayas disfrutado, cariño, porque será el mejor amante que puedas encontrarte. ¿Te folló en el sillón, o tú si llegaste a su habitación?
El coraje se apodera de mi cuerpo y aprieto los dientes y los puños, intentando reprimir el temblor de mi cuerpo. Sin previo aviso, estampo mi mano en su mejilla. Un jadeo colectivo inunda la estancia y lo único que soy capaz de escuchar, es mi pesada respiración.
Una mano vuela en mi dirección, haciendo que mi cara gire ante el impacto de la bofetada. Me abalanzo hacia adelante, dispuesta a liberar todo mi coraje contra la chica. Rasguños, tirones de cabello, bofetadas y maldiciones brotan de mis labios, mientras la gente a nuestro alrededor grita. Unos alentándonos; otros pidiendo que paremos.
Un brazo se envuelve en mi cintura y tira de mí, levantándome. No sé en qué momento llegué al suelo, pero estoy sentada a horcajadas sobre la pelirroja.
Pataleo y forcejeo para ser liberada, pero un segundo brazo se aferra a mí, levantándome del suelo con facilidad.
—Shhhh —dice una voz en mi oreja. El aliento caliente me pone la carne de gallina—. Detente, Lucia. Basta.
Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando escucho la familiar voz ronca y tranquila. —Basta —susurra de nuevo, y no me cabe la menor duda...
Leonel Alvarez está sosteniéndome con fuerza por la cintura. Impidiendo que arremeta en contra de la chica que me provocó.