Bajo la lluvia es una historia de romance y pasión que surge de un encuentro inesperado. Mariana, marcada por un pasado complicado, conoce a Samuel, un hombre enigmático que despierta en ella emociones olvidadas. Sin embargo, cuando su exnovio reaparece, el amor se ve amenazado por los fantasmas del pasado. Entre secretos, deseo y decisiones, ambos deberán enfrentar lo que realmente significa arriesgarse por amor.
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cap:22
El paso de los años había sido generoso con Samuel y Mariana. El amor que una vez fue incierto, lleno de dudas y miedos, se había transformado en una relación sólida, profunda, tejida con la paciencia de los días y la comprensión de las heridas sanadas. Ahora, en una casa cálida y acogedora a las afueras de la ciudad, vivían una vida que nunca imaginaron, pero que ambos habían elegido.
El sonido de las risas llenaba la casa esa tarde. Samuel, ahora con más canas en el cabello y algunas arrugas en la frente, estaba sentado en el sofá, sosteniendo a su hija pequeña en brazos. La niña, con sus ojos brillantes y su risa contagiosa, no dejaba de hacerle cosquillas a su padre, mientras él intentaba mantener su seriedad, aunque la risa se le escapaba de los labios. Mariana, por su parte, estaba en la cocina, preparando una merienda mientras observaba con una sonrisa a su familia.
La casa, aunque sencilla, estaba llena de vida. Fotos en las paredes, recuerdos de viajes, y sobre todo, momentos compartidos. Pero lo que más destacaba era el amor palpable entre ellos, ese lazo invisible que los unía, que había crecido con cada desafío y cada victoria, con cada paso dado hacia adelante.
—Papá, ¡mira esto! —dijo su hijo mayor, un niño de ocho años, mientras corría por el pasillo con una pelota en las manos. Samuel lo miró, dejando que la niña en sus brazos se acomodara un poco más, y se levantó con una sonrisa.
—¿Qué tienes ahí, campeón? —preguntó, curioso.
—¡Voy a ganarte en fútbol, papá! —exclamó el niño con orgullo, mientras se ponía en posición para patear la pelota hacia su padre.
Mariana, escuchando desde la cocina, no pudo evitar reírse. Aquellos momentos eran lo que le daban sentido a todo lo que había vivido, lo que le daba sentido a su vida con Samuel. El paso del tiempo había sido testigo de su amor, y ahora, con dos hijos, se sentía completa, más de lo que nunca creyó posible.
Cuando el niño le pasó la pelota a Samuel, ambos comenzaron a jugar en el salón. La niña observaba desde el regazo de su madre, entretenida con su pequeño juguete, pero sin perderse de las risas y gritos de felicidad que llenaban la casa. Los años no habían sido fáciles, pero había algo profundamente hermoso en ver a Samuel como padre, alguien tan presente y amoroso, que nunca antes había imaginado que pudiera ser. El mismo hombre que había luchado tanto contra sus propios miedos ahora estaba siendo el padre que siempre había deseado ser, un padre que siempre estaba allí, listo para abrazar a sus hijos, para enseñarlos, para guiarlos.
Mariana, con su corazón lleno de amor, se detuvo un momento a observar a su familia. El tiempo había pasado, y aunque había cambios, lo que nunca cambió fue el profundo vínculo entre ellos. Habían pasado por tanto, y hoy, podían mirar hacia el futuro con esperanza. Su vida había sido reconstruida con cada momento, con cada esfuerzo, con cada decisión tomada en conjunto.
Después de un rato, Samuel se acercó a Mariana, tomando a la niña en brazos mientras el niño corría a la cocina en busca de una galleta. Los dos se miraron en silencio, sonriendo, mientras sus corazones latían al unísono.
—Nunca imaginé que llegaríamos hasta aquí —dijo Samuel, mirando a su familia con ojos llenos de emoción.
Mariana se acercó a él, colocando una mano en su brazo.
—Lo sé —respondió ella suavemente, sintiendo la calidez de su toque. —Pero lo hicimos. Y cada día, me siento más agradecida por todo lo que tenemos.
La familia que habían construido juntos era su mayor tesoro. Con los altibajos de la vida, con todas las pruebas que les había presentado el destino, lo que tenían ahora era irremplazable. El amor que compartían, la conexión que habían cultivado, sus hijos, su hogar... todo era fruto de un amor que había sobrevivido al tiempo, a las dificultades y a las pruebas.
Esa noche, después de una cena tranquila, Samuel y Mariana se sentaron en el sofá, observando a sus hijos mientras se preparaban para dormir. Las luces suaves de la casa, el calor del hogar, la risa de sus niños… todo eso era un recordatorio de lo lejos que habían llegado.
—¿Te imaginas lo que éramos antes? —preguntó Samuel en voz baja, con una sonrisa en sus labios.
Mariana lo miró con dulzura, recordando aquellos días llenos de incertidumbre, de peleas, de promesas rotas. Pero ahora, todo eso parecía una vida pasada. Ella había dejado de temerle al futuro. Estaba aquí, con Samuel, con sus hijos, construyendo algo que valía la pena.
—No —respondió ella, y su sonrisa se amplió. —Pero sé que lo que tenemos ahora es más hermoso de lo que jamás soñé.
Y con esas palabras, se quedó en silencio, abrazando a su familia, sintiendo que, finalmente, el amor había logrado lo que parecía imposible. Porque a veces, los comienzos más inesperados, llenos de dolor y confusión, pueden transformarse en los finales más hermosos.
En la vida, las segundas oportunidades no siempre llegan de la forma que uno espera, pero cuando lo hacen, pueden ser más grandiosas que cualquier otra cosa. Y para Samuel y Mariana, este era el verdadero comienzo: el de una vida juntos, una vida llena de amor, de risas y, sobre todo, de esperanza.