“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”
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Capitulo 10:– Entre luces, mentiras y un salto al vacío
El sonido de la música vibraba por todo el jardín. Las luces de colores se reflejaban en la piscina como si el cielo hubiera caído dentro del agua. Isabella había decidido olvidarse de lo q había pasado y siguió divirtiéndose .
Lucas se había alejado unos minutos. Un amigo suyo lo llamó para que lo ayudara a mover unos parlantes. “No tardo”, le había dicho a Isabella, que apenas lo escuchó entre el bullicio de la música.
Ella asintió sonriendo, aunque en el fondo se sentía un poco sola. Tomó un vaso que una de las chicas le ofreció, pensando que era jugo. El líquido sabía raro, pero lo bebió sin pensar demasiado. Solo un rato más, se dijo. No sospechaba que Sofía, desde la otra esquina del jardín, la observaba con una sonrisa torcida y satisfecha.
—Vaya, Isa… siempre tan perfecta —susurró Sofía mientras revolvía su copa—. A ver si sigues sonriendo cuando empiece el espectáculo.
La sustancia que habían puesto en la bebida era ligera, pero suficiente para desorientarla. En cuestión de minutos, Isabella comenzó a sentirse rara, como si el mundo girara demasiado rápido. La música le sonaba más fuerte, las luces más brillantes, y la gente… como si todos la miraran.
—¿Por qué me miran todos? —preguntó entre risas nerviosas, tropezando un poco—. ¿Qué tengo? ¿Un cartel en la frente?
Nadie respondió. Algunos comenzaron a grabar con sus teléfonos cuando la vieron subir a una pequeña plataforma junto al DJ. Isabella no era así. Nunca hacía el ridículo. Pero ahí estaba, riendo, tambaleándose mientras trataba de bailar al ritmo de la música. Su vestido se movía con ella, desordenado por el viento.
—¡Isa, bájate de ahí! —gritó una de sus amigas, pero ella solo soltó una carcajada torpe.
En ese momento, Sofía fingió preocupación, corriendo hacia Lucas.
—¡Lucas! Creo que Isabella está mareada, deberías ir a verla.
—¿Qué? —Lucas volteó, y su rostro cambió por completo al verla tambaleándose sobre la tarima—. ¡Dios, Isa!
Corrió hacia el jardín, pero entre la multitud y la música no la encontraba. Isabella, confundida y risueña, caminó sin rumbo, esquivando cuerpos y luces hasta llegar al borde de la piscina. Se quitó los zapatos, los dejó caer y observó el reflejo del agua moviéndose.
—El agua… parece cielo —susurró, riendo, antes de dar un paso más y resbalar.
Un chapuzón rompió la música. Algunos gritaron. Sofía se llevó la mano a la boca fingiendo horror.
—¡Se cayó! ¡Ayúdenla!
Pero antes de que alguien saltara, una figura ya se había lanzado al agua sin dudarlo.
Era Damián Montenegro.
El teléfono que tenía en la mano cayó al suelo. Su madre lo estaba regañando por videollamada segundos antes.
—¡Damián! ¿Qué fue ese ruido? —se escuchó la voz fría de la mujer a través del altavoz—. ¿Dónde estás?
Él no respondió. Se quitó la chaqueta mientras corría y se lanzó al agua. El reflejo de las luces hizo que su silueta se viera casi heroica, aunque en su mente solo pensaba una cosa: ¿cómo diablos esta chica logra meterse en tanto lío?
El agua estaba helada. Isabella se agitaba torpemente, sin poder mantenerse a flote. Él la sujetó por la cintura, empujándola hacia la superficie. Ella, entre toses y confusión, abrió los ojos apenas.
—¿Ángel? —balbuceó, confundida—. ¿Eres un ángel?
Damián soltó una risa seca.
—No, pero si sigues así, te voy a mandar directo con uno.
La sacó del agua con fuerza, empapado, y la dejó sobre el borde. Ella tosía, riendo y llorando al mismo tiempo.
—Estás loca —murmuró él, pasándose una mano por el cabello mojado—. Completamente loca.
—Yo… no sé qué pasó —dijo entre suspiros—. Creo que el agua me llamó o algo así…
—¿El agua te llamó? —repitió Damián, arqueando una ceja con sarcasmo—. ¿Y tú le contestaste, acaso?
Ella se echó a reír, descontroladamente, hasta que… lo vomitó encima.
El silencio fue inmediato. La música se detuvo. Algunos soltaron un grito ahogado, otros comenzaron a grabar.
Damián cerró los ojos, respirando profundo.
—Perfecto —dijo en voz baja—. Mi noche acaba de mejorar.
Isabella, horrorizada, intentó limpiarlo con sus manos, lo que solo empeoró las cosas.
—Lo siento, lo siento mucho, no quise…
—Déjalo, justiciera —respondió él con una sonrisa torcida—. No puedes hacer más desastre del que ya hiciste.
En ese momento llegó Lucas, empapando la escena con tensión.
—¡¿Qué le hiciste?! —gritó, sujetando a Isabella por los hombros.
—¿Yo? —replicó Damián, sarcástico—. Yo solo la saqué del agua. Tal vez deberías agradecerme.
—¡No te atrevas a tocarla! —Lucas lo empujó ligeramente. Damián ni se movió; su mirada azul se clavó en la suya como un cuchillo.
—No vuelvas a empujarme, pobre.
—¡Damián! —gritó Tomás, su amigo, acercándose—. ¡Basta, hombre!
Isabella, mareada, intentó intervenir:
—Chicos, por favor… no se peleen… el agua… era bonita…
Y se desmayó.
Lucas la tomó en brazos y la sacó del jardín, con el corazón en la garganta. Damián los observó irse, empapado y furioso, mientras Tomás se le acercaba con una sonrisa maliciosa.
—Vaya, Damián. Parece que te ganaron la heroína esta vez.
Él lo fulminó con la mirada.
—Cállate.
—Vamos, amigo —rió Tomás, encendiéndose un cigarro—. Solo digo que la chica es linda. Y que si tú no quieres jugar con ella, tal vez yo sí.
Damián lo miró de reojo, con una sonrisa lenta y peligrosa.
—No toques lo que es mío.
—¿Mío? Pensé que solo querías destruirla.
—Puedo hacer ambas cosas.
Tomás soltó una carcajada mientras Damián tomaba su chaqueta empapada. Su teléfono seguía tirado, vibrando. La llamada de su madre seguía activa.
—Hijo —la voz de la mujer sonó fría, metálica—. No quiero excusas. Te necesito en casa mañana. Los Montenegro no se ensucian.
Él levantó la vista hacia la piscina, donde aún flotaban los zapatos de Isabella.
—Demasiado tarde, madre —murmuró—. Ya estoy lleno de barro.
Mientras tanto, desde la terraza, Sofía observaba todo con una sonrisa satisfecha.
—Y así, mi querida Isabella… —susurró—, empieza tu caída.