Sinopsis: Camila es una apasionada estudiante de arte que decide participar en un programa de voluntariado en un hospital, buscando dar un sentido más profundo a su vida y su arte. Allí conoce a Gabriel, un joven carismático que enfrenta una dura batalla contra el cáncer. A pesar de la gravedad de su situación, Gabriel irradia una energía contagiosa que transforma el entorno del hospital.
A medida que Camila y Gabriel pasan tiempo juntos, su amistad florece. Camila descubre que el arte puede ser una poderosa herramienta de sanación, mientras que Gabriel encuentra en ella una fuente de inspiración y alegría. Juntos, crean un mundo de colores y risas en medio de la adversidad, compartiendo sueños, miedos y momentos de vulnerabilidad.
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Un aventón
Camila sentía el fresco de la brisa en su rostro mientras caminaba por la acera rumbo a la universidad. Mientras sus pasos la llevaban por la ruta acostumbrada, algo inusual la distrajo. Un auto se detuvo a su lado y al bajar la ventanilla, apareció el rostro de Max, el chico del hospital. Max realizaba sus pasantías en el hospital donde se encontraba su amigo Gabriel, y lo conoció gracias al padre de este, Max y Gabriel formaron un vínculo rápidamente, no es de extrañar con la naturaleza amable de Gabriel.
—¡Camila! —saludó Max con una sonrisa cálida—. ¿Necesitas un aventón? Voy hacia la universidad a dejar a mi hermanita. Creo que tú vas al mismo lugar.
Camila sonrió, agradecida por la oportunidad de evitar el trayecto a pie. Además, el día prometía ser caluroso, y la idea de un paseo en auto era más que bienvenida.
—¡Claro! —respondió, acercándose al auto—. ¿Seguro que no es molestia?
—Para nada —contestó Max, mientras abría la puerta trasera del auto—. Ema, saluda a Camila.
Desde el asiento del copiloto, una joven de cabello castaño claro y ojos vivaces giró para saludarla con una mano.
—¡Hola! Soy Ema —dijo con entusiasmo—. Encantada de conocerte, Camila.
Camila subió al auto, notando de inmediato la energía positiva que irradiaba Ema. Al ponerse en marcha, el vehículo se llenó de una conversación animada. Max, con su voz gruesa y segura, se dirigió a su hermana.
—Ema está en su primer año de universidad —comentó, con un matiz de orgullo evidente en su tono—. Está estudiando biología.
—Sí —confirmó Ema, riendo—. Aunque todavía no me acostumbro a los horarios, pero me encanta.
Camila se volvió hacia Ema, impresionada por su entusiasmo.
—¡Felicidades, Ema! —dijo con sinceridad—. Espero que te vaya muy bien. Es un camino maravilloso.
A Camila le encantó la interacción entre los hermanos, podía entender la forma en que Max quería protegerla, ella era muy encantadora. Supo que venían de otra ciudad, escapando de una madre adicta, un padrastro narcisista y un hogar lleno de abusos. Max a los dieciséis tuvo que emanciparse sentía que no aguantaría un día más entre esas paredes, en el proceso decidió pelear la custodia de su hermanita pero fue negada por el juez. Tuvo que esperar cumplir la mayoría de edad y demostrar un ambiente de estabilidad para que pudieran cederle la custodia y lo logró.
Camila se percató que Max no dejaba de mirarla por el espejo retrovisor. Había algo en su forma de mirarla que la hacía sentir extrañada, no de mala manera. Max era un hombre dedicado y apasionado por su trabajo, pero en esos momentos parecía simplemente un joven disfrutando de la compañía de alguien que le agradaba.
—¿Y tú, Camila? —preguntó Max, desviando la conversación hacia ella—. ¿Qué tal todo con tu carrera? Ya estás próxima a acabar ¿No?.
—Si ya este año culminó todo, estoy muy emocionada —respondió ella, sintiendo una ligera timidez bajo la atención de Max—. Espero que todo salga bien, no puedo esperar para ejercer.
Max asintió, mostrando genuino interés.
—Me alegro mucho por ti. Estoy seguro de que harás grandes cosas. Tienes esa habilidad de hacer sentir a las personas especiales, o al menos eso es lo que percibí cuando te conocí. —Camila sonrió, eso la hizo sentir bien. Era extraño cómo un simple comentario podía alegrar su día.
Finalmente, llegaron a la universidad. Camila y Ema se bajaron del auto, y Max las despidió con una sonrisa que hablaba de promesas y futuros encuentros. Había invitado a cenar en casa a Camila, Ema se mostró feliz por la invitación.
—Gracias por el aventón, Max —dijo Camila, inclinándose ligeramente para mirarlo a través de la ventana—. Nos vemos pronto.
—Te estaré escribiendo para ponernos de acuerdo, debo ordenar mis horarios. Está semana haré horas extras —respondió Max, con un guiño y una pequeña sonrisa. —Cualquier excusa para verte es buena.
Ema se acercó a Camila mientras Max se alejaba en el auto, dejándolas en la entrada del campus.
—¿Cómo conociste a mi hermano? —preguntó Ema, con una curiosidad evidente en su voz.
Camila se detuvo un instante, recordando ese primer encuentro en el hospital. —Nos conocimos gracias al padre de un amigo en común —explico Camila.
Ema asintió, sus ojos brillando con una chispa de complicidad.
—¿Y no te has dado cuenta de que le gustas a mi hermano?
La pregunta tomó a Camila por sorpresa. Se rió, intentando restarle importancia a la situación. —No creo que sea así. Solo es amable conmigo. Es un gran chico.
Ema la miró con una sonrisa cómplice, como si supiera algo que Camila aún no había descubierto.
—Bueno, yo creo que es bastante obvio. Pero te dejo que lo descubras por ti misma.
Con una última sonrisa, Ema se despidió de Camila y se adentra en la universidad, dejándola sola con sus pensamientos. Camila se quedó quieta por un momento, procesando lo que Ema había dicho.
Mientras caminaba hacia su clase, pensó en lo que acababa de decirle Ema. No veía a Max como algo más que amigos y esperaba que su hermana solo estuviera bromeando para molestarlo, pues si algo como eso fuera cierto, no sabría cómo lidiar con ello.