Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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El Inicio de la Guerra
La ciudad de Amanecer estaba inmersa en una tensa calma antes de la tormenta. El sol apenas había asomado en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, pero no había paz en esa madrugada. En las murallas, los guardias de la ciudad miraban con ansiedad el bosque que rodeaba Amanecer, esperando el momento en que el enemigo se lanzaría sobre ellos. Las órdenes se transmitían en susurros entre los soldados, mientras las armas resonaban con un eco distante en el silencio.
Amaris estaba lista, con su manada a su lado, cada uno de ellos alerta y en sus posiciones designadas. Sus ojos ámbar escaneaban el horizonte con una mezcla de ferocidad y calma. Sabía que debían proteger su secreto a toda costa, pero también sabía que no podían permitirse ser cautelosos. Esta noche era solo el comienzo. Algo en su interior le decía que lo que estaba por suceder marcaría un cambio drástico en sus vidas.
—Recuerda —murmuró Jerko, su líder, mientras caminaba junto a ella—. La prioridad es la seguridad de la ciudad, pero en ninguna circunstancia pueden descubrir quiénes somos. No podemos arriesgarnos. Si nuestros enemigos descubren nuestra naturaleza, nos perseguirán como bestias. Debemos luchar como humanos.
Amaris asintió, aunque el peso de la responsabilidad se sentía más pesado que nunca. Sabía que no solo debía proteger la ciudad y su manada, sino también a Griffin, quien, al igual que ellos, ocultaba su verdadera naturaleza. Aunque había revelado una parte de sí misma a él, su conexión con el cazador iba más allá de simples aliados en la batalla. Había un lazo entre ellos. uno que aún no había tenido el valor de explicar del todo.
Cerca de las murallas, Griffin se preparaba en silencio, sus pensamientos fijos en la visión que había visto en el brasero sagrado de Herodio. Las llamas púrpuras le habían mostrado al enemigo que enfrentaría esta noche: una figura corrompida por la oscuridad, una fuerza que no era completamente humana ni completamente bestial. Sabía que lo que vendría no sería fácil de enfrentar, pero la luz de su dios le daría la fuerza necesaria.
El sonido de los cuernos resonó a lo lejos, interrumpiendo el momento de preparación. El primer signo de la llegada de los rebeldes.
Griffin levantó la vista y vio cómo las sombras comenzaban a moverse entre los árboles. Formas oscuras se deslizaban entre los troncos, acercándose a la ciudad con rapidez. No eran muchos, pero la magia que irradiaban, esa oscura energía que había sentido antes hacía que la amenaza fuera mucho mayor. Los rebeldes ya no eran simples hombres; algo había tomado posesión de ellos.
—Aquí vienen —dijo en voz baja, apretando el mango de su espada.
Amaris, que estaba cerca, lo escuchó y caminó hasta él. Su presencia le ofrecía un extraño consuelo, aunque la inminente batalla no dejaba mucho espacio para relajarse.
—Los sientes, ¿verdad? —preguntó ella, con la mirada fija en las sombras que se acercaban.
Griffin asintió.
—No son solo rebeldes —respondió—. Algo los ha corrompido. He visto esto antes en otras tierras. Criaturas como estas… no son fáciles de purgar.
—Tendremos que estar preparados para todo —murmuró Amaris—. Mis hombres están listos. Pero si ellos también están usando magia, no podremos contenerlos solo con espadas.
Griffin no respondió, pero sabía que ella tenía razón. Los rebeldes que avanzaban hacia Amanecer no eran simples soldados en busca de poder; estaban poseídos por una fuerza mucho más siniestra. El fuego de Herodio ya lo había advertido. El enemigo que enfrentaban esta noche era solo el principio de algo mucho más grande.
El cuerno resonó de nuevo, esta vez más cerca, y con ello, el primer grito de batalla se elevó desde las sombras.
La batalla comenzó con una explosión de caos.
Los rebeldes, ahora más rápidos y letales de lo que parecían ser, surgieron de los árboles como una ola imparable. No se movían como humanos; sus movimientos eran erráticos, sus ojos brillaban con una energía oscura, y sus cuerpos parecían retorcerse como si estuvieran controlados por algo mucho más profundo y maligno. Sus gritos, llenos de furia y dolor, resonaban en el aire mientras cargaban hacia las murallas.
Los arqueros en las murallas soltaron una primera lluvia de flechas que atravesó el aire, oscureciendo el cielo por un momento antes de caer sobre los atacantes. Algunos de los rebeldes cayeron, pero los demás apenas se inmutaron, avanzando a pesar de las heridas. La corrupción que los poseía los hacía casi inmunes al dolor.
Griffin, con su espada desenvainada y brillando con la luz dorada de Herodio, lideró el primer grupo de defensores que se lanzó al encuentro de los atacantes. El brillo de su arma iluminaba el caos a su alrededor mientras cortaba a través de los rebeldes corrompidos, cada golpe acompañado por el crepitar del fuego sagrado que los purgaba de la oscuridad.
A su lado, Amaris luchaba con una precisión mortal, moviéndose con la gracia y la velocidad de su naturaleza lupina, aunque ocultaba con cuidado sus verdaderas habilidades. Su manada también estaba entre los defensores, pero, como ella, cada uno se mantenía contenido, luchando como humanos para no revelar su secreto.
El choque de espadas y el sonido de los cuerpos cayendo al suelo llenaban el aire. Los rebeldes no mostraban signos de retroceder, y la magia oscura que los controlaba parecía crecer en intensidad a medida que la batalla continuaba. Amaris podía sentir cómo esa energía intentaba infiltrarse en el campo, buscando corromper todo a su paso.
—¡Griffin! —gritó Amaris, bloqueando el ataque de uno de los rebeldes antes de girarse hacia él—. ¡Necesitamos retroceder hacia las murallas, no podemos enfrentarlos todos aquí!
Griffin, envuelto en su lucha con tres enemigos a la vez, asintió mientras esquivaba un golpe y contraatacaba con precisión mortal. Sabía que Amaris tenía razón. No podían sostener una línea defensiva en campo abierto con tan pocos hombres.
—¡A las murallas! —ordenó, su voz resonando por encima del estruendo de la batalla—. ¡Retrocedan a las murallas!
Los defensores comenzaron a replegarse, moviéndose hacia la seguridad relativa de las murallas de la ciudad mientras los rebeldes corrompidos seguían avanzando, implacables. La luz de la espada de Griffin seguía brillando, pero él sabía que no podría sostener ese poder para siempre. Las criaturas que enfrentaban no eran meramente humanas; algo más oscuro las estaba manipulando, y solo su dios podría purgarlo.
Amaris estaba a su lado cuando finalmente alcanzaron las murallas exteriores, sus ojos brillando con determinación mientras combatía junto a él. No podían dejarlos pasar desde aquí. Estas murallas protegían los mercados, las casas de las clases bajas que eran la gran mayoría de las personas. No eran tan grandes como las interiores, pero deben resistir
—¿Puedes purgar a todos estos? —preguntó ella, jadeando mientras cortaba a otro enemigo.
Griffin apretó los dientes, sintiendo el agotamiento empezar a instalarse en su cuerpo.
—No lo sé —respondió sinceramente—. La corrupción es profunda. Pero lo intentaré.
Amaris asintió, sabiendo que no tenían otra opción.
—Debemos mantener la defensa aquí —dijo—. Si los dejamos avanzar, tomarán la ciudad desde adentro. La manada se encargará de los flancos.
Griffin no pudo evitar notar el brillo en los ojos de Amaris mientras hablaba de su manada. Sabía que, aunque estaban luchando como humanos, la verdadera fuerza de ellos aún no se había desatado. Su capacidad para mantener su secreto era asombrosa, pero si la situación empeoraba, ¿podrían seguir ocultándolo?
La batalla continuó, con los defensores manteniendo la línea en las murallas y los arqueros disparando desde lo alto, intentando frenar el avance de los rebeldes corrompidos. El caos era absoluto, y las fuerzas de Amanecer empezaban a mostrar signos de agotamiento. Los rebeldes parecían incansables, sus cuerpos movidos por la magia oscura que los mantenía en pie.
Justo cuando todo parecía perdido, un sonido diferente resonó por el campo de batalla.
Desde las profundidades del bosque, un aullido bajo y profundo llenó el aire. Amaris levantó la cabeza de inmediato, reconociendo el sonido al instante. Su manada estaba en movimiento, y eso solo significaba una cosa: estaban listos para liberar su verdadero poder.
Griffin también lo escuchó y miró a Amaris, sus ojos verdes brillando con una mezcla de curiosidad y comprensión.
—¿Eso fue…? —comenzó a preguntar, pero Amaris lo interrumpió.
—Es nuestra única oportunidad —dijo ella, con determinación en la voz—. Mi manada hará lo necesario para proteger la ciudad. Debemos seguir luchando, pero recuerda: nadie puede saber lo que somos.
Griffin asintió, sabiendo que también tenía un secreto que proteger. Su conexión con Herodio era algo que debía mantenerse en la sombra, igual que la naturaleza de Amaris y su manada.
Mientras los aullidos continuaban resonando en el aire, la batalla dio un giro inesperado. Los rebeldes corrompidos parecieron vacilar por primera vez, y los defensores de Amanecer aprovecharon la oportunidad para contraatacar con una nueva oleada de energía. Amaris y su manada se lanzaron al frente con una ferocidad controlada, eliminando a los enemigos con una precisión brutal, pero sin revelar su verdadera naturaleza.
Griffin, envuelto en el fuego de su espada, también redobló sus esfuerzos, cortando a través de los enemigos con la fuerza que solo un apóstol de Herodio podía desplegar. El campo de batalla se llenó de luz y sombras, de sangre y sudor, mientras los dos bandos luchaban con todo lo que tenían.
Finalmente, después de lo que parecieron horas de combate incesante, el último de los rebeldes cayó al suelo, su cuerpo consumido por la magia oscura que lo había mantenido en pie.
El silencio que siguió fue ensordecedor.
Amaris, con la respiración entrecortada y las manos temblorosas, miró a su alrededor, asegurándose de que ninguno de los suyos hubiera caído. La manada había cumplido su deber, y la ciudad de Amanecer estaba a salvo. Pero ambos sabían que esto no era el final.
Griffin, aun empuñando su espada sagrada, se acercó a Amaris, sus ojos brillando con una mezcla de cansancio y determinación.
—Esto fue solo el comienzo —dijo en voz baja—. Esta batalla... no será la última.
Amaris asintió, sabiendo que sus palabras eran verdad. Algo oscuro se estaba gestando, algo que requeriría más fuerza, más sacrificios. Y aunque habían ganado esta noche, la guerra estaba lejos de terminar.