El centenario del Torneo de las Cuatro Tierras ha llegado antes de lo esperado. Para conmemorar los cien años desde la creación del brutal torneo, los Padres de la Patria han decidido adelantar el evento, ignorando las reglas tradicionales y usando esta ocasión para demostrar su poder y someter aún más a las Nueve Ciudades.
Nolan, el mejor amigo de Nora, ha sido elegido para representar a Altum, enfrentando los peligros de las traicioneras tierras artificiales: hielo, desierto, sabana y bosque. Nora, consciente del destino que le espera a Nolan, no está dispuesta a permitir que se repita la misma tragedia. Junto a la rebelión, buscará acabar con los Padres de la Patria y poner fin a la dictadura de las Cuatro Tierras.
El reloj avanza, el torneo está a punto de comenzar, y esta vez, el objetivo de Nora no es solo salvar a Nolan, sino destruir de una vez por todas el yugo que ha esclavizado a las nueve cuidades
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La gran recompensa
La ciudad de Vire se extendía frente a ellos, dividida en dos mundos completamente distintos. De un lado, una mitad desmoronada, invadida por el polvo y el olvido; del otro, una parte cercada y fortificada, bajo la constante vigilancia de los guardias de los Padres de la Patria. Las calles estaban llenas de patrullas que se movían sin descanso, y los helicópteros sobrevolaban de manera intermitente. Tras las recientes migraciones masivas hacia las bases de la resistencia, las medidas de seguridad se habían redoblado, y la presencia de los guardias era más opresiva que nunca. Sin embargo, la creciente rebelión también traía consigo un aire de desafío, aunque peligroso, palpable en cada rincón de Vire.
Eli, Nora y Nolan se mantenían ocultos tras unos escombros, restos de lo que alguna vez fue un edificio comercial, ahora reducido a ruinas por los bombardeos de la guerra civil. El ambiente olía a polvo y a metal oxidado, y un calor sofocante impregnaba el aire, mezclándose con el eco distante de los motores de los vehículos militares.
—Tírate al suelo, Nora —susurró Eli, empujando suavemente la cabeza de la chica hacia abajo—. Nos están vigilando. Hay guardias por todas partes.
Nora se agachó rápidamente, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. Sus ojos no se apartaban de los uniformes oscuros de los soldados que patrullaban a lo lejos. Llevaban cascos que ocultaban sus rostros, y armas de gran calibre colgaban de sus hombros. El brillo metálico de las insignias de los Padres de la Patria en sus uniformes era visible incluso desde esa distancia.
—¿Y cómo diablos vamos a llegar a la base si la mitad de Vire está bajo su control? —preguntó Nolan en voz baja, su tono tenso, sin apartar la vista del grupo de soldados que se aproximaba.
Eli esbozó una leve sonrisa mientras se recostaba contra la pared semiderruida. Sus ojos brillaban con una chispa de confianza que desconcertó a Nora.
—Tenemos algunos contactos aquí dentro —respondió Eli con un tono despreocupado, como si fuera lo más normal del mundo—. Tres oficiales de los Padres están de nuestro lado. Nos deben favores.
Nora frunció el ceño, pero antes de que pudiera preguntar más, su atención se desvió hacia los carteles pegados en los muros a lo largo de la calle. Su rostro aparecía en ellos, con una recompensa considerable bajo su nombre. "Buscada", decía en grandes letras rojas. "Se ofrece una alta suma por información que lleve a su captura". La imagen era una fotografía tomada meses atrás, antes de que comenzara su vida en la resistencia. La expresión en su rostro reflejaba la inocencia de alguien que aún no había conocido la crudeza de la guerra.
Más allá, otro cartel mostraba el rostro de Marcus, un joven que había muerto durante un intento desesperado de escape. "Mereció su muerte por desafiar a los Padres de la Patria. No lo tomen como un signo de rebelión", se leía debajo de su fotografía. Nora sintió un nudo en el estómago al ver las palabras impresas, tan frías y crueles.
—Esto no es justo… —dijo con voz temblorosa, apartando la mirada del cartel de Marcus—. Pueden poner precio a mi cabeza, lo entiendo. Me rebelé, soy un blanco. Pero decir que Marcus merecía morir… eso no es cierto.
—Lo sé, Nora —respondió Nolan, colocando una mano reconfortante en su hombro—. Los Padres de la Patria siempre han jugado sucio. Y lo seguirán haciendo, a menos que los detengamos. Tenemos que actuar, y hacerlo pronto.
El silencio cayó sobre ellos cuando Eli levantó una mano para pedir que se callaran. Desde la distancia, una nube de polvo se levantaba con el avance de un vehículo. Era una camioneta vieja y destartalada, con la pintura desgastada y abolladuras que cubrían casi toda la carrocería. El sonido del motor rugía, haciéndose más fuerte a medida que se acercaba. Eli apretó su arma con firmeza, manteniendo el cañón apuntado hacia el vehículo mientras hacía retroceder a Nora y a Nolan.
—¡Alto ahí! ¿Quién eres y qué quieres? —gritó Eli, su voz firme, aunque sus ojos no dejaban de escanear el entorno en busca de cualquier otro movimiento sospechoso.
El conductor, un hombre de mediana edad con una barba desaliñada y la piel curtida por el sol, levantó una mano en señal de paz. Bajó lentamente del vehículo, manteniendo una expresión calmada.
—No se preocupen —dijo con voz serena—. Vengo de parte de la jefa de la rebelión en Vire. Marcos se comunicó con ella antes de… ya saben. Me dijo que viniera a buscarlos. Soy un oficial encubierto entre los Padres de la Patria.
Eli frunció el ceño, sin bajar el arma.
—¿Y cómo se supone que debo creerte? —replicó con escepticismo.
El hombre levantó la mano derecha y pronunció en un tono bajo pero claro:
—La niña mira la ventana por dos horas seguidas. A lo lejos, un ave canta. Es el sinsajo que tiene libertad.
Nora notó cómo la tensión en los hombros de Eli se relajaba, y una leve sonrisa se formaba en su rostro mientras bajaba el arma.
—Ese es el código… —susurró Eli, casi riendo para sí mismo. Nora intercambió una mirada de confusión con Nolan, sin entender lo que había sucedido.
—Esa canción es nuestra clave —explicó Eli—. La usamos para identificarnos desde la segunda Tierra Artificial, la primera vez que organizamos una rebelión en el desierto. La llevamos en el corazón, pero también en nuestros movimientos. Si un infiltrado intenta usarla sin saber las señales exactas, lo descubriríamos de inmediato.
El hombre asintió, aliviado de haber superado la prueba.
—No tenemos tiempo que perder. Los Padres de la Patria ya están al tanto de nuestra presencia en la ciudad. Si no nos movemos ahora, podrían interceptarnos —dijo mientras abría la puerta trasera de la camioneta—. Vamos, suban. Tenemos que llegar a la base antes del anochecer, cuando la vigilancia es aún más estricta.
Sin dudar, Eli ayudó a Nora y a Nolan a subir al vehículo, mientras él se acomodaba en el asiento trasero. La camioneta arrancó, y comenzaron a rodear la ciudad para evitar las zonas más vigiladas. El viaje se tornó monótono rápidamente; el paisaje no ofrecía más que desierto y árboles secos, con las ramas extendiéndose como manos pidiendo ayuda al cielo.
Nora se sentía cada vez más incómoda en el asiento. La suspensión de la camioneta era pésima, y cada bache en el camino hacía que su estómago diera un vuelco. Pero el malestar físico no era lo único que la perturbaba; su mente no dejaba de divagar, atrapada en recuerdos de Marcus y en pensamientos oscuros sobre el futuro de la rebelión.
—¿Estás bien, Nora? —preguntó Nolan, notando el semblante pálido de su mejor amiga.
—No… —murmuró ella, sin poder contener la náusea—. Es que… he estado pensando en Marcus. La gente de Vire lo odiaba por lo que hizo su madre en el pasado fallar en la primera prueba , y aun así él fue capaz de ganarse su respeto. Fue increíble cómo logró que tantos se unieran a la causa después de lo que hizo por mí.
Nolan apretó los labios, comprendiendo la tristeza en la voz de Nora.
—Marcus cumplió su misión, lo digo aunque no lo conozca —dijo con voz firme—. No era solo para ganarse el respeto de Vire; quería hacer algo por todos. Y aunque su vida fue corta, su legado perdura en ti. Eres la esperanza de esta rebelión, Nora. Cuando las personas te vieron desafiar a los Padres de la Patria, supieron que el cambio era posible.
Nora asintió, sin saber si realmente se sentía a la altura de aquellas expectativas. Se levantó y miró a lo lejos, donde la base comenzaba a aparecer en el horizonte. La estructura era más grande de lo que había imaginado, rodeada por altas vallas de alambre y torres de vigilancia.
—Ya llegamos —anunció el hombre al volante, deteniendo la camioneta cerca de la entrada—. Es más segura de lo que parece. Dentro, estaremos a salvo… por ahora.
—Por ahora… —repitió Eli, bajando del vehículo y cerrando la puerta con un golpe seco.
La base estaba rodeada de actividad: grupos de rebeldes se movían rápidamente de un lado a otro, armados y ocupados en sus tareas. Sin embargo, a pesar del bullicio, había una sensación de urgencia en el aire, un reconocimiento tácito de que la verdadera batalla estaba aún por librarse.