En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 12: Pactos en la Penumbra
La conversación con el Barón de Northumbria dejó a Arabella y Alexander con más preguntas que respuestas. Las palabras del barón resonaban en sus mentes mientras caminaban por los oscuros pasillos del castillo. Cada paso los acercaba más al corazón del complot, pero también los arrastraba al borde de un abismo del que podrían no regresar.
—Si el barón tiene razón y hay otros más peligrosos que Lady Catherine, entonces necesitamos descubrir quiénes son antes de que actúen —dijo Alexander en voz baja, sus ojos oscuros escaneando los pasillos en busca de cualquier amenaza.
Arabella asintió. —Pero, ¿cómo? No podemos enfrentarlos directamente. Si hacemos demasiado ruido, terminarán aplastándonos antes de que podamos llegar a la reina.
—Tal vez no tengamos que enfrentarlos todavía —respondió Alexander, una chispa de determinación encendiéndose en su mirada—. Si creamos una distracción lo suficientemente convincente, podríamos obligarlos a salir de las sombras. Necesitamos desestabilizar sus planes sin revelar nuestras intenciones.
—¿Una distracción? —Arabella frunció el ceño, tratando de captar la idea de Alexander—. ¿Qué propones?
—He escuchado rumores sobre un enviado extranjero que llegará al castillo en los próximos días —dijo Alexander—. Viene con una propuesta de alianza que podría afectar directamente el equilibrio de poder en la corte. Si logramos interceptar sus intenciones y las distorsionamos, podríamos provocar reacciones inesperadas entre los conspiradores. Alguien cometerá un error… y cuando lo hagan, nosotros estaremos ahí para atraparlos.
Arabella se detuvo, considerando el riesgo. Manipular la llegada de un enviado extranjero podría ser visto como un acto de traición si las cosas salían mal, pero la recompensa era demasiado alta para ignorarla. Si lograban desenmascarar a uno de los conspiradores, tendrían la prueba que necesitaban para presentar a la reina. Y si fallaban… bueno, el destino de ambos ya estaba en juego desde el momento en que decidieron seguir este peligroso camino.
—De acuerdo —dijo finalmente, su voz firme—. Hagámoslo.
Los días siguientes fueron un torbellino de actividad oculta. Arabella y Alexander se encargaron de escuchar conversaciones, hacer preguntas discretas y plantar pequeñas semillas de duda entre los cortesanos más cercanos a Lady Catherine. Supieron que el enviado extranjero, Lord Davin de Navarra, llegaría con la intención de negociar un matrimonio entre su hijo y una joven noble inglesa, un acuerdo que sellaría una poderosa alianza.
El problema era que el nombre de la noble aún no había sido revelado públicamente, lo que dejaba espacio para que Arabella y Alexander actuaran. Sabían que debían elegir el nombre con cuidado, alguien lo suficientemente importante como para alterar los planes de Lady Catherine, pero no tan cercano a la reina como para llamar la atención prematuramente.
Durante una cena informal en la corte, Arabella se acercó intencionadamente a la hermana menor del Barón de Northumbria, Lady Margaret. Era una joven lo suficientemente bien posicionada para ser una candidata creíble, pero no tan prominente como para levantar sospechas inmediatas.
—Escuché que Lord Davin estará buscando una prometida para su hijo —comentó Arabella mientras servían el vino, su voz lo suficientemente alta como para que otros la escucharan—. Me pregunto si alguna de nuestras jóvenes damas tendrá la fortuna de convertirse en su elegida. Se dice que Lady Margaret tiene el perfil adecuado para esa clase de unión.
Lady Margaret, que estaba sentada a pocos metros, levantó la vista con sorpresa, y un leve sonrojo coloreó sus mejillas. Las miradas de los nobles se dirigieron a ella casi al instante, susurrando con interés renovado. Alexander, que estaba a unos pasos de distancia, intercambió una rápida mirada con Arabella; la distracción había comenzado.
Esa misma noche, Arabella y Alexander se encontraron en el salón de mapas, un lugar raramente frecuentado a esas horas. Bajo la tenue luz de las velas, discutieron el siguiente movimiento. La reacción de los conspiradores sería su única esperanza para desentrañar la red.
—Si Lady Catherine piensa que Margaret será la elegida, entonces intentará intervenir —dijo Arabella, trazando un círculo en un mapa extendido sobre la mesa—. Debemos estar atentos a cualquier movimiento inusual por parte de sus aliados.
Antes de que Alexander pudiera responder, un sonido en el pasillo llamó su atención. Las puertas del salón se abrieron de golpe y un guardia real entró con expresión severa.
—Lady Arabella, Sir Alexander —dijo el hombre con voz grave—, la reina solicita su presencia de inmediato. Es un asunto urgente.
El corazón de Arabella dio un vuelco. No era común que la reina los llamara sin previo aviso, y menos aún en la noche. Sin más preámbulos, siguieron al guardia a través de los pasillos oscuros, donde los ecos de sus pasos parecían anunciar el peligro inminente.
Al llegar a la cámara de la reina, se encontraron con una escena inesperada. Lady Catherine estaba allí, de pie junto a la reina, su rostro enmascarado con una expresión de fingida preocupación. La reina, una mujer de porte imponente incluso en los momentos de mayor tensión, los miró con ojos severos.
—He recibido informes perturbadores —dijo, su voz firme—. Parece que algunos en mi corte han estado sembrando rumores sobre el matrimonio de Lord Davin y su hijo. Me pregunto si saben algo al respecto.
Arabella sintió un nudo en la garganta. La presencia de Lady Catherine solo podía significar una cosa: los rumores habían llegado a la reina antes de lo previsto. Sin embargo, debía mantener la compostura.
—Majestad, hemos oído esos rumores, pero no los hemos iniciado —respondió con calma—. De hecho, creemos que alguien en la corte está usando el nombre de Lady Margaret para distraer la atención de sus propios planes.
Lady Catherine intervino antes de que la reina pudiera responder. —¿Distraer, dices? —preguntó con una sonrisa sardónica—. ¿Y quién, si puedo preguntar, sería tan osado para intentar algo así? A menos que, claro, esos mismos rumores hayan sido plantados con un propósito más siniestro.
Alexander dio un paso adelante, sin perder la oportunidad. —Majestad, creemos que hay quienes buscan aprovechar la incertidumbre para sus propios fines, incluso para poner en duda la lealtad de aquellos más cercanos a usted.
La reina miró a Alexander y luego a Arabella, evaluando cada palabra. Lady Catherine mantenía su expresión cuidadosamente neutra, pero Arabella pudo ver la leve tensión en la comisura de sus labios.
—Entonces espero que puedan probar sus palabras —declaró la reina finalmente—. Porque si descubro que alguien ha estado manipulando la verdad en mi corte, las consecuencias serán graves.
Después de la audiencia, Lady Catherine los alcanzó en uno de los pasillos solitarios del castillo. Sin la presencia de la reina, su rostro dejó ver un destello de furia contenida.
—Parece que son más astutos de lo que pensé —dijo, acercándose a Arabella con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Pero si creen que pueden vencerme en mi propio juego, están muy equivocados.
Arabella sostuvo su mirada, sintiendo cómo la adrenalina corría por sus venas. —El juego aún no ha terminado, mi señora.
Lady Catherine se rió suavemente, su voz un susurro helado. —No, querida. El juego apenas comienza.