EL CEO MANDÓN

No pude dormir. Estaba bajo llave en la habitación de él. Alejandro durmió tan plácidamente, que verlo dormir me daban de ganas de ponerle pegamento en su nariz.

— ¿Qué me ves tanto? Ya te enamoraste de mi con solo verme dormir.

— No. Planeaba algo— puse un sonrisa malvada.

— Ni se te ocurra escapar niña malcriada. Ahora sé que te tengo que vigilar con unos diez guardaespaldas.

Le saqué la lengua y estiré la boca.

— Bonita te ves haciendo muecas. Ves aquella caja blanca. Ahí está tu vestido de novia. Arréglate que pronto viene el abogado— Subió una ceja.

— Para que me voy a poner un vestido de novia si me estás obligando a hacerlo, es estúpido. Las novias se casan enamoradas.

—Pero si aquí hay amor. Yo estoy enamorado de ti.

— Pero yo no siento nada.

Alejandro se levantó y me sujetó por los hombros. Puso su cara tan cerca de la mía. Me ruboricé.

— Si no sientes nada porque tus mejillas parecen pintadas con pintura roja— Me dio un beso a penas rozando sus labios con los míos.

— Deja de bromear. Dijiste que no me ibas a obligar.

— Si, pero era a no tener intimidad sino lo deseabas. Yo te puedo besar cuántas veces quiera mi amor. Vístete. Yo me alistaré en el cuarto de al lado. Voy a enviar a la maquillista en cuanto salga de aquí.

Alejandro salió. Mi corazón está vuelto un loco. Que te pasa le decía a mi corazón, él no te gusta, me repetía.

Llegó la maquillista. Me dejó como una princesa, me ayudó a ponerme el vestido.

Abajo estaba Alejandro y el abogado.

El tomó mi mano. Yo voltee la cara. Él estaba tan elegante, se veía bestialmente guapo.

Firmé el contrato de matrimonio.

— Nuestra foto de boda que estará mañana en todos los medios de comunicación.

— Estás bellísima—me susurró Alejandro.

— Lo que tú digas.

— Muéstrate feliz. No cualquiera se casa con un CEO. Con un hombre guapo y multimillonario.

— Tenés razón. No cualquiera se casa obligada. Como que tuve elección.

Me cargó en sus brazos y me llevó de nuevo al cuarto.

— Bajame.

— No. Eres mi esposa. Y quiero pedirte algo, que vuelvas a la universidad.

— De cuenta hoy me tocaba clase. Regresé a mi antigua universidad y no me obligarás a ir a la élite.

— Solo por esta vez te dejaré que estudies donde quieras. Siempre que salgas estarás acompañada de 10 guardaespaldas.

— No voy a escapar. No quiero guardaespaldas. No soy una presa.

— Por lo menos dos. Y no hay negociación.

— Está bien. Dos está mejor.

— Ahora cámbiate que vamos donde mis padres.

No podía creer que este día estaría lleno de idas y venidas.

— Te pones el vestido azul. Y otra cosita, no le pongas mente a lo que ellos digan. Estoy haciendo lo que ellos no quiere que haga.

— Y si no quieren para que le llevas la contraria.

— Por qué es mi vida y yo decido con quién me caso. Y para mí tú eres la única mujer con la que quiero y puedo casarme.

— Wao... A ti nadie te obliga a casarte con quién no quieres pero a mí tú si me obligas. Que ironía.

— No te obligué. Firmamos un contrato. Y como todo contrato tendrás beneficios.

— Beneficios. Si como no.

— Toma— Extendió una tarjeta dorada— No tiene límite de dinero, y puedes gastarlo a como desees. Primer beneficio de ser mi esposa.

La tomé y la guardé en mi billetera.

— Es justo.

Salimos a la casa de los padres de Alejandro. Era otra mansion aún más grande que la de Alejandro. Entramos a la casa y justo ahí estaban tomando té.

— Buenos tardes madre— dijo Alejandro.

— Hola mi precioso hijo.

— Y a mí no me saludas—dijo su padre.

— Ah, Si. Hola papá. Después de tanto esperar, les presento a mi esposa.

— Hola— Dije.

— Esto es una broma de mal gusto— dijo el padre de Alejandro.

— No padre. Ella es la mujer que amo y mi esposa. Acabábamos de casarnos.

— Cometes un error. Esther es la indicada. Necesitábamos ese matrimonio y lo sabes bien.

— Padre. No necesito nada. Bueno, ya les presente a mi esposa y ya nos vamos. Tal ves pronto seas abuelo.

Me tomó la mano y salimos de la mansión. Estaba desconcertada. Tan mal se llevaban. Ya veo porque Alejandro es así. Es igual de mandón que su papá.

— Alejandro me lastimas. Suéltame.

— Perdón, no me di cuenta. Mi padre me pone de los mil diablos.

— Son idénticos— le dije volteando los ojos.

Nos regresamos a la mansión de Alejandro, mansión que ahora es mi casa.

En el cuarto, Alejandro me abrazó.

— Quiero que veas a través de mis ojos, y te darás cuenta que realmente te amo. Es la primera vez que amo a alguien.

— Alejandro. Estoy cansada. Hagamos un trato si. Yo duermo en la cama y tú en el sofá o viceversa.

— Eres sorda. Te dije que te amo y tu solo piensas donde va a dormir cada quien. Los dos dormiremos en la misma cama y punto.

Me di un baño a puerta cerrada y bajo llave. Me puse una pijama que estaba allí. En la cama estaba Alejandro con su mano en la frente muy pensativo.

Me acosté, me cobijé y le di la espalda.

— Sabes Megan. Es la primera vez que me intereso en alguien. No importa si tienes o no tienes fortuna, autos de lujos o si tú educación no es la mejor, realmente eso no me importa. Desde que te vi ese día como bajo un embrujo te metiste en mis pensamientos y ya no pude sacarte de allí.

Solamente escuché y no dije nada. Sus palabras me ganaban el corazón. Y de pronto mi corazón y mi cerebro entraron en un conflicto interno. Quería darme la vuelta, abrazarlo y decirle que también me gustaba, pero mi mente decía no. No ves que estás aquí obligada. Te ha quitado tu libertad. Mi vida está vuelta un lío.

Alejandro se dio la vuelta hacia mí y me abrazó.

— No te haré nada. Solo déjame abrazarte un poco.