En el lujoso mundo de los negocios, donde el poder y la codicia son la regla, surge una historia de amor llena de traiciones, celos y secretos ocultos. "Sombras de Pasión" narra la vida de Sofía Valente, una joven mujer independiente y decidida, que lucha por cumplir sus sueños en un mundo controlado por hombres de hierro. A lo largo de la novela, su vida se entrelazará con la de Gabriel Ríos, un empresario frío, calculador y exitoso, cuya única pasión parece ser el dinero y el control.
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Capítulo 22 - Fuego y Deseo
La noche se cernía sobre la ciudad, cubriéndola con un manto de estrellas y luces parpadeantes, pero dentro del penthouse de Gabriel Ríos, el silencio era profundo, roto solo por el sonido suave de la respiración de Sofía. Había un aire cargado de tensión, una energía que fluía entre ellos como una corriente eléctrica, innegable e imparable.
Gabriel, con su porte dominante y mirada intensa llena de deseo, cerró la puerta detrás de ellos. No hubo necesidad de palabras; ambos sabían exactamente lo que querían y no había lugar para dudas. Sofía, segura de sus propios deseos, lo miró de reojo, sabiendo que esa noche marcaría un antes y un después en sus vidas. La conexión que habían construido era profunda, pero ahora, frente a la realidad de su cercanía, sentía cómo la pasión y el deseo se entrelazaban con algo más: confianza.
—Eres preciosa —murmuró Gabriel, su voz profunda y grave, con esa mezcla de poder y vulnerabilidad que había empezado a mostrar solo con ella. El latido del corazón de Sofía se aceleró, pero no era por nerviosismo, sino por anticipación.
Ella lo miró, sus ojos brillando con determinación y deseo. Dio un paso hacia él, despojándose de cualquier duda que alguna vez la atormentó. Aquí, en la intimidad de su penthouse, no eran dos personas luchando por el control, eran iguales, unidos por algo más grande que ellos mismos.
—Esta noche no se trata de lo que piensas —dijo Sofía con un tono suave, pero firme. La dulzura de su carácter se fusionaba con su fuerza interior, y Gabriel lo percibió al instante. Sonrió, esa sonrisa que rara vez mostraba, una que decía que entendía perfectamente.
—No, no lo es. ¡Te deseo! —contestó él, caminando lentamente hacia ella, cada movimiento calculado, poderoso, pero con una vulnerabilidad que solo ella había logrado despertar. La luz tenue del penthouse iluminaba sus rasgos cincelados, pero sus ojos estaban fijos solo en Sofía.
Sofía sintió el calor de su proximidad antes de que siquiera la tocara. El espacio entre ellos se fue desvaneciendo hasta que pudo sentir su respiración sobre su piel. Pero esta vez, ella no esperó a que él tomara la iniciativa. Sus manos subieron lentamente por el pecho de Gabriel, sintiendo los músculos tensarse bajo sus dedos. Él se quedó inmóvil, permitiendo que ella marcara el ritmo, sorprendido por la seguridad con la que lo tocaba, con la que reclamaba lo que quería.
—Yo también te deseo —susurró Sofía, sus palabras eran una confesión, pero también una declaración de poder. Gabriel no era el único que tomaba decisiones esta noche.
Él la tomó de la cintura, firme, pero con un toque que hablaba de cuidado. Era como si quisiera asegurarse de que Sofía estuviera completamente cómoda, que cada paso que dieran fuera conjunto. Pero la intensidad en su mirada dejaba claro que la pasión que compartían era incontrolable, y ninguno de los dos quería frenarla.
La llevó hacia la pared de vidrio que daba al balcón, la ciudad de fondo, un testigo mudo de lo que estaba a punto de ocurrir. Las luces de los rascacielos se reflejaban en la ventana, pero para ellos, el mundo exterior había dejado de existir.
—Quiero verte a la luz de esta ciudad que has conquistado —dijo Gabriel, su voz grave, cada palabra impregnada de deseo. La tomó alzó por las piernas contra el vidrio con las luces de la ciudad de fondo, inclinando su rostro hacia él, pero se detuvo justo antes de besarla, sus labios rozando los de ella, provocando.
Sofía cerró los ojos, disfrutando del momento, pero también deseando más. Finalmente, tomó el control y lo besó, un beso profundo, lleno de pasión y de promesas no dichas. El fuego entre ellos se desató en ese instante. Gabriel respondió, su beso firme, pero dejándola liderar. La intensidad entre ellos aumentaba con cada segundo que pasaba.
La ropa fue cayendo al suelo, olvidada, y pronto, sus cuerpos estaban desnudos, expuestos no solo en lo físico, sino en todo lo que eran. Gabriel la llevó hasta el enorme sofá del salón, pero Sofía lo detuvo.
—Aquí no —dijo ella, con una sonrisa traviesa, mirando hacia la cama que dominaba la habitación.
Gabriel rió, un sonido bajo y gutural. Le encantaba cómo Sofía sabía exactamente lo que quería, cómo no temía pedirlo. La levantó en sus brazos con facilidad, como si no pesara nada, y la llevó a la cama.
La cama de Gabriel era enorme, lujosa, pero en ese momento, era solo un escenario para la conexión que estaban a punto de compartir. Sofía lo miró, sus ojos llenos de deseo y determinación. No había espacio para inseguridades. Ambos sabían lo que querían y lo reclamaban sin vacilaciones.
Cuando finalmente estuvieron juntos, fue como si el tiempo se detuviera. No había prisa, solo la sensación de sus cuerpos moviéndose al unísono, explorando cada rincón del otro con una mezcla de ternura y pasión. Gabriel era dominante, pero también atento, asegurándose de que cada caricia, cada movimiento, fuera perfecto para ella. Y Sofía, lejos de ser pasiva, respondió con la misma intensidad, dejando claro que era tan poderosa como él en esa intimidad compartida.
El ritmo entre ellos se volvió más urgente, cada toque y cada beso llenos de una intensidad que los envolvía. Sus cuerpos se entrelazaban en un acto de pura pasión, pero también de confianza. Ambos sabían lo que querían y, por primera vez, no había lugar para la duda.
Horas después, cuando el primer rayo de sol comenzó a filtrarse por la ventana, ambos yacían juntos, el sudor de sus cuerpos brillando bajo la luz de la mañana. No hubo necesidad de palabras. Lo que habían compartido esa noche hablaba más que cualquier promesa. Era un pacto silencioso, una promesa de que, sin importar las sombras que se avecinaran, estarían juntos para enfrentarlas.
Gabriel la miró, sus dedos rozando suavemente su mejilla.
—No hay vuelta atrás para mí, Sofía. Estoy completamente perdido en ti —confesó, su voz profunda, pero con una suavidad que solo ella conocía.
Sofía lo miró a los ojos, su corazón latiendo con fuerza, pero sin miedo.
—No estoy buscando que vuelvas atrás —respondió ella, segura—. Estoy buscando que avancemos juntos.
Y así, bajo el sol de un nuevo día, Gabriel y Sofía comprendieron que, aunque el camino que les aguardaba estuviera lleno de desafíos, habían encontrado algo más fuerte que el poder y la ambición. Habían encontrado un amor que, aunque imperfecto, era real.