En los barrios tranquilos y misteriosos de Seúl, una chica llamada Jiwoo ha pasado su vida observando desde las sombras. Jiwoo siempre ha sido reservada, pero esconde algo más que timidez. Un incidente oscuro y olvidado en su adolescencia que moldeó su obsesión por los secretos de los demás.
El regreso de Hyunwoo, su vecino de la infancia, despierta en ella una curiosidad peligrosa. Años atrás, Hyunwoo desapareció abruptamente tras un escándalo que sacudió al vecindario, y su reaparición está rodeada de rumores y silencio. Algo en su mirada parece llevar el peso de un pasado más oscuro del que Jiwoo imaginaba.
Guiada por su instinto obsesivo y un deseo inexplicable, Jiwoo comienza a seguirlo, adentrándose en un mundo de crimen, mentiras y un trastorno psicológico que ha permanecido latente en ambos. Mientras Jiwoo se acerca a la verdad, también empieza a descubrir más sobre sí misma, desenterrando recuerdos reprimidos y enfrentando su propia sombra.
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El susurro del bosque
El pueblo de Asfil se sumía cada vez más en la quietud. Las calles que antes solían estar llenas de risas y conversaciones se habían transformado en un lugar sombrío, donde incluso los perros dejaban de ladrar al caer la noche. Cada esquina parecía tener un eco, y la gente, aunque no lo dijera abiertamente, sentía la presión del cambio. Había algo en el aire, algo pesado y denso que no podía ser ignorado.
Jiwoo caminaba por las mismas calles que antes le ofrecían refugio, pero ahora todo le resultaba diferente. Las casas, las personas, los árboles al final de la calle… todo se sentía distante, como si estuviera mirando el mundo a través de un vidrio empañado. Algo había cambiado en ella. Algo que el pueblo, en su forma extraña, había comenzado a notar.
Al principio, Jiwoo pensó que era solo paranoia. Sin embargo, con cada paso que daba, se daba cuenta de que algo no estaba bien. Los residentes la miraban con una mezcla de temor y evitación, como si temieran que su mera presencia fuera contagiosa. Algunos se cruzaban de acera cuando la veían acercarse, y otros murmuraban entre ellos, disimulando lo suficiente para que ella no pudiera oírlos.
Al pasar por el mercado, vio a una mujer mayor que le lanzó una mirada furtiva. Sus ojos, llenos de sabiduría y temor, la seguían mientras ella pasaba. No era la primera vez que la veía hacer eso.
Jiwoo no pudo evitar acercarse.
—¿Pasa algo? —preguntó, su voz vacilante.
La mujer la miró rápidamente, como si hubiera cometido un error al no haber desviado la vista a tiempo.
—Solo… ten cuidado, niña. El bosque no olvida. Y tú… no deberías haber regresado.
Las palabras de la mujer se quedaron flotando en el aire, pero Jiwoo no las entendió por completo. ¿El bosque no olvida? La sensación de estar atrapada en una telaraña invisible se apoderó de ella.
Esa noche, Jiwoo no pudo dormir. Se levantó varias veces, sintiendo que la respiración le faltaba. El colgante seguía allí, sobre su mesa, casi exigiendo su atención. La necesidad de tocarlo era casi física, como si algo en su interior la empujara hacia él. Sin embargo, cada vez que sus dedos rozaban la fría superficie del metal, algo dentro de ella se agitaba, como si el objeto estuviera alimentando un deseo oscuro que no podía controlar.
Su reflejo en el espejo de la habitación se distorsionó, y por un momento, vio algo que no podía comprender. La figura de la criatura que había visto en la cueva apareció, con sus ojos oscuros observándola desde el cristal. Jiwoo retrocedió, respirando con dificultad. Su mente comenzaba a jugarle trucos.
Se acercó al espejo, tocando su superficie. La piel de sus dedos ardía, y cuando la retiró, notó que había sangre. La sensación de ansiedad se intensificó, y por un segundo, deseó romper el espejo. Pero algo la retuvo. Un pensamiento oscuro que se formó en su mente: ¿y si el reflejo era lo único real?
A la mañana siguiente, Jiwoo salió a caminar por el parque. El sol estaba bajo, y el aire fresco le acariciaba la piel, pero aún sentía la opresión que la acompañaba desde la cueva. Fue allí donde se encontró con un rostro familiar, aunque su presencia ya no le causaba consuelo.
—Hyeri. —Jiwoo la observó detenidamente. La joven parecía más tranquila, pero sus ojos tenían algo de culpabilidad.
—¿Qué te pasa, Jiwoo? —preguntó Hyeri, con una suavidad inquietante.
Jiwoo no pudo evitar soltar una risa nerviosa.
—¿Qué me pasa? Creo que es evidente, Hyeri. El pueblo está cambiando, la gente me evita, y siento que el colgante me está controlando. —Su voz se quebró. No era solo el colgante. Había algo más, algo que no podía manejar.
Hyeri la observó con una mezcla de comprensión y preocupación.
—Lo sé. Y sé que te está costando… mucho más de lo que imaginas. El trastorno que tienes… no solo está relacionado con el colgante. Tienes una conexión mucho más profunda con el Guwi de lo que crees. No es solo tu mente, Jiwoo. Es tu alma.
Jiwoo la miró confundida.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que todo esto es mi culpa?
—No, no es tu culpa. Es algo que está en ti desde siempre. Algo que lo atrae. Algo que te hace vulnerable, incluso sin saberlo.
El silencio entre ellas creció, pesado y palpable. Finalmente, Jiwoo suspiró.
—¿Y qué se supone que debo hacer ahora?
A medida que avanzaba la tarde, Jiwoo comenzó a caminar por un sendero cerca del bosque. Las sombras alargadas de los árboles se movían con el viento, pero la sensación de estar siendo observada no la abandonó. El colgante seguía colgando sobre su pecho, más pesado que nunca, y su mente estaba llena de pensamientos oscuros que no lograba comprender.
Fue entonces cuando algo se rompió dentro de ella. La sensación de desconcierto y descontrol se intensificó, y sin pensar, comenzó a caminar hacia el borde del bosque. Algo la llamaba, algo que la hacía sentir como si no tuviera opción. Su respiración se volvió errática, y por un instante, pensó que podría perderse. Pero el deseo de ceder, de rendirse a esa oscuridad, era tan fuerte que la empujaba más allá de sus propios límites.
Cuando cruzó el umbral del bosque, un escalofrío recorrió su cuerpo. La conexión era más fuerte allí, y aunque sus pies vacilaban, no podía detenerse.