¿Romperías las reglas que cambiaron tu estilo de vida?
La aparición de un virus mortal ha condenado al mundo a una cuarentena obligatoria. Por desgracia, Gabriel es uno de los tantos seres humanos que debe cumplir con las estrictas normas de permanecer en la cárcel que tiene por casa, sin salidas a la calle y peor aún, con la sola compañía de su madre maniática.
Ofuscado por sus ansias y limitado por sus escasas opciones, Gabriel se enrollará, sin querer queriendo, en los planes de una rebelión para descifrar enigmas, liberar supuestos dioses y desafiar la autoridad militar con el objetivo de conquistar toda una ciudad. A cambio, por supuesto, recibirá su anhelo más grande: romper con la cuarentena.
¿Valdrá la pena pagar el precio?
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La senda al paraíso
Entre empujones y celebraciones eufóricas, Héctor sale del granero con paso triunfal mientras yo, con la sangre congelada, lo sigo. Ya no llueve, pero el barro muy crecido absorbe mis botas. Desde la cima de la colina cae la ciudad, sus luces y sus altos edificios. La urbe me recuerda a las constelaciones, tan lejanas e inalcanzables, tan esplendorosas pero indescifrables.
—¿Sabes por qué estás aquí? —Héctor se detiene para interrogarme. Creo que esta pregunta ya me la hicieron.
—Estoy aquí para destruir al dragón de lengua negra. —Por suerte esta vez me sé la respuesta, bueno, si es que lo es.
—¿Sabes qué es eso de allá? —Héctor señala a la ciudad.
—Es el paraíso. —Si esto fuera un examen ya me hubiera sacado un diez.
Héctor asiente una y otra vez, aprobando mis respuestas. Asha cubre mi retaguardia, aunque por su postura parece que quiere empujarme para ponerme a rodar colina abajo. Lástima que su hermano rodea mis hombros con su brazo y me aleja del resto del grupo. Vale, esto me resulta más extraño. Prefiero que Asha me dé el empujón.
—Escucha, Gabriel —Guao, recuerda mi nombre—, el paraíso fue secuestrado por las arpías, y los ángeles fueron expulsados a las montañas. Legiones enteras de bestias merodean por la ciudad haciendo de las suyas. Vivimos en una burbuja, o al menos la mayoría de las bestias que habitan esos rascacielos. Ellos no merecen el paraíso.
Héctor me lleva al otro extremo de la colina, y ya no veo la ciudad, solo un conjunto de barrios sobre un relieve montañoso. Me quito la máscara para maravillarme con destellos más tenues pero más hermosos.
—Ahora, ¿qué ves? —Héctor no me suelta, y ojalá que no lo haga, porque estoy algo mareado.
—Solo Ángeles desterrados —argumento con el pesar de mi cuerpo.
Héctor permite que me recueste sobre la loma encharcada. Él se sienta junto a mí, mientras Asha, Brilla y Carla nos cubren las espaldas.
—Tu corazón sintió el desamparo de los negados. —Héctor toca mi pecho.
—¿El paraíso le pertenece a las personas equivocadas? —Y además pregunto, esta vez para mí, ¿por qué diablos la ciudad es el paraíso?
—Nuestra misión es reclamar el paraíso para los desterrados.
—¿También debo reclamarlo?
Vale, es como mandar a los gusanos a pescar... tarde o temprano terminaré muerto.
—Nos toca a todos —dice señalando el granero— eso incluye a la legión entera de ángeles que aguardan en la nube. —De modo que así llaman al granero: "la nube". Estos chicos le tienen un nombre a todo.
De pronto, Héctor recibe la voz de Francisco en su radiotransmisor.
—El demonio confirmó nuestras teorías, cambio —se escucha en el aparato.
—Entonces prepara nuestra legión, cambio —Le ordena Héctor, y luego ordena a Brilla—: Prepara las armas. Carla ve con ella, que todos estén en sus posiciones. Esta noche las estrellas serán testigos de la liberación de nuestro dios.
Intento comprender lo incompresible. ¿Cómo se libera un dios? Ojalá Brilla y Carla (que supongo pueden ser amables conmigo) me respondieran la duda, no obstante, ellas regresan a la nube, apresuradas. Asha, por desgracia o suerte, se queda acompañando a su hermano. El chaval moreno concentra su visión en los cerros lejanos, ahí donde las viviendas más humildes reposan.
—La senda que lleva al paraíso comienza en el infierno —dice convencido—. Por suerte, ahora serás un ángel... Y los ángeles nunca mueren.
—Salvo algunas excepciones —añade Asha de mala gana.
—La gloria espera —Héctor se levanta y comienza a alejarse, no sin antes decir—: Asha, dale las instrucciones. Los veré en la senda del paraíso.
—¿Instrucciones? —Brinco del susto.
Héctor se aleja mucho como para aclararme la situación. Es decir, ¡me deja solo con Asha!
—Sí, instrucciones. —Ella suena muy feliz—. Te lo dije una vez: tu alma es mía. Y ahora prepárate, porque voy a reclamarla.
