Tras haber ganado la guerra entre los tres reinos y revivido al loto blanco, Liú Huó, rey del inframundo , se verá envuelto en una nueva travesía lleno de obstáculos en sus camino.
Nuevos enanemigos amenazara la paz de la corona en busca de venganza y poder. Pero esta ves será la prueba del Loto Blanco, quien tendrá que tomar el poder que por sangre siempre le correspondió y, poner fin a las calamidades de atormentan la tranquilidad y el equilibrio entre los imperios.
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Peso en el corazón de un loto
El resto del día había sido largo. Pasamos horas planificando el ataque al ser que había profanado las tierras de Liu Huó. Las discusiones se volvían acaloradas con solo una mirada mínima; era más que evidente la rivalidad entre cada uno de los seres en el gran salón. Y como si fuera poco, solo un par de horas después del comienzo, el canciller Hùe Lián hizo presente a la consorte celestial; nadie sabía el motivo de su aparición. Pero al parecer, ella conocía bastante del tema en cuanto a Feng Xù y estaba a favor de colocarme en el trono a como diera lugar. Realmente no entendía la mitad de lo que hablaban; solo sabía que lucharíamos con un ser capaz de destruir la existencia misma con un solo chasquido. Sin embargo, por alguna razón, hacía muchos años lo habían logrado encerrar en su propia dimensión, arrebatándole gran parte de sus poderes.
Era de noche cuando salimos del gran salón. Los últimos en retirarse fueron el canciller junto con la concubina y, por supuesto, Xiao-Gongzu. Él permaneció en silencio casi todo el tiempo; solo habló cuando fue absolutamente necesario, y cuando lo hizo, realmente aportaba buenas estrategias de batalla, al menos eso supuse al ver el brillo en los ojos de los presentes cuando marcaban algún punto en la gran mesa. La consorte celestial me miraba casualmente, sonriendo y asintiendo cada vez que nuestras miradas se encontraban. No entendía por qué, pero algo dentro de mí sentía un aura familiar rodeándola; era como si hubiera sido parte importante en mi vida, solo que no lograba recordarla del todo. Intenté despistar los pensamientos innecesarios lo mejor que pude, concentrando mi vista en el medio de la gran mesa, donde la maqueta de estrategia se extendía tres metros desde mi ubicación, intentando entender cada una de las posiciones mencionadas por aquellos seres. Pero por más que lo intentaba, era como si hablaran en otro idioma. Era absurdo, totalmente absurdo, cuando yo también había sido entrenado en el arte de la guerra. Me sentía un niño ignorante ante cualquier realidad, y me angustiaba saber que podría llegar a ser solo una carga.
Miré furtivamente a Liu Huó cuando aquel pensamiento pasó una y otra vez por mi cabeza. El hombre a mi lado miraba fijamente la maqueta y movía piezas de un lado a otro, discutiendo con los ancianos y las demás criaturas a su alrededor. Se veía imponente, fuerte y tan serio que causaba escalofríos en mi espalda. Este hombre a mi lado trabajaba tan arduamente solo para asegurar mi bienestar; yo simplemente no podía dejar que todo recayera sobre sus hombros. Cerré los ojos por unos minutos e intenté concentrarme en los recuerdos pasados, aquellos que tenían mil años guardados en mi subconsciente. Las imágenes empezaron a fluir con rapidez en solo unos segundos. Escuchaba mi respiración profunda, los latidos de mi corazón volviéndose un fuerte tamborileo del gong e incluso la fuerte energía que recorría mis venas con tanta rapidez como una gota de lluvia estampando el suelo. Un juego de Go se formó en mi cabeza cuando pude acomodar las piezas de los recuerdos. Abrí los ojos mirando la maqueta y cómo esta misma se colocaba dentro de mí; cada pieza tomaba su lugar. Antes de querer darme cuenta, ya me había deslizado tomando las piezas sin decir nada, las estaba moviendo de un lado a otro, organizándolas tal y como mi mente me ordenaba. No fue hasta que uno de los ancianos aplaudió con fuerza que pude salir del lago de pensamientos en mi cabeza. Miré mis manos y la diminuta torreta en ellas; mis ojos se desviaron a Liu Huó, que me miraba expectante esperando el próximo movimiento. Él me sonrió y volvió su vista a mi mano, preguntando suavemente: —¿Y dónde diría Su Alteza que es el mejor lugar para esa torreta?
Tragué con fuerza ante el nerviosismo, respiré con calma y volví a organizar mi mente para continuar con mi estrategia. Nadie dijo nada, ni una sola palabra, ni un solo movimiento. Todos quedaron expectantes y asintieron escuetamente con sus cabezas cuando acomodaba otra pieza en el tablero, como si jugáramos un largo juego de Go y los expectantes analizaran la jugada minuciosamente, asintiendo y negando ante los resultados. Pero este no era un juego de Go; este era un plan de guerra real y necesitaba ser totalmente minucioso, aunque Liu Huó sonriera diciendo que lo tomara con calma. Para cuando terminé, sentía un peso enorme en mis hombros, y no pude evitar mirar a Liu pensando ¿cuánto peso cargaba él haciendo tanto? Simplemente, no lo pude imaginar; vivir mil años con el único propósito de revivir al ser que amas, pero encargarte de cada una de las almas que habitan en el infierno. De un momento a otro, mi pecho se llenó de admiración y dolor ante su presencia; quería acogerlo en mis brazos y sanar cada miedo, cada herida en su corazón y piel.
Suspiré sonoramente sin darme cuenta, aún estábamos sentados en la gran mesa. Liu Huó miraba los mapas y los pergaminos con las estrategias acordadas, estaba tan concentrado que muy seguramente no sabía que el sol ya se había ocultado hace un par de horas. No quería interrumpirlo, pero aquel bufido salió sin aviso. No era cansancio, era solo el exceso de información que había acumulado durante el día. El solo hecho de pensar que el día anterior había estado entre sus brazos, discutiendo entre la comodidad y la calidez de nuestra relación. Liu Huó me miró sonriendo, apoyando su cabeza entre sus manos mientras sus codos descansaban en la mesa. No pude evitar sonrojarme y avergonzarme por tal acto. Él estaba completamente dedicado a defender una nación y, sobre todo, a garantizar mi seguridad. Mi pecho punzó cuando vi aquella sonrisa complaciente, porque sabía que jamás me obligaría a luchar cuando lo que más quería era alejarme del peligro. Llevé mi mano inconscientemente tocando su pálida piel. Era totalmente consciente de su estado, o al menos eso quería creer. Cada día se veía más demacrado, más cansado y más... más débil. No encontraba las palabras para abordar el tema y sentía que si ignoraba los hechos tal vez podría aliviar un poco más su carga. Pero justo ahora, justo en medio del caos, viéndose tan imponente, tan fuerte, aún podía ver la luz apagándose en sus ojos y cómo el tiempo empezaba a transcurrir rápidamente en mi corazón, llenándome de angustia, miedos y pesares. —¿Qué es lo que aflige tanto el corazón de su Alteza? ¿Qué es lo que puedo hacer para que no me mire con esos ojos cargados de dolor?
No pude responder, porque ni siquiera yo sabía cómo sacar toda la amargura que las circunstancias provocaban. Simplemente me puse de pie y envolví su cabeza entre mis brazos, apretándolo fuertemente contra mi pecho y hundí mi cara entre sus cabellos, intentando impregnarme con su olor, con su esencia. Las lágrimas salieron y él simplemente me abrazó, como si hubiese leído mi mente, solo acarició mi espalda y dejó pequeños besos repartidos entre mi pecho y mi cuello. —Todo estará bien, su Alteza, lo prometo...
Me separé levemente de él, tomé los pergaminos en sus manos y los dejé sobre la mesada. Me senté en sus piernas, rodeando su cintura con las mías, y puse ambas manos en sus mejillas. —Lo sé, Huó-Er siempre hace todo para mi bienestar, sé que jamás me pasará nada si estoy a tu lado...
Él sonrió cálidamente mientras dejaba un fugaz beso entre mis labios. —Entonces, ¿qué es lo que aflige a su Alteza?
Deslicé mis manos lentamente desde sus mejillas hasta su pecho. No sabía la razón, pero desde hace un tiempo, cada vez que tocaba su piel, podía sentir la gran energía que recorría sus meridianos y cómo ésta devoraba todo a su paso. Y justo ahora, esa gran energía estaba totalmente condensada en su pecho, era como un gran agujero negro devorando todo, era como el hambre misma y estaba dentro de Liu Huó. —Tae-Gongzu había dicho que estando a tu lado los síntomas de Huó-Er pararían o disminuirían, pero desde hace unos días siento cada vez más grande la energía en tu pecho, y por más que estoy a tu lado, no para...
Puse mis manos en su pecho, apartando sus túnicas, y dejé caer mi cabeza sobre ellas. Quería llorar, pero no me sentía con el derecho hacerlo. En cambio, mordí fuertemente mis labios, impotente ante la situación. —¿Qué se supone que debo hacer, Huó gē gē?
Sentí las frías manos de Huó deslizarse por mi espalda. Esas frías manos eran una contradicción misma. Sabía que su temperatura no acumulaba el calor, pero sentía que ardía cada parte donde posaba con gentileza y ternura sus manos. Me separé lentamente de él y lo miré fijamente a los ojos; dejó un pequeño beso en mi frente y luego en mis ojos. —Su Alteza no tiene que preocuparse por ello, juro que no te dejaré hasta que nada amenace tu seguridad...
No pude evitarlo, no cuando sus palabras no comprendían mi corazón. Sabía que no dejaría nada fuera de sus planes, sabía que había calculado hasta el panorama más desastroso en su mente y sabía que jamás me dejaría en una posición de peligro. Pero mi corazón lloraba y temblaba de miedo, no por lo que sabía que haría, sino porque él no estaría en mi futuro. El dolor y la angustia que atormentaba mi mente era que él en algún momento dejara de ser parte de mi existencia. ¿Cómo seguir sin él? ¿Cómo pretendía que viviera feliz sin él? No, no podía y no podría jamás, porque ¿qué sentido tendría la eternidad si él dejaba mi corazón completamente vacío? —No lo entiendes, yo no quiero protección si me vas a garantizar una vida en la que no estarás a mi lado...
Sus ojos se abrieron, mirándome fijamente, con pesar, sorpresa y una emoción que llenó mi corazón. —Su Alteza, no puedo prometerle quedarme para siempre cuando no tengo el poder ante ello. Mi vida es efímera en este momento, pero puedo prometerle que buscaré, por todos los medios posibles, quedarme a tu lado por la eternidad.
No dije nada. No podía responder porque una parte de mí sabía que lo decía sinceramente, pero otra parte también me gritaba que ambos sabíamos que eso no iba a pasar, no porque no lo quisiera, sino porque el veneno dentro de él ya lo había consumido de tal forma que no había vuelta atrás. Y fue por esa razón que mi corazón se destruyó ante aquellas palabras. Íbamos a una guerra, lucharíamos con el ser más poderoso de la existencia, y él moriría en la batalla justo frente a mis ojos. Lo sabía, era como si pudiera ver las imágenes del futuro próximo acercándose a nuestras puertas. Y ante la angustia y el dolor, solo me aferraría a una cosa para vivir si el destino estaba decidido a dejarme sin él.
Tomé su mano, mirándole fijamente a los ojos. Me levanté de sus piernas y lo jalé suavemente sin quitarle la mirada. —Liu Huó... tómame...
El silencio era sepulcral, pero el fuego en sus ojos era la respuesta suficiente ante mis ruegos. Ambos sabíamos que no habría otra oportunidad, y aunque sea una vez, queríamos deshacernos en los brazos del otro, dejarnos fundir lentamente entre el amor y el deseo de ser uno completamente por la eternidad. Porque luego de esta noche, incluso si el destino decide arrebatármelo de mi lado, gobernaré fielmente atesorando el fruto de nuestro amor. —Solo hoy, tómame como si no nos volviéramos a ver nunca más, Liu Huó. Quiero ser tuyo hasta que los rayos del sol salgan y las trompetas auspiciando la guerra resuenen acallando los gemidos de mi garganta. Tómame hasta el último segundo antes de partir.
Él solo me miró fijamente. Se levantó de su asiento en silencio y suavemente envolvió su brazo en mi cintura, apegándome a él y levantándome con tanta ligereza que cortaba mi aliento. Envolví mis piernas a su alrededor y mis brazos rodearon su cuello. Sentía su pesada respiración en mis labios, pero él solo me miraba sin ejercer otra acción. —Este humilde sirviente acepta con gusto la orden de su Alteza Real Xuě Tiān. Este sirviente lo amará esta noche hasta que su Alteza decida que es suficiente.
Sentí sus labios topar con los míos y su lengua arremeter en mi boca sin ni un decoro. Sus manos apretaron con fuerza mis muslos y mi piel se sintió tan ardiente y sensible a cada tacto que desprendía su piel contra la mía. No fueron más de 30 segundos lo que duró aquel beso, pero el aire de mis pulmones se había esfumado por completo y la lujuria que despertó había hecho de mi mente un lío que difícilmente me dejaba pensar con claridad. Y así fue, solo con un beso se despertaron hasta los instintos más carnales que intentamos ocultar. —Vamos a la cama, Huó gē gē