LA AMANTE DEL EMBAJADOR

Suspirando con pesadez, Penélope le tomó su mano y esperando que ningún vecino hubiera visto todo eso, ingresó de nuevo a su pastelería, ahora acompañada por su cuñado. Pidiéndole que la siguiera, comenzaron a subir las escaleras para ella poder ayudarlo a secarse.

—¡Espera!—dijo sorprendida.

Alexander no esperó para atacar su boca, apenas ingresaron al segundo piso, estampándola contra la pared mientras acariciaba la piel de sus piernas bajo su vestido. Recordando que aún podía estar herida, se separó un poco de esta.

—Perdón—susurró acariciando su nariz con la de ella—lo siento... te he extrañado tanto.

Penélope sonrió, apenas Alex comenzó a besar su cuello y la olía. Lo tenía en sus manos, pero tenía que tener la mente fría e ignorar lo que estaba sintiendo por su cuñado, si quería que todo saliera bien.

Sin embargo, su dicha no duró mucho cuando un temblor, seguido del ruido de la tormenta reanudándose, hizo que ambos se separaran, quedando a oscuras cuando una espesa y negra niebla invadió todo el lugar.

Sintiendo una energía negativa muy poderosa, angustiada por lo que pudiera pasarle a su abuelo, Penélope intentó correr, pero de inmediato dicha fuerza la volcó contra un bife de la pequeña sala de estar, provocando que quedara un poco aturdida.

—¡Por el diablo!—la voz de una anciana resonó en la oscuridad—secuestrar a aquel niño fue más sencillo que intentar matarte y eso que estaba bien "protegido".

Escupiendo sangre, preocupada de que aquel niño fuera su sobrino, Penélope intentó levantarse, pero una mano con garras la detuvo, comenzando a apretar su cuello hasta que poco a poco comenzó a dejarla sin aire, provocando que perdiera el oxígeno.

—¡Penélope!—gritó su cuñado.

Alexander, quien también había quedado horrorizado al escuchar aquella horrenda voz, intentó guiarse a ciegas entre aquella infernal y espesa niebla, pero era caminar como si tuviera puesta una venda.

—¿Papi?—escuchó la voz de su hijo.

Extrañado y confundido del porqué su hijo estuviera en aquel lugar, si supuestamente lo había dejado protegido en su mansión, corrió intentando buscarlo; sin embargo, en realidad era la bruja quien había imitado la voz de su hijo para molestarlo.

La anciana, con una mirada malvada, tenía un pacto con el más allá, siendo advertida de lo que estaba planeando hacer en contra de la esposa del embajador, y por ende contra ella. La bruja necesitaba al hijo de la nieta del rey para su sacrificio, y no dejaría que Alexander la detuviera.

Así que no había sido difícil para ella, quien en secreto tenía una enorme influencia en el barrio Rojo, no solo hacer que la empleada del burdel traicionara a Byron, sino también que lo llevaran directo a su casa. Así mismo, con ayuda de bandidos y magia vudú, había logrado asesinar a los guardaespaldas del niño para llevárselo.

—La calentura por tu cuñada—dijo elevando sus manos—fue tu mayor error.

Emocionada porque dentro de poco tendría mucho más poder gracias al hijo de Alicia, la anciana decidió que era momento de volver a su hogar. Allí, tanto la nieta del rey como su único hijo los estarían esperando, listos para el sacrificio.