Secretos, envidia, poder, dinero y traiciones, son el ingrediente perfecto para un desenlace trágico.
La traición aveces viene de la propia sangre, y la lealtad se paga con ella también.
El día que descubrió la verdad, el mundo de Érika se tambaleó.
La traición de una persona querida, la muerte de su padre y la revelación de que ella era la heredera de aquel secreto familiar tan bien guardado, la empujaron a una nueva realidad, todo es nuevo y peligroso para ella, podrá lograr seguir su vida?
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Capitulo 12 - Sin vuelta atrás.
Javier observaba la escena con una mezcla de satisfacción y preocupación.
—¿Que hacés pelotudo? Deja de mirar a la nada y subila al auto, rápido —ordenó Valdez, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los haya visto salir con ella.
Javier levantó a Erika con una facilidad sorprendente y la metió en el asiento trasero del auto. El motor rugió al encenderse, y el vehículo salió disparado por el camino embarrado, alejándose de la mansión bajo la intensa lluvia.
Dentro del auto, la tensión era palpable. Javier miraba a Erika inconsciente, su rostro estaba ensombrecido por las dudas, remordimientos y un odio injustificado hacia su hermana. Valdez, en cambio, mantenía la vista fija en en el camino, su expresión se mantenía fría y calculadora.
—¿Estás seguro de esto, Valdez? —preguntó Javier, rompiendo el silencio—. Una cosa es matar al hijo de puta de mi viejo. Pero Erika...
Valdez lo miró de reojo, sus ojos brillando con una determinación inquebrantable.
—Esto es lo que tenemos que hacer. Si querés salvar a tu vieja y salvarte vos de los rusos, tenés que ser el único heredero. Necesitas toda la guita, cuentas y contactos de tu viejo a tu favor. —
El paisaje gris y lluvioso pasaba rápidamente por las ventanas del auto. El sonido del motor y el chapoteo de las ruedas en los charcos eran los únicos ruidos que rompían el silencio, mientras ambos pensaban la manera de deshacerse de Erika.
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La misión estaba en marcha, y el destino de Erika pendía de un hilo. La tarde seguía su curso y prometía ser más larga de lo que cualquiera de ellos hubiera imaginado.
Valdez mantuvo el silencio durante varios minutos, sumido en sus pensamientos mientras manejaba con precisión. Finalmente, rompió el silencio con una voz grave y fría.
—Hay un lugar acá en las afueras, un almacén abandonado, pertenecía a un viejo que desapareció hace mucho. Es perfecto para esto. —Su mirada era fija y calculadora, como si ya estuviera viendo los detalles del plan en su mente.
Javier asintió lentamente, aún dudando. La idea de llevar a Erika a un lugar aislado y deshacerse de ella le parecía casi de película para él. Sin embargo, la presión de la situación lo empujaba hacia adelante.
—¿Y qué hacemos con ella cuando lleguemos? —preguntó Javier, su voz apenas se escuchaba por el ruido de la lluvia y el rugido del motor.
Valdez no miró a Javier, pero su su respuesta era inflexible y fríamente calculada.
—¿Te quedan balas en el revólver que tenés escondido en la cintura? —preguntó Valdez, con el rostro iluminado por la luz intermitente de los relámpagos.
—Solo una —respondió Javier, sorprendió de que el si noto que llevaba aún el arma—. Las otras quedaron en la campera de mi viejo. El fierro era de él.
—Perfecto —dijo Valdez, con una sonrisa oscura—. Así, si hay sospechas, van a ir sobre el difunto Roberto, digo, si llegan a encontrar el cuerpo de tu hermana.
Javier tragó saliva, sintiendo el peso de lo que estaban a punto de hacer. Miró de nuevo a Erika, su rostro pálido y mojado, y sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de asesinarla lo torturaba, pero la urgencia de salvar a su madre y a sí mismo lo mantenía en movimiento.
El almacén se veía a lo lejos, como una sombra oscura en medio del paisaje desolado. La lluvia seguía cayendo sin parar , y el viento soplaba con fuerza, anunciando una tormenta aún peor que la que estaba ocurriendo.
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Valdez estacionó el auto frente a la entrada del almacén, los frenos del auto hicieron un fuerte chirrido apenas audible por el fuerte ruido de la tormenta. Bajó del vehículo con una calma que contrastaba con la furia del clima. Javier lo siguió, sus zapatos se hundían en el barro, cada paso lo daba con una pesadez que sentía en el alma. Se dirigieron al asiento trasero, donde Erika yacía inmóvil y la tomaron entre ambos.
—Dale, boludo, ayúdame a sacarla —ordenó Valdez, su voz era firme y sus ojos reflejaban un frío letal.
Javier se inclinó para levantar a Erika, mirándola con desprecio, pero sin entender por qué la odiaba tanto.
—Hay que hacerlo rápido, no queremos que se despierte y haga quilombo —dijo Valdez, girándose hacia Javier, sus ojos no reflejaban ni una sola duda.