*Actualizaré diariamente*
Noah, es un cirujano cardíaco, que vive su vida sin preocupaciones, tomando el sexo como una herramienta para disfrutar en lugar de una muestra de afecto. Es entonces que conoce a alguien que le hace cambiar su forma de ver el amor y la vida.
*Atención, está es una historia "Yaoi" ”Ga1s" si no te gusta este género, por favor, no sigas adelante y no hagas comentarios agresivos sobre este género, gracias ❤️
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Capitulo 19— Un regaño al Doctor
Gael abrió la puerta al escuchar el timbre, encontrando a la señora Cruz, una mujer mayor con una expresión amable y un delantal manchado de detergente. Ella sostenía una bolsa llena de ropa recién lavada.
—Buenos días, aquí tienes —dijo la señora Cruz con una sonrisa—. El doctor pidió que le lavara esto. Oh, y vendré todos los miércoles a recoger tu ropa, comenzando desde hoy.
Gael le ofreció una sonrisa cortés, intentando no parecer incómodo por la situación.
—Muchísimas gracias —respondió, aceptando la bolsa con una inclinación de cabeza.
Una vez que la señora Cruz se despidió y se alejó, Gael cerró la puerta con un suspiro. Caminó hacia la habitación de Noah, el sonido de sus pasos resonando en el pasillo vacío.
—Le dije que yo podía encargarme de lavar. La señora incluso se llevó mi ropa... No tenía que hacerlo realmente —murmuró para sí mismo mientras abría la puerta del dormitorio de Noah—. Guardaré esto.
Colocó la bolsa sobre una silla cercana antes de comenzar a organizar la ropa en el armario. Mientras lo hacía, sus ojos recorrieron la habitación, notando la falta de cambios desde la última vez que estuvo allí. La habitación, aunque ordenada, parecía llevar consigo el peso de la ausencia.
Gael se acercó lentamente a la cama, sus dedos rozando la suavidad de las sábanas. La cama estaba hecha, pero había algo en ella que hablaba de una presencia ausente. Se sentó al borde, sus pensamientos nublados por la nostalgia y la preocupación.
—Su cama... no duerme mucho en ella —comentó en voz baja, sintiendo una mezcla de melancolía y tristeza.
Suspiró profundamente y se recostó en la cama, mirando el techo mientras intentaba calmarse. Habían pasado dos días desde la última vez que Noah estuvo allí, y su ausencia se sentía aún más palpable con cada minuto que pasaba. Gael cerró los ojos, respirando profundamente, tratando de captar el aroma que quedaba en el aire.
—Hay un débil olor a colonia dulce... —pensó, reconociendo la fragancia que siempre había asociado con Noah. Era una colonia que solía llevar siempre, y ahora, en su ausencia, el olor era un recuerdo tenue pero reconfortante.
De repente, la figura de Noah apareció en su mente con una claridad desconcertante. El recuerdo de aquel beso compartido se hizo presente, causando un estremecimiento involuntario en Gael. Sin darse cuenta, empezó a murmurar el nombre de Noah con una mezcla de anhelo y tristeza.
—Noah... —susurró suavemente, su mano moviéndose involuntariamente hacia su rostro.
El recuerdo del beso, tan vívido como si estuviera ocurriendo en ese mismo instante, lo hizo estremecer. La memoria de la calidez de Noah, su proximidad, y la intensidad del momento, inundaron sus sentidos. Gael se encontró perdido en ese recuerdo, incapaz de alejarse de la mezcla de emociones que le producía.
De repente, se dio cuenta de que estaba soñando despierto. Abrió los ojos de golpe, su rostro enrojecido por la vergüenza. Se sentó rápidamente, sintiendo la confusión y el remordimiento apoderándose de él.
—Mierda, ¿qué estoy haciendo? —se preguntó, con la mente llena de pensamientos desordenados.
Gael se levantó de la cama y comenzó a moverse por la habitación, buscando distraerse. Acomodó algunas cosas en el armario, ordenó la ropa y trató de enfocar su mente en tareas mundanas. Sabía que necesitaba mantenerse ocupado para evitar dejarse llevar por sus sentimientos, que en ese momento parecían más intensos que nunca.
A medida que el día avanzaba, Gael se dio cuenta de que la presencia de Noah y los recuerdos asociados con él no desaparecerían fácilmente. Su corazón seguía atrapado en una maraña de emociones complicadas, y la ausencia de Noah solo servía para intensificar su anhelo.
****************
Noah avanzaba por los pasillos del hospital, el vaso de café en la mano liberando vapor en el aire fresco del pasillo. Había adquirido el café en la cafetería del hospital, un pequeño ritual que había desarrollado para mantenerse despierto y alerta durante sus largas horas de trabajo. El hospital estaba en constante movimiento, y Noah se sentía casi invisible en medio de la frenética actividad. Sin embargo, hoy, las miradas que le seguían parecían más intensas y cargadas de preocupación y extrañeza.
Los murmullos entre el personal y los pacientes eran incesantes. Algunos intercambiaban miradas y gestos de preocupación, otros simplemente se preguntaban por qué Noah, un médico respetado, parecía tan desmejorado. La verdad era que Noah llevaba dos días prácticamente sin descanso, absorbiendo la fatiga y el estrés de su entorno. Los signos de agotamiento eran visibles en sus ojeras y en el cansancio que se reflejaba en su rostro.
Al pasar junto a una de las oficinas, la doctora Ana Contreras, jefa del departamento y conocida por su carácter firme y exigente, lo llamó por su nombre con un tono que no admitía discusión.
—Noah —dijo Ana, su voz resonando con una mezcla de preocupación y autoridad.
Noah se detuvo en seco, girándose hacia ella. La doctora Contreras tenía una mirada que podía atravesar cualquier barrera de profesionalismo, y en ese momento, su expresión era un claro reflejo de descontento.
—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —preguntó Ana, sus ojos examinando a Noah con una intensidad que parecía escudriñar cada rincón de su cansancio.
Noah, sintiendo el peso de la pregunta, respondió con voz baja y un tanto quebrada.
—Dos días, señora.
Ana frunció el ceño, claramente alarmada por la respuesta.
—Ya decía yo —murmuró Ana, más para sí misma que para Noah. Luego, levantó la mirada y lo encaró—. No has salido del hospital en dos días. Eso es inaceptable. Estás agotado, y te ves horrible.
Noah intentó protestar, su instinto le decía que debía seguir trabajando. Intentó articular una respuesta, pero Ana no le dio la oportunidad.
—Esto no está en discusión —dijo Ana con firmeza—. Necesitas descansar. Esta es una orden. No quiero verte aquí durante los próximos dos días. Debes irte a casa, dormir y recuperarte.
Noah intentó replicar, pero la mirada decidida de Ana le hizo darse cuenta de que no había espacio para argumentos. Su tono era el de alguien que no toleraba desobediencia, y Noah sabía que no podía desafiar una orden de esa magnitud sin consecuencias.
—Está bien —dijo Noah finalmente, su voz casi un susurro. Se dio media vuelta, dirigiéndose a su oficina para recoger sus cosas. La resignación era evidente en su caminar, y el peso de la orden parecía acentuarse con cada paso que daba hacia su oficina.
El hospital seguía en su ritmo frenético, y Noah no pudo evitar sentirse como un extraño en su propio entorno. Sus compañeros y el personal médico, que normalmente lo saludaban con sonrisas y breves intercambios de palabras, ahora lo miraban con una mezcla de curiosidad y preocupación. La atmósfera parecía más densa, cargada de la conciencia de que algo no estaba bien.