Ander Hernández, un futbolista nacido en cuna de oro, decide ocultar su apellido para construir su carrera sin la sombra de su influyente padre. En su camino, conoce a Dalia Molina, una mujer que desafía los estándares tradicionales de belleza con su figura curvilínea y sus adorables mejillas.
Dalia, que acaba de sufrir una pérdida devastadora, se enfrenta al reto de sacar adelante a su madre y a su hermana menor. Pero su mundo da un giro inesperado cuando un hombre, tan diferente de ella en apariencia y situación económica, irrumpe en su vida, alterando todos sus planes.
A pesar de sus diferencias, tanto físicas como sociales, los corazones de Ander y Dalia laten al unísono, mostrando que, aunque sean polos opuestos en muchos aspectos, comparten lo más importante: un espíritu noble y un amor que trasciende todas las barreras.
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Parte 1
Daila
Todo en esta vida es dinero, quien diga que no, es porque tiene dinero. Cada vez que te enfermas, ¿cómo solucionas? Con dinero, ¿cuándo tienes que comprar una casa? ¿Ropa? ¿Cosas del estudio? ¿Estudiar en la universidad?
¡Dinero!, mucho dinero. Ahora no se sabe qué hacer, porque mi papá había muerto de cáncer, mi hermana menor estaba teniendo problemas en el colegio que era privado y tocaba pagar cada mes. Mi madre no había trabajado hace años, entonces no le daban trabajo en ninguna parte.
Había empezado a trabajar de mesera, la orgullosa Daila estaba trabajando con una sonrisa a esas personas que no habían dudado en echarme un vaso de jugo encima.
—¡Molina! Atiende la mesa 3 —Asiento mientras me muevo rápido para ver casi 20 hombres en una misma mesa. Me giro a ver a jefe que me mira "Hazlo" no era buena socializando con hombres, sumado que había como 20, y se veían muy deportistas, contrarios a mí.
—Buenas noches —Doy mi mejor sonrisa falsa —Espero se encuentren muy bien, el día de hoy los atenderé, me llamo Daila.
—Que gordita más bonita —Escucho el susurro de alguno de ellos, pero tengo que forzarme a seguir sonriendo.
—este es nuestro menú —Les doy el menú a cada uno de ellos —También tenemos el código QR que pueden escanear para verlo.
—¿Y tú qué nos recomiendas? —Un hombre un poco mayor es quien me pregunta, tiene una sonrisa, pero no es esa típica sonrisa que quiere obtener algo, es una sincera.
—Depende de que quieran, nuestra carne a la parrilla es muy rica, también si quieren pescado o pollo es una excelente opción —El señor asiente.
—A mí dame eso, la carne a la parrilla —Volteo a ver un hombre, es delgado, pero se nota que hace mucho ejercicio, sus facciones se ven fuertes y sus ojos bastante fríos.
—Claro, ¿qué desea de tomar? —Anotó en la tablet que me da el trabajo.
—No sé, un jugo natural —Asiento y por primera vez tengo una sonrisa sincera. Pensé que sería engreído o fastidioso.
Era educado y se veía una persona muy decente en general.
—Ven en cinco minutos mientras cuadro a todos los chicos para que pidan —Asiento mientras voy a decir la carne a la parrilla y pido un jugo de maracuyá, tal vez al hombre le iba a gustar, se veía como esa fruta.
No pasa mucho tiempo para qué me dicen que me acerque y agarrar el pedido.
—¿Al final cuál jugo me pediste? —Me pregunta el chico.
—Jugo de maracuyá, son las vibras que me das —Me sonrojo bastante porque salí muy directa, pero me pongo aún más roja cuando el hombre sonríe.
—Gracias por el elogio.
Me regaló mentalmente, no tengo tiempo para esto, no tengo el tiempo para tener pareja. Debo sacar a mi familia adelante, debo hacerlo.
Una hora después ellos pedían más y más jugos o gaseosas, no tomaban nada de licor, solo estaban animados siendo ellos.
—Son futbolistas en ascenso, por eso tratan de no tomar —me habla el cocinero que observa a nuestros clientes a lo lejos.
—¿tiene prohibido tomar?
—No, pero es la mejor forma de cuidarse, pueden volver adictos y deben proteger su cuerpo. Al menos eso piensan los que quieren llegar muy lejos.
Asiento y nos quedamos con eso. Mientras veo al señor maracuyá que me observaba de reojo, porque yo también lo estaba haciendo.
No sabía su estatura y estaba temblando en que fuera más bajito que yo, yo era una mujer bastante alta comparada con las demás y también era ancha, entonces no todas las personas giraban a verme.
Dios, debo respirar profundamente para calmar mi mente. Para no pensar en cosas innecesarias como los hombres, porque ellos son un gusto más no una necesidad.
Ellos se levantan y pagan, dándome una buena propina para irse todos entre risas.
¿Siempre es así? Uno le atrae una persona, pero no haré absolutamente nada.
Dos días después vuelve el señor maracuyá, con un grupo de amigos más pequeño, lo atiendo con la mejor de las sonrisas y así como la última vez se quedan mucho tiempo mientras no dejan de consumir comida.
—Molina, atiende la mesa que acaba de llegar —Asiento mientras corro a atender a una mujer y su pareja.
—Buenas tardes, me llamo Daila y seré quien los atienda.
—¿No nos pueden cambiar de mesero? —Es la chica quien habla, giro a ver quién está disponible, pero todo estaban ocupados.
—Actualmente, soy la única disponible —La nueva que hace la chica me hace confundir, ¿qué le había hecho yo?
—Bueno, espero no te comas nuestra comida antes de que llegue —Cierro los ojos aguantando las ganas de llorar, había soportado cosas peores.
No respondo y solamente espero con una sonrisa que digan algo más. No se cuantos minutos pasan para que me llame la mesa del señor Maracuyá.
No dudo ni dos segundos para ir donde ellos.
—Hola, ¿qué necesitan?
—Nada, pero te veías incómoda—Miró al señor Maracuyá, que es quien me responde.
—Gracias —Le doy una sonrisa.
—¡Molina! —Escucho a mi jefe y salgo corriendo —Tu celular no deja de sonar, contesta ese jodido celular.
Corro porque es raro que llamen tanto, solo tengo a mi hermana menor y mi madre. Pienso lo peor, mi hermana en ese momento estaba entrenando voleibol, era buena en todo lo que quería, aunque no sé si era por mi pensamiento como hermana o porque de verdad era así.
—¿Hola? —Es un número desconocido que me había hecho como tres llamadas.
—¿Señora Molina?
—Sí señora, ¿con quén hablo?
—Soy la enfermera del hospital general, usted es el contacto de emergencia de la señora Castro.
—Si ella, es mi mamá, ¿paso algo? —Mi corazón estaba palpitando fuertemente.
—Tuvo una caída, lo mejor es que venga —No dudo ni dos segundos en meter mis cosas en la mochila que siempre tengo.
—¿Para dónde vas, Molina? —Me regaña mi jefe y me giro a verlo.
—Mi familia me necesita.
—¿No ves todas estás personas? Te quedas aquí, que tu familia se defienda como pueda —Volteo furiosa, ¿quién se creía? Podría ser mi jefe, pero se notaba que no tenía a nadie importante en su vida.
—¿Me va a despedir si me voy? —Ese hombre asiente y con mi cabeza caliente por la rabia contesto.
—Renuncio —Salgo corriendo sin mirar atrás.
—Si ella, es mi mamá, ¿paso algo? —Mi corazón estaba palpitando fuertemente, aunque estaba temblando porque me acaba de quedar sin empleo.