En un mundo devastado por el apocalipsis zombi, la supervivencia es una guerra constante. Ayanokouji Kiyotaka, un joven calculador y frío, escapa de la opresiva Sala Blanca solo para encontrar un mundo aún más brutal. Ahora, atrapado en el instituto Fujimi, debe usar su inteligencia y habilidades estratégicas para liderar a un grupo de estudiantes en medio del caos.
A medida que las hordas de muertos vivientes se acercan, Ayanokouji se enfrenta a una amenaza aún mayor: la traición y la desconfianza dentro de su propio grupo.
Mientras los aliados se vuelven enemigos y la violencia alcanza su punto álgido, Ayanokouji debe tomar decisiones drásticas para proteger a a los suyos. Entre la lucha por los suministros y la constante amenaza de los zombis, cada día se convierte en una prueba de ingenio y fuerza.
¿Podrá Ayanokouji mantener la unidad y liderar a su grupo hacia un futuro incierto, o caerá ante las fuerzas que buscan destruirlo?
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Capítulo 21: Sangrienta emboscada
El aire estaba cargado de tensión mientras el grupo de Ayanokouji se preparaba para la llegada inminente de los Vipers. Sabían que el ataque era solo cuestión de tiempo, y cada miembro del refugio se encontraba en su posición, armado y listo para la batalla. Ayanokouji revisó una vez más las defensas y las trampas que habían instalado alrededor de la casa fortificada. Su mente fría y calculadora estaba en modo de supervivencia, evaluando cada posible escenario.
Takashi, con su bate de béisbol en mano, se acercó a Ayanokouji. —Todo está listo. ¿Qué piensas hacer cuando lleguen?
Ayanokouji lo miró con seriedad. —Esperaremos a que caigan en nuestras trampas y luego contraatacaremos. No debemos mostrar piedad. Si queremos sobrevivir, debemos ser más despiadados que ellos.
La noche cayó rápidamente, y con ella llegó la oscuridad que parecía envolver todo. La calma que precede a la tormenta se sentía en el aire. De repente, un grito se escuchó en la distancia, seguido de disparos. Los Vipers estaban cerca.
—¡Todos a sus posiciones! —gritó Ayanokouji, su voz firme y controlada.
El grupo se dispersó, tomando sus lugares designados. Ayanokouji se colocó en una ventana en el segundo piso, observando el camino que llevaba al refugio. Las sombras se movían rápidamente, y pronto, las primeras figuras de los Vipers aparecieron en el horizonte. Eran una horda desorganizada pero mortal, armados con armas improvisadas y una sed de sangre palpable.
—¡Aquí vienen! —gritó Saya desde su puesto de vigilancia.
Los Vipers se acercaron rápidamente, y las primeras trampas se activaron. Estacas ocultas surgieron del suelo, empalando a varios enemigos. Gritos de dolor llenaron el aire mientras los Vipers caían, pero otros seguían avanzando, impulsados por una mezcla de rabia y desesperación.
Takashi, Takeshi y Saeko estaban en el primer piso, listos para enfrentarse a los intrusos. Cuando los primeros Vipers rompieron la línea de trampas y llegaron a la puerta, Takashi los recibió con un golpe brutal de su bate, aplastando el cráneo de uno de ellos con un sonido nauseabundo. Saeko, con su katana, se movía con gracia mortal, cortando a través de los enemigos con precisión letal. Takeshi, atacaba con gran velocidad, con su navaja y su pistola.
Ayanokouji disparaba desde su ventana, cada bala encontrando su objetivo con una eficiencia escalofriante. Había aprendido a bloquear cualquier emoción durante el combate; no había espacio para la compasión en una batalla como esta. Mientras disparaba, vio a Mariko luchando ferozmente al lado de Rei. A pesar de sus reservas iniciales, Mariko estaba demostrando su lealtad y valentía en el campo de batalla.
Los Vipers seguían llegando en oleadas, y el combate cuerpo a cuerpo se intensificó. Kohta, con su rifle, se encargaba de los enemigos a larga distancia, acompañado de Yuji, mientras que Saya y Kenji coordinaba los movimientos de defensa y ataque desde su posición estratégica.
En medio del caos, Ayanokouji observó a un hombre grande y musculoso que avanzaba hacia la casa, abriéndose camino a través de los cuerpos de sus propios compañeros caídos. Era el líder de los Vipers, una figura imponente que irradiaba peligro. Ayanokouji lo reconoció de inmediato y supo que debían detenerlo.
—¡Takashi, Saeko, necesito que lo detengan! —gritó Ayanokouji, señalando al líder de los Vipers.
Takashi y Saeko asintieron y se dirigieron hacia él. El enfrentamiento fue brutal. Takashi esquivaba los golpes del líder con agilidad, contraatacando con su bate, mientras Saeko se movía como una sombra, su katana cortando el aire con silbidos mortales. Sin embargo, el líder era fuerte y resistente, y no cedía terreno fácilmente.
Mientras la batalla continuaba, Ayanokouji bajó al primer piso para unirse a la lucha. Sabía que su intervención podría ser decisiva. Con un movimiento rápido, se lanzó hacia el líder de los Vipers, apuntando con su arma. Los dos intercambiaron golpes, cada uno buscando una abertura para acabar con el otro.
El líder de los Vipers lanzó un golpe poderoso que Ayanokouji apenas esquivó, sintiendo el viento del puñetazo rozar su mejilla. En respuesta, Ayanokouji contraatacó, disparando a quemarropa. La bala encontró su objetivo, perforando el hombro del líder. Este gritó de dolor, pero aún no estaba acabado. Con una fuerza sobrehumana, el líder agarró a Ayanokouji por el cuello, levantándolo del suelo.
—¡Ahora morirás! —gruñó el líder, su voz llena de odio.
Ayanokouji luchó por liberarse, sus ojos fijos en los del líder. En un movimiento desesperado, sacó una pequeña cuchilla de su cinturón y la clavó en el costado del líder, torciendo la hoja para maximizar el daño. El líder soltó un rugido de agonía, soltando a Ayanokouji y tambaleándose hacia atrás.
Aprovechando el momento en un movimiento rápido y preciso, le clavó un cuchillo en el pecho.
Ryo, el líder de los Vipers, yacía en el suelo, su cuerpo herido y sangrante después de la brutal batalla. La derrota se cernía sobre él, algo que nunca había experimentado antes. Cada aliento que tomaba le costaba un esfuerzo inimaginable, y la vida se le escapaba rápidamente.
Ayanokouji se acercó a él, observando en silencio al hombre que había liderado a uno de los grupos más peligrosos en ese mundo caótico. Ryo, con una sonrisa amarga en los labios, levantó la mirada hacia Ayanokouji.
—Es la primera vez... que pierdo una pelea —murmuró Ryo, su voz apenas un susurro. Tosió violentamente, y la sangre brotó de su boca, manchando su rostro. A pesar del dolor, su orgullo parecía intacto, pero había algo más en sus ojos, una mezcla de reconocimiento y advertencia.
Ayanokouji se inclinó ligeramente hacia él, intrigado por lo que Ryo podría querer decir en sus últimos momentos. Con esfuerzo, Ryo levantó una mano temblorosa, como si buscara un último acto de desafío, pero en lugar de eso, la dejó caer débilmente.
—"No confíes en nadie si no morirás" .. —susurró Ryo, sus palabras apenas audibles, pero cargadas de una seriedad mortal. Había algo en la manera en que lo dijo, un conocimiento oscuro, una advertencia que provenía de la experiencia y la traición.
Ayanokouji mantuvo su rostro impasible, procesando las palabras de Ryo mientras el líder de los Vipers se desplomaba, su vida desvaneciéndose por completo. Las palabras resonaron en su mente, un eco inquietante que no podía ignorar. Había esperado muchas cosas de esa batalla, pero una advertencia de esa naturaleza no era una de ellas.Miró a cada miembro del grupo, pero no dejó que sus sospechas se mostraran en su rostro. Necesitaba tiempo para pensar y observar.
Mientras se incorporaba, Ayanokouji lanzó una última mirada al cuerpo sin vida de Ryo, consciente de que, aunque el hombre estaba muerto, sus palabras seguirían vivas en su mente. En un mundo donde la confianza era un lujo que pocos podían permitirse, esas palabras serían una guía sombría, un recordatorio constante de la naturaleza implacable de la supervivencia.
Ayanokouji se apoyó contra la pared, recuperando el aliento. La batalla había sido sangrienta y agotadora, pero habían logrado sobrevivir una vez más. Mientras miraba a su alrededor, viendo a sus compañeros reunirse y celebrar su victoria, no pudo evitar sentir una chispa de esperanza. Habían demostrado que eran fuertes, que podían enfrentarse a cualquier desafío que el mundo les arrojara.
Takashi se acercó a Ayanokouji, extendiéndole la mano. —Buen trabajo ahí fuera. Sin tu liderazgo, no lo habríamos logrado.
Ayanokouji tomó la mano de Takashi y se puso de pie. —Todos hicieron su parte. Esto fue un esfuerzo de equipo. Y tendremos que seguir trabajando juntos si queremos sobrevivir.
Yumi se acercó, con una expresión preocupada. —¿Qué dijo ese hombre antes de morir? Parecía que te dijo algo importante.
Ayanokouji la miró, su expresión imperturbable. —Nada relevante. Solo las últimas palabras de un hombre desesperado.
Yumi asintió, aparentemente satisfecha con la respuesta.
Mientras el sol comenzaba a salir, bañando el refugio con una luz dorada, el grupo se reunió para evaluar los daños y planificar sus próximos pasos. La amenaza de los Vipers había sido neutralizada por ahora, pero sabían que no podían bajar la guardia.
…
Después de la derrota de los Vipers, el grupo liderado por Ayanokouji comenzó a limpiar el campo de batalla. Los cuerpos caídos de los Vipers estaban esparcidos por el lugar, una muestra de la brutalidad que había caracterizado el enfrentamiento. El aire estaba cargado con el olor a pólvora y sangre, y un silencio sepulcral lo envolvía todo.
Ayanokouji y Yuji se acercaron al cuerpo sin vida de Ryo, el líder de los Vipers. Aunque Ryo estaba muerto, su presencia aún parecía imponente, como si el peligro que había representado no se hubiera disipado por completo. Mientras ambos levantaban el cadáver para moverlo, un sonido inesperado rompió el silencio.
Un tono de llamada provenía del bolsillo de Ryo.
Ayanokouji y Yuji intercambiaron una mirada, sorprendidos. Sin perder tiempo, Ayanokouji buscó en los bolsillos de Ryo y sacó un teléfono móvil que seguía sonando. Dudó un momento antes de contestar, consciente de que lo que fuera que estuviera al otro lado de la línea podría no ser algo trivial.
—Hola —dijo Ayanokouji, con una voz controlada.
Al otro lado de la línea, una risa siniestra resonó en sus oídos, un sonido que enviaba un escalofrío por su espalda, aunque no lo demostrara.
—Hola, Ayanokouji... o debería llamarte "Obra Maestra" —respondió la voz, cargada de una mezcla de burla y admiración.
Ayanokouji frunció el ceño ligeramente, manteniendo su compostura. La única persona que lo había llamado "Obra Maestra" en el pasado era alguien de la Sala Blanca, pero no reconocía la voz.
—¿Quién eres? —preguntó, su tono firme pero carente de emociones, intentando descifrar la identidad de su interlocutor.
La risa al otro lado de la línea se intensificó, como si la persona disfrutara del desconcierto de Ayanokouji.
—Pronto lo sabrás —dijo la voz, con un tono que sugería que esta conversación era solo el comienzo de algo mucho más grande y oscuro.
Antes de que Ayanokouji pudiera responder, la llamada se cortó abruptamente, dejando un vacío de silencio y un aire de incertidumbre en el ambiente.
Ayanokouji bajó lentamente el teléfono, pensativo. Yuji lo observaba con preocupación, consciente de que algo importante acababa de suceder.
—¿Quién era? —preguntó Yuji, intentando obtener alguna claridad.
—No lo sé —respondió Ayanokouji, su mirada se posó en el horizonte. Las palabras de Ryo resonaban en su mente: "No confíes en nadie si no morirás". Ahora, esa advertencia tenía un nuevo peso. Su mundo se había vuelto aún más peligroso.
Sabía que el enemigo que enfrentaba no era un simple líder de un grupo de matones. Había algo más grande y más siniestro en marcha. Y ahora, estaba seguro de que alguien en las sombras estaba observando cada uno de sus movimientos, preparándose para el siguiente paso en un juego que apenas comenzaba.