Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 18. Tenerlo o no.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, el silencio regresó, espeso y sofocante. Alessandro permaneció sentado, mirando su cigarrillo consumirse lentamente en sus dedos. Aunque las palabras del médico lo habían molestado, sabía que algo de razón tenía. Alonzo estaba embarazado de su hijo, un pensamiento que aún le resultaba extraño, y aunque odiaba que se lo recordaran, comenzaba a comprender que la situación requería más de él de lo que inicialmente había anticipado.
Alice lo observaba desde su lugar, sin decir nada. A pesar de su actitud relajada y su disposición a bromear, podía leer a su "hermano" mejor que nadie. Sabía que algo lo estaba afectando profundamente, algo que lo obligaba a confrontar emociones que preferiría enterrar. Alessandro no era un hombre que mostrara debilidad, pero la situación con Alonzo estaba empezando a hacer tambalear esa fachada impenetrable, aunque parecía que ni siquiera él se había dado cuenta de ello.
Después de unos minutos de incómodo silencio, Alice decidió hablar, consciente de que Alessandro no era alguien que se abriera fácilmente.
—Sabes, hermano —comenzó suavemente—, aunque no te guste oírlo, quizá deberías considerar... cambiar algunos hábitos, por el bien del bebé.
Alessandro no respondió de inmediato. Solo lanzó una última bocanada de humo antes de apagar el cigarrillo en el cenicero de cristal sobre la mesa, dejando que el silencio entre ellos se prolongara.
—Ya veremos —murmuró finalmente Alessandro, su voz grave resonando en la silenciosa sala mientras dejaba el vaso de whisky sobre la mesa. Sus ojos se mantuvieron fijos en Alice, fríos y calculadores—. ¿Cuáles son tus recomendaciones?
Alice se levantó con una calma calculada, ajustando su bolso en el hombro antes de responderle. —Para empezar, deja de fumar —dijo sin rodeos. La familiaridad entre ellos no le impedía ser directa con él—. Por el momento, comida sin grasa, baja en sodio y que se mantenga hidratado. No tiene alergias alimentarias, pero ten cuidado con las náuseas. Cuando contactes al obstetra, házmelo saber para crear una dieta más adecuada.
Alessandro asintió ligeramente. —De acuerdo. Ya sabes dónde está la salida.
—Qué caballero —Alice respondió con una sonrisa forzada, cargada de ironía. Giró sobre sus tacones y comenzó a caminar hacia la salida. Sin embargo, antes de dar el siguiente paso, se detuvo, su espalda aún hacia él—. Por cierto, ¿has hablado con él sobre si va a tener o no a ese bebé? Recuerda que no eres quien para decidir sobre el cuerpo de los demás.
La pregunta de Alice fue como un dardo envenenado, tocando un tema que Alessandro prefería evitar. Él dejó escapar una carcajada amarga y sarcástica.
—¿De verdad me estás diciendo eso a mí? —respondió, su voz impregnada de desprecio y poder—. Mientras esté en mis manos, yo elijo si vive o muere.
El tono de Alessandro era cruel, como si su voluntad pudiera aplastar cualquier oposición. Controlarlo todo había sido siempre su forma de vida, y este asunto no era la excepción. Sin embargo, en lo profundo de su interior, incluso él sabía que las cosas no eran tan sencillas como pretendía.
Alice no respondió de inmediato, pero sus ojos, aunque no miraban a Alessandro, se nublaron con una mezcla de decepción y cansancio. Permaneció unos segundos más en silencio, procesando sus palabras, antes de reanudar su camino. Alessandro escuchó cómo la puerta principal se abría y cerraba poco después. El eco resonó por la casa vacía, dejando una sensación de incomodidad flotando en el aire.
Miró hacia las escaleras que llevaban a Alonzo y suspiró, aunque nunca admitiría sentir la presión.
—Kai —llamó, su voz baja pero firme. Como si emergiera de las sombras, Kai apareció de una esquina, su figura silenciosa y atenta—. Consigue un obstetra de confianza e instala micrófonos en el departamento. Las imágenes no son suficientes para saber todo lo que hará una vez que se mude ahí —ordenó Alessandro, su tono frío y calculador. Cada palabra era una directiva cuidadosamente pensada, un plan para mantener el control sobre una situación que se le escapaba de las manos.
—A la orden, señor —respondió Kai con una leve inclinación de cabeza antes de desaparecer de nuevo entre las sombras, como si nunca hubiera estado allí.
El silencio regresó a la sala, envolviendo a Alessandro en sus pensamientos. El control era su única forma de sentir seguridad, pero la situación con Alonzo se estaba tornando más complicada de lo que jamás hubiera imaginado.
Lentamente comenzó a subir las escaleras, su mente debatiéndose entre las decisiones que debía tomar. A pesar de todo lo que había dicho con respecto al bebé, había algo en la idea de forzar a Alonzo que le parecía... insostenible. Quizá por primera vez en mucho tiempo, Alessandro sentía que el destino de alguien más escapaba completamente de sus manos.
Estaba dispuesto a hablar con Alonzo. Sus pasos resonaban a lo largo del pasillo, rebotando en las paredes con un ritmo firme y decidido. Las luces amarillentas, apenas suficientes para iluminar el espacio, le conferían una presencia imponente, aunque tras esa fachada Alessandro ocultaba un torbellino de preguntas y emociones que lo carcomían desde dentro. Cuando llegó a la puerta de la habitación donde estaba Alonzo, no se molestó en tocar; simplemente entró, como si el espacio fuera suyo por derecho.
Alonzo estaba de pie, inmóvil, frente al enorme ventanal que daba al jardín trasero. Desde allí, las estrellas titilaban en el cielo despejado, un espectáculo hermoso que debería haber traído calma. Pero en su mente no había lugar para apreciar la belleza del firmamento. El peso de la incertidumbre lo aplastaba, impidiéndole disfrutar de cualquier cosa.
—Hablemos —dijo Alessandro, su tono cortante, cargado de autoridad—. ¿Tendrás o no a ese bebé?
La pregunta, lanzada con tal frialdad, reverberó en la habitación como una sentencia. Era la misma que Alonzo se había hecho una y otra vez desde que se enteró de la noticia, pero cada vez que intentaba encontrar una respuesta, se topaba con un abismo. No había una solución fácil, ni una decisión que le pareciera la correcta.
Alessandro lo observaba, esperando una respuesta que quizá no llegaría. El silencio entre ambos se volvió denso, casi sofocante. A pesar de su naturaleza controladora, en ese momento se daba cuenta de que había cosas que no podía forzar ni manipular. Y eso lo enfurecía. Pero detrás de esa ira también había una inquietud que él mismo no quería admitir. El control, que siempre había sido su refugio, se tambaleaba.