El CEO Y La Divorciada

Capítulo veintidós

Rocío, al salir del centro comercial, se encontró con un problema inesperado: los taxistas no estaban trabajando debido a una movilización. Mientras intentaba buscar una solución, una voz conocida la interrumpió. Era León, mostrándole la noticia en su móvil, corroboró la situación y le ofreció llevarla en su coche, entendiendo su urgencia por llegar a tiempo. Rocío, algo renuente al principio, evaluó sus opciones rápidamente y aceptó la oferta del desconocido, agradecida por su disposición y viendo en su gesto una solución ante el problema inesperado.

—Gracias. No sabes cuánto te lo agradezco —expresó Rocío, algo aliviada por la solución que León le proporcionaba.

El trayecto hacia la oficina fue breve pero ameno. Durante el camino, Rocío y León entablaron una conversación ligera, evitando temas personales y centrándose más en asuntos casuales. León, con su actitud jovial, trató de hacer el viaje menos incómodo, manteniendo un ambiente relajado.

—Bien, ya llegamos y estás a salvo —bromeó él.

—Gracias de nuevo —indicó Rocío.

—¿Puedo decir que pagué de alguna manera mi descuido? —preguntó él.

—Seguro, quédate tranquilo —aseguró ella con una amplia sonrisa.

Rocío, agradecida por la ayuda y por llegar a tiempo al trabajo, se despidió de León con un gesto de gratitud y apresuró el paso hacia la entrada de su oficina. El inesperado encuentro con León le había proporcionado una solución a un problema repentino, aunque no podía evitar sentirse algo desconcertada por la situación. ¿Por qué la había ayudado?

Su supervisor, tan pronto como la vio, la llamó y la condujo rápidamente a una enorme sala de reuniones. Una vez dentro, le pidió que se sentara a su lado y le explicó la crítica situación que enfrentaban. Un error del sistema había llevado a transferir diez millones de una cuenta, en lugar de los diez mil que debían ser, lo que había enfurecido a uno de sus clientes más importantes.

—Necesitamos encontrar una solución rápidamente. Esto podría ser catastrófico para nosotros y para la reputación de la empresa —explicó su supervisor, con evidente preocupación.

Rocío, lidiando con la presión y el estrés del momento, se sumergió de inmediato en la computadora, buscando desesperadamente una respuesta al problema. Todos en la sala estaban nerviosos, y la tensión se palpaba en el ambiente, mientras Rocío inspeccionaba minuciosamente el sistema en busca de cualquier pista o error que pudiera explicar lo sucedido.

El presidente de la empresa, Luca, irrumpió en la sala de reuniones con una expresión de furia apenas contenida. Su semblante reflejaba la gravedad del error cometido y su voz resonó con autoridad en la sala.

—¡Esto es inaceptable! —exclamó Luca, con un tono grave que captó la atención de todos los presentes, excepto Rocío, quien seguía enfocada en su tarea sin percatarse de la llegada del presidente—. Estamos en una posición crítica debido a un error catastrófico que no debería haber ocurrido. Esta empresa se basa en la confianza de nuestros clientes, ¡y ahora estamos poniendo en peligro esa confianza por un error de programación!

El tono de voz de Luca era firme y severo. Sus palabras resonaban en la sala, reafirmando su autoridad como líder de la empresa. Sus ojos denotaban la seriedad del momento, y sus gestos mostraban la decepción y el enfado por lo sucedido.

—No toleraré este tipo de negligencia. Están aquí para evitar este tipo de problemas. No me interesan sus explicaciones. Necesito resultados o será el último día que se sienten en esos asientos. La reputación de la empresa está en juego y no dejaré que caiga por un error como este.

El presidente continuó expresando su descontento, instando a todos a asumir su responsabilidad y trabajar incansablemente para subsanar el error. Su reprimenda era enérgica, dejando en claro que no habría margen para errores similares en el futuro.

A pesar de su enojo, Luca no perdió la compostura. Mantuvo su discurso serio y enfocado en encontrar soluciones, instando a todos a colaborar estrechamente para resolver el problema. Sin embargo, Rocío, inmersa en su labor y ajena a la reprimenda, continuaba buscando la solución al problema sin ser consciente de la presencia de Luca.

Mientras que algunos de los empleados empezaban a exponer lo que creían había sido a causa de los posibles problemas, Rocío seguía buscando el código que pensaba que había sido el que causó el error. Ya que en el pasado en la empresa de su exmarido había ocurrido algo similar. Después de una intensa revisión y trabajo, Rocío logró identificar el fallo en el programa.

—¡Lo tengo! —dijo ella en voz alta sin darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

Su entusiasmo y alivio eran evidentes, pero las reacciones a su descubrimiento no fueron como esperaba. Mientras ella sonreía, el resto de los presentes se mostraba más bien preocupado. Rocío no había percibido la tensión que llenaba la habitación.

El CEO, quien había estado reprendiendo al equipo por el error, observó a Rocío con una mezcla de sorpresa y alivio. La expresión de preocupación en su rostro se suavizó brevemente al comprender que, aparentemente, Rocío había identificado la causa del problema. Sin embargo, tal vez ella lo había escuchado hablar de ese modo tan agresivo y

—Señor Sáenz Peña, yo le pedí a Rocío que viniera conmigo a la reunión. Me responsabilizo por ella —dijo el supervisor de Rocío y Luca lo miró molesto. ¿Desde cuándo daba la cara por alguien? ¿A caso estaba interesado en Rocío de alguna manera?

—Síganme los dos —pidió el CEO, sin mirar a Rocío.

La habitación imponente y lujosa del CEO exudaba una atmósfera de seriedad y prestigio. Rocío y su supervisor fueron escoltados por Luca Sáenz Peña a su impresionante oficina, un lugar que ella reconocía por su visita anterior.

El silencio se hizo eco en la habitación mientras Luca, con gesto serio, cerró la puerta tras ellos. Su mirada se posó en Rocío, evaluándola con una expresión que no revelaba mucho.

Autora: Osaku