La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo XXIII El pacto
Después de la tensa audiencia, Elena y Alistair regresaron al estudio. El ambiente ya no era de crisis, sino de una intimidad nerviosa y un profundo cuestionamiento. Alistair sirvió dos copas de un licor que Elena nunca antes había probado, un gesto inusual se formó en su rostro al probarlo.
—Usted es un enigma, Elena —dijo Alistair, mirandola con curiosidad. Su mirada era una mezcla de admiración y escepticismo—. Un hombre que creí capaz de traerme la ruina se ha ido humillado, y usted lo ha logrado con una actuación de devoción que me desarma.
—No fue una actuación, Alistair. Fue la verdad de la mujer que soy ahora —respondió Elena, tomando de la copa.
—Entonces hablemos de esa verdad —dijo Alistair, sentándose—. En el frío de la noche, usted habló de "otra época" y de "dominio femenino". Dígame la verdad sobre su golpe en la cabeza. ¿Es una mentira para protegerse, o es realmente... locura?
Elena tomó un sorbo, sabiendo que este era su momento más vulnerable. Había ganado el derecho a ser honesta.
—No soy la Condesa Elena De La Garza, Alistair. Ella murió en el accidente. Yo soy la mujer que vino de ese futuro que le describí. Sé que suena a locura, pero es la única explicación para mi vocabulario anacrónico, mi conocimiento de eficiencia y mi visión estratégica. Todo lo que he hecho desde el marketing de nuestra reputación hasta la aniquilación de Valeska lo aprendí en un mundo donde la lógica y la estrategia eran la única moneda de cambio.
Alistair bebió su copa lentamente, sin quitarle los ojos de encima. Su mente, habituada a la lógica, luchaba por aceptar el absurdo.
—Si viniera de ese futuro, su relato sería un delirio químico. Pero todo lo que usted hace produce resultados lógicos y beneficiosos para mi Casa. La mujer que está delante de mí es la aliada más capaz que he tenido.
Alistair se puso de pie, su conclusión fue un pacto sorprendente.
—Condesa, yo no puedo creer en viajes en el tiempo. Pero puedo creer en la evidencia. Y la evidencia me dice que usted es la mujer que necesito. Mantenga la historia de la amnesia ante el mundo, y en privado, puede tener todas las fantasías futuristas que quiera. Siempre y cuando esa "fantasía" siga salvando nuestro honor.
Elena sonrió, entendiendo. Alistair no necesitaba creer en la verdad, solo necesitaba que la verdad fuera útil.
—El pacto se mantiene, Conde.
Mientras la pareja consolidaba su confianza, la Baronesa Valeska recibía el informe del fracaso de Leo Thorne. Su furia se había transformado en una determinación fría y desesperada. Solo le quedaba un arma: el frente familiar.
Valeska se dirigió a la casa de Miranda de la Garza, la madre de Elena.
—Miranda, el Capitán Thorne ha regresado y ha fallado. Alistair está cegado por ti hija. No hay cartas, no hay amantes, no hay debilidad mental —dijo Valeska, golpeando la mesa llena de frustración.
Miranda, siempre pragmática, miró a Valeska con astucia.
—El error, Valeska, es atacar la reputación de mi hija. Debemos atacar la legalidad de su matrimonio.
—¿Y cómo lo hacemos?
—La Condesa es una mujer desdichada. Ella me confió un acuerdo secreto con Alistair antes de la boda. Un documento que certifica que el matrimonio sería anulado si la paz se mantenía, permitiéndole a mi hija casarse con Thorne.
Valeska se puso de pie, sus ojos brillando.
—¿Y usted tiene ese documento, Miranda?
—No. Pero sé dónde está. Estaba en el despacho de mi padre, el Duque. El mismo Duque que arregló el pacto de paz. Si conseguimos ese documento, Alistair no tendrá escapatoria. Estará obligado por un acuerdo legal a divorciarse de Elena. La Condesa no podrá usar su amnesia para negar la firma de su propio padre.
Valeska sonrió, una sonrisa triunfal. Este no era un ataque social; era un ataque legal que invalidaba el contrato matrimonial.
—Miranda, tráigame ese documento. Y haremos que la Condesa desaparezca de nuestras vidas definitivamente, y por fin pueda quedarme al lado del Conde como siempre lo he soñado.
El juego había regresado al punto de partida, pero con una amenaza legal definitiva que pondría a prueba no solo la estrategia de Elena, sino la voluntad de Alistair.
Mientras tanto, en la Hacienda Alistair y después de la confesión de Elena y la exitosa expulsión del Capitán Thorne, la relación entre los Condes Alistair entró en una fase de complicidad total. Ya no solo compartían la cama; compartían el mando. Elena, ahora libre de los fantasmas del pasado y validada en su "locura" por la aceptación de Alistair, dedicó su energía a la administración eficiente de la Hacienda y al fortalecimiento de su vínculo.
Una noche, mientras compartían un vaso de oporto en el estudio, Alistair le sonrió con una calidez que ya no tenía que ocultar.
—La Hacienda Alistair ha aumentado su producción de granos en un veinte por ciento esta semana, gracias a su "optimización de recursos", Condesa. Y lo que es más importante, la corte nos ve como un ejemplo de unidad y prosperidad.
—Solo estoy asegurando la eficiencia de la "empresa", Conde —respondió Elena, acercándose a él—. Pero debo admitir que la ratificación del contrato es la parte más placentera de mi trabajo.
Alistair se puso de pie y la atrajo hacia sí. —La Tercera Regla es la única que he decidido ejecutar sin un horario estricto.
Su beso fue un reflejo de la confianza que habían construido: profundo, honesto y sin reservas. El pasado había sido destruido por el fuego, y el futuro se sentía brillante.
Sin que ellos lo supieran, mientras disfrutaban de su efímera paz, la Baronesa Valeska y Miranda de la Garza estaban preparando su golpe de gracia. Miranda había recuperado un documento antiguo del archivo de su difunto padre, el Duque.
Valeska decidió que el momento para la revelación debía ser en un lugar de máxima autoridad y visibilidad: una cena formal en honor al Pacto de Paz, a la que asistirían el Rey, el Consejo y todos los aliados del Conde Alistair.
Alistair y Elena asistieron a la cena, la encarnación perfecta de la pareja poderosa y feliz. Elena se movía con gracia, la Condesa que había nacido de la adversidad.
Cuando llegó el momento de los discursos, el Rey se puso de pie para alabar la paz y la estabilidad asegurada por la Casa Alistair. Justo cuando el Rey terminaba, la Baronesa Valeska, con Miranda a su lado, se adelantó con un rollo de pergamino en las manos.
—Con el permiso de Su Majestad —dijo Valeska, con la voz temblando por la emoción forzada—, debo presentar una prueba crucial que afecta la legalidad misma del pacto.
El silencio fue absoluto. Alistair sintió una helada sensación de pavor y miró a Elena. Ella captó la traición en el rostro de su madre.
—¡Es Miranda! ¡Es el acuerdo de anulación! —susurró Alistair.
Valeska desenrolló el pergamino. —Este es un acuerdo prenupcial secreto, firmado por el difunto Duque, padre de la Condesa Elena, y el Conde Alistair. Este documento estipula que el matrimonio sería anulado sin objeción en el momento en que la paz del reino se declarara formalmente segura.
Valeska miró triunfalmente a Alistair. —Su Majestad, el pacto de paz está asegurado. Este matrimonio fue solo un contrato temporal para proteger al reino. Por honor, el Conde Alistair debe cumplir la palabra sellada por su firma. El matrimonio de los Condes Alistair es nulo.