Soy Anabella Estrada, única y amada hija de Ezequiel y Lorena Estrada. Estoy enamorada de Agustín Linares, un hombre que viene de una familia tan adinerada como la mía y que pronto será mi esposo.
Mi vida es un cuento de hadas donde los problemas no existen y todo era un idilio... Hasta que Máximo Santana entró en escena volviendo mi vida un infierno y revelando los más oscuros secretos de mi familia.
NovelToon tiene autorización de Crisbella para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo XXI Vulnerabilidad
Punto de vista de Anabella
Los días siguientes transcurrieron en una extraña calma; yo seguía siendo una prisionera en esta jaula de oro, sin permiso para salir ni siquiera al jardín. Mi única fuente de luz era la pequeña Elena, quien con su inocencia me regalaba minutos de genuina alegría. Una vez a la semana, para asistir a mis chequeos médicos, podía visitar a mis padres; me costaba horrores mantener la fachada de mujer feliz que Máximo me obligaba a proyectar, mientras ellos insistían en que me alejara de él.
Por su lado, mi carcelero mantenía una distancia gélida conmigo; pasaba todo el tiempo trabajando, ya fuera en sus empresas o encerrado en el estudio. Nuestra única interacción real era a la hora de las comidas, donde me obligaba a no dejar nada en el plato; así, poco a poco, fui recuperando mis fuerzas físicas.
—Ya casi llega mi cumpleaños —la dulce voz de Elena me sacó de mis pensamientos.
—Lo sé, pequeña. El tiempo vuela —dije sintiendo el peso de la mentira, pues para mí estos dos meses habían sido una tortura eterna.
—Ana, el día está precioso. Ya no hace tanto frío ¿podemos ir juntas al jardín? —preguntó mientras corría a observar el sol tras el cristal.
—No puedo salir, cariño. Ya te he dicho que el doctor me lo prohibió —respondí con un nudo en el pecho, sabiendo que mentía para ocultar mi cautiverio.
Miré a Emilia, presente durante la charla; en sus ojos vi un rastro de profunda tristeza, pues ella sabía que mi encierro era por órdenes de su patrón.
—Vamos, Ana. El sol de la mañana te hará bien —intervino finalmente con decisión.
—Sabes bien que no puedo salir de la casa, me meteré en graves problemas —respondí con las lágrimas amenazando con desbordarse.
—Yo me hago responsable de mis acciones. En esta casa mi voz se obedece y, por lo tanto, ordeno que se te deje salir al jardín.
Emilia miró a los hombres de seguridad apostados en las entradas; ellos no se atrevían a llevarle la contraria, por lo que cuando ella me arrastró al exterior, nadie se interpuso. Sentir el aire fresco golpear mi rostro fue mágico; anteriormente solo iba del estacionamiento a la clínica, pero esto era distinto: podía oler las rosas que tanto me gustaban.
Elena empezó a correr mientras Nana y yo la mirábamos; un impulso me hizo ir tras la pequeña y, por primera vez en tanto tiempo, olvidé mi condición de rehén. Sin embargo, la felicidad fue efímera; tras una hora, la bestia apareció rompiendo el hechizo.
—¿Quién te autorizó a salir de la casa? —su voz llenó cada célula de mi piel, obligándome a petrificarme.
Elena se escondió tras de mí, aterrorizada. Marta llegó de inmediato llevándosela casi a rastras.
—Yo lo autoricé —expuso Emilia con una determinación inquebrantable.
—Sabes que ella no tiene permiso para estar afuera. ¡No vuelvas a contradecir mis órdenes! —gritó furioso; era la primera vez que le hablaba así a Emilia.
—Fue mi culpa, por favor no descargues tu ira contra ella —intervine muerta de miedo.
—Entonces la descargaré contra ti.
Máximo me tomó de la mano arrastrándome al interior mientras yo le suplicaba que me soltara. Me llevó hasta su habitación y, de un golpe seco, cerró la puerta con seguro.
—¿Qué me vas a hacer? ¡Déjame salir! —estaba paralizada; en sus ojos veía algo que iba más allá de la furia, algo indescifrable.
—Por lo que veo ya te recuperaste; entonces puedes cumplir con tu papel de esposa —dijo, con una voz más ronca de lo normal.
El miedo me anuló. Las lágrimas brotaron mientras él me besaba y recorría mi cuerpo; pensé que lo último de mi dignidad me sería arrebatado por el mismo hombre que me lo quitó todo. De repente, Máximo se detuvo, como si luchara contra un demonio interno.
—¿Qué me has hecho? ¿Por qué no puedo destruirte? —susurró a mí oído mientras me estrechaba en un abrazo desesperado.
Punto de vista de Máximo
Estaba en mi estudio leyendo documentos cuando escuché risas desde el jardín. No presté atención pensando que era Marta, hasta que oí el nombre de Ana. Por curiosidad me acerqué a la ventana y ahí estaba ella: riendo y jugando, llena de una vida que me deslumbró. Sin darme cuenta, una sonrisa se dibujó en mi rostro; en ese momento, la necesidad de poseerla se hizo presente y mi corazón latió con una fuerza que amenazaba con arrasar mis muros.
Ese deseo se transformó rápidamente en ira; una rabia dirigida contra ella por no ser el monstruo que yo necesitaba que fuera. Salí de mi estudio con pasos urgentes; descargué mi furia contra los guardias que permitieron su salida, pero no fue suficiente, pues sus risas seguían resonando en mi cabeza.
Llegué hasta ella y rugí con tal fuerza que hasta las hojas parecieron detenerse. La tomé del brazo con brusquedad y la arrastré por la casa ignorando sus súplicas y las de mi Nana. La llevé a mi habitación con la intención de destruirla por completo; empecé a herirla con mis besos y mis manos, pero me detuve. No pude lastimarla. No podía dañar al único ser que me hacía olvidar lo maldito que era. Entonces me rompí; fui vulnerable ante la hija de mi enemigo, y esa rendición hizo que un peso inmenso cayera finalmente de mis hombros.