Enzo Y Lori

El mundo de Lori era un caos, siempre aferrada a las necesidades de Enzo aunque él se hubiese marchado hace mucho. El tiempo se volvió una masa amorfa de días grises y dolor que se arrastraban sin propósito.

Finalmente Lori había caído en un abismo, dejó de pintar, su pincel y sus lienzos se convirtieron en recordatorios mudos de la felicidad y la esperanza que Enzo y su traición habían destruido.

El dolor de perderlo era tan grande que la había despojado de su pasión. El profesor Davies le dio la noticia, habían seleccionado algunos de sus cuadros para presentarlos en la galería municipal.

Dafne y Alba se emocionaron tanto que abrazaron a Lori.

—¡Lo conseguiste¡ Dijo Alba

—Tu trabajo es maravilloso Lori, muchas felicidades. Dijo Dafne con una sonrisa.

Lori no dijo nada solo se limitó a sonreír, las últimas noticias parecían irreales, quizás un sueño del que pronto despertaria para darse cuenta de la cruda realidad.

Una vez que Dafne y Alba salieron del salón, Lori dejó escapar el aire comprimido en sus pulmones, sus cuadros eran buenos, sin embargo, eran algo que le recordaba la esperanza ingenua que alguna vez había tenido, sintiendo que nada valía la pena estuvo a punto de cancelar todo, de renunciar a su arte, a su nueva vida, a un paso de lanzarle pintura a sus cuadros una voz masculina la detuvo.

—No puedes hacer eso, Lori.

La voz firme pero suave de Ron la hizo volver a la realidad. Estaba parado en el umbral de su estudio, sus ojos llenos de preocupación genuina. Al acercarse la miró tan perdida, y su corazón se encogió ante la fragilidad de su amiga.

—Te has esforzado tanto —continuó Ron, con la voz suave y persuasiva—. Estos cuadros son una parte de ti. Son el resultado de todo el dolor, de toda la esperanza que has tenido. Nada, ni nadie, debería arruinar eso.

Lori sintió las lágrimas en sus ojos. Ron tenía razón. El arte le había ayudado a sanar. No podía permitir perder la única cosa que le quedaba, la única cosa que la definía fuera del drama. Ron se sentó a su lado en el suelo frío del estudio, y juntos, comenzaron a preparar la exhibición.

Había que curar los cuadros, montar los marcos, y él se encargó de todo el trabajo pesado, desde clavar hasta lijar. Ron le traía café caliente y sus galletas favoritas, la escuchaba hablar de su dolor sin interrumpirla y la animaba a seguir adelante con una fe inquebrantable.

Los días pasaron, y la exhibición de Lori se convirtió en su proyecto de sanación. Ron y ella trabajaron codo a codo, creando la mejor exhibición que la galería municipal había visto. El arte de Lori floreció, lleno de una nueva profundidad y emoción, un reflejo de su dolor y su resistencia. Ella pintaba el vacío, la rabia, la soledad, transformando la toxicidad en belleza.

La exhibición sería en unos días y, a pesar de su tristeza persistente por Enzo y la confusión por Sahir, Lori tenía una razón tangible para levantarse cada mañana. Su arte, su pasión, la sostenía, y Ron, el amigo que la amaba en silencio, estaba ahí para asegurarse de que no se cayera, actuando como su sostén incondicional.

El trabajo con Ron y la inmersión en su arte la alejaron naturalmente de la atención constante de Sahir, aunque él no dejó de apoyarla. Sahir entendía la necesidad de su espacio, pero la distancia hizo que Lori tuviera un momento de dura reflexión.

Una tarde, Sahir llegó al estudio con flores y se encontró a Lori exhausta, cubierta de pintura.

—Deberías descansar, mi amor —dijo Sahir, quitándole un mechón de pelo de la cara.

Lori lo miró, y las palabras que había guardado durante meses se escaparon.

—Sahir, necesito hablar contigo. Yo... no estoy enamorada de ti.

La sonrisa de Sahir se congeló. No hubo gritos ni reclamos, solo una tranquila tristeza que rompió el corazón de Lori.

—Lo sé, Lori —susurró Sahir, sus ojos expresivos llenos de entendimiento—. Lo supe desde el principio. Pero pensé... pensé que mi afecto sincero y la calma que te ofrecía serían suficientes para que un día pudieras quererme de la forma en que yo te quiero. Te quise y te quiero, Lori, y fue un honor ser tu refugio.

Lori sintió un profundo alivio mezclado con culpa. —No te merecías esto. Fui egoísta, te usé.

—Me usaste para sanar. Y yo te permití hacerlo porque te amo. No me debes nada —Sahir tomó sus manos. —Solo te pido una cosa: no uses esta libertad para volver al dolor. Sigue pintando, Lori. Este es tu verdadero amor.

Con esa honestidad dolorosa y tierna, Sahir se fue, dejando a Lori con una nueva herida, más limpia, pero igualmente punzante.

A la mañana siguiente, Ron llegó al estudio y encontró a Lori llorando, pero no de la misma manera que antes.

—Rompí con Sahir —dijo Lori, secándose las lágrimas.

Ron asintió, su rostro inexpresivo. —Era lo correcto. Él es demasiado bueno para ser el curita de nadie.

—Me siento sola, Ron —confesó Lori.

Ron se sentó frente a ella, mirándola directamente a los ojos por primera vez en meses sin la sombra de Enzo o Sahir.

—Nunca has estado sola, Lori. Estoy aquí —dijo, su voz baja y cargada de una emoción reprimida. No era el momento para confesiones de amor, pero era el momento para la verdad. —Siempre he estado aquí.

Lori entendió. No había pasión en Ron, no el fuego; había una lealtad, una devoción y una aceptación que no se parecían a nada que hubiera sentido antes. No era el amor que ella quería sentir, sino el amor que ella necesitaba desesperadamente. Se apoyó en él, finalmente dejando caer la fachada. En los días que quedaban para su exhibición, Ron no solo la ayudaría a colgar cuadros; la ayudaría a reconstruirse, pieza por pieza, en un lienzo vacío y listo para una nueva obra.